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Guerra y revolución en tiempos de «victimismo»

La revolución española (1936-1939). Un estudio sobre la singularidad de la Guerra Civil

Stanley G. Payne

Barcelona, Espasa, 2019

392 pp. 19,90 €

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Cuando todavía estaba vigente la dictadura del general Franco y quedaban algunos años para averiguar el cuándo y el cómo de la transición a la democracia, Stanley G. Payne publicó The Spanish Revolution. Corría el año 1970 y el historiador norteamericano, doctor en Historia por la Universidad de Columbia, llevaba dos años como profesor de la Universidad de Wisconsin, donde llegaría a ocupar la cátedra Hilldale-Jaume Vicens Vives. Era, además, autor de un relevante estudio sobre el partido fascista español (Falange. A History of Spanish Fascism) que le valdría, junto con otros trabajos posteriores, el reconocimiento de la comunidad científica internacional como un relevante fascistólogo.

Aquel libro de título breve pero sugerente se traduciría y publicaría en español en 1972 en la colección «Horas de España» de la editorial Ariel, que por entonces había dado a la imprenta varias monografías que mostraban el creciente interés de la sociedad española del tardofranquismo por conocer las causas de la crisis y el conflicto de los años treinta. No en vano, esa era la colección en que habían aparecido las memorias de José María Gil-Robles o Joaquín Chapaprieta; donde Edward Malefakis, colega y amigo del propio Payne, había publicado su estudio sobre la reforma agraria republicana; o, de forma más amplia, donde Raymond Carr había dado a conocer su síntesis sobre la España contemporánea, sin duda un punto de inflexión.

La revolución española era un estudio dedicado en sus dos terceras partes a la Segunda República y la Guerra Civil, aunque venía precedido de tres apartados sobre el socialismo, el anarquismo y la «lucha social». Por aquel entonces Payne ya explicó algunas de las cuestiones sobre las que profundizaría luego en otras publicaciones, si bien actualizando datos y matizando algunos juicios en función del avance de las investigaciones disponibles. Consideraba que en la España de 1931 no se había logrado «un sistema democrático cohesivo», entre otros motivos porque «el sectarismo de las facciones de la izquierda burguesa» había bloqueado la opción de una «República democrática liberal». Frente a algunos relatos míticos, rechazaba que lo de octubre de 1934 fuera una acción defensiva contra un «golpe de Estado fascista», entre otras cosas porque los «insurrectos» habían «expresado su determinación de derrocar» a un «gobierno constitucional», que no a un inexistente movimiento fascista en vías de hacerse con el poder. Respecto de la primavera de 1936, consideraba probada la «oleada de actividad destructora» que se produjo tras la vuelta de las izquierdas al poder en febrero de ese año; y argüía que «los grupos revolucionarios» no tenían como «principal objetivo» defender las instituciones existentes, lo que explicaba su forma de poner a la izquierda moderada contra las cuerdas en los meses previos a la insurrección. Con todo, añadía Payne, «la izquierda revolucionaria estaba preparada para destruir el sistema republicano, pero no para seguir adelante con la revolución». Es decir, que no había un verdadero plan de acción revolucionaria para acabar con la democracia burguesa. Por más que los militares sublevados hablaran del peligro del comunismo, lo paradójico es que lo que finalmente había precipitado la revolución había sido la acción de los contrarrevolucionarios.

Por otra parte, el autor de The Spanish Revolution concluía que «la izquierda» había sido «vencida» durante la guerra porque, aparte de otras consideraciones sobre acción militar y gestión institucional o económica, «España era un país demasiado avanzado para que los movimientos revolucionarios pudieran asaltarla fácilmente». Es decir, expresado de forma simple, la parte de España acosada y amenazada por la revolución se habría defendido hábilmente de unos «revolucionarios» divididos: socialistas y anarquistas tenían capacidad para derribar la República parlamentaria y «arruinar la economía», pero no para «vencer en una lucha totalmente revolucionaria». Y en cuanto a los comunistas, aunque disciplinados y organizados, «el desarrollo de la guerra española» no habría «permiti[do] la viabilidad de una dictadura enteramente comunista».

En definitiva, tres años antes de la muerte de Franco y el comienzo de la Transición, Payne ya había explicado a los hijos de la guerra que ni el peligro comunista había sido el que la dictadura llevaba años publicitando, ni tampoco el papel de la izquierda obrera permitía identificar la lucha contra los nacionales como una defensa épica por la democracia pluralista y liberal. Casi medio siglo más tarde, y cuando Stanley Payne está ya retirado de la vida docente, aunque todavía activo, la editorial Espasa ha publicado un nuevo libro suyo también titulado La revolución española (1936-1939), aunque ahora con ese añadido cronológico, además de con un subtítulo que anuncia Un estudio sobre la singularidad de la Guerra Civil. No estamos ante una reedición de aquel trabajo de comienzos de los setenta, aunque no puede negarse que este nuevo ensayo del historiador norteamericano responde, en parte, a una misma inquietud: explicar por qué, desde su punto de vista, hubo una «revolución española» durante la guerra y esto resulta decisivo para explicar el desenlace de esta última.

Este ensayo que ahora publica Espasa tiene una estructura y un planteamiento muy diferentes a los del trabajo de los años setenta. Primero, porque recoge y sintetiza buena parte del análisis que el autor ha publicado en los últimos años a propósito de las guerras civiles del siglo xx, el papel de la Unión Soviética y los comunistas en el conflicto español o, entre otros, los factores militares, económicos e institucionales que explicarían la derrota del bando republicano. Y, segundo, porque, como se comentará más adelante, hay ahora una motivación muy diferente a la de aquellos años del tardofranquismo y que ayuda a comprender cómo el historiador norteamericano interpreta la evolución del contexto político español desde 2006 hasta hoy.

La producción de Stanley Payne durante estos tres lustros largos de siglo xxi es tan extensa que no cansaré al lector resumiéndola. Pero sí señalaré que hay al menos tres estudios previos sin los cuales este nuevo ensayo sobre la revolución y la Guerra Civil no habría alcanzado a presentarse de este modo: primero el trabajo sobre la Unión Soviética, el comunismo y la revolución en España publicado en 2003; segundo las 40 preguntas fundamentales sobre la Guerra Civil aparecidas en 2006; y tercero el estudio sobre La Europa revolucionaria. Las guerras civiles que marcaron el siglo XX, por Temas de Hoy en 2011.

A la vista de esos trabajos, podríamos preguntarnos qué aporta esta nueva entrega sobre La revolución española. No es, desde luego, una nueva investigación. Pero sí es un ágil ensayo que recupera algunas de las preguntas y respuestas del estudio de los años setenta; y el historiador tejano lo hace con su demostrada capacidad para analizar la complejidad sin caer en un lenguaje que espante al lector no especializado. Además, como señalaba más arriba, es patente que Payne ha querido insistir en contar lo que, en su opinión, realmente ocurrió durante la crisis española de los años treinta ante lo que considera como una creciente amenaza para la salud de la democracia española, esto es, una «interpretación de la Guerra Civil presentada por la memoria histórica», que califica de «simplista, maniquea y ahistórica».

El ensayo se inicia con una obligada referencia a las condiciones en que se fundó e intentó consolidar la democracia de la Segunda República. Aunque reconoce a Javier Tusell el acierto de haber definido brevemente aquel régimen como «una democracia poco democrática», no niega Payne que, durante sus cinco años de vida, fuera «en sus procedimientos principales» un «régimen democrático». No obstante, a diferencia de otros muchos historiadores de ese período, el autor considera probado que no fueron aspectos coyunturales o estructurales los que provocaron los problemas «más serios» del período, sino que las decisiones y las actuaciones de los «líderes políticos» resultaron decisivos. Señala así una tesis que ya había defendido antes, si bien se aprecia en la forma de contarla la influencia de los debates historiográficos recientes, apuntados en temas como: la concepción «patrimonial» de la República que tuvieron sus fundadores; el rechazo exacerbado a la idea de consenso y el empeño en plantear las «reformas» del primer bienio como un trágala; la nefasta actuación del presidente Alcalá-Zamora, que se habría «negado a seguir la lógica de la democracia parlamentaria» durante el segundo bienio; o el hecho de que los socialistas, a pesar de un inicial compromiso con la política democrática del primer bienio que podría haber fortalecido un movimiento socialista reformista en España, habrían acabado careciendo de la «madurez de los socialdemócratas alemanes», de tal modo que su «radicalización revolucionaria» acabó siendo decisiva para «el fracaso de la República».

Payne se muestra, además, contundente en la afirmación de algunos juicios a contracorriente de muchos historiadores del período, aunque en absoluto infundados, como cuando asegura que: «La imagen de Manuel Azaña como representante máximo de una República democrática es una de las mayores falsedades de la historiografía española contemporánea». Y lo dice, entre otras razones, porque considera demostrado que en la actuación del político de la izquierda republicana después de las elecciones de febrero de 1936 primó el «dejar hacer» antes que poner en riesgo el apoyo de los socialistas y tomar las medidas necesarias para frenar los «atropellos de todo tipo» que, a su juicio, erosionaron gravemente la democracia. En ese sentido, Payne se asombra de que muchos de sus colegas no hayan tenido en cuenta, desde la perspectiva de la historia europea comparada, que el centro y la derecha españoles demostraron «bastante más paciencia» que sus homólogos en otros países ante situaciones de demolición de la seguridad jurídica como las que se vivieron durante la primavera de 1936.

No obstante, la cuestión capital a la que parece querer responder nuestro autor es más bien la misma que ya se había planteado en los años setenta: ¿tenían las izquierdas obreras un verdadero plan de acción para desencadenar la revolución? Para Payne, siguiendo lo que ha explicado en estudios previos, los comunistas cambiaron de táctica en 1935, pero no de fines; si bien apoyaron alianzas con las izquierdas burguesas so pretexto de defender la legalidad democrática burguesa, desaconsejando la acción violenta revolucionaria, su «plan», en última instancia, no varió: «servirse de las instituciones de la República democrática para transformarla». Por lo que se refiere a los socialistas caballeristas, «tenían un proyecto para mantener la situación de violencia y los desórdenes hasta provocar una sublevación de ciertos sectores del Ejército», algo que esperaban que les permitiera acceder al control del Gobierno como único recurso de la izquierda republicana para aplastar a los sublevados.

En definitiva, Payne sostiene que una parte importante de las izquierdas obreras no estaba haciendo una revolución cuando José Calvo Sotelo fue asesinado, pero estaban preparándose bien para cambiar progresiva y sustancialmente la naturaleza del régimen vigente, bien para desencadenar un proceso revolucionario como respuesta a una esperada rebelión fascista. Para él, el gobierno de la izquierda republicana habría sido, en ese sentido, no ya impotente, sino cómplice de un proceso de erosión de la democracia que no corrigió cuando el líder monárquico fue asesinado. En ese sentido, Payne atribuye a este último episodio un valor decisivo, pues, según él, paradójicamente habría «salvado» una conspiración militar débil, al precipitarla y lograr que algunos oficiales dudosos se sumaran a ella: un juicio que, sin duda, sería rechazado por otros historiadores que vienen insistiendo en los últimos años en que la conspiración militar estaba armada desde antes y el asesinato de Calvo Sotelo no resultó transcendental.

De nuevo a contracorriente, Payne considera, por otra parte, que la idea de que nadie deseaba la guerra es equivocada. Al contrario, frente a lo que él llamaría discursos ahistóricos, insiste en que, por un lado, había «muchos que buscaban un régimen autoritario» –es decir, un sector de las derechas claramente alejado de la democracia–, pero también «los había que querían una guerra civil», aunque pensando que pudieran ganarla rápidamente y librarse así de cualquier oposición.

Desencadenado y fracasado el golpe del 17-20 de julio como mecanismo para cambiar rápida y radicalmente la estructura del poder, se produjo una situación que Payne califica de, en principio, más favorable a los republicanos. Sin embargo, lo que habría «salvado a la derecha» habría sido, por un lado, que la táctica de armar al pueblo no resultó militarmente eficaz en los comienzos del conflicto, pero, sobre todo, que en el verano del 36 se desató «una gran revolución violenta» en la zona republicana. Y así, paradójicamente, quienes se sublevaron para supuestamente evitar la revolución, en realidad crearon las condiciones para hacerla verdaderamente posible. No obstante, las consecuencias de ese proceso revolucionario en términos de represión violenta, incautaciones, asaltos a la propiedad y anticlericalismo hicieron, por otro lado, que el gobierno republicano quedara muy debilitado y, sobre todo, a decir de nuestro autor, coadyuvaron a sumar simpatizantes a la causa del «bando sublevado».

Así habría empezado, por lo tanto, la «revolución española» que da título a este libro y que Payne considera un hecho probado. Una cuestión, por otra parte, que se ha discutido profusamente en la historiografía española a propósito de la finalidad, alcance y duración de esa revolución. Para Payne, es innegable que durante los primeros meses de la guerra no hubo un gobierno democrático capaz de centralizar y controlar su territorio; primero, porque los republicanos izquierdistas moderados fueron progresivamente relegados, pero, sobre todo, porque lo que imperó fue «una caótica confederación izquierdista sin demasiado poder central».

En esa línea, Payne recupera, como había hecho en trabajos anteriores, la idea de que se produjo una profunda y decisiva revolución que, más adelante, el bando republicano intentó ocultar y que, a su entender, parece haber «desaparecido de muchos libros de Historia». Quizá sea esto lo que le ha llevado a insistir con este ensayo en algunas tesis ya desarrolladas en estudios suyos previos, como la que, estando en deuda con Burnett Bolloten, considera que no sólo hubo revolución y que ésta fue determinante para explicar la derrota republicana, sino que fue «camuflada» para presentar al mundo el conflicto español como una guerra defensiva de la democracia contra el fascismo. Y si otros historiadores han considerado que la formación del gobierno de coalición del socialista Francisco Largo Caballero en septiembre de 1936 fue el comienzo de un intento de encauzar esa revolución y recuperar relativamente el funcionamiento centralizado del Estado, Payne asegura que ese ejecutivo fue, por el contrario, el «primer intento de establecer un nuevo orden revolucionario organizado a escala nacional». Aunque el proceso revolucionario fue atípico y singular, pues no se creó una «fuerza dictatorial hegemónica» y algunas de las disposiciones aprobadas no tuvieron repercusión real.

A partir de ahí, la segunda mitad del libro contiene respuestas claras y perspicaces, aunque no novedosas, sobre algunos de los aspectos más destacados de la guerra y de sus protagonistas: cómo llegó Franco –habiéndose comprometido «con la rebelión armada tan solo en la última fase de la misma»– a convertirse en el «generalísimo» de los sublevados; qué factores resultaron determinantes para que estos últimos ganaran la guerra, y en qué medida el apoyo de Italia y Alemania, frente al de la Unión Soviética a favor de la República, resultó complementario de otros muy relevantes, como la mejor organización de la economía de guerra –fundamental en esto el reciente estudio de Michael Seidman La victoria nacional. La eficacia contrarrevolucionaria en la Guerra Civil– o el acceso al crédito extranjero; hasta qué punto la intervención soviética dependió de la evolución de las relaciones internacionales y cuáles eran los objetivos de Stalin en suelo español; o también el análisis de la controvertida figura del socialista Juan Negrín al frente del gobierno después de la decisiva crisis de mayo de 1937 y en un contexto de creciente deterioro de las posibilidades de victoria de la República.

Payne no rehúye ninguno de los aspectos más discutidos sobre la marcha de la guerra y parece querer dirigirse a un público muy amplio y no especializado al que aportar información y argumentos sobre algunos aspectos sensibles, como la cuestión de la guerra aérea y el alcance y significado militar del bombardeo sobre Guernica, o la que se refiere al peso de los comunistas en el gobierno y dirección de la República a partir de la segunda mitad de 1937: en esto considera, en línea con otros estudios sobre la Unión Soviética y la Guerra Civil, que el gobierno de la República mantuvo su soberanía y que la «hegemonía comunista» pudo ser importante en algunos aspectos, pero resultó «limitada».

Por consiguiente, como se observará, no son sustantivas las diferencias de argumentación y análisis entre este ensayo y otros del mismo autor que le han precedido, incluyendo su trabajo de los años setenta. Más allá de actualizar algunos datos, como el siempre cambiante balance del número de víctimas de la represión, este libro no pretende ser una aportación en el campo de la investigación académica. Probablemente no es lo que buscaba su autor, quizá más interesado en reiterar desde el plano divulgativo algunas interpretaciones ya conocidas que explicarían por qué la guerra civil española fue, en su opinión, una «guerra civil revolucionaria»; y fue, además, «singular», sobre todo, porque, como ha quedado dicho y Payne repite varias veces, se hizo un «enorme esfuerzo» para «camuflarla y disfrazarla». Dado que «ese montaje» ha tenido un «éxito duradero» y que, hoy día, todavía tendría bastante fuerza el mito de una «República democrática española» luchando contra el fascismo, este libro expresa bien lo que, desde la perspectiva del autor, sigue siendo necesario: hacer lo posible por poner las cosas en su sitio.

Manuel Álvarez Tardío es catedrático de Historia del Pensamiento y los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Rey Juan Carlos. Es autor de Anticlericalismo y libertad de conciencia. Política y religión en la Segunda República Española (1931-1936) (Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2002), El camino a la democracia en España. 1931 y 1978 (Madrid, Gota a gota, 2005), Gil-Robles. Un conservador en la República (Madrid, Gota a Gota, 2016) y, con Roberto Villa García, El precio de la exclusión. La política durante la Segunda República (Madrid, Encuentro, 2010) y 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular (Barcelona, Espasa, 2017).

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