Apollinaire y Picasso en el banquillo
Cuando robaron la Mona Lisa del Louvre en agosto de 1911, no pasó mucho tiempo antes de que las autoridades francesas, avisadas por el periódico Paris-Journal, fueran a llamar a la puerta del poeta Guillaume Apollinaire. El joven Apollinaire, que aún no había publicado Alcools (1913), el volumen que establecería su reputación como una de las figuras claves del modernismo literario, no tenía nada que ver con la desaparición de La Gioconda. Sí se había visto envuelto, sin embargo, en un asunto diferente relacionado con el robo de tres estatuas ibéricas del Louvre perpetrado por Géry Pieret, un pintoresco granuja al que Apollinaire había alojado brevemente en su apartamento parisiense y que había pasado las piezas robadas a un amigo