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Este muerto está muy vivo: el legado de Sabino Arana

Ángel o demonio: Sabino Arana. El patriarca del nacionalismo vasco

José Luis de la Granja Sainz

Madrid, Tecnos, 2015

421 pp. 25 €

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Ciento cincuenta años después de su nacimiento, Sabino Arana Goiri (1865-1903) sigue siendo sin duda el personaje más controvertido de la historia contemporánea vasca. El último libro de José Luis de la Granja refleja bien, ya desde su título (Ángel o demonio: Sabino Arana. El patriarca del nacionalismo vasco) esa visión dicotómica acerca del fundador del Partido Nacionalista Vasco, que comenzó ya en vida de Arana y se ha prolongado hasta nuestros días. Y es que, para sus seguidores, el protagonista de este libro sigue siendo no sólo el creador del partido, sino también el padre de la nación vasca. Pese a que el PNV actual no comparte ya muchas de sus ideas, Arana está mucho más vivo que otros líderes políticos de finales del siglo XIX, como Antonio Cánovas del Castillo, Enric Prat de la Riba o Pablo Iglesias Posse. Por el contrario, para los sectores críticos con el nacionalismo vasco, Arana es un auténtico ogro, origen de todos los males de la Euskadi contemporánea.

Ante este debate, no es extraño que Arana haya sido objeto de una inmensa producción bibliográfica. El catálogo de la Fundación Sancho el Sabio de Vitoria (el principal centro de documentación de la cultura vasca) ofrece un total de 1.119 obras al hacer la búsqueda por palabras «Sabino» y «Arana»: 275 monografías, 378 artículos de revista, 274 capítulos de libros y un buen número de manuscritos, fotografías, carteles, obras infantiles, etc. Obviamente, habría que depurar esta muestra, que incluye por ejemplo, las obras del propio fundador o los libros editados por la Fundación Sabino Arana, vinculada al PNV, pero el nombre de esta entidad es otra prueba más de la presencia del fundador del partido en la actualidad.

Sin embargo, la cantidad de obras no siempre ha ido unida a la calidad. Así, pronto surgieron libros hagiográficos, que presentaban a Arana como un hombre predestinado, un santo sin defectos o, incluso, un mártir. De este enfoque son representativos títulos como ¡No ha muerto el maestro! (1918), La inmortalidad de Arana-Goiri (1919), Lo que debemos a Sabino (1935) o El libertador vasco (1953). En el extremo contrario, incluso en tiempos recientes, pueden citarse obras cuyo encabezamiento no deja lugar a dudas, como Sabino Arana o la sentimentalidad totalitaria (2003) o Sabino Arana o la identidad pervertida (2008). Frente a este tipo de libros, que presentan a Arana, partiendo de una posición apriorística, como un ángel o un demonio, José Luis de la Granja, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, ha optado por escribir un libro de Historia. Como no podía ser menos, se trata de una obra crítica, que en ningún momento se deja llevar por el enamoramiento que a veces afecta a los biógrafos cuando se meten de lleno en la vida de su personaje. Pero esa actitud crítica –como debe serlo cualquier obra historiográfica– lleva precisamente al autor a estudiar a Arana en el contexto de la época que le tocó vivir, a basarse en documentos, sin retorcer su significado, y a reconocer las diferentes fases de la vida política del fundador del PNV, llena de contradicciones y de matices.

En efecto, al principio Sabino Arana se entregó a la difusión de una doctrina política rupturista, que buscaba sin tapujos la independencia de Vizcaya, primero, y del conjunto del País Vasco, después, junto a un pensamiento católico integrista y una identidad nacional basada en la raza y en el odio a lo español. En 1898, Arana fue elegido diputado provincial por Bilbao, dando comienzo a la segunda etapa de su vida política, caracterizada por una moderación táctica y un acercamiento a los fueristas de la Sociedad Euskalerria, dirigidos por el gran naviero Ramón de la Sota. Esta fase moderada culminó en 1902, con su controvertida evolución españolista. Estando en la cárcel, anunció que había llegado la hora de abandonar el independentismo para luchar por «una autonomía lo más radical posible dentro de la unidad del Estado español». En 1903, sin haber aclarado del todo ese sorprendente giro, Arana fallecía en Pedernales (Sukarrieta), con solo treinta y ocho años. Estas fases de su vida política permitirían en el futuro a todos los sectores del PNV identificarse con su fundador, aun manteniendo cada uno estrategias dispares, entre la autonomía y la independencia.

En cualquier caso, Sabino Arana había revolucionado al morir el panorama político vasco: la historia del siglo XX y la Euskadi actual no se entenderían sin conocer su vida, sus ideas y su legado. Este es precisamente el objetivo de Ángel o demonio, que, sin ser una biografía completa, presenta un panorama global de su figura. Los capítulos del libro se agrupan en dos grandes partes: la primera estudia la vida y la obra de Arana; la segunda, sus símbolos y lugares de memoria. Pese a que el volumen es una recopilación de artículos –algunos publicados y otros inéditos–, esta estructura dota al conjunto de la obra de una gran coherencia. La primera parte comienza con un perfil biográfico de Arana, estructurado en las tres fases ya mencionadas: la del nacionalista radical y católico integrista (1893-1898), la del diputado provincial y político pragmático (1898-1902) y su evolución españolista (1902-1903). Los siguientes capítulos se dedican a la ideología sabiniana e incluyen la visión –siempre negativa– de Arana sobre España y los españoles, que pasará como legado al nacionalismo vasco posterior; el análisis de las cuatro míticas batallas medievales que Arana recreó en su primera obra, Bizkaya por su independencia; y el estudio del aranismo, acertadamente definido como «una ideología antitodo».

Especialmente interesante es el acercamiento al Euskeldun Batzokija, el primer centro social nacionalista, creado en Bilbao en 1894. De este embrión del PNV, el autor destaca su mezcla de sociedad recreativa y partido político –en esos años, disimulado–, que se trasladará en el futuro a las sedes sociales del PNV, los batzokis, centros de sociabilidad que han conseguido un gran éxito al unir las actividades políticas con las gastronómicas, deportivas o culturales. Precisamente otro de los aciertos del libro es resaltar la importancia de la cultura –en especial del teatro, puesto que la «novela nacionalista vasca» puede considerarse fracasada– en la difusión del primer nacionalismo vasco.

Se dedica asimismo atención a la visión aranista de la historia del pueblo vasco. Como todos los nacionalismos –y también, aunque en menor medida, otros movimientos sociales y políticos–, el vasco se empeñó desde el principio en revisar la historia de Euskadi para localizar los fundamentos de su nacionalidad. La tarea no era sencilla, porque –a diferencia de Cataluña o de otras regiones–, en el caso vasco, el conjunto del territorio reivindicado por el nacionalismo nunca había tenido una unidad institucional. Además, salvo el Reino de Navarra, las entonces denominadas Provincias Vascongadas habían vivido durante muchos siglos vinculadas a la Corona de Castilla, pese a mantener cada una de ellas sus fueros y adquirir a lo largo del siglo XIX una identidad común, compatible con la española. Por ello, Arana tuvo que hacer un esfuerzo no sólo de interpretación, sino también de reinvención de la historia vasca, convirtiendo los fueros en códigos de soberanía y la Ley de 25 de octubre de 1839 –que en realidad confirmaba las leyes particulares vascas, aunque «sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía»– en la fecha en que las cuatro provincias habían perdido su independencia, cuyo origen situaba en la noche de los tiempos. Se daba así comienzo a una literatura histórica nacionalista que iba a tener muchos epígonos en el futuro, aunque en las últimas décadas la vinculada al PNV se ha visto superada con claridad por la procedente de la izquierda nacionalista radical: todavía hoy basta dar una vuelta por cualquier librería del País Vasco para encontrar decenas de novedades de este cariz, con una notable difusión, que hacen difícil que los avances de la historiografía académica vasca –de cuya calidad es una buena muestra este libro de José Luis de la Granja– lleguen a lectores no especializados.

Como ya hemos adelantado, la segunda parte del libro se centra en los símbolos y lugares de memoria asociados a Arana. Se trata de un enfoque de gran interés, sobre el que el grupo de investigación en que está integrado De la Granja ya había adelantado sus resultados con la publicación del Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco (Madrid, Tecnos, 2012). Y es que, sin caer en enfoques radicalmente posmodernos, tan interesante para el historiador es el estudio de lo que Sabino Arana fue realmente, de su vida y de su obra, como de su imaginario posterior, de lo que ha aportado a la sociedad vasca a nivel simbólico. Tal y como se demuestra en Ángel o demonio, la herencia aranista en este aspecto es espectacular. Con perspectiva histórica, Arana no sólo consiguió que la mayor parte de los numerosos símbolos por él ideados fueran aceptados por el PNV, por el nacionalismo vasco en su conjunto y, en muchos casos, por la sociedad y las instituciones vascas, sino que el propio Arana se ha convertido en un icono, que despierta tanto amor como odio.

En esta parte del libro se estudian el origen, evolución y presencia actual de muchos de los símbolos y lugares vinculados a Arana: la ikurriña o bandera vasca (sin duda el símbolo más exitoso de los creados por el fundador del PNV); el nombre de Euskadi para designar al País Vasco; el Aberri Eguna o «Día de la Patria Vasca», celebrado en la actualidad sólo por los nacionalistas, ya que la Comunidad Autónoma Vasca carece de fiesta oficial; y el himno Euzko Abendearen Ereserkija, al principio propio sólo del PNV, pero que en la actualidad es el oficial del País Vasco, aunque no ha logrado –en parte por carecer, como el español, de letra aprobada oficialmente– la misma popularidad que los dos símbolos anteriormente mencionados o que el himno fuerista Gernikako Arbola. Junto a estos, aún podría haberse añadido algún símbolo más, en cuyo origen también se encuentra Arana, como la «esvástica vasca», derivada años más tarde en el actual lauburu, omnipresente en el imaginario vasco de nuestros días.

Pero, además, el iniciador del nacionalismo vasco ha llegado a convertirse en un símbolo en sí mismo. Así lo demuestra el hecho de que Arana sea uno de los pocos personajes de la España contemporánea (dejando aparte los miembros de la familia real o algunos santos) que ha pasado al lenguaje común sólo con su nombre de pila. En efecto, Sabino Arana es sin más, muchas veces, Sabino; un caso sólo comparable al de José Antonio (Primo de Rivera). Otra demostración del carácter simbólico de su figura es la rocambolesca historia de sus restos mortales, magistralmente explicada en el último capítulo del libro: sacados de la tumba de Sukarrieta en la Guerra Civil –con el objetivo de que no fueran profanados por las tropas franquistas que estaban a punto de entrar en Vizcaya–, se hizo creer que habían sido llevados al exilio francés, cuando en realidad estaban enterrados clandestinamente en el panteón de una familia nacionalista en la localidad vizcaína de Zalla. En 1989 se devolvieron a su emplazamiento original, pero la operación de rescate y traslado de sus restos mortales fue objeto de disputa entre el PNV de Xabier Arzalluz y su escisión, Eusko Alkartasuna, el partido creado por Carlos Garaikoetxea en 1986. Una disputa por el «cadáver insepulto» de Arana que demuestra que este sigue vivo un siglo después de su muerte, aunque para algunos sea un ángel venido del cielo y para otros un demonio salido del infierno.

Santiago de Pablo es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco. Su último libro es La patria soñada. Historia del nacionalismo vasco desde su origen hasta la actualidad (Madrid, Biblioteca Nueva, 2015).

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