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Conservar la memoria

Ojos que no ven

J. Á. González Sainz

Anagrama, Barcelona, 2023.

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Han pasado 13 años desde la primera publicación de esta novela. Si bien, en aquel entonces el terrorismo padecido durante décadas estaba cerca de anunciar el cese definitivo de su actividad armada, la historia se vuelve cada vez más Historia y quienes nacieron en aquellos años obvian lo ocurrido de igual modo que se sorprenden al descubrir una cinta de casete o de VHS. Nos preguntaremos, ¿por qué motivo una editorial rescata un libro cuyo rastro vital se inició hace más de una década y parecía casi vencido? Un primer sector, perspicaz hasta el agotamiento, asegurará que por cuestiones de mercado, de intereses económicos y de negocio. Muchos creerán que tiene que ver con la estela de Aramburu y su superventas de 2016. No cabe duda de que algo de eso debe de haber, aunque lo más reseñable tiene relación con el argumento primero de la obra y su reflejo y presencia en el panorama sociopolítico actual. Un escenario donde prima el enfrentamiento y la polarización, donde el discurso unidireccional llena las bocas al hablar y escupe histéricos dardos a los del otro lado. Ojos que no ven relata esa ceguera, la mirada opaca de unos ojos inyectados en sangre, anulados por el discurso fanático y la ideología cerrada.

Felipe Díaz Carrión —viejo conocido para los lectores de González Sainz— se encontró falto de empleo cuando el cambio de generación tecnológica arribó a su oficio de impresor. Alentado por Asunción García, su mujer, y con su hijo Juanjo a cuestas, decidieron mudarse al norte en busca de un futuro próspero. Cacereño él, logró un puesto estable en una fábrica tras cierto deambular. Los paisajes de su infancia, cubiertos de naturaleza, se vieron sustituidos por asfalto, bloques de vivienda y naves de cemento. La vida se fue dando. El crío se hizo menos crío y empezó a contar más salidas de casa que entradas. Se juntó con quienes caminaban con ojos torvos y cazadoras de cuero negro, y se compró una cazadora de cuero negro y su mirada se volvió torva. De igual manera, Asun se integró en diferentes grupos. Quien se sentía más extraño era Felipe y, quizá también, el otro Felipe, el segundo hijo del matrimonio que desde niño sintió especial interés por las plantas del campo.

El discurso preponderante y hegemónico del odio, de la separación y del enfrentamiento, se introdujo a poquitos entre los muros de la vivienda. Ocupaba tanto el centro del comedor como del dormitorio, haciendo que los miembros empezaran a distanciarse entre sí. Se convirtieron en desconocidos. El conflicto no era ya algo que se leía en periódicos o que se sentía en las calles, sino que había alcanzado la intimidad misma. Mientras la madre y el hijo mayor se embebían de los relatos y de las pasiones, Felipe Díaz Carrión mantenía una postura racional basada en valores como el respeto y la tolerancia, la justicia, la verdad, la nobleza, la dignidad y el honor, nociones castigadas hoy por su abuso o por arcaicas, y que entendían como máxima la vida humana. Felipe júnior es quien menos se pronuncia a nivel político, pero en contextos encendidos, no posicionarse implica un modo de posición, convirtiéndose en diana de cómplices e instigadores. La violencia terrorista contagió a comunidades enteras, encanallando con su virus a miembros simpatizantes que señalaron y menospreciaron a quienes no comulgaban con sus ideas. Y así, la guerra se hizo entre padres e hijos, entre hermanos, entre vecinos y conocidos. Todo fue guerra y silencio y temor.

La novela muestra cómo el «nosotros» (renovado a voluntad: pueblo, identidad, cultura, lengua…) se subleva sobre los «otros», por muy cercanos que sean, provocando profundas brechas y hondos destrozos. González Sainz hace del conflicto uno no concreto, uno trágicamente válido para muchas geografías. Su prosa goza de una musicalidad muy particular, que destaca por la reiteración de recuerdos e imágenes que regresan una y otra vez como un mantra, como un refugio entrañable. Esta impresión contrasta con la narración, visual y ágil, que estremece y remueve el estómago. ¿Cómo no empatizar con Felipe? ¿Qué culpa podría tener? ¿De dónde surge tanto odio? ¿Quién tiene el cuajo de alimentarlo? La historia se repite: Juanjo, Abelardo, tantos y tantos. No importa qué defienda el artífice. Mismo perro, distinta correa, misma rabia. Una rabia que impide ver que detrás de un «madero», de un «maestrillo» y de un «cagatintas», hay un guardia civil, un profesor de universidad y un periodista. Una rabia que impide entender que son personas, gente con familia y sueños y derechos: víctimas inocentes.

Esta fue la realidad que vivió nuestro país hace no tanto, nuestra historia más reciente, pese al intento general de correr un tupido velo para el olvido en detrimento de quienes siguen siendo jóvenes y no tienen más forma de conocer. Junto a la muerte física —recuerda Reyes Mate sobre Walter Benjamin— se da la muerte hermenéutica de quienes pretenden apoderarse del relato con fines políticos, para hacer del asesino un héroe, para convertir víctimas en verdugos… Pero solo hay un hecho claro: unos mataron y otros fueron asesinados. En realidad, no hay nada más que eso.

La reedición corregida de esta «ficción verdadera», Ojos que no ven del escritor soriano J. Á. González Sainz, asegura la permanencia de la novela en librerías y su posible adquisición por nuevos lectores, seguro que muchos jóvenes. Un retrato veraz y sin florituras de lo ocurrido, no solo aquí, también allá. Una historia que sirve para recordar lo que nunca debió ocurrir. Un relato que nos permite relativizar el escenario actual, que nos dispone a rebajar su enfrentamiento y polarización, haciendo del discurso unidireccional predominante —que llena las bocas al hablar y que escupe histéricos dardos a los del otro lado— un diálogo constructivo para la convivencia de una sociedad abierta, tolerante y pacífica. Ojos que no ven regresa para dar luz y sosiego a todos los ojos torvos que nos rodean. Un hecho, sin duda, a celebrar.

Juan Alberto Vich Álvarez Escritor, graduado en Ciencias Químicas y en Filosofía. Doctorando en filosofía del arte en la Universidad de Deusto. Trabaja como gestor cultural y colabora en diferentes revistas y medios digitales. Autor de tres libros. Fundador y director de la revista cultural Trépanos.

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