
El orgonillero
Los centroeuropeos del fin de siècle pensaron muchísimo en el sexo. Proliferaron los clubes nudistas para tratar el deseo sexual con rayos de sol, al tiempo que graves facultativos lo envolvían en taxonomía médica para proceder a archivarlo junto con el resto del conocimiento humano. La Psychopathia Sexualis (1886), de Richard Krafft-Ebing, fue profusamente leída, a pesar de que algunas partes se imprimieron en latín para «desanimar a los lectores no especializados». Frühlings Erwachen (El despertar de la primavera), de Frank Wedekind, retrató la angustia de la pubescencia y Reigen (La ronda), de Arthur Schnitzler, el patetismo de las conquistas sexuales de una noche, mientras que Sexo y carácter (1903), de Otto Weininger, intrigó tanto a Wittgenstein como a Hitler (Freud lo odiaba) con su argumento de que el comedimiento sexual en los hombres (las mujeres eran incapaces de practicarlo) explicaba la división del trabajo cultural entre los sexos («El hombre posee un pene, pero la vagina posee a la mujer»). En 1900, recién publicada La interpretación de los sueños, a Freud le ofrecieron una cátedra y expuso las ideas que darían lugar a la incipiente revolución sexual.