Poca fe
Hace unos meses, la presidenta de mi universidad en Saigón, seguramente por quitarse ella de en medio, me pidió que atendiese a un personaje interesado en discutir un proyecto que, según él, podría ser de interés mutuo. Estos embolados son parte habitual del trabajo, así que me puse manos a la obra. Él iba alcanzado de tiempo y no podía acercarse hasta el campus, por lo que concertamos una cita en uno de los cafés más concurridos de la ciudad, el Highlands Coffee, justo detrás de la Ópera, para evitar extraviarnos, pues no nos conocíamos. Un par de días después me encontraba allí con un hombre relativamente joven, de unos cuarenta años, de nacionalidad canadiense. Le ofrecí tomar algo. «No, gracias. Nada aquí», vino, severa, la respuesta. «No quiero contribuir a las ganancias de una compañía que explota a los trabajadores locales. Hombres y mujeres». El encuentro prometía.