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Johnny Cash: la voz de América

Johnny Cash. La biografía definitiva del hombre de negro

Robert Hilburn

Madrid, Es Pop, 2018

Trad. de Óscar Palmer Yáñez

672 pp. 30 €

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Si la música estadounidense de los últimos cincuenta años tuvo un patriarca, ese fue el Hombre de Negro. Es un fenómeno difícil de explicar, pero su importancia trascendía la propia música. Se producía una conexión afectiva, casi íntima, entre Johnny Cash y sus seguidores. Un vínculo diferente de la habitual admiración del espectador hacia el artista. Johnny Cash era como un padre.

Su voz grave y su inmensa presencia lo convertían en una figura tranquilizadora y envolvente. Un cabeza de familia que, viniesen alegrías o desgracias, jamás abandonaría a los suyos. Durante décadas, los estadounidenses vieron estallar guerras, sucederse bonanzas y crisis económicas, venir y marcharse presidentes, florecer y desvanecerse modas, mientras Johnny Cash parecía inmutable y eterno. Cuando sonaba en las radios o aparecía en los televisores de millones de hogares para desplegar aquella aureola de sumo sacerdote de lo cotidiano, sus compatriotas sabían que la América sencilla continuaba teniendo un defensor. Él daba voz a los perdedores y olvidados de aquella América que obviaban Hollywood y las agradables comedias sobre familias perfectas. La América de los pobres, los campesinos, los obreros, de las familias que vivían entre deudas y angustias. Aquella era la América de las canciones de Johnny Cash.

Fue una institución en vida y lo es aún más después de su muerte. También fue, más allá de su carisma papal, una figura compleja que demandaba una biografía en tres dimensiones. Una mera hagiografía nunca le haría justicia. Se requería un testimonio literario de peso, un libro que continuase la senda del ya canónico evangelio que Peter Guralnik escribió sobre Elvis Presley en los años noventa para reparar el flagrante vacío que no habían conseguido llenar las decenas de libros sensacionalistas, carroñeros o descuidados que se habían publicado antes. No importa cuántos libros se escriban sobre un artista; lo importante es que haya, como poco, un autor que se haya tomado la molestia de hacer las cosas bien. Y, cuando hablamos de Johnny Cash, ese autor ha sido Robert Hilburn.

Las biografías de Cash que se habían publicado en el pasado carecían de profundidad y precisión; incluso los dos volúmenes de memorias que el propio cantante publicó en vida, si bien entrañables y de placentera lectura, eran cualquier cosa excepto fiables. Johnny Cash sabía contar historias, eso es un hecho; lo demuestran mil y una veces sus canciones, que producen una emocionante sensación de cercanía y veracidad. Como notario de su propia vida poseía la misma habilidad narrativa, pero desplegaba una imaginación barroca y una engañosa, aunque simpática, tendencia a la ornamentación. Sus autobiografías eran, en realidad, compilaciones de recuerdos grabados en cinta y puestos en orden con la ayuda de escritores, así que leerlas era como estar conversando con el propio Cash, pero bajo el aviso de que hasta sus amigos íntimos estaban acostumbrados a filtrar sus relatos en busca de la verdad. Como si fuesen un café delicioso, pero mal molido y repleto de hojarasca.

Alguien tenía que separar el grano de la paja. Robert Hilburn, el autor de esta nueva –y, por ahora, definitiva– biografía era, ya de antemano, uno de los individuos más adecuados para tan exigente tarea. Fue el único periodista que estuvo presente en el legendario y simbólico concierto que Johnny Cash ofreció en la cárcel de Folsom y que quedó registrado como uno de sus más legendarios discos, At Folsom Prison. No sólo fue testigo de primera mano de aquel evento que hoy forma parte de la historia de la música, sino que, para escribir este libro, conversó con gente que estuvo en el entorno de Johnny Cash: familiares, amigos, músicos, productores, etc. Eso ofrece una amplia variedad de perspectivas sobre los mismos hechos, algo fundamental para que una biografía evite el peligro de convertirse en la visión lineal del escritor. Hilburn es un rendido admirador de Cash, pero conserva la mirada crítica del historiador y del periodista. Sabe que quienes rodearon a Cash no siempre ratifican las historias contadas por el cantante en sus memorias. Hilburn indaga en las contradicciones y, de esa labor casi detectivesca para componer un retrato coherente, emerge buena parte del encanto de este libro. De una vez por todas, un texto sobre Cash nos acerca al verdadero Cash y no a lo que la mitología se empeña en afirmar que fue.

Lo más importante es que Hilburn no compone solamente la crónica de una carrera artística o el elogio de una figura eminente, sino que describe el tránsito de un ser humano por el mundo. Habla sobre música y el negocio del espectáculo, por supuesto, pero siempre como telón de fondo de la verdadera médula de la historia: la fascinante transformación emocional y psicológica de Johnny Cash desde sus primeros años hasta su ancianidad. Detalla con viveza los orígenes del cantante, un joven sureño que había crecido entre campos de algodón, experimentando los rigores de la pobreza, y que tuvo problemas para asimilar el éxito, al que sobrevivió de manera casi milagrosa. Hilburn nos recuerda que las primeras canciones de Cash hablaban sobre las inundaciones que asolaban la granja en la que vivió durante su infancia. Una granja construida sobre un lote de terrenos de escaso valor que el gobierno había cedido a desempleados y que el padre de Cash obtuvo por concurso; los terrenos estaban en desnivel y las prometedoras lluvias terminaron convirtiéndolos en ciénagas, toda una metáfora del naufragio del «sueño americano» en las regiones rurales. Cash se alistó en el ejército, la única salida segura de la miseria que conocían muchos jóvenes estadounidenses. Después intentó vender electrodomésticos –sin mucho éxito, debido a su crónica timidez– al mismo tiempo que recaía sobre sus hombros la responsabilidad de salvar la reputación y las finanzas de Sun Records, el sello discográfico que bordeaba el naufragio tras la reciente marcha de Elvis Presley. Cuando por fin triunfó en la música, Johnny Cash jamás olvidó sus orígenes.

El relato de Hilburn no suaviza las aristas en la personalidad imprevisible del cantante. Mientras Presley desprendía confianza en sí mismo y parecía asumir con palatina naturalidad el papel de monarca roquero, Cash sucumbió con rapidez a las inseguridades. Entre sus defectos no estaba la soberbia y, atenazado por el síndrome del impostor, pasó años atormentado por la posibilidad de que cualquier tropiezo lo devolviese al arroyo del que había salido. El biógrafo retrata con agudeza esa etapa en la vida del cantante, cuando, sin importar que el dinero empezase a llenar su cuenta bancaria, sentía temblar el suelo bajo sus pies. Como sucede con frecuencia a quienes tuvieron una infancia y adolescencia marcadas por la pobreza. La dureza de sus primeras giras nacionales –que en aquellos tiempos no eran un deambular por hoteles de cinco estrellas– lo llevó a consumir dosis de anfetaminas que hubiesen enloquecido a un caballo. Presley parecía gozar de eterna salud y lozanía (aunque, ahora lo sabemos, era todo fachada). Chuck Berry no dejaba de sonreír ni después de pasar temporadas en la cárcel. Little Richard ponía buena cara a sus profundas crisis de identidad religiosa y sexual. Johnny Cash, sin embargo, aparecía demacrado, ojeroso y sombrío hasta en las portadas de sus propios discos. Hilburn describe a un cantante que fue intratable como compañero de giras y huidizo, por no decir cuestionable, como hombre de familia. Siempre a punto de descarrilar, el trovador de los perdedores bien pudo haberse labrado su propia derrota en aquellos años de drogadicción y persecución de una muerte prematura con escapadas psicóticas que incluían accidentes de tráfico e incendios.

La disección que Hilburn hace del derrumbe psicológico de Johnny Cash durante su ascenso comercial es fascinante, pero también lo es la crónica de su renacimiento artístico y emocional. Aquel joven sobrevivió al caos para transformarse en el venerable Hombre de Negro con el que hoy estamos familiarizados. Cash se asentó junto a su segunda esposa, June Carter, que consiguió, aunque no sin esfuerzo, amansar su carácter y aplacar su espíritu. Después, el músico que nunca olvidaba sus orígenes proletarios alcanzó, sin pretenderlo siquiera, la categoría de semidiós. Con una mágica facilidad para atraer la atención de sucesivas generaciones, cosa que sólo un puñado de elegidos consigue, adquirió categoría de institución estadounidense, como el águila calva o las barras y estrellas. Mientras, en el fondo, seguía desconfiando sobre lo que le duraría la suerte.

El relato emociona cuando se adentra en la última etapa de la vida y carrera de Johnny Cash. Es difícil no rendirse ante la descripción de un cantante entusiasmado con sus proyectos de madurez, mostrando la humildad de un principiante, hasta el punto de creer que su nuevo productor, Rick Rubin, se cansaría de grabar con un viejo (por supuesto, Rubin nunca se cansó y eso propició varios de los mejores discos de Cash, que impidieron que pasara de moda). Aún más difícil es no sentirse conmovido con el relato que Hilburn hace del último concierto de Cash; aquel instante en que, aún aplaudido, pero anciano y enfermo, decidió que ya no podía volver a pisar los escenarios. Por no mencionar el sobrecogedor pasaje sobre aquella famosa secuencia de uno de sus últimos videoclips («Hurt») en la que June Carter Cash contempla con grave expresión a su marido desde una escalera: ella acababa de saber, aunque aún no se lo había dicho a Cash, que iba a morir en breve. La mirada de June emerge desde las páginas para encogernos el corazón sabiendo, como sabemos, que Johnny Cash sólo pudo sobrevivir cuatro meses a su esposa. Como muchos otros seres humanos, pasó por momentos difíciles en los tiempos previos a su muerte, pero incluso esa última parte de la historia desprende amor por la vida y por el arte.

En resumen, la epopeya vital de Johnny Cash sería una gran novela estadounidense si no fuese porque sucedió en la realidad y que ahora, gracias a los años de esfuerzo que Robert Hilburn empleó en confeccionar este magnífico libro, podemos rememorar con una sonrisa, y con alguna que otra lágrima.

Emilio de Gorgot formó parte del equipo que puso en marcha la revista Jot Down y desde entonces escribe en ella sobre música, cine, televisión, literatura y otros temas relacionados con la cultura.

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