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Mussolini contra Lenin

Mussolini contra Lenin

Emilio Gentile

Madrid, Alianza, 2019

Trad. de Carlo A. Caranci

312 pp. 22 €

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El germen del libro Mussolini contra Lenin puede que se encuentre en parte en el prólogo de otro de los libros de Emilio Gentile, centrado en la marcha sobre Roma, en el que realizaba una brevísima comparación entre Mussolini y Lenin y el día en que tomaron el poder. Gentile concluía recriminando: «Todavía no se ha intentado una historia comparada entre la revolución de octubre bolchevique y la revolución de octubre fascista»Emilio Gentile, El fascismo y la marcha sobre Roma, trad. de Luciano Padilla, Barcelona, Edhasa, 2015, p. 13.. No obstante, Mussolini contra Lenin colma sólo parcialmente el vacío historiográfico, ya que no se centra en las dos revoluciones. Tampoco es una comparación entre las dos biografías. Sin embargo, resulta especialmente útil para reflexionar sobre la evolución del pensamiento de Mussolini y su visión del poder leninista.

Mussolini y Lenin coincidieron entre marzo y abril de 1904 en Ginebra, donde ambos frecuentaban los círculos de los exiliados. Es probable que asistieran a la conmemoración de la Comuna de París celebrada en la ciudad suiza. Pero no se trata de un libro de Historia contrafactual ni de Historia virtual. Gentile no especula sobre un hipotético encuentro entre Lenin y Mussolini, sino que, a partir de una serie de pruebas, lo define como «posible». Sin embargo, el encuentro ocasional no es lo que realmente interesa a Gentile. La mera posibilidad representa un pretexto para reflexionar sobre los caminos políticos de las dos figuras, paralelos hasta 1914 y, a partir de este año, contrapuestos e irreconciliables.

Discípulo de Renzo de Felice, Emilio Gentile es, sin duda, uno de los mayores estudiosos del fascismo. Su producción académica se caracteriza por la «peculiaridad» de ir frecuentemente a contracorriente y cuestionar ideas aceptadas por gran parte de la comunidad científica. Este libro sigue en esta línea y cuestiona la idea aceptada por la historiografía italiana y extranjera de la existencia de una cierta relación, de un vinculo, entre el bolchevismo y el fascismo, como si el primero hubiera contribuido al desarrollo del segundo. Algunos autores consideran incluso a Mussolini un imitador de Lenin que, fascinado por sus resultados, decidió emular su estrategia. Gentile no coincide con esta tesis y, en un libro muy documentado y riguroso, que espacia a lo largo y ancho de la obra de Mussolini, desvincula los dos fenómenos, poniendo el acento en la crítica del Duce al régimen bolchevique.

Al igual que en anteriores libros (como Le origini dell’ideologia fascista, 1918-1925, Fascismo. Storia e interpretazione e Il culto del littorio. La sacralizzazione della politica nell’Italia fascista), Gentile reafirma su idea sobre la existencia de una ideología específicamente fascista, con sus características originales, su liturgia y su estética. Una ideología convertida en religión política a través de la sacralización del culto del fascismo. Y, al mismo tiempo, incide en el objetivo del régimen: construir un nuevo Estado totalitario. El libro se enmarca en esta línea y pretende demostrar que Mussolini elaboró su concepción totalitaria de la política no derivándola de la experiencia bolchevique, sino como producto de la propia experiencia del Partido Nacional Fascista y tomando como base su particular forma de conquistar el poder. Para Gentile, el fenómeno totalitario italiano no se desprende del caso ruso. No se trató ni de emulación ni de importación. El origen del totalitarismo fascista se encuentra en la combinación que se dio a partir de 1919 entre partido, milicias, ideología e instituciones.

Como afirma Gentile, las comparaciones entre Lenin y Mussolini o entre bolchevismo y fascismo vienen de lejos. Entre otros, el autor del libro cita a Harold J. Laski (ya en 1923), Giuseppe Prezzolini, Antonio Gramsci, Giovanni Amendola o Luigi Sturzo. También podría citarse el famoso libro-entrevista de Emil Ludwig en el que, a la pregunta sobre las «tan considerables» semejanzas entre el sistema de Roma y el de Moscú, el propio Mussolini reconocía: «No niego las semejanzas»Emil Ludwig, Colloqui con Mussolini, Milán, Mondadori, 1932, p. 148.. Años más tarde, el filosofo Toni Negri se preguntaba si «no podría decirse que incluso Mussolini y Hitler soñaron con ser Lenin»Slavoj Žižek, Sebastian Budgen y Stathis Kouvelakis, Lenin reactivado, trad. de José María Amoroto, Madrid, Akal, 2010, p. 285..

Como si se tratase de una obra de teatro, el protagonista de la escena es Mussolini, con Lenin actuando como secundario de lujo. Con la Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa como escenario, Il Popolo d’Italia sirve como guion para seguir la evolución del pensamiento de Mussolini tanto sobre la revolución rusa y Lenin como para la construcción de su idea de Estado. A través de los artículos y editoriales del periódico –escritos por Mussolini o por periodistas afines– es posible realizar un viaje casi psicológico por el pensamiento del Duce. En sus escritos se aprecia la fascinación por Friedrich Nietzsche y por Gustave Le Bon, así como la influencia del clima cultural y político de finales del siglo XIX y comienzos del XX, marcado por la propagación de ideas socialdarwinistas, antisemitas o reaccionarias.

En las primeras páginas del libro, se evidencian analogías biográficas e ideológicas entre las dos figuras revolucionarias, tales como la admiración por la figura de Karl Marx, la dura crítica del revisionismo, la visión compartida sobre el papel del partido o de la revolución. En los primeros años del siglo, eran dos marxistas revolucionarios. Aunque fue el estallido de la Primera Guerra Mundial lo que marcó la «separación» entre los dos caminos, Gentile puntualiza de forma acertada que la consonancia de algunas ideas no debe esconder la diferencia de visión, en el sentido de que el marxismo era interpretado por los dos de forma distinta, ya que provenían de culturas filosóficas diferenciadas. Y lo mismo pasaba con el partido, de la visión leninista de un partido de intelectuales profesionales revolucionarios a la mussoliniana de un partido armado organizado y estructurado como milicia.

El libro evidencia el interés de Mussolini por los acontecimientos rusos, su apoyo a la Revolución de febrero y su animadversión por la de octubre; su simpatía por Aleksandr Kérenski («el hombre de la revolución») y sus reticencias hacia Lenin (el «pobre revolucionario»). El interés respecto al tema era doble: desde un punto de vista pragmático, seguía la evolución de la revolución por sus posibles repercusiones sobre la Gran Guerra; y, desde un punto de vista ideológico, interpretaba la revolución de febrero como un evento de cambio, el final del zarismo en aras de una europeización de Rusia. Diferente opinión le generaba el socialismo de Lenin. Más allá de temer la difusión de sus ideas, la crítica al socialismo de Lenin le servía de excusa para atacar a los leninistas de Italia. En realidad, en un principio, lo que más molestaba a Mussolini de Lenin no eran tanto sus ideas como su promesa de firmar la paz con Alemania. La definía como la «paz de la infamia», el «pacto de la esclavitud». No creía que el leninismo pudiera «trasplantarse a Italia», pero no quería la difusión de las ideas pacifistas promovidas por este régimen, ni la fascinación del proletariado italiano por las ideas revolucionarias.

Pero, con el tiempo, Mussolini desembocó en una crítica feroz del experimento leninista y de la revolución bolchevique, considerándolos como expresión de la degeneración del proyecto socialista. De forma dogmatica, Mussolini recurría a la teoría marxista que había aprendido en la «escuela del socialismo» para desmentir la validez de la revolución bolchevique. Mencionaba la idea de Marx de la necesidad del encadenamiento de las etapas y, sobre todo, de un «capitalismo que ha alcanzado la última fase de su desarrollo». Era evidente que esta condición no se daba en Rusia: por tanto, si el ruso era el primer Estado con régimen socialista, «la doctrina socialista puede echarse al desguace», afirmaba Mussolini. Al mismo tiempo, consideraba que Lenin no estaba construyendo el socialismo en Rusia, sino edificando una «dictadura de partido». Ridiculizaba tanto el mito de Lenin y su «mesianismo revolucionario» como la credulidad de los socialistas italianos.

Un aspecto que merece la pena destacar es el olfato periodístico de Mussolini. Es cierto que tanto Lenin como él utilizaron la escritura como arma en su lucha política. El Duce pone de relieve la capacidad propagandística y polemista de sus artículos. Hoy, que está de moda hablar de ataques personales, desinformación y manipulación de los medios, Mussolini utilizaba estas artimañas hace un siglo: no dudaba en atribuir a Lenin un presunto apellido alemán («Ceorbaum») para descalificarlo, en difamarlo llamándolo «traidor» (a Rusia, al socialismo, a «la libertad de los pueblos») o «tirano sanguinario». En su periódico, alimentaba la idea conspirativa de una participación e influencia alemana en la Revolución de octubre y en el gobierno constituido, afirmando que Alemania mandaba y Lenin hacía «el déspota a su sombra». Asimismo, con sus artículos transmitía una imagen de inestabilidad y caos en Rusia más allá de lo que realmente había. Tachaba la situación de «tragicomedia moscovita». Aprovechaba cualquier información contraria para mostrar su hostilidad y aversión al régimen leninista, contando que el «paraíso bolchevique» era, en realidad, hambre, miseria, horror y terror. Subrayaba la apertura al capitalismo económico de Lenin como la demostración de su fracaso.

Mussolini libró una autentica guerra periodística contra Lenin. Interpretaba el leninismo como un fenómeno autocrático, favorecido por la «ignorancia y credulidad del pueblo ruso». No obstante, cuando Lenin se consolidó en el mando, Mussolini mostró también cierto interés por el proceso de acumulación del poder leninista. Observaba el uso de la fuerza y del terror como arma para combatir a los enemigos de la revolución, la táctica puesta en marcha para «conservar el poder a toda costa».

A partir de la década de 1920, sus artículos muestran un giro ideológico: si antes de la guerra había pasado del pacifismo socialista al virulento intervencionismo, entre 1917 y 1922 se produce el giro final: de una postura antiestatalista pasa a ser el máximo defensor del Estado, de paladín de la civilización occidental y de la libertad a la necesidad de reformularla y sustituirla por nuevos valores como orden, jerarquía y disciplina. El Estado pasaba de «máquina tremenda que traga a los hombres y los vomita como números muertos»Benito Mussolini, Opera Omnia, vol. XIV, pp. 396-399, citado por Emilio Gentile en su libro, p. 292. a convertirse en un valor, en un fin, en el centro de su proyecto político. Y una contradicción más: si ya en 1919 había declarado liquidado el bolchevismo, una vez en el poder alardeaba de haber salvado a Italia del peligro bolchevique. El fascismo tenía el mérito de haber evitado que Italia cayese en las garras del leninismo.

En suma, Gentile reflexiona sobre dos modelos totalitarios antagónicos, pero unidos por varios elementos. Si resulta controvertida la relación entre los dos en la génesis del fascismo, es innegable que el giro estratégico de Mussolini una vez que estuvo en el poder presenta más de una analogía con la táctica leninista. De la crítica –por negar la libertad y la democracia, por el uso del terror y la eliminación sistemática de los opositores– pasó a la adopción y a la sublimación de estos métodos. Se trató de dos regímenes con ambición totalitaria y programas radicales. Crearon su propio mito, mitos que cíclicamente vuelven como fantasmas que recorren ya no sólo la vieja Europa.

Andrea Donofrio es profesor de Historia del Pensamiento Político Contemporáneo de la Universidad Complutense. Es autor de Érase una vez el eurocomunismo. Las razones de un fracaso (Madrid, Tecnos, 2018) y coautor de Historia actual del mundo. De la posguerra a la cultura global (Madrid, Síntesis, 2016). Sus investigaciones se han centrado en la historia de los movimientos políticos y sociales, el pensamiento y las ideas políticas, especialmente de las formaciones de extrema izquierda y derecha.

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