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Walter Benjamin en Ibiza

Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza

Vicente Valero

Cáceres, Periférica, 2017

240 pp. 18 €

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En febrero de 1932, Walter Benjamin se encuentra en una calle de Berlín con su amigo Felix Noeggerath, que le informa de su inminente viaje a Ibiza para que su hijo Hans pueda finalizar la tesis doctoral que estaba realizando sobre la tradición oral del campesinado ibicenco. La familia Noeggerath se instalará en San Antonio, un pequeño pueblo de pescadores y campesinos de la costa oeste de la isla. Benjamin aprovechará esta circunstancia para consumar sus deseos de viajar y cambiar de residencia por un tiempo, conseguirá reunir algún dinero y desembarcará en Ibiza dos meses más tarde. De esta manera casual se precipita la relación del pensador alemán con una isla que le marcó profundamente y cuyo análisis puede ayudarnos a entender algunos aspectos clave de su vida y de su obra. 

En este libro, Vicente Valero reconstruye de manera sutil e inteligente, con un lenguaje sencillo y exacto, las dos estancias que realizó Walter Benjamin en la isla de Ibiza: la primera entre el 19 de abril y el 17 de julio de 1932, y la segunda entre el 11 de abril y el 26 de septiembre de 1933. Para lograr recomponer sus vivencias se sirve de los distintos tipos de textos que Benjamin escribió en ambas estancias (sobre todo cartas y postales, pero también narraciones cortas, reseñas de libros y anotaciones de carácter autobiográfico, literario o filosófico), así como de los testimonios orales y escritos de personas que vivían en las zonas de Ibiza donde el pensador alemán se hospedó.

Una peculiaridad de esta obra es que la aproximación a Benjamin se realiza a través de otras figuras menos conocidas (o totalmente desconocidas en algún caso) de artistas e intelectuales extranjeros que pasaron por la isla y mantuvieron alguna relación –directa o indirecta– con él, como los filólogos Walther Spelbrink y Hans Jakob Noeggerath, el marino alemán Jokisch, el artista Raoul Hausmann, el matrimonio Selz, el joven Paul Gauguin (nieto del pintor) o la pintora Anna Maria Blaupot (de nombre artístico Toet Blaupot ten Cate, de quien Benjamin se enamora), toda una red de conexiones y referencias que nos ayudan a penetrar en distintos ámbitos de su biografía y su pensamiento. Como aclara Valero en el prefacio, la razón de esta aproximación múltiple o caleidoscópica es su convicción de que «las dos estancias de Benjamin en Ibiza sólo pueden explicarse a través de quienes lo acompañaron, o de quienes lo precedieron, o de quienes lo trataron allí por primera y última vez». De hecho, la estructura del libro se atiene escrupulosamente a esta idea, pues dedica un capítulo a cada una de esas figuras.

Mucho antes del revival jipi de los años sesenta, en la década de los treinta Ibiza representaba la posibilidad de viajar en el tiempo a una época arcaica y habitar en el paisaje de una naturaleza salvaje, llevando una vida al margen de las convenciones burguesas y el confort moderno. Además, Ibiza era un lugar pobre y barato que ofrecía la posibilidad de vivir con muy poco dinero. Resultaba, por tanto, un destino muy atractivo para artistas e intelectuales europeos, que acababan formando en la isla una especie de comunidad ociosa y creativa donde desarrollar sus trabajos libremente. Como explica en una carta a su amigo Gershom Scholem, Benjamin era consciente de que allí podía mantenerse con «un mínimo europeo de supervivencia (entre sesenta y setenta marcos al mes)». Le pareció que la isla se situaba al margen de los movimientos del mundo, incluso de la civilización, lo que obligaba a sus visitantes a renunciar a todo tipo de comodidades.

No olvidemos que se trata de una época muy significativa en la vida de Benjamin: en 1930 se había divorciado de su mujer, Dora Kellner, con quien había tenido su único hijo, Stefan Rafael, y la situación de derrumbe económico en Alemania y el inminente ascenso del nazismo al poder empujaría a nuestro autor a salir de su país, marcando un punto de inflexión fundamental en su vida que terminaría de manera trágica con su suicidio en Portbou en 1940. Si en su primera estancia los motivos eran menos dramáticos, en la segunda Benjamin pasará en Ibiza su primera fase de un exilio del que ya nunca regresaría. Allí reflexionará sobre algunos temas recurrentes en su obra: el arte de narrar, las relaciones entre lo antiguo y lo nuevo, la experiencia de la pobreza y sus implicaciones existenciales, la influencia de la técnica, el impacto de la modernidad, la pérdida del aura, etc.

Desde que llega a la isla, Benjamin se siente fascinado por su paisaje virgen, sus costumbres antiguas y sus casas rurales, cuyos interiores describe concienzudamente por escrito. Destaca la sobriedad y parquedad del espacio vital tradicional, donde el objeto vulgar se convierte en valioso. Todo es funcional, pero los utensilios adquieren un valor no exento de belleza. Percibe así las diferencias entre los modos preindustriales de construcción y la arquitectura moderna, tanto en sus materiales –piedra en el primer caso, acero y vidrio en el segundo– como en la disposición y uso de los espacios. Para Benjamin, la arquitectura moderna deshumaniza el espacio y convierte a los habitantes en meros usuarios de las casas.

Esta deshumanización va asociada a la famosa idea benjaminiana de la pérdida del aura, que se erigía como el último reducto de la experiencia verdadera, de la belleza, de la singularidad de los objetos, de la tradición. En Ibiza, el mundo parecía seguir como siempre y sólo había empezado a verse alterado por la llegada de los viajeros, que provenían de un mundo en crisis que había abandonado y liquidado la tradición. La isla se le revela desde el primer momento como un lugar donde la Antigüedad podía ser contemplada aún como un objeto animado y no como un montón de ruinas.

Otro tema que Benjamin abordará en sus estancias en la isla es el del arte de narrar: «¿Por qué el arte de contar historias está acabándose?», venía preguntándose Benjamin desde hacía unos años. En Ibiza retomará esta cuestión teórica y escribirá gran parte de sus relatos, tratando de recuperar la facultad de transmitir experiencias que reinaba en los tiempos de la tradición oral, cuando las historias se transferían de generación en generación. Valero rastrea el origen de algunos de estos relatos, iluminándolos con detalles, datos, conexiones y explicaciones sumamente sugerentes.

En Ibiza, Benjamin podía llevar la vida sencilla y despreocupada que tanto había deseado. Todas las mañanas se bañaba en la bahía de San Antonio, tomaba el sol y dedicaba el día a leer y escribir. Por entonces se mantenía económicamente con sus colaboraciones en la prensa y la radio alemanas. La belleza de la naturaleza compensaba las numerosas carencias del entorno: «luz eléctrica, mantequilla, licores, agua corriente, posibilidades de flirtear o de leer el periódico», como refiere a Scholem en una misiva. Sus reflexiones sobre la pobreza, recogidas en el ensayo Experiencia y pobreza, acompasaban esta situación de penuria, si bien cabe cuestionar y relativizar el calado de esta carestía voluntaria del artista o el intelectual frente a la miseria real de las clases desfavorecidas. Los largos paseos por el interior de la isla le permitieron disfrutar de aquellos paisajes vírgenes y le llevaron a escribir el texto «Al sol», de cariz casi místico y profundamente poético.

Pese al tono generalmente positivo y luminoso de sus estancias en Ibiza, no se librará Benjamin en ella de los pensamientos de suicidio, que lo acompañarían a lo largo de toda su vida (aflorando con intensidad en varios momentos puntuales) y que, como se sabe, ganarían finalmente la partida. Después de la celebración de su trigésimo noveno cumpleaños, tras sucesivos desengaños amorosos y con el peso de un futuro incierto, Benjamin se sentía «cansado de luchar», como anota en su cuaderno. Sin embargo, pronto recuperaría la ilusión gracias al proyecto literario de hacer la crónica de su infancia y juventud, asociadas a la ciudad de Berlín. Primero Crónica de Berlín, que terminó de escribir en Ibiza, y, luego, Infancia en Berlín hacia 1900, serían los frutos de ese proyecto.

En definitiva, Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza es un magnífico ensayo literario que se lee como si fuese una biografía novelada y que nos acerca a una isla, a un paisaje, a una época y a un pensador único a través de un conjunto de personajes que compartieron el mismo escenario. El logro, casi el milagro, está en cómo Valero ha conseguido dotar a todos estos elementos de una profunda impresión de vida y belleza.

Ernesto Baltar es profesor de Filosofía en la Universidad Rey Juan Carlos. Es autor de Ciudades en fragmentos (Gijón, Impronta, 2012) y ha participado en el volumen colectivo El pensador vagabundo. Estudios sobre Walter Benjamin (Madrid, Eutelequia, 2012).

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