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Cubicando la democracia

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España tiene una superficie de 506 mil km2, kilómetro cuadrado más o kilómetro cuadrado menos. Como cada kilómetro cuadrado tiene 1 millón de metros cuadrados, resulta que hay 506 mil millones de km2. Pongamos cuatro personas en cada metro cuadrado y tendríamos 2.024 millones de personas en una gigantesca lata de sardinas en la que estaría la cuarta parte de la humanidad. O, si le damos a cada metro cuadrado un valor económico, por ejemplo, patrimonial, solo a precio de rústico, unos 15 euros por metro cuadrado, llegaríamos a una cifra desorbitante de 7,59 billones de euros, unas 6,3 veces el PIB español y algo más de 160 mil euros por habitante hoy.

Estas cubicaciones, incomparable gemelo, vienen a cuenta de las que se hacen regularmente con motivo de las manifestaciones de la ciudadanía por motivos reivindicativos, políticos o cualesquiera otros. Sucede que, sistemáticamente, especialmente cuando las manifestaciones son políticas, se ofrecen diversas mediciones que, además, se alejan desorbitadamente las unas de las otras.

Esto sucedió con la manifestación del pasado sábado 21 en Madrid, en la plaza de Cibeles, donde una serie de organizaciones civiles y políticas habían convocado a la ciudadanía para manifestarse contra el gobierno de Pedro Sánchez. Dejando aparte los motivos y el doctrinarismo que caracterizan a este tipo de manifestaciones de rechazo político, se produjo una vez más la archiconocida discrepancia a la hora de valorar la afluencia ciudadana a la manifestación. Según los organizadores se rozaron las 300 mil personas; según los medios afines al gobierno, sin embargo, apenas se alcanzaron los 30 mil, diez veces menos. Si una cosa y otra que se le parece no son la misma cosa, 300 mil y 30 mil no pueden estar más alejados y alguien, obviamente, no lleva razón. Normalmente, en este tipo de asuntos, nadie lleva la razón.

Una vez, uno de nosotros tuvo la fortuna de escuchar en la radio la siguiente y desternillante noticia. El locutor contaba de una manifestación de policías que había tenido lugar en una conocida capital europea y, refiriéndose a la estimación del número de manifestantes, relataba aquel buen hombre que «según los organizadores» habían acudido unos 20 mil manifestantes y, «según la policía», unos 2 mil. Lo decimos con sorna, claro porque resultaba ser el caso que los organizadores y la policía eran los mismos.

La capacidad de cubicar un espacio lleno de gente, dado el parámetro clave de (hasta) cuatro personas por metro cuadrado, está al alcance de cualquier persona que conozca las cuatro reglas. Si se conoce que un espacio tiene 200 metros cuadrados y en cada metro cuadrado caben 4 personas como máximo, cualquiera puede deducir que en ese espacio cabrán 800 personas. Pues bien, dando 9 mil metros cuadrados útiles de superficie estricta a la Plaza de Cibeles, como se ha comentado estos días en los medios, se obtiene un aforo máximo de 36 mil personas.

El Paseo del Prado y el de Recoletos, que convergen en Cibeles a norte y sur, respectivamente, tienen una anchura aproximada de 100 metros cada uno, mientras que la Calle de Alcalá, que atraviesa Cibeles de oeste a este, tiene unos 50 metros de anchura en ese punto. Fuera del perímetro estricto de la Plaza de Cibeles, concedamos a las calles mencionadas en sus cuatro tramos que convergen en la plaza, una ocupación masiva de otros 50 metros de longitud. Esta hipótesis determina cuatro áreas de ocupación máxima que suman otros 15 mil metros cuadrados, lo que nos da unos 60 mil manifestantes adicionales.

En total, y por el método del dedo gordo, obtenemos un máximo teórico de 96 mil personas, muy lejos de los dos extremos que hemos comentado antes. Algunos medios, con evidente prudencia, aludieron a «unas docenas de miles» y, obviamente, acertaron. Una prudencia calculada, creemos, a sabiendas de que por unas docenas de miles la mayoría de la gente entiende unas (pocas) docenas de miles. Y ya está.

El caso es que nunca sabremos cuantas personas acudieron a esta (y tantas otras) manifestación y durante meses seguiremos hablando de la manifestación de Cibeles del 21 de enero de 2023 aquejados del sesgo de confirmación, que consiste en aceptar como válida cualquier información que encaje en nuestros apriorismos. Y ni siquiera sabremos si esa manifestación ha servido para algo.

La democracia no se puede cubicar porque es cada vez más difícil encontrar una opinión mayoritaria crítica y libre. Cuando se da la polarización social el diálogo no fluye y los argumentos no convencen, aunque sean buenos porque todo el mundo piensa que los argumentos que vienen de otras partes están sesgados y que, para eso, mejor quedarse con los propios. La sociedad no se polariza por gusto o por vicio, sino que la polarizan los políticos extremistas. Una sociedad que no inspira democracia por cada uno de sus alvéolos corre el riesgo de intoxicarse.

Sea cual fuere la asistencia efectiva a la manifestación del 21-E, ya se ha visto que no fue una concentración de cientos de miles de personas, o de más de un millón, que son las que hacen cambiar las cosas. Por algo será. Sólo las urnas de este año nos darán un registro material del apoyo a las diferentes opciones políticas. Ese cubicaje es el que realmente cuenta, ya que es exacto y fehaciente: tantos votos por distrito censal, para cada contendiente.

Desgraciadamente, las elecciones tampoco están libres de intervenciones que, mutatis mutandis, se parecen a las de los cubicadores de manifestaciones: las gravísimas acusaciones, a menudo alegre e inconscientemente lanzadas al aire, de que se ha manipulado el número de votos emitidos. Manipular unas elecciones es infinitamente más grave que especular con el número de asistentes a una manifestación y ocurre solamente en sociedades políticamente corrompidas. Y aquí lo dejamos, porque nos flojea la memoria y no recordamos a ciencia cierta si alguna vez alguien sugirió que algo de esto había sucedido en nuestra joven democracia española. Aunque lo mencionamos así de prudentes como aviso a mareantes para las que vienen.

Hay otras formas de cubicar la democracia aparte de cuestionar interesadamente el número de asistentes a una manifestación a favor o en contra del gobierno o manipular las elecciones. Por ejemplo, copar las cuotas de las instituciones de manera desproporcionada (en el tiempo y en el espacio) con los partidarios de uno. Como sucede en Consejo General del Poder Judicial desde hace años. Ya está mal que los cupos políticos y las etiquetas tan impropias como «jueces progresistas» y «jueces conservadores» sean moneda corriente. Pues peor aún es que a ese despropósito se aferren los representantes políticos desatendiendo la renovación de los mandatos vencidos sin explicación alguna. Explicación que no tienen porque no existe. Se acabó el mandato, pues se renueva el cargo, aunque manden los contrarios. Se siente. Y si no gusta este sistema de cupos, cámbiese cuanto antes con sentido de la responsabilidad y con sentido común. Los ciudadanos somos legos, no nos confundan con esto, porque nunca tendremos mejor criterio que el recto criterio.

Se cubica la democracia, por fin, cuando los diputados con acta que ellos creen de su propiedad se pasan de cuadrilla (espacial, pero también política). En esta ocasión, se les toma el pelo a los votantes sin que estos puedan reaccionar. Sucede constantemente y ya casi ni se le da importancia, o si se le da es cuando lo hace el contrario. Esta popular corrupción del sentido del voto hace las delicias de los medios, pero es profundamente vergonzosa desde el punto de vista personal e impropia de gente bien educada en valores políticos.

¿Debemos concluir, incomparable gemelo que democracia española se cubica y se «descubica» a voluntad de los representantes políticos? Pues sí, claro, es por su magra voluntad que esto sucede y, siendo malo, podría ser peor. Cubicar la democracia, en definitiva, es tratar de encasillar sus elementos constitutivos como la libertad de manifestación, el voto, la participación de los altos funcionarios en las instituciones fundamentales del Estado o la representación popular (alienando el derecho de los ciudadanos a la representación que estos han elegido) en celdas conformadas por la ideología extremista, el diálogo de sordos, el sinsentido común o los intereses personales o partidistas. Cubicar y «descubicar» la democracia, además, es más grave cuando se hace a sabiendas. Lo que sucede la mayor parte de las veces.

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Ficha técnica

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