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Meditaciones sobre Marco Aurelio

Marco Aurelio. La miseria de la filosofía

Augusto Fraschetti

Madrid, Marcial Pons, 2014

Trad. de Javier Arce

316 pp. 30 €

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El emperador romano Marco Aurelio goza, en España, de una renovada vida en las librerías. Aunque con retraso en comparación con otros países europeos de intensa vida universitaria, en los últimos cinco años han visto la luz en las imprentas hispanas tres libros dedicados al emperador. El primero de ellos ha sido la traducción del libro de Anthony Birley (Marco Aurelio. El retrato de un emperador humano y justo, trad. de José Luis Gil Aristu, Madrid, Gredos, 2009), que nace de su tesis doctoral publicada originalmente en el año 1966. Actualizado, el lector encontrará en él toda la información disponible sobre la vida y obra de gobierno del emperador, expuesta con la pulcritud, exactitud y sagacidad de un discípulo de Sir Ronald Syme. En 2011 se publicó la traducción de la obra de Frank McLynn (Marco Aurelio: guerrero, filósofo, emperador, trad. de Teresa Martín Lorenzo, Madrid, La Esfera de los Libros, 2011). McLynn no es un historiador de la Antigüedad sino un autor bien informado de biografías (a personajes tan variopintos como Stanley, Stevenson, Napoleón, Jung, Villa y Zapata tiene dedicados algunos libros); y este es, sin duda, el límite de su obra.

Ahora, con traducción y prefacio de Javier Arce, quien fue durante años el director de la Escuela de Historia y Arqueología en Roma, dependiente del CSIC, se publica la obra póstuma de Augusto Fraschetti, profesor de Historia Romana en Roma y París. Al castellano se tradujo su Augusto (trad. de Valerio Simion, Madrid, Alianza, 2000). Algunas otras obras suyas merecerían también su publicación en español: La conversione. Da Roma pagana a Roma cristiana (1999) y, sobre todo, Roma e il principe (2005). Su estudio sobre Marco Aurelio había quedado sin terminar, pendiente seguramente de una última revisión, pero sus amigos y discípulos italianos decidieron darlo a conocer en el año 2007. La amistad y la admiración por el maestro de historiadores que fue Fraschetti animaron a Arce a hacer la traducción y a proponer a Marcial Pons su publicación. La obra se convertirá en referencia obligada para conocer el final de la dinastía de los emperadores antoninos.

Este interés renovado por Marco Aurelio se debe, sin duda, a los múltiples aspectos contradictorios que rodean su vida, su obra y también su época. Marco Aurelio no es un emperador conocido de resultas de un rescate arqueológico, es decir, ajeno a la tradición cultural y simple campo de investigación de eruditos y especialistas. Muy al contrario, Marco Aurelio se ha mantenido vivo, al menos desde el siglo XVI, como un referente moral, lo que ha permitido que su obra de gobierno se olvidara, se ocultara o, incluso, se falseara. Esto ha sido así porque el emperador ha estado presente en la vida de Occidente a través de dos monumentos: uno artístico y otro literario. El primero es su famosa estatua ecuestre del Campidoglio, una de tantas que existieron en la antigua Roma, pero la única que ha llegado íntegra hasta nosotros. A pesar de que se erigió para ensalzar alguno de sus triunfos sobre los bárbaros del Danubio, el emperador se nos presenta con la mano derecha extendida y sin vestir la armadura, el símbolo del poder militar que servía de fundamento a su propio dominio. Además, en el transcurso de los siglos se perdió la figura del bárbaro vencido que yacía a sus pies. Y de esta forma, conservada en la Edad Media porque se pensó que era Constantino, los humanistas vieron más tarde en aquel jinete al filósofo autor de las Meditaciones, cuya primera edición impresa data de 1559. Frente a la mayoría de los emperadores, algunos de los cuales, como Augusto o Adriano, escribieron autobiografías de marcado carácter político, el Marco Aurelio de A sí mismo se presenta como un estoico obligado al cumplimiento de un deber que le supera, atrapado entre la obligación, el destino y la voluntad. Él se veía como la roca que debía parar los embates que amenazaban el Imperio; sus vagos pensamientos sobre la muerte, la unidad de la humanidad y el sentido trágico de la vida lo han convertido en el gobernante anhelado, en la encarnación del ideal platónico del gobernante filósofo.

Es aquí donde el libro de Augusto Fraschetti se muestra demoledor. Basta leer su subtítulo: La miseria de la filosofía. Abusando de Tertuliano, quizás la pregunta no debería ser «¿Qué tiene que ver Roma con Jerusalén?», sino Roma con Atenas, es decir, el ejercicio del poder absoluto y la reflexión filosófica. Fraschetti, liberándose voluntariamente de la tradición humanística que había convertido a Marco Aurelio en un héroe estoico, emprende la labor del auténtico historiador, decidido a analizar, sin ningún prejuicio, las noticias antiguas y las reflexiones modernas sobre la labor de gobierno de Marco Aurelio.

Comienza el libro con dos capítulos consagrados a la tradición historiográfica sobre el emperador, tanto la moderna como la antigua. La primera, naturalmente, comienza con Edward Gibbon, cuya Historia de la decadencia y caída del Imperio romano todavía sigue marcando los rumbos de los historiadores de la Antigüedad. El juicio del historiador escocés sobre Marco Aurelio no pudo ser positivo por dos razones. La primera es la persecución de los cristianos, que la Europa cristiana del siglo XVIII no podía aceptar sin conmoverse. El otro argumento merece destacarse porque, a la postre, configura el eje central de los juicios sobre el emperador: su condición de gozne entre la época dorada del Imperio, el siglo de los antoninos, y el inicio de la crisis que llevaría a la decadencia final y a la desaparición del Imperio romano de Occidente. Entre la relación con el cristianismo y el final de una época se han debatido todos los estudios posteriores sobre el significado histórico del reinado de Marco Aurelio.

Estos argumentos derivan, en última instancia, de la propia tradición antigua, objeto de estudio en el segundo capítulo. El resultado del análisis no puede ser más efectivo, estimulante y rompedor. Si siempre es imprescindible un estudio atento de las fuentes antiguas, estas, en manos de Fraschetti, se nos muestran interesadas en ofrecer una imagen favorable de Marco Aurelio por motivos políticos. Frontón, Dion Casio, Mario Máximo y, a través de él, la Historia Augusta, vinculados al orden senatorial y a su ideología, con la que pretendían justificar el dominio de su casta social sobre el Imperio, insisten en ofrecer un retrato positivo de Marco Aurelio y cargar las tintas en los vicios de Lucio Vero, su hermano por adopción y con quien compartió durante algunos años, entre 161 y 169, el poder imperial, instaurando, por primera vez, una auténtica diarquía en Roma.

Los siguientes capítulos se dedican a desvelar las fisuras en esa imagen idílica de Marco Aurelio para retratar a un emperador más real, más humano y, sobre todo, más político. Se abre ante nuestros ojos un Marco Aurelio miserable, ambicioso, despiadado, preocupado especialmente por conservar su poder, al que identifica con Roma. Lo más interesante del retrato que traza Fraschetti estriba, quizás, en que Marco Aurelio resulta un emperador no sólo torpe, sino incapaz, e incluso incompetente, cuando se lo juzga desde los resultados de su obra de gobierno.

Educado lejos de los cuarteles, a diferencia de Trajano y Adriano, soportó mal la dura vida militar en la frontera danubiana, en la que no sólo malgastó su existencia, sino que puso en peligro la del Imperio. Criado en el recuerdo, literario, de las glorias militares romanas, concibió el extraño proyecto de completar la obra conquistadora de Trajano en tierras transdanubianas, proyecto que Adriano, inteligentemente, había dejado en el olvido. Incapaz de diseñar un efectivo plan militar de conquista y ocupación, desangró los recursos económicos y humanos en una guerra interminable que tuvo como efecto perverso el de despertar la ambición de los bárbaros sobre el Imperio. Gracias a los planes imperiales, por primera vez en siglos, las hordas invasoras llegaron a las puertas de Italia y arrasaron el corazón de Grecia.

El efecto de las guerras sobre la vida del imperio resulta especialmente esclarecedor. Fraschetti analiza la política monetaria y fiscal para llegar a la conclusión de que la acción imperial contribuyó, decididamente, a arruinar el Imperio. Aunque los antiguos carecían de la moderna ciencia económica, de resultados prácticos tan limitados, no por ello carecían de ideas firmes sobre lo que podríamos llamar la economía política. Sus principios eran simples: un mundo próspero es aquel en el que los campos están cultivados y llenos de hombres, con cuyos impuestos pueden mantenerse las instituciones políticas. Estas debían contribuir a la prosperidad manteniendo la paz y facilitando la circulación de mercancías y el comercio. Bajo el reinado de Marco Aurelio se minaron los principios de esta felicitas temporum, de esta prosperidad. A consecuencia de la Guerra Pártica de los primeros años, en el Imperio se desató una peste que mermó sus recursos humanos. Además, los hombres empezaron a desplazarse hacia la guerra sin fin del Danubio. A consecuencia de ello, los campos quedaron incultos y hubo que subir los impuestos. Necesitado de recursos financieros para pagar a las tropas, el emperador alteró la ley de la moneda, provocando no sólo inflación sino rechazo a la economía monetaria. Marco Aurelio abandonó el proyecto de recuperación interior de Adriano sin que sus proyectadas conquistas proporcionaran los beneficios que ansiaban; antes al contrario, la infructuosa guerra costaba más que los beneficios que proporcionaba. El Imperio se deslizaba sin freno hacia una profunda crisis.

Un aspecto fundamental de esta crisis es la manifestación clara de la transformación espiritual. Hoy resulta difícil sostener la antigua tesis de Eric Robertson Dodds (Paganos y cristianos en una época de angustia. Algunos aspectos de la experiencia religiosa desde Marco Aurelio a Constantino, trad. de Jesús Valiente, Madrid, Cristiandad, 1975) sobre la insuficiencia de la religión tradicional grecorromana y la búsqueda de nuevas religiones que cubrieran las necesidades espirituales. No obstante, lo cierto que los últimos años del siglo II vieron cómo el cristianismo dejaba de ser una religión minoritaria, socialmente irrelevante y unida todavía a un grupo étnico, para convertirse en una opción religiosa difundida por todo el territorio del imperio, con un poderoso componente interclasista y con una enorme potencia de resistir al poder romano. Y como Fraschetti deja meridianamente claro, Marco Aurelio atacó con dureza la nueva religión tanto en Occidente como en Oriente. Rompió con la política de tolerancia que implantaron Trajano y Adriano, a pesar de las afirmaciones en sentido contrario de los autores cristianos de la época, interesados en ofrecer una imagen favorable del emperador filósofo y en cargar a Lucio Vero con una responsabilidad que nunca tuvo. Marco Aurelio, concluye Fraschetti, podría haber sido considerado un nuevo perseguidor del cristianismo.

A pesar de todo, en Marco Aurelio hubo la inteligencia suficiente para comprender que a él, inclinado a la filosofía, no le correspondía hacer realidad ese estado ideal en el que Platón pensaba que habían de gobernar los filósofos: «No tengas esperanza en la constitución de Platón», escribió en sus Meditaciones (IX, 29).

Juan Manuel Cortés Copete es profesor de Historia Antigua en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Es coeditor, con Elena Muñoz Grijalbo, de Adriano Avgvsto (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2004).

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