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El príncipe de Argovia (II)

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Las enseñanzas del príncipe Mayerling, tal como se exponen en El canon pitagórico, se basan en cinco principios fundamentales. 

1. La conciencia es independiente del cuerpo

El primero es que la conciencia es independiente del cuerpo. El príncipe Mayerling llegó a esta conclusión por varios caminos. El primero de ellos fue la lectura de los antiguos tantras y aghamas, y de textos como el Gerhanda Samhita o Descripción de las seis ruedas, o el famoso Tantra del mono, que se había convertido en algo así como su Biblia. El segundo, quizás el definitivo, surgió durante sus estudios de medicina y fisiología, y consiste en el testimonio de personas a las que se consideraba clínicamente muertas y que, después de pasar varios minutos, en ocasiones períodos de hasta veinte minutos, con el corazón parado y el cerebro sin riego sanguíneo, lograban ser reanimadas y regresaban a la vida contando sueños y visiones y describiendo las cosas que sucedían en la habitación mientras estaban «muertos». Las visiones solían repetirse en unos casos y en otros. Los pacientes contaban que se habían visto a sí mismos tendidos en la cama, como si flotaran en lo alto de la habitación, y en muchas ocasiones contaban lo que había sucedido durante esos minutos, los esfuerzos de los médicos por reanimarlos e incluso las palabras dichas por los médicos o los actos que habían tenido lugar en la habitación. Hablaban también de encontrarse en un lugar oscuro en el que no sentían ningún miedo, y también de una especie de túnel que giraba sobre sí mismo o se abría para ellos, de un paisaje maravilloso visto al fondo del túnel, un lugar lleno de flores y de luz radiante, en el que se oía una música maravillosa y en el que, en muchos casos, había presencias benignas que les esperaban, a menudo parientes ya fallecidos. Los que llegaban a este lugar no deseaban volver de ningún modo, y sentían una enorme tristeza al verse de nuevo arrastrados hacia el mundo de la vida. El testimonio de cientos de experiencias similares, que él mismo fue recogiendo a lo largo de los años, confirmó al príncipe Mayerling que la conciencia puede existir sin el concurso del cerebro, y que el cerebro y el sistema nervioso son meros soportes materiales de algo que existe más allá de ellos.

Más tarde, el propio príncipe tuvo experiencias similares durante su práctica del yoga y la meditación, que siguió llevando a cabo con tesón durante largos años y que le confirmaron que esas visiones de sí mismo desde lo alto, de lugares oscuros, de luces brillantes, de túneles y de lugares paradisíacos, no eran exclusivas de los moribundos, sino que estaban al alcance de cualquier ser humano. A las experiencias fuera del cuerpo las llamó «viajes del doble» o «viajes sutiles», basándose en la hipótesis de que el ser humano tendría dos cuerpos: uno físico, hecho de células, y otro sutil, hecho de luz o de energía. A partir de aquí, el príncipe Mayerling comenzó a estudiar la anatomía sutil. Supuso que el ser humano tenía dos cuerpos, sin contar con la mente, alma, espíritu o cualesquiera que fueran sus niveles meramente espirituales. Aquí es donde los tantras indios vinieron en su ayuda, ya que en estos viejos textos se describe la anatomía sutil con inusual detalle. Así, el príncipe comprendió que el ser humano no es un compuesto de «cuerpo» y «alma», tal y como nos lo ha transmitido la tosca tradición occidental, sino que está formado de una serie de cuerpos y de envolturas. Aprendió que el «alma» o parte mental o espiritual no está «dentro» del cuerpo, y que la verdadera forma del hombre no es la antrópica que conocemos, sino otra que él describe como un huevo de energía que proyecta hacia abajo, en forma de pirámide, una serie de envolturas progresivamente densas. El huevo de energía está conectado a su vez con todos los otros huevos de energía mediante algo que él llamó «la flor del alma», que nada tiene que ver con el concepto cristiano de alma individual, y que es un nivel de la conciencia que se abre a algo llamado la Gran Mente, o mente transpersonal. Cuando uno entra en contacto con la Gran Mente se abren para él las puertas del conocimiento. Puede ponerse en contacto a distancia con otras personas, conocer el pasado y el futuro y acceder a vastos bancos de información, muchas veces bajo la forma de imágenes o visiones. Por medio de la Gran Mente uno puede verse a sí mismo, puede ver y curar a otros a distancia, puede conocer el futuro, puede resolver obstáculos, puede comprender las más abstrusas cuestiones y puede, en fin, obtener lo que llamamos «inspiración» para todo tipo de cuestiones espirituales, emocionales, personales, artísticas, técnicas o científicas.

2. La mente es mecánica: yo no soy mi mente ni pienso mis pensamientos

Fue así, practicando el pranayama, las diversas técnicas de concentración, el canto de mantras, las posturas sagradas llamadas asana y las otras técnicas tántricas, como logró hacer otros dos descubrimientos fundamentales. El primero, que sería el segundo principio básico de la enseñanza, es que nuestra mente no es «nuestra» en absoluto. Nuestra mente, explica el príncipe Mayerling, es una máquina que se mueve gracias a un automatismo continuo. Funciona por sí misma, movida por fuerzas que no conocemos y que sólo podemos describir como «mecánicas» y que, en cualquier caso, son ajenas a nuestra voluntad. La mente genera pensamientos, establece razonamientos y distinciones, genera imágenes y recuerdos y procesa las sensaciones del cuerpo, las impresiones y los temores y preocupaciones. Esas son sus funciones corrientes. La mente tiene hábitos y es adicta a las emociones negativas. Se basa en valores aprendidos desde la infancia, en ideas, principios y símbolos venidos de fuera de nosotros. La mente procede por distinciones y clasificaciones. Es binaria: entiende las cosas en términos exclusivos, de modo que, para ella, las cosas sólo pueden ser «verdad» o «mentira». Es un error identificar nuestra mente, que es una mera herramienta para organizar los datos de los sentidos, con nuestro «yo». Es un error, también, considerar que los pensamientos que la mente genera de forma automática e independiente de mi voluntad son «mis» pensamientos. Este error, este pequeño error, afirma el príncipe Mayerling, ocupa toda la vida humana. ¿Cómo van a ser mis pensamientos los pensamientos de una máquina? ¿Cómo voy a ser «yo» quien piensa mis pensamientos cuando estos brotan solos en mi cabeza sin que yo pueda hacer nada por detenerlos, por crearlos, por cambiarlos? No soy yo el que piensa, clama Mayerling, ¡yo soy el pensado! Yo no soy el que piensa: soy la suma de los pensamientos que brotan en mi mente. Es un error, dice el príncipe Mayerling, considerar que nosotros tenemos «voluntad» o «libre albedrío», cuando todo lo que pensamos y sentimos viene determinado por la acción de un órgano mecánico. Lo que llamamos «vida humana», dice el príncipe Mayerling, es el resultado de nuestra identificación con nuestra mente. Nosotros no conocemos la verdadera vida. La verdadera historia del hombre todavía no ha comenzado.
Esta es una de las obsesiones de Mayerling y uno de los temas centrales de su «canon»: que la historia del hombre todavía no ha empezado.

3. No conocemos nuestro verdadero yo. Lo que llamamos «yo» es una mera creación de la mente

El segundo descubrimiento, que se desprende del anterior y que constituye el tercer principio de la enseñanza, es que lo que solemos llamar «yo», producto de la mente mecánica, no tiene una verdadera existencia. El yo, dice el príncipe Mayerling, no es más que una marioneta movida por hilos diversos. Estos hilos corresponden a la mente y al cuerpo. Son los sentidos, los principios, las ideas, los estados cambiantes de la mente (ya que la mente cambia sin cesar y sin que nosotros podamos controlar sus cambios), así como el trabajo de los órganos y las glándulas del cuerpo, junto con la genética, los condicionamientos aprendidos y heredados, los hilos que mueven a la marioneta. Pero la marioneta, por linda, por hábil, por ingeniosa que sea, no es más que una marioneta. De igual modo que la marioneta no es una persona, sino un trozo de madera, es decir, un trozo de un árbol lijado y pintado, el yo no es más que un compuesto de impresiones, recuerdos, imágenes, detrás de los cuales no hay nada más que una sombra del verdadero yo. Eso que llamamos «yo», explica el príncipe Mayerling, es en realidad una sucesión de pequeños «yoes», cada uno con su estado, con su preocupación, con su obsesión. Somos las víctimas, los esclavos, de estos yoes cambiantes, que no sólo son todos distintos y desean y planean y piensan cosas distintas, sino que ni siquiera se conocen entre sí. Carecemos de verdadera voluntad y de verdadera vida porque nosotros, nuestro verdadero yo, no está nunca en nuestra vida. Vivimos toda nuestra vida ausentes, dice el príncipe Mayerling. Vivimos la vida de una marioneta que tiene, en ocasiones, visiones o sensaciones de la verdadera vida. El trabajo de la universidad parte de estas visiones y sensaciones de la verdadera vida, que podemos alcanzar, si somos afortunados, en ciertos momentos excepcionales de transparencia y de visión, muchas veces a causa de un fuerte shock emocional, bien como consecuencia de un cambio vital, bien por mero azar, bien como resultado de una intensa experiencia estética.

Este último punto me parece digno de subrayar. Para el príncipe Mayerling, la función del arte no es otra que traernos el recuerdo, o más bien la sensación, de la verdadera vida. El arte, dice el príncipe, al igual que la vida, no hay que entenderlo, sino experimentarlo. El arte no ha de «enseñarnos» nada, sino hacernos sentir la vida. La función del arte, como la de la meditación, es ayudarnos a ir más allá de la mente, más allá de nuestra parte mecánica. Allí comienza el país de la realidad. Allí puede aparecer la Presencia. Allí podemos comenzar a sentir, quizá, quiénes somos y cuál es el sentido de nuestra existencia.

4. Todo lo que existe es energía. La materia y la conciencia son energía

El último gran descubrimiento del príncipe Mayerling, y cuarto principio de su enseñanza, es que todo lo que existe es energía. No sólo la materia es energía, algo que los textos tántricos saben ya desde hace milenios, sino también el pensamiento, la mente, lo que llamamos imaginación, lo que llamamos emociones. Son energías que son fuerzas que son dioses, dioses que son fuerzas que son energías. La conciencia es energía, y se comporta como un campo, es decir, una cierta extensión en la que opera una cierta magnitud y en la que cualquier cambio operado en cualquier punto afecta a todos los demás. El ser humano no es más que una forma de la conciencia, una parte del campo de la conciencia. Su forma antrópica, la que conocemos de forma inmediata a través de los sentidos, forma parte del campo morfogenético de la conciencia. Lo que llamamos amor, voluntad, mal, bien, ética, inspiración, tristeza, ambición, claridad, sabiduría, no es más que energía. Para conocer la realidad es necesario, concluye el príncipe, conocer las leyes de la energía, los distintos tipos de energía y la forma en que actúan.

Somos, dice el príncipe Mayerling, seres multidimensionales, criaturas de luz, fragmentadas y atrapadas en una dimensión excesivamente densa que nos hace convencernos de que no somos más que un cuerpo y que sólo existe lo que podemos ver y tocar con los sentidos. La Danza, el Canto, la Música, la Poesía, son las vías más directas que tenemos de comenzar a experimentar y de comenzar a intuir nuestra verdadera naturaleza. Luego siguen las técnicas tántricas, que tienen que ver con los centros de energía del cuerpo, con la ciencia de la respiración y con las distintas técnicas para parar y controlar la mente.

5. Es posible conocer realidades objetivas entrando en el interior

Existe, además, un quinto principio en la enseñanza del príncipe Mayerling. Se trata de la convicción de que existen dos formas de conocer la realidad, una saliendo hacia el exterior, comprobando, midiendo, tocando, tal y como hace la ciencia clásica, y otra adentrándose en el interior, que es el camino del arte y también el de la meditación. De acuerdo con la metáfora del príncipe Mayerling, el ser humano posee una «estructura enigmática», una especie de trompe l’œil epistemológico. A través de los ojos, los oídos y los demás sentidos, podemos percibir el mundo, la realidad objetiva y física. Pero al cerrar los ojos y entrar en nuestro interior, no nos recluimos en un mundo de visiones puramente subjetivas, afirma el príncipe Mayerling, sino que podemos tener acceso a una puerta interior que nos pone de nuevo en contacto con la realidad objetiva. Esta doble forma de conocimiento es la base del conocimiento humano y es conocida y utilizada prácticamente en todas las culturas excepto en la nuestra, que ha considerado necesario negar la forma de conocimiento interior para poder desarrollar con eficacia la exterior. Quizá por esa razón, afirma el príncipe Mayerling, nuestra ciencia y nuestra técnica han alcanzado esos niveles asombrosos de desarrollo, que no tienen paralelo en ninguna cultura del planeta. Pero, llegados a este punto, observa el príncipe Mayerling ¡ya a finales del siglo XIX!, nos corresponde a nosotros integrar los dos aspectos del conocimiento librándolos de toda confusión religiosa y de esa nebulosa más o menos poética y sentimental que aqueja muchas veces a los estudios del interior. Porque lo que llamamos «interior» y lo que llamamos «exterior» están unidos. Y porque en realidad todos los descubrimientos que hacemos en el mundo exterior, ya sea en medicina, en física, en cosmología, dependen de intuiciones venidas del conocimiento directo de las cosas que tenemos a través de esa «ventana» que hay en nuestro interior y que une, por muy extraño que nos resulte aceptarlo, nuestra psique profunda con el mundo. Ambas formas de conocer han de cultivarse y complementarse, ya que el conocimiento que adquirimos mediante la Imaginación Activa y la Meditación, es objetivo y empírico. No es cierto, tal y como se nos ha intentado convencer por espacio de siglos, que la ciencia convencional sea la única forma de conocer cosas objetivas y que lo que encontramos en nuestro interior tenga un carácter «subjetivo» y psicológico. En nuestro interior hay un nivel psicológico que corresponde a la mente y es, por tanto, puramente subjetivo (es todo aquello que tiene que ver con la opinión, el punto de vista, etc.), pero hay también otro nivel que no es psicológico.

Terminaremos esta entrega, como hicimos con la anterior, con otro de los poemas de Mayerling, en este caso el titulado «Música».

Música

Sólo la música nos salva, porque nos trae el silencio.
Oh, voz del viaje interior, que atraviesas las selvas
del tiempo y el espacio. Oh, nuevo sol que ocupas
el lugar del sol con un oído luminoso en vez de un ojo.
¿Acaso no son boca, ojo y oído como las diferentes partes de una flor
en cuya corola, inmensa como una nube, renacemos
como niños nuevos, húmedos de albúmina y rocío?
Escucha al que nace en ti y deja que ocupe tu cuerpo,
tus viejos hábitos, tus pensamientos y tu vida.
Observa con qué fresca facilidad tiende las doradas velas
y se ocupa del timón, y con qué elegancia
el barco se aleja trazando un surco seguro en el infinito mar.
No necesita astrolabio, pues él mismo es sol y estrella.
Si le preguntas hacia dónde va, te contesta:
«Adonde me lleva mi canción».

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Ficha técnica

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