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La vida exagerada de la familia Golden

La decadencia de Nerón Golden

Salman Rushdie

Barcelona, Seix Barral, 2017

Trad. de Javier Calvo

526 pp. 21,90 €

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La caída de Nerón Golden ha sido saludada como la primera novela de la era Trump. Algunos críticos han señalado la rapidez de reflejos –acaso también una mezcla de fecundidad y buena fortuna– de Salman Rushdie (Bombay, 1947). El libro es una historia de Manhattan y también un relato transnacional, que dibuja una densa, extraordinariamente variada y a menudo imprevisible red de referencias culturales.

Cuando Barack Obama toma posesión del cargo de presidente de Estados Unidos, Nerón Golden y sus tres hijos (dos de una misma madre, otro de otra) se instalan en un barrio privilegiado de Nueva York. Los nombres de los recién llegados no son reales, porque los Golden han huido de India escapando de un secreto, que sólo poco a poco vamos a conociendo. El mayor recibe el nombre de Lucio Apuleyo (Apu), el segundo Petronio (Petya), el tercero Dioniso (D.). Los personajes, como todo en esta novela exagerada, son larger than life: su riqueza es inmensa, sus capacidades y trastornos también, la escala de la fortuna y las adversidades que encuentran parecen propios de héroes mitológicos.

Son una familia misteriosa y excéntrica, y los observa el narrador de la novela, René («Llamadme René», dice), el hijo de unos vecinos. Este narrador-testigo, cada vez más imbricado en la historia de la familia, juega con los ecos del narrador-testigo Nick Carraway de El gran Gatsby y el voyeur de La ventana indiscreta. La justificación de la narración es que René (que queda huérfano a mitad de la novela) realiza una película sobre la familia. El oficio y la formación de René también propician la abundancia de referentes cinematográficos, muchos de ellos clásicos, aunque en general la novela está llena de alusiones y comparaciones con productos y creadores culturales, desde libros a canciones pop, desde Luis Buñuel a Steven Pinker, pasando por Norman Mailer y Ornella Mutti.

El género principal del libro es el pastiche. Juega con los referentes de una cierta grandiosidad clásica (los ecos de Nerón y sus incendios), con la iconografía neoyorquina de un barrio que conocemos por un sinfín de películas y novelas, con los acontecimientos que hemos visto en los últimos años (atentados terroristas en India, la victoria de Trump), y con los trucos y giros de las narraciones de género. Aparecen la velocidad del tebeo y el tremendismo del culebrón, los modos de las mafias y el enredo sentimental, y una presentación de lo excéntrico como algo natural que hace pensar en el cine de Wes Anderson. Ficción consciente y barroca, deliberadamente abigarrada, se sitúa en lo que uno de los personajes –el padre del narrador– define como la época de no ficción: «Son los libros de las mesas de no ficción los que se mueven, las historias inventadas languidecen». Quizá tenga algo de razón: la editorial y la crítica presentan La decadencia de Nerón Golden como una novela sobre la era Trump y el regreso de Rushdie al realismo. Uno de los epígrafes del libro es una frase de François Truffaut: «La vida tiene mucha más imaginación que nosotros».

El panorama es global: el reparto es deliberadamente transnacional, y, aunque el grueso de la novela sucede en un espacio reducido, la trama comparte esa cualidad cosmopolita. Rushdie pretende ofrecer una mirada sobre un momento concreto de la historia, pero también emplea elementos muy antiguos: al fin y al cabo, es la historia de un rey que tiene tres hijos y que, como ocurre con frecuencia con los tiranos, considera que no hay valor más elevado que la lealtad. En su decadencia, conoce a una bella cazafortunas rusa, Vasilia, que lo seduce y se casa con él. Para nerviosismo de los otros hijos de Nerón, ella decide tener un hijo. Su marido no puede concebir y ella le propone un trato a René, nuestro narrador. Este, por otro lado, utiliza diferentes formatos (desde el monólogo interior a las acotaciones cinematográficas), y recurre a menudo al tono de la tragedia, con anticipaciones sobre lo que ocurrirá más tarde. El destino es un elemento importante de la narración.

Si la parte de la familia Golden juega con esa tradición clásica, la parte que cuenta el ascenso de Trump tiene que ver con el cómic, con un enfrentamiento entre el Joker (Trump, con el pelo verde) y Batwoman (que parece corresponder a Hillary Clinton). La pareja del narrador realiza vídeos contra el Joker, y la novela se tiñe de la atmósfera histérica de los mítines de Trump, alguien que funciona como imagen especular de Nerón Golden y que construye una especie de mundo al revés: «En aquella burbuja el conocimiento era ignorancia, arriba era abajo y la persona adecuada para tener los códigos nucleares en la mano era aquel risitas de boca pintarrajeada de rojo, piel blanca y pelo verde que en una ocasión le había preguntado cuatro veces a un equipo de militares que le estaban presentando su informe por qué era tan malo usar armas nucleares».

Uno de los temas del libro es la identidad, que Rushdie trata con humor, atrevimiento y perspicacia: hay cambios de sexo, variaciones de nombres, reflexiones y puntos de vista enfrentados acerca del tema. Es un libro sobre identidades múltiples y móviles, y sobre la pasión contemporánea por el asunto: «En estos tiempos de cobardía que corren, negamos la grandeza de lo Universal y glorificamos nuestras intolerancias locales, y por eso nunca conseguimos ponernos de acuerdo en gran cosa», dice el narrador. Aparece el debate de la identidad de género, a través de D.: «Si digo que soy una mujer, pero conservo el miembro masculino y luego estoy entre lesbianas y quiero tener relaciones sexuales, pero ellas no se quieren acostar con alguien que tenga miembro masculino, ¿cómo puedo ser una mujer si las mujeres no aceptan mi elección de ser una mujer», pregunta a una terapeuta. Su novia trabaja en un ficcional museo de la identidad. Al final, escribe (aunque no llega a enviar la carta) que está convencida de que «la identidad –y más concretamente la teoría de la identidad de género– es un estrechamiento de la humanidad, mientras que el amor nos enseña lo ancho que debe ser […]. Rechazo la política de la identidad y abrazo la política del amor». Esto sucede mientras «la primera ministra británica estaba estrechando la definición de lo británico para que excluyera la multiplicidad, el internacionalismo y el mundo como ubicación del yo».

Otro de los temas, acaso menos explícito, es el del dinero: «Aquellos fueron años en que mucha gente superrica del mundo compraba propiedades simplemente para poseerlas, y se dedicaba a ir dejando casas vacías por todo el planeta como quien deja unos zapatos al fondo de un armario, de tal forma que dimos por sentado que debía de haber de por medio algún oligarca ruso o algún jeque del petróleo», cuenta el narrador acerca de la impresión que la familia Golden produce en los vecinos. Luego veremos, aunque se sospecha desde el principio, que hay un elemento turbio en la fortuna y, por otro lado, como sabemos por tantos relatos, cuando uno cruza la línea y colabora con el crimen nunca puede dejar atrás esa transgresión: la mafia siempre llama dos veces. El dinero se hace con facilidad: los hijos de Golden también pueden ganarlo en actividades inesperadas. Este, aunque Rushdie no lo subraye, es en buena medida un libro sobre los superricos: la estética adecuada para retratarlos, parece, es el realismo mágico. Eso puede ser uno de los valores de la novela, pero también limita su alcance o su eficacia como representación. Del mismo modo que los personajes tienden a ser excesivos, extraordinarios en sus defectos y en sus virtudes, parecen moverse en una dimensión muy distinta a la de la mayoría de nosotros. El mundo que presenta Rushdie es global en muchos sentidos, pero también es un universo muy pequeño.

Rushdie posee una gran fuerza como narrador y como inventor. La sensación que da el libro es la de alguien con una poderosa energía verbal e imaginativa, que al escribir transmite una mezcla de diversión y confianza en su conocimiento del oficio. Sus recursos son abundantes, los utiliza con libertad y tiene chispazos. Pero el libro, con toda su pirotecnia, también produce una sensación de inanidad, de gratuidad. A la vuelta de la página puede haber otra pirueta, otro giro, el recurso a otro cliché o artefacto narrativo que se empleará fuera de contexto: un gran ejercicio de juegos malabares, pero quizá no mucho más. Uno admira el brío de la prosa de Rushdie y su talento, pero no acaba de tener claro hacia dónde quiere ir y, al cabo de un rato, tampoco le importa demasiado.

Daniel Gascón, editor de la revista Letras Libres en España, es autor de Entresuelo (Barcelona, Literatura Random House, 2013).

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Ficha técnica

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