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Los golfos apandadores

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Imagínese que ha vivido varios años de su vida en el miedo más cerval, rodeado de una camada de sociópatas asesinos que mataba a capricho y sin dar explicaciones. Imagínese que, en algún momento, la pesadilla terminó. Llegaron nuevos capataces que tampoco eran perfectos. Robaban a mansalva y su codicia jamás se colmaba. Pero le libraron a usted de los matarifes y su vida dejó de pender de un hilo cada día más frágil. Si esas fueran las dos únicas opciones entre las que usted pudiera elegir, ¿por cuál se decidiría? Para una gran mayoría de camboyanos, no ha habido discusión. A Hun Sen, el actual primer ministro, lo ven muchos de ellos como a un doble del Pete Pata Palo de mis tebeos infantiles, el jefe de los golfos apandadores agrupados en los altos escalones del CPP (Cambodian People’s Party o Partido Popular Camboyano). Son una banda temible y cada día amanecen con nuevas tretas para apropiarse de lo ajeno. Pero, y en esto se separan de los sociópatas asesinos, saben perfectamente que los muertos no ganan dinero. Son como los bandidos sedentarios de Mancur Olson, esos que le proponen a usted respetarle la vida para que así pueda usted seguir pagándoles con una parte de sus ingresos. Y usted, como si fuera natural de Estocolmo, se enternece y les vota. Eso es lo que, dicho sea en pocas palabras, ha sucedido en Camboya desde las elecciones de 1993, las primeras después del desalojo de los jemeres rojos en 1979.

Según Transparency International, de un total de ciento setenta y siete países, Camboya ocupa el puesto número ciento sesenta en el índice mundial de corrupción percibida. Es el país peor evaluado del sudeste asiático, por detrás de Myanmar, Laos o Filipinas. En ese clima, todo el que puede apanda. Hay muchas formas de hacerlo. La más común, en Camboya igual que en otros lugares, va unida al planeamiento urbano. El ejemplo más señero ha sido el del lago Boeung Kak, al noroeste de Phnom Penh, la capital. De manos a boca, en 2007, los habitantes de esa zona popular se enteraron de que el ayuntamiento había decidido ceder el área por un plazo de noventa y nueve años a la compañía Shukaku Inc., propiedad de la esposa de un senador del CPP. El terreno tiene una extensión de 133 hectáreas, un poco menos que el Retiro madrileño. La compañía, en la que más tarde entraron inversores chinos, se propone desecar el lago y urbanizarlo con rascacielos, adosados, campos de golf, centros comerciales y demás, desalojando de paso al vecindario. Los títulos de propiedad en Camboya nunca han estado muy claros, especialmente después de que los jemeres rojos, en su simpar combate contra la propiedad privada, los destruyesen, así que a los vecinos de la zona no les resultaba fácil demostrar que las tierras que ocupaban eran suyas. La compañía adjudicataria iba a pagar unos 79 millones de dólares y las indemnizaciones propuestas para las cuatro mil quinientas familias a desahuciar eran de ocho mil dólares para cada una. La zona cuyo uso se cedía por un siglo a la urbanizadora es, pues, enorme, céntrica, y tiene el potencial necesario para convertirse en una mina de oro. Algo semejante sucede con la explotación de los bosques. O se desfalca el dinero público. Otro ejemplo: Global Fund, una filial de la Organización Mundial de la Salud, ha denunciado recientemente que los funcionarios encargados de un plan para facilitar redes antimalaria en zonas rurales se han quedado con una coima de cerca de medio millón de dólares a cargo de las empresas concesionarias. Para limitar tanta tropelía, y a instancias de sus donantes internacionales, el gobierno puso en marcha la ACU (Unidad Anticorrupción), pero, pese a sus incansables esfuerzos, la ACU no sólo no encuentra corrupción por ningún lado, sino que acusa a sus denunciantes de calumniadores. Por su parte, los países donantes siguen firmando cheques, uno tras otro, y los golfos apandadores, haciendo de las suyas. Pero el clamor anticorrupción arrecia y, una vez más, Hun Sen ha tenido una idea brillantísima. A partir del curso próximo, la lucha contra la corrupción se convertirá en una asignatura que todos los estudiantes habrán de cursar.

Una mayoría de comentaristas, yo incluido, pensaba que las elecciones del pasado 29 de julio iban a traer otro tanto de lo mismo. Y así ha sido. O así lo parece, porque, entre medias, los comentaristas, yo incluido, nos hemos llevado una sorpresa. El resultado oficial de las elecciones, como digo, se ajustó al pronóstico mayoritario. El CPP, el partido de Hun Sen, las ha ganado con un 49% de los votos y se ha adjudicado 68 de los 123 escaños de que se compone el parlamento, logrando una mayoría absoluta. Así lo certificó la Junta Electoral. Aun si fuera cierta, es una victoria encanijada, pues el retroceso del CPP ha sido notable, un nueve por ciento respecto a 2008, amén de una pérdida de 22 escaños. ¿Qué ha pasado? La hipótesis más extendida implica que el síndrome de Estocolmo ha dejado de funcionar. Basta con echar un vistazo a la pirámide demográfica de 2013, teniendo en cuenta que la mayoría de edad electoral son los dieciocho años. Entre 2008 y 2013 la han alcanzado cerca de un millón setecientos mil nuevos votantes. Ni ellos ni el grupo quinquenal que les precede han conocido a los jemeres rojos más que de oídas. Cada vez más pertenecen a la segunda generación posjemer, es decir, son hijos de gente nacida ya después del final de los sociópatas asesinos. Así que, si a alguien conocen bien, es a los golfos apandadores cuyas fechorías tienen que soportar a diario. Si, además de jóvenes, son habitantes de las ciudades y tienen un mínimo de educación, han votado mayoritariamente por la oposición.

Pero hay otra hipótesis que parece más verosímil cada día que pasa: la victoria del CPP ha sido fruto de la manipulación gubernamental; vamos, que ha habido pucherazo. Desde el mismo día de su derrota electoral, así lo denunció la oposición, que se agrupa bajo las siglas CNRP (Cambodia National Rescue Party o Partido para el Rescate Nacional de Camboya). Según la Junta Electoral, el CNRP obtuvo un 44% de los votos y 55 escaños. Como es de imaginar, en un país tan pobre como Camboya, nadie sabe de verdad cómo se elabora el censo electoral, lo que dio pie a numerosas reclamaciones de personas que no aparecían en él y no pudieron votar. Por otra parte, la compra o la manipulación de los votos es habitual. Las conclusiones de un estudio de la Alianza para la Reforma Electoral, un grupo compuesto por diversas ONG internacionales y locales, hacen planear serias dudas sobre la versión de la Junta Electoral. 32 colegios electorales de un total nacional de 902 tuvieron una participación igual o superior al 100%; en siete de ellos estuvo por encima del 110%. «En [los colegios que tuvieron] una participación significativamente superior a la media nacional, el CPP ganó en mayor medida que en los demás […]. En algunas provincias muy competidas, cuando la participación fue similar a la media nacional, el CNRP ganó; allí donde fue muy superior, ganó el CPP». Una anécdota puede ayudar a ilustrarlo. Para evitar el voto plural, se marcaban las manos de los votantes con una tinta indeleble proporcionada por la embajada de India. Pero resultó que la mancha salía tan pronto como se limpiaban las manos con zumo de limón o con lejía.

El CNPR es, pues, por ahora, la única alternativa frente al autoritarismo desarrollista y cleptómano de Hun Sen y los golfos apandadores. Pero, por más que uno tienda a creer que, efectivamente, al CNRP le han birlado las elecciones y dé a sus partidarios el beneficio de la duda en cuanto a corrupción (la suya es hoy la virtud forzosa de quienes no han tocado aún el poder), su campaña electoral estuvo marcada por un populismo rabioso y patriotero. Su líder más conocido, Sam Rainsy, denunciaba continuamente la corrupción gubernamental al tiempo que hacía promesas de aumentos vertiginosos del salario mínimo. Pero, sobre todo, juraba librar al país de la hegemonía vietnamita. Los inmigrantes yuon (un término despectivo que los camboyanos aplican a los vietnamitas) estaban robando puestos de trabajo a los nacionales; los comunistas vietnamitas habían impuesto y mantenido el régimen de Hun Sen; Vietnam, en fin, se había incautado de buena parte de la patria antes de la colonia y luego, con ayuda de los franceses, había rematado el expolio. ¿No era acaso Prey Nokor el nombre original de Saigón y no habían sido camboyanos sus fundadores? ¿Habrá que olvidar que el sur de Vietnam formaba parte del imperio jemer y que su nombre legítimo es Kampuchea Krom, esto es, Camboya meridional?

EL CNRP rehusó aceptar el resultado electoral y sus diputados no tomaron posesión de sus escaños en el parlamento. Durante meses lo han boicoteado, reclamando la dimisión de Hun Sen y la celebración de nuevas elecciones. El pasado 10 de diciembre entraron en una nueva etapa con la convocatoria de una manifestación en Phnom Penh y, alentados por el éxito de la primera, han mantenido la presión con otras a diario. Los pasados 22 y 29 de diciembre reunieron a decenas de miles de personas, en las demostraciones antigubernamentales más concurridas de la reciente historia camboyana. Desde entonces, su protesta ha confluido con una amplia huelga de los trabajadores del sector textil que piden un salario mínimo mensual de 160 dólares (116 euros).

Por su parte, Hun Sen, que nunca ha temido llegar hasta las últimas consecuencias cuando ha visto peligrar su poder, ha hecho gala de la misma determinación ignaciana ante la incertidumbre que hemos visto afirmarse en Corea del Norte, en Vietnam y en Tailandia. El 27 de diciembre declaró que ni pensaba dimitir, ni iba a convocar nuevas elecciones. Por su parte, a los huelguistas del sector textil su gobierno les ha hecho una oferta de 95 dólares (70 euros) mensuales de salario mínimo. En tiempos de desolación, nunca hacer mudanza.

Mis cursos en China acabaron el mes pasado y decidí huir del frío vandálico de Manchuria para pasar lo peor del invierno al calor de Phnom Penh hasta que, después del festival de primavera (el año nuevo chino), tuviese que volver a las clases.

Poco imaginaba yo que la temperatura local en Phnom Penh amenazaría con romper el termómetro.

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Ficha técnica

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