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El equilibro de Gerald Brenan

Cosas de España

Gerald Brenan

Madrid, Fórcola, 2019

Trad. de Carlos Pranger

328 pp. 23,50 €

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Gerald Brenan pisó España por primera vez en 1919 en busca de luz y una vida cómoda ajustada a sus ingresos, como parece haber sido norma entre sus compatriotas durante esas décadas. Como tantos otros de su generación, había estado en el frente durante la Gran Guerra. Se enroló primero en el 5º Batallón del Regimiento Gloucester para pasar más tarde a la 48ª Compañía Ciclista Divisional. Fue herido en combate y, tras regresar de nuevo a las trincheras, terminó licenciado como capitán. Se dedicó a buscar un rincón mediterráneo lo suficientemente barato como para permitirle una larga estancia. Europa había quedado hecha jirones tras la guerra, no era más que un carnuz ensangrentado, y el único país que podía ofrecerle lo que Brenan buscaba era España. Era el lugar idóneo para sus intereses vitales e intelectuales.

En su libro Al sur de Granada, cuenta que la primera impresión del país no fue propicia. Desembarcó en otoño en La Coruña, recorrió Galicia y llegó a Madrid en una semana lluviosa. Tuvo la mala suerte de caer en una casa de huéspedes cuyas dueñas eran dos avaras muertas de hambre. La lluvia también lo acompañó en Andalucía, adonde se había dirigido tras su experiencia en la capital. Tampoco allí las sensaciones fueron gratas. La gente no parecía muy amigable y se quedó sin dinero, por lo que tuvo que dormir en las playas y alimentarse de naranjas. En una posada donde pudo alojarse fue masacrado por las chinches y días más tarde enfermó de disentería. Aquello no lo amilanó, porque ya tenía experiencia andariega de sus años anteriores a la guerra, cuando vagabundeó por Francia, Italia y los Balcanes. A Brenan, en esos días de su vida, podría aplicársele lo que dijo don Quijote en su aventura de los leones: «Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible». Tras superar la enfermedad y las chinches de la posada, se instaló en Málaga y al fin le llegó dinero de Inglaterra y pudo acomodarse a gusto: encontró casa en la pedanía de Yegen, en la Alpujarra granadina, y se hizo llevar en carromato desde Almería sus dos mil libros. Iniciaba en aquel enero de 1920 una vida de estudio que le llevaría a apasionarse por España y su cultura.

Brenan gastó los años anteriores a la Guerra Civil en viajes continuos entre España e Inglaterra, entre sus amoríos andaluces (tuvo una hija, Miranda, con una criada pobre de quince años) y sus amoríos británicos, iniciados con la pintora Dora Carrington. Esa época de sexualidad álgida y turbia ha sido explicada por su biógrafo, Jonathan Gathorne-Hardy, en Gerald Brenan. The interior Castle, y podría pasar por anecdótica de no ser porque se intuye la ligazón que existió entre su vida íntima y su obra, y no sólo porque el sexo le restara tiempo y concentración para la lectura y el estudio. Su visión del país estuvo tamizada por su propio carácter, excesivamente romántico. Alguno de los capítulos más particulares de su vida (como el asistir a la desfloración de su hija, en una especie de extraño ritual casi antropológico) podría explicar las opiniones de un británico culto sobre un país atrasado como la España de entonces. Insisto en que las particularidades de la relación entre la obra de Brenan y su vida íntima no pasan de una intuición sobre la que basar algunas suposiciones, porque no ha sido un autor especialmente estudiado en España, pese al prestigio de que goza desde hace años.

En 1930, durante una de sus estancias en Inglaterra, Brenan conoció a la poeta Elizabeth Gammell Woolsey. Le propuso matrimonio veinte días después de verla por primera vez. Viajaron juntos a España en octubre de 1932 y permanecieron en Yegen durante ocho meses antes de regresar de nuevo a Inglaterra. En 1934 decidieron instalarse de nuevo en España, esta vez en Churriana, en las afueras de Málaga, junto a sus muebles, sus libros, Miranda y el servicio, con el que mantuvo siempre una estrecha relación. Era la suya, sin duda, una vida acomodada en un país pobre en plena convulsión social y política, una atalaya desde la que otear los sucesos que iban a provocar la guerra y que le permitiría explicarlos de una forma equilibrada y suficientemente imparcial.

Creo que pocas ciudades como Málaga, fuera de Madrid y Barcelona, habrán sido protagonistas de tantos libros centrados en la Guerra Civil. El inicio de la contienda llevó a Gerald y a Elizabeth a abandonar la ciudad y el país, mientras que otros extranjeros decidieron quedarse. El escocés Peter Chalmers Mitchell, residente en la ciudad y traductor de Contraataque, de Ramón J. Sender, dejó un temprano testimonio de sus vivencias en My house in Málaga, publicado por Faber & Faber en 1938. Por su parte, el norteamericano Edward Norton ofreció su visión, más alejada de la prorrepublicana de Chalmers Mitchell, en un libro de publicación póstuma, Death in Málaga. An American Eyewitness Account of the Spanish Civil War. En ambos libros aparece, con más o menos protagonismo, un periodista húngaro que también habló de aquellos días en sus memorias: Arthur Koestler, que fue detenido en la casa de Chalmers Mitchell y posteriormente recluido en Sevilla, experiencia que relató en uno de los libros más fascinantes que puedan leerse: Diálogo con la muerte.

Lo primero que hizo Brenan tras el estallido de la guerra fue enviar a Inglaterra a su hija Miranda. El 7 de septiembre, él y su mujer salieron por Gibraltar. Era la ruta más segura. La utilizó, para poner a salvo a numerosas personas subiéndolas a su yate, el padre de la economista Marjorie Grice-Hutchinson, amiga de Brenan. También ella dejó testimonio de aquellas horas de pánico y de sangre, en Málaga Farm, publicado en Londres en 1956.

Brenan y Elizabeth Gammell Woolsey se instalaron en Aldbourne, un pueblecito situado entre Londres y Bristol, y redactaron asimismo sus propios testimonios. La primera en publicar el suyo fue ella. Death’s other Kingdom apareció en 1939 y no se tradujo al español hasta 1994, con el título El otro reino de la muerte. Cuatro años después se editaría de nuevo bajo el título Málaga en llamas. Brenan, por su parte, publicaría el suyo en 1943: El laberinto español (The Spanish labyrinth. An account of the social and political background of the Civil War), editado por Cambridge University Press. En él daba cuenta de la vida española en los primeros años del siglo XX como fundamento para entender la Guerra Civil. Es un libro cuya ponderación no ensombrece la perspicacia con que escribe Brenan. En él volcó todo el conocimiento que había adquirido en tierras españolas y ha servido de guía y directriz para numerosos intelectuales británicos. Fue el libro, por ejemplo, que guio a Raymond Carr por la senda del hispanismo, la disciplina que tomó tras abandonar sus estudios sobre Suecia.

Era la primera vez que Brenan había escrito algo con su nombre (hay publicaciones anteriores escritas con pseudónimo) y el éxito fue apabullante. Aunque discutible por muchas de sus apreciaciones, es un libro inteligente, comedido sin ser pusilánime, honesto sin ser equidistante y analítico sin olvidar el profundo respeto que le merecía el país. De alguna manera, todas estas características serían también las más apreciables en su obra posterior.

Seis años después de El laberinto español, en 1949, Brenan regresó a España junto a su mujer en una visita de tres meses que dio lugar a otro libro, La faz de España (The face of Spain, Londres, Turnstile Press, 1950). La primera edición en español es de Buenos Aires (Losada, 1952), y la primera publicada en España, de 1985 (Plaza & Janés). Ese recorrido editorial, primero por el extranjero para recalar en España una vez muerto Franco, es el mismo que el de El laberinto español, cuya primera edición en español es de Ruedo Ibérico (París, 1962) y la primera en España de 1978 (Barcelona, Ibérica de Ediciones y Publicaciones).

El profesor Andrew Walsh, en un artículo publicado hace tres años en el Bulletin of Spanish Studies , ha pretendido ver en La faz de España los rasgos de un autor hispanófobo, debido a los comentarios supuestamente paternalistas y aun despectivos que desgrana Brenan sobre los españoles, algo que para Walsh resulta incompatible con el éxito que tuvo el inglés tras la muerte de Franco: numerosos institutos, bibliotecas y centros públicos llevan su nombre y el PSOE lo condecoró con la medalla de honor del partido. Sostiene Walsh que esa contradicción –el prestigio de un hispanista que no duda en hacer comentarios hispanófobos en al menos uno de sus libros– se debe a que, en realidad, nadie en España leyó a Brenan. Concretamente, el resumen de su artículo dice así: «Este artículo busca analizar los motivos de la tergiversación de la obra de Gerald Brenan en España a través de una re-lectura detallada de The face of Spain. Aunque en general se considera que Brenan es el hispanista angloamericano más prestigioso del siglo XX, el artículo sostiene que esta construcción de su identidad literaria en los círculos literarios y políticos españoles se ha basado en una lectura frecuentemente acrítica o incluso inexistente de su obra original en inglés, una lectura errónea que, por consiguiente, ha ignorado algunos de los puntos de vista decididamente hispanófobos expresados en textos como The face of Spain». Me costó hacerme con el artículo, y esperaba que se ciñera a lo que explicaba el resumen, pero el resultado fue decepcionante. Walsh no realiza comparación alguna entre las citas en inglés y su traducción al español, y estas mismas resultan ridículas como forma de demostrar hispanofobia alguna: Brenan habla de la monotonía de la comida, describe a unos camareros como «toreros manqués», dice de los españoles que son descuidados en lo que a su seguridad se refiere y que eso hace que se vean muchos mutilados por las calles, o que la catedral de la Almudena es vulgar. No parecen juicios impertinentes, y mucho menos hispanófobos. ¿Se leía poco a Brenan? Tampoco Walsh aporta prueba alguna, y además se equivoca al insistir varias veces en dar la fecha de 1985 como la de la primera edición española de The Spanish Labyrinth, cuando es siete años anterior. Lo que hace Brenan, en todo caso, es aportar puntos de vista particulares sobre su experiencia en España, sin caer en el maniqueísmo de la adulación o de la execración, del exceso o del defecto. Es precisamente ese subjetivismo y esa honestidad a la hora de mostrar sus opiniones lo que atrajo a otros hispanistas.

Lo que asombró a historiadores como Raymond Carr de la obra de Brenan no fue el aparato historiográfico o la cuidada documentación, puesto que carece de todo ello. Fue la escritura, la manera de hablar sobre la historia, la antropología o la cultura de un país que parecía conocer muy bien sin ser esclavo de la rigidez del estilo académico. Brenan fue un novelista frustrado y un poeta menor. Su empeño en abonar el campo de la ficción fue un fracaso del que fue muy consciente. Su primer intento de novelar se remonta a los años veinte, cuando escribió Mr. Fisher, novela que terminó por publicarse en 1961 con el título A holiday by the sea. Cinco años más tarde apareció The Lighthouse always says yes, ambientada en la Costa del Sol. Finalmente, su intento de crear su gran novela española, Segismundo, terminó con el manuscrito de mil páginas en el fuego (con la excepción de un capítulo, que Brenan no echó a las llamas). Cabe resaltar que ni una sola de esas novelas ha sido traducida al español, pese al prestigio que su autor tiene en España. No era, pues, un hombre dotado para la ficción, pero sí para la escritura. De ahí que su obra ensayística sea tan atractiva, aunque como dijo Eric Hobsbawm de El laberinto español, el libro podía ser maravilloso, pero «unscientific».

Es ese el lastre que pudiera achacarse a la obra de Brenan. Pudo ser innovadora en su momento, pero algunas de sus opiniones han quedado superadas. En cualquier caso, por encima de las imprecisiones en que pudiera caer, su obra sigue teniendo el atractivo de los textos cultivados con inteligencia. Y esa es la característica de todos los que se incluyen en este Cosas de España, publicado por la editorial Fórcola en edición de Carlos Pranger.

En total, reúne veintiséis artículos, entre ellos una carta, ordenados cronológicamente –desde los años veinte hasta los ochenta– y se recogen por primera vez, extraídos de las revistas donde vieron la luz, en un volumen. Brenan dedica casi la mitad al mundo literario español, desde las visiones generales que hace en sus dos «epístolas literarias» a los artículos que consagra a Cervantes, Galdós, Alarcón, Lorca, Gironella o Barea, y muy especialmente los más antiguos, dedicados a San Juan de la Cruz y a los místicos. A la historia española dedica casi la otra mitad, casi todos reseñando libros de autores como Raymond Carr, Stanley G. Payne o Ronald Fraser. También dedica uno a la Córdoba islámica y otro, de carácter más general, explicando la España de la posguerra: «La escena española», que apareció en la revista Current Affairs en julio de 1946.

Current Affairs era una publicación generada por el Bureau of Current Affairs, antiguo Army Bureau of Current Affairs, un organismo de propaganda destinado a levantar la moral de los militares británicos durante la Segunda Guerra Mundial. A partir del 20 de abril de 1946, la revista se dirigió al público civil y se centró en difundir artículos escritos por expertos sobre temas concretos de su especialidad. El de Brenan es escueto, un resumen de la política española entre mediados del siglo XIX y el final de la Segunda Guerra Mundial. Quizás en 1946 fuera acertado, teniendo en cuenta la época y a quién se dirigía, pero ahora parece poca cosa, acaso un texto apresurado y superficial escrito para corregir a un público que todavía pensaba que España era un terrible país africano.

Más interesantes son sus textos sobre Galdós, sobre San Juan de la Cruz o sobre la situación literaria española a comienzos de los años cincuenta, en los que llega a decir que «la Guerra Civil hizo más por la liberación de las jóvenes españolas que los cincuenta años de paz anteriores». No hay sesgo político en sus apreciaciones, sino una objetividad periodística muy plausible. Da los datos de la edición en el país, la nómina de escritores más notables o el mayor uso de la tapa dura sobre la rústica en los libros, lo que hace que se encarezcan y el español, para poder leer uno de esos tomos, tenga que prescindir de una comida. Son detalles quizá mínimos, pero, en cualquier caso, exactos, que dejan a la imaginación y perspicacia del lector su propia opinión sobre la vitalidad de la cultura española durante el franquismo, a años luz de la que dio lugar a la Edad de Plata de nuestras letras antes de la guerra, sin duda, pero igualmente alejada de la idea del yermo páramo que algunos pretenden imponernos.

Brenan, como buen escritor británico, es ordenado en su exposición sin resultar aburrido o previsible. Una escritura ordenada viene a ser como un paseo agradable, algo aparentemente sencillo y trivial, pero, a la vez, «un espectáculo voluptuoso y sedante», por decirlo con palabras de Azorín, sobre todo si el orden no está reñido con la visión personal, con el comentario acertado y con la capacidad de sorprender con una metáfora adecuada, con una anécdota que encaje bien con la narración, o con el fino uso de la ironía. Todo ello se aprecia, por ejemplo, en el artículo sobre el Museo del Prado, «Las sublimes pinturas de Madrid», donde, tras una introducción en la que recuerda la primera vez que vio el museo, en aquellos días lluviosos y desdichados que fueron su experiencia iniciática en España, emprende un recorrido sobre sus pinturas más conocidas. Podrá uno estar o no de acuerdo con alguna de sus apreciaciones sobre Murillo, Goya o Zurbarán, pero es indudable su capacidad narrativa para hacernos disfrutar de su itinerario personal, como si estuviésemos a su lado contemplando cada uno de los cuadros. Algo similar ocurre en los artículos que dedica a la novela La de Bringas, de Galdós, o los que tratan de García Lorca o de Alarcón. Este lo principia con unas líneas dedicadas a Guadix que son un ejemplo de cómo captar la atención del lector para hablarle de un autor y de una obra quizá lejanos en el tiempo, pero sin que haya perdido su valor literario. Respecto al artículo «Cuando el islam gobernó la Península Ibérica», publicado en la revista Horizon en 1962, no desmerece de cualquier otro texto que pueda considerarse canónico para una visita a la Mezquita de Córdoba. Insisto en que no es necesario juzgar los textos desde un punto de vista estrictamente científico o académico para poder disfrutarlos y aprender a escribir de una manera concisa y atractiva. A este respecto, resulta fundamental la lectura de sus reseñas, como las que hace de libros de Raymond Carr o de Stanley G. Payne, en las que vuelve a expresar opiniones, ecuánimes y equilibradas, que no parecerían del gusto de quienes lo homenajearon tras la muerte de Franco, por no hablar de la reseña de El reñidero español, de Franz Borkenau, en la que insiste en las mentiras de la mitología comunista sobre la guerra.

Se agradece esta edición de Cosas de España, tan cuidada y valiosa como lo son siempre las de la editorial Fórcola. Recuerdo, asimismo, que hay otra editorial, Confluencias, que se ha lanzado a recuperar otras obras de Brenan para los lectores españoles. La labor editorial de ambas merece reconocimiento, porque en la obra de Brenan siempre se encuentra algo de valor, y su escritura y la visión que la empuja no han quedado obsoletas. Todo lo contrario, ya que la visión ecuánime, fundamentada en la experiencia propia y en la razón ajena a intransigencias encastilladas por el fanatismo, será capaz de ofrecer ideas certeras e intemporales como esta que me recuerda un amigo, sacada de La faz de España: «Quizás algún día los españoles se den cuenta de que, a largo plazo, se pierde más en las luchas que en los compromisos y vean que en sus asuntos, cuanto más grande es la victoria hoy, mayor será la derrota mañana. No hay ningún péndulo tan monótono como el español».

Sergio Campos Cacho es bibliotecario, coautor de Aly Herscovitz y colaborador de Arcadi Espada en su libro En nombre de Franco. Los héroes de la embajada de España en Budapest (Barcelona, Espasa, 2013). Recientemente ha editado Mi fe se perdió en Moscú, de Enrique Castro Delgado (Sevilla, Renacimiento, 2018).

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