Buscar

Los «musulmanes» de los campos nazis

image_pdfCrear PDF de este artículo.

El excelente artículo de Jochen Köhler sobre literatura de los campos de concentración nazis ( Revista de libros, núm. 66 de junio, 2002, págs. 2-8: «Vivir la muerte. Testimonios literarios de los campos de concentración»), traza un amplio panorama de las cuestiones más lacerantes de la vida y la muerte en los territorios del horror y del mal sobre los que los diferentes relatos de los escritores ex deportados han proporcionado visiones similares entre sí a pesar de la diversidad de sus vivencias. De entre todos los condenados a vivir en aquella atmósfera mortal, los relatos de algunos supervivientes destacan la presencia enmudecida de unos personajes inquietantes, los llamados musulmanes, sombras humanas que deambulan sin rumbo o yacen en su propia fetidez, candidatos inminentes a convertirse en humo de los crematorios. Jorge Semprún, en su libro Viviré con su nombre, morirá con el mío (Barcelona, 2001), hace de la persona de uno de estos musulmanes la figura central del relato, con el que el narrador se ve en la tesitura de tener que intercambiar su muerte para poder seguir viviendo. Primo Levi habló de estos musulmanes como de los «muertos vivientes que habían abandonado la lucha por sobrevivir», porque en ellos «se había extinguido la chispa divina». Y Köhler, por su parte, los designa como «aquellos prisioneros que se dejaban morir.»

¿Por qué, se preguntan los especialistas, un nombre tal aplicado a seres que han renunciado a luchar por la vida y están ya prácticamente al otro lado de ésta? Köhler señala que «no se conoce el origen o el porqué de su empleo habitual» (nota 1, pág. 8). Semprún, por su parte, en el libro ya citado (pág. 41), recuerda la extrañeza que le produjo oír por primera vez el término aplicado a esos seres inofensivos que ya conocía bien, y observa que su «origen es oscuro y controvertido». En cualquier caso, la existencia misma del término indica que el fenómeno fue tan extenso y notable que dio lugar a una acuñación genérica en la lengua de los campos.

Interesa señalar que las variantes culta ( Muselman) y popular ( Muselmann) están prácticamente fuera de uso y que la segunda, con -a- breve, se relaciona en la actualidad casi únicamente con la canción contenida en el Canon Caffee, del que hablaremos a continuación. Considerando el conocido nivel cultural de las instituciones nazis se puede inducir que la forma empleada en los campos de concentración era la popular. Pero, por qué razón la soldadesca nazi llegó supuestamente a designar como Muselmann a quien «optaba por dejarse morir». Una posible explicación consistiría en apuntar que una de las características atribuidas a los musulmanes es la de su sumisión incondicional al destino establecido por la voluntad de Alá, actitud que el europeo medio entiende erróneamente como sinónimo de resignación y renuncia a la lucha por la vida, cosa que los miembros de aquella pretendida «Herrenrasse» considerarían seguramente como despreciable y divertida, digna, por tanto, de mofa y escarnio. El Canon Caffee aparece atribuido a Karl Gottlieb Hering (1766-1853) y presenta el siguiente texto:

(1) C-A-F-F-E-E, / (2) trink nicht so viel Caffee! / (3) Nicht für Kinder ist der Türkentrank, / (4) schwächt die Nerven, / (5) macht dich blaß und krank, / (6) sei doch kein Musel man, / (7) der es nicht lassen kann!

Que es posible traducir de la manera siguiente:

[Café:] / [¡no tomes tanto café!] / [No es para niños ese brebaje turco:] / [afloja los nervios,] / [te vuelve pálido y enfermo;] / [¡no seas como los musulmanes,] / [que no se pueden dominar!]

Para el objeto de nuestra búsqueda está claro que precisamente los versos (5) y (6) del Canon Caffee ofrecen un documento innegable de asociaciones sintagmática y paradigmática entre los conceptos «blaß und krank» («pálido y enfermo») y «Muselmann». Si se considera además la fecha notablemente anterior al fenómeno nazi y la popularidad de este Canon, no resulta en absoluto aventurado establecer la hipótesis de que precisamente este texto ha servido de base a la soldadesca nazi encargada de vigilar a los deportados de los campos de concentración para calificar como «Muselmann» «a aquellos […] que optaban por dejarse morir», tanto más cuanto que aparecían como personas que no se podían dominar (verso 7). Una prueba más de ello hay que verla en el hecho documentado de que la forma utilizada por los torturadores nazis fue precisamente la popular que aparece en ese Canon. En efecto, no sólo el singular «Muselmann», sino incluso el plural «Muselmänner» son las formas que emplea Jorge Semprún en su Bleiche Mutter, Zarte Schwester, refiriéndolas expresamente a las víctimas de los nazis y en contraposición a la variante culta, que presenta bajo la forma «Muselmane« (pág. 55), la cual a su vez aparece explicitada como «vraiment musulman» en la versión francesa de esa obra, Le retour de Carola Neher (pág. 52).

La caracterización del musulmán como un pueblo «pálido y enfermo» por el uso y abuso del café es anterior no sólo a la época nazi, sino también a la del mismo autor del Canon, K. G. Hering (1766-1853). Está relacionada, en efecto, con el ataque de Viena por los turcos en el siglo XVII.

De hecho, el patronímico «turco» era ya sinónimo de «musulmán» por lo menos desde el siglo XVI en virtud de las campañas antiturcas de los Habsburgo. En cuanto a la introducción del café en Europa, circula la especie de que al levantar el cerco de Viena apresuradamente, los turcos dejaron abandonados unos sacos de café, lo cual proporcionó la ocasión a los vieneses para entrar en contacto con dicha bebida. El hecho es que a partir de entonces el patronímico «turco» pasó a ser también sinónimo de «bebedor de café» o, por decirlo de otro modo, el «café» fue designado como el «brebaje turco». Más aún, por ese camino y tal como el Canon de Hering demuestra, «turco» y «musulmán» pasaron a ser sinónimos de «persona sin nervio, pálida, enfermiza y sin voluntad».

Merece la pena considerar cuál pudo haber sido la base de comparación que posibilitó la afirmación de que el café afloja los nervios y vuelve a las personas pálidas, enfermas y sin voluntad. Una idea, por cierto, en la que abundan diversas obras del barroco: recuérdese la Kaffee Cantate de J. S. Bach, en que un padre intenta por todos los medios, pero inútilmente, mantener a su hija apartada del café. No se puede concluir sino que se trata de una intención difamatoria sin ninguna base real, posibilitada por la ignorancia de sus autores y originada en una actitud propagandística tendente a evitar cualquier tipo de simpatía hacia el turco, poderoso militarmente, pero infiel y anticristiano, y hacia las manifestaciones de la cultura turca.

Según estas consideraciones resulta que los nazis utilizaron simplemente una acuñación cultural anterior, adulterándola en función de sus particulares experiencias y su falta de escrúpulos culturales. Si ya desde el siglo XVII y sobre todo desde el barroco existía el estereotipo de que el pueblo musulmán carecía de voluntad y estaba pálido y enfermo por el uso y abuso del café, los nazis indujeron bárbaramente que quienes estaban «pálidos y enfermos» merecían ser designados como «musulmanes», pues estaba claro además que, en sus últimos estadios, carecían de la voluntad de vivir. Un papel fundamental en la transmisión y consolidación de esa ideología lo ha desempeñado el conocido canon musical «Caffee», atribuido a Karl Gottlieb Hering (1766-1853).

(P. S.: Agradecemos las sugerencias de C. Peñamarín, D. Fricke y W. Schlör. ).

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

5 '
0

Compartir

También de interés.

El cometido de la demolición

Planeta Wikipedia

Durante el pasado mes de febrero, el primer ministro británico, Gordon Brown, sucumbió a…