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Novelas y universidades

Olvidanza y atrevimiento. Un campus sembrado de bufones, sicarios y chaperos

Alfonso García Figueroa

Madrid, Círculo Rojo, 2019

294 pp. 15 €

Novela ácida universitaria. Aventuras, donaires y pendencias en los claustros

Francisco Sosa Wagner

Madrid, Funambulista, 2019

288 pp. 17 €

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Las novelas y sus autores

Estas dos novelas corresponden al género denominado novela de campus, bastante extendido en Estados Unidos desde hace muchos años. Uno recuerda cómo, tiempo ha, la editorial Lumen tuvo la estupenda idea de traducir una buena novela (Una nueva vida, 1966) de un buen escritor, Bernard Malamud, que, más que novela de campus, es una que se desarrolla en un campus. Y Alianza publicó, en muy buena traducción de Juan Benet, Este lado del paraíso (1971), de F. Scott Fitzgerald. En España, sin ser exhaustivos, podemos recordar que, antes del gran éxito de Soldados de Salamina, Javier Cercas publicó dos novelas de este tipo, El inquilino (1989), que se desarrolla en Estados Unidos, y El vientre de la ballena (1997). También, a propósito, Todas las almas (1989), de Javier Marías, esta de ambiente inglés, y Un momento de descanso (2011), de Antonio Orejudo. Y, ya que en una de las nuestras hay un muerto, La muerte del decano (1992), libro no muy conocido de Gonzalo Torrente Ballester. Y acaba de publicarse la versión castellana de Las hijas de otros hombres (2019), de Richard Stern.

Las aquí reseñadas tienen bastante en común: las dos transcurren en facultades de Derecho, lo que no sorprende demasiado si se ve quienes las han escrito: Francisco Sosa Wagner, catedrático de Derecho Administrativo, y Alfonso García Figueroa, profesor titular de Filosofía del Derecho. En las dos son importantes los rectores y se critica con dureza eso que ha dado en llamarse «Bolonia» a modo de concentrado de toda una serie de cambios en la enseñanza y su filosofía, que dirían los patrocinadores. En la primera es un diálogo artificial entre tres profesores; en la segunda, un largo monólogo del protagonista atacando, sobre todo, el sistema de acreditación para cátedras.

Pero una y otra difieren en las formas literarias empleadas, lo que sin duda depende de lo narrado. En la de Sosa la exposición es lineal en el tiempo, los sucesos (más bien banales) van transcurriendo en el entorno tontorrón que los envuelve hasta llegar a su final, nada inesperado. La otra arranca con el suceso, el descubrimiento, narrado en primera persona por un profesor cuyo nombre no se da, del cadáver descuartizado del todopoderoso rector de una universidad presuntamente madrileña, a lo que siguen capítulos un tanto independientes que conducen hacia una explicación, que resulta no serlo, del crimen, que a su vez tampoco es lo que parecía, y que no desvelaremos al lector. Lector que quizá piense que la picaresca y el despropósito narrados son de la Universidad y no de la Realidad, y no le conciernen. Pero también tienen su gracia, sobre todo si se desmenuzan con el dominio de la materia, el humor y, en ocasiones, la ferocidad de los autores.

Cabe pensar que estas diferencias tengan que ver con ellos, gentes de distinta generación. Sosa Wagner (1945) acaba de jubilarse como catedrático prestigioso de su materia, pero ha ocupado también cargos en la Administración, con un papel relevante en la implantación de las autonomías, y ha sido parlamentario europeo por UPyD, partido que abandonó tras ser tratado de modo infame. Es autor de El mito de la autonomía universitaria (Madrid, Civitas, 2004) y muy buen conocedor de la institución; también cultiva el artículo periodístico, ha publicado unas memorias parlamentarias europeas y varias novelas. Hace muy poco se ha publicado el excelente Memorias dialogadas (Madrid, Deliberar, 2018), con José Lázaro. Del otro autor, Alfonso García Figueroa (1968), se dice en la solapa del libro que «se malcrió» hasta llegar a profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha y que es autor de varios libros sobre Derecho y ciencias humanas.

La novela ácida

En una vaga universidad de una ciudad de provincias sin mar, un catedrático de Derecho Constitucional, don Anselmo, hombre ya de edad, competente y con estudios y relaciones en Burdeos, propone a su alumno Adalberto que se quede con él y haga la tesis, propuesta aceptada que hace compatible con la escalada en la jungla burocrática del rectorado. Mientras tanto, el más brillante Álvarez Fresneda se va a Bolonia, de donde vuelve con su tesis para trasladarse luego a Alemania, donde es bien acogido y promocionado. La habilidad de Adalberto le  hace birlar una beca a Fresneda y, tras la tesis (regularcita), es candidato único –Fresneda ha sido disuadido de presentarse– para una plaza de profesor titular. Al mismo tiempo consigue la Secretaría General de la universidad, cargo que ya no soltará, gracias a su colaboración (que incluye acopio de trapos sucios del otro candidato) en la elección de la nueva rectora. Añade el autor algunas pinceladas sobre el ser humano Adalberto: muy trabajador, nada suelto, tacaño, va a Cork a aprender inglés y se vuelve corriendo, sin el menor interés cultural. Y nos ilustra sobre su poco éxito con las chicas y aun sobre sus prácticas onanistas. A lo largo de esta sucesión de mezquindades, el autor va enhebrando el bestiario de la universidad española de nuestros días: una cátedra de Física concedida a un modestísimo candidato local frente a un rival reconocido internacionalmente, la golfería sindical, los masters sin exámenes y sin suspensos, la venta de títulos a estudiantes chinos que no saben español y algunos ni vienen, el honoris causa para un emigrante nuevo rico grotesco, un plagio como los que acabamos de ver en la prensa, las trampas de la elección de rector… Recuerda Sosa Wagner otra golfería ya fenecida, el truco del perfil, del que damos una definición ostensiva: uno aceptable para una cátedra de Literatura es «Literatura Francesa»; uno que no lo es, y que no hemos inventado, «Artículos de prensa de Azorín entre 1933 y 1935» (o así). Nuestro Adalberto intenta la trampa, pero es frenado por don Anselmo. Y al pobre don Anselmo se le ocurre presentar un proyecto de investigación muy razonable él solo, y no en un equipo numeroso de múltiples nacionalidades y lo excluyen de entrada.

Sosa Wagner se recrea mostrando su virtuosismo a la hora de enumerar cargos, existentes o fruto de su ingenio –no hay modo de distinguirlos–, y lo mismo hace con los organismos, entidades y nombres de cursos o materias. Un solo ejemplo:

«Los estudios tienen que ser dinámicos porque hay que tener una visión poliédrica de la realidad». En varios de los casos anteriores se remite la solución a la creación de una comisión de la que se nos da al final del libro el dictamen de que no se ha copiado demasiado en el plagio, y así. Uno recuerda a Emilio Alarcos Llorach citando a Unamuno, rector de una universidad de provincias: «Las comisiones son como las putas: joden mucho, conciben poco y no paren nada».

La novela esperpéntica

El rector Hipocasto (!!) es catedrático de una materia no especificada y miembro de un (poderoso) partido político que tampoco se dice. En tal partido tuvo poder y le quedan «destellos de la antigua pasión política de sus años mozos y transicionales», y ciertos privilegios. Naturalmente, controla los tribunales de oposiciones de su asignatura, y trampea con soltura en los congresos a los que acude, pese a su medianía y falta de interés por los problemas intelectuales.

La universidad no identificada debe de ser una de Madrid, ya que, al terminar el curso académico, el rector hace el «viaje de Madrid a Aranjuez [donde está su casa de campo] en su coche oficial». Se habla de la «redondez de la anatomía» del rector y de cómo se pasea «con energía y contento, como un hipopótamo a punto de aparearse» por los pasillos de la facultad. Tiene su trono en el reservado del comedor de profesores, donde ofrece una «escena pantagruélica» que culmina en una apoteosis: postre, café, orujo, Cohibas, servido todo junto. Allí diserta ante sus fieles, evoca glorias políticas pasadas, dice simplezas aterradoras sobre Wittgenstein, y acaba acariciando el muslo de un joven doctorando, que luego resulta ser gay y, pese a su apellido (Zarrabeitia), gitano.

Esto da lugar a reflexiones del narrador: «¿cómo no rebelarse contra todos los prohombres que construyeron nuestra democracia?» (p. 152) para llegar a que «la Transición haya provocado el mayor indulto al padre que haya vivido adolescencia alguna». Hay personajes muy variados, no pocos estrambóticos. Un eminente jurista argentino que resulta ser de pega (español de pueblo), feministas de la facción enloquecida y de las que llama «de corte y subvención», un catedrático también homosexual enemigo de Hipocasto que le acusa en una tercera de ABC de pagar juergas de amigos con dinero público. Abunda el humor, a veces muy logrado, como en el episodio del primer EFFEE (Encuentro de Feministas y Feministos del Estado Español), que se celebra en el aula Lina Morgan de la universidad y donde el protagonista es el único participante masculino. A veces fácil, como con la tesis «La recepción de la filosofía del Círculo de Viena en los casinos, ateneos y centros de mayores de la Manchuela». A partir de un momento, de la cena de cargos para celebrar, en ausencia de Hipocasto, el fin de curso, en la que estos planean su asesinato, todo se acelera y deforma, todo es embrollado, un tanto desquiciado y, desde luego, inverosímil, Y la novela se cierra con un epílogo, redactado cuarenta años después por el entonces rector Zarrabeitia, en el que nos comunica que lo anterior es un manuscrito de su amigo Alterio, de veracidad dudosa, y nos dice lo que ha sido de algunos personajes.

Coda

La primera palabra de la novela de Sosa es «Adalberto», el nombre del protagonista; la otra empieza con una «Nota güiqui (sic) erudita» de dos páginas sobre la palabra «Hipocasto». La primera lleva un título prosaico; la segunda, uno misterioso tomado, al modo anglosajón, de una cantiga de Alfonso el Sabio. El subtítulo de Sosa Wagner es descriptivo, mientras que el de la segunda es de un tremendismo exagerado, porque sólo hay un sicario (que no pinta nada) y un profesor gay no es un chapero, aunque sea gitano. En la primera, una escritura lineal convencional funcional para una novela realista de costumbres universitarias provincianas fluye con toda placidez; en la segunda, todo es más vistoso y llamativo, abundan los saltos bruscos, que van acentuándose hacia el final, capítulos casi autónomos, alguno quizá prescindible, con los efectos narrativos citados. La primera está dividida en tres partes: 1) Donde se dibuja un ambiente; 2) Donde el ambiente cobra vida; 3) Donde todo (o casi todo) se aclara: exposición, nudo y desenlace (o así). En la segunda, un realismo buscador de efectos tremendistas va aumentando la dosis hasta llegar a incluir en el epílogo consideraciones un tanto extemporáneas sobre la verdad, la escritura, la realidad y cosas así. La de Sosa acaba con una Despedida previsible de todos los personajes: Don Anselmo se jubila y Adalberto, que se ha hecho catedrático y sigue de secretario general, «jamás encuentra ocasión para llamarle o invitarle a dar juntos un paseo». Se nos dice que sigue soltero; nada, en cambio, sobre su práctica del vicio solitario.

Jesús Hernández es matemático.

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Ficha técnica

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