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La invención del lógos

Protágoras y el logos. Un estudio sobre filosofía y retórica griega

Edward Schiappa

Madrid, Avarigani, 2018

Trad. de Ignacio Etchart

380 pp.

25 €

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El libro objeto de esta reseña presenta la traducción española de la segunda edi­ción, publicada en 2003 y reimpresa en 2017, de una obra cuya primera edición data de 1991. Su autor, Edward Schiappa, publicó en el entretanto una obra titulada The Beginnings of Rhetorical Theory in Classical Greece (New Haven y Londres, Yale University Press, 1999), que puede verse como un desarrollo ulterior, y revolucionario en sus principales resul­tados, de algunas de las tesis más generales del autor sobre el origen y el desarrollo de la retórica griega, que aparecen esbozadas ya en la pri­me­ra edición de la obra que aquí comento. Por su parte, la segunda edición de esta última no presenta gran­des cambios, más allá de ciertas formulaciones modificadas y de correcciones de al­­gunas de las traduccio­nes de los textos grie­gos ofrecidas en la primera edición, pero aña­­de un interesante epí­lo­go en el que Schiappa recoge algunos de los avances del estudio de la historia de la re­tó­rica griega que se produjeron en los tiempos que siguieron a la publicación de la pri­me­ra edi­ción (pp. 335-353).

Puede decirse que el objetivo principal de la obra consiste en ofrecer una interpretación del pensamien­to de Protágoras que lo presenta como una figura clave de transición, dentro de un proceso evolutivo mucho más amplio. Se trata de lo que, siguiendo a Eric A. Havelock, Schiappa caracteriza como el tránsito de una cultura mitopoiética y teo­cén­tri­ca, ba­sa­da en la oralidad, a una cultura literaria de corte racionalista e ilustrado, en la cual, de la mano de la escritura, pudieron florecer la argumentación racional, en sus di­ver­sas for­­mas, y la filosofía. A juicio de Schiappa, que sigue en este punto la línea de interpretación propia de autores como George Grote y George B. Kerferd, los sofistas desempeñaron un im­portantísimo papel po­sitivo, dentro de tal proceso evolutivo, al punto de poder ser con­si­derados, de hecho, como aliados de Platón, en quien, pa­radójicamente, ha de buscarse el lugar de origen de la imagen fuertemente negativa que predominó en la investigación hasta bien entrado el siglo XX. Por su parte, Protágoras debe desempeñar un papel clave, piensa Schiappa, dentro de una narración de conjunto que apunte a reivindicar la aportación positiva de la so­fística. Poner de relieve ese papel clave es, precisamente, el objetivo fundamental de la obra. Su desarrollo que­da dividido en tres grandes partes, que pueden verse como mo­men­tos dentro de una ar­gumentación unitaria y que comentaré a continuación de modo sucinto.

La primera parte (capítulos I-IV) presenta los prolegómenos para el estudio del desarrollo temprano de la retórica griega. En el primer capítulo, además de reseñar los pro­ble­mas que pre­senta la definición de la noción de «sofista» y la evolución semántica del tér­mi­no, mar­cada fuer­­te­men­te por la interpretación de Platón (pp. 24 y ss.), Schiappa defiende la im­por­tancia cen­tral de Pro­tá­goras (p. 40 y ss.). Dado que Schiappa adopta una caracterización general de los sofistas como educadores profesionales que destacan especialmente en el ámbito de la destreza técnica que permite construir el discurso en prosa (p. 40), Pro­tá­go­ras apa­rece presentado, en principio, en esos mismos términos. Sin embargo, su fi­gu­ra ad­quie­re una singular importancia ya por el simple hecho de haber sido el primero y el más in­fluyente de los sofistas, como lo muestra, sobre todo, el impacto de su pen­sa­miento so­bre la poesía trágica y la filosofía (p. 42 y ss.). El segundo capítulo posee una especial importancia, por­que fija las premisas metódicas a las que se atie­ne el intento de reconstrucción llevado a cabo por Schiappa. Frente al problema planteado por el carácter fragmentario de los tex­tos conservados, al que se une el problema de su escasez, Schiap­pa opta por una lectura que privilegia la literalidad de los textos, los ipsissima verba, y la referencia a su contexto his­tórico de origen, por encima del re­­­curso tanto a la tra­dición in­directa como a la inter­pre­tación filosófica por medio de categorías mo­der­­nas (p. 49 y ss.). Esta fijación metódica pa­­rece responder al mero sentido común, pero no deja de ser problemática en alguna me­di­da, si se tiene en cuenta, por una parte, que la litera­li­dad de los textos fragmentarios de los pensadores anteriores a Sócrates plantea ella misma fre­cuentemente serios problemas (véase la respuesta de Schiappa a los argumentos escép­ti­cos de Catherine Osborne en la página 73 y ss.) y, por otra, que el propio Schiappa in­tro­duce una serie de presupuestos interpretativos vin­culados con una concepción de con­­jun­to relativa a la evolución de la cultura griega y al papel que en ella desempeña el pen­sa­mien­to filosófico. Tales presupuestos derivan, en su ma­yor parte, del modo en el que Havelock caracteriza la transición desde la oralidad a la escritura (p. 61 y ss.). En todo caso, lo positivo aquí es, sobre todo, el hecho de que tales pre­supuestos se hacen explícitos desde un comienzo.

En el tercer capítulo, Schiappa presenta una primera hipó­te­sis central dentro de su reconstrucción evo­lutiva, a saber: el término «retórica» (rh?to­ri­k?), ausente en los sofistas y los escritores del siglo V, habría sido in­ven­ción de Platón, quien lo habría acuñado hacia 385 a. C., cuan­do componía el Gorgias (p. 81 y ss.). Pero el alcance de es­ta hipótesis, basada en buena par­te en argu­men­tos ex silentio, no queda reducido al mero plano lingüístico, ya que Schiappa la conec­ta ex­pre­samente con una tesis referida al carác­ter sesgado de la interpre­ta­ción más tradicional del desarrollo de la retórica griega: la tesis según la cual la trasposición del tér­mi­no «retórica» a los textos del siglo V traería consigo una decisiva malin­terpretación de su alcance, al superponer la noción platónica de retórica –vinculada con la destreza propia de quien presenta mociones en los tribunales o las asambleas– a lo que en esos textos más antiguos se designa simplemente como lógos. En consecuencia, quedó fuer­te­mente des­per­filada la idea originaria del siglo V, que es simplemente la de un «arte del lógos» (p. 92 y ss.). En los posteriores mitos sobre la invención de la retórica, de origen aristotélico, se asume ya como obvia la noción reductiva de rh?to­ri­k?, de origen platónico, a la que Aris­tó­te­les dio, a su vez, un nue­vo sen­tido técnico, a través de la conexión con la no­ción de «verosi­mi­li­tud» o «pro­ba­bi­lidad» (eikós) (p. 99 y ss.). Todo ello agrava el malentendido, pues­to que el sentido del tér­­mi­­no lógos, tal como era empleado en el siglo V, resulta ser, para Schiappa, mucho más amplio. En el caso de los sofistas, remitía simplemente al pen­­sa­mien­to abstracto, tal co­mo podía adquirir desarrollo y expresión en la escritura pro­sai­ca, por oposición al dis­cur­so poético tra­dicional (p. 111 y ss.). Sobre esta base, Schiappa sos­­tiene que recuperar el sen­tido ori­gi­nal de las concepciones elaboradas por los sofistas su­­pone releerlas en la cla­ve que pro­por­ciona la idea de un «arte del lógos», en sus diversas po­­sibles variantes, evitando los ana­cronismos y atendiendo, además, al carácter indi­vi­dual y diferenciado de ca­da una de las figuras es­tu­­diadas (p. 117 y ss.).

La segunda parte (capítulos V-IX) contiene una discusión detallada de los problemas interpretati­vos de cinco textos principales que traen doctrinas atribuidas a Protágoras y ofrece, sobre esa base, una traducción propia de cada uno de ellos. Así, el quinto capítulo discute el «fragmento» re­fe­ri­do a la existencia de dos discursos o argumentos opuestos sobre cada asunto (véase 80B6a DK). He colocado comillas al hablar aquí de un fragmento, porque el caso es que, a pesar de haber sido colocado por Diels y Kranz bajo la rúbrica correspondiente a los fragmentos con­siderados tex­tuales, «B», el texto, conservado por Diógenes Laercio, tiene todo el aspecto de ser una paráfrasis. De hecho, el propio Schiappa da crédito en este caso a las du­das escépti­cas sobre la literalidad del texto expresadas por Catherine Osborne. Por su parte, en su reseña de la primera edición (American Journal of Philology, vol. 114, núm. 4, 1993, pp. 623-628), William W. Fortenbaugh llamó la atención sobre el hecho sorprendente (stri­king) de que Schiappa, tras haber defendido el principio de atenerse a los ipsissima ver­ba, coloque en lu­gar privilegiado de su propia reconstrucción interpretativa precisamente un tex­to que despierta fundadas sos­pe­chas en materia de literalidad. En la segunda edi­ción, Schiappa menciona la crítica de For­tenbaugh, pero mantiene que, al menos, las pala­bras centrales del texto (lógoi, an­tikeímenoi y pâs prâgma) deben considerarse tex­tua­les (p. 156).

Sobre esta base, Schiappa clasifica las interpretaciones del texto en dos grupos: interpretaciones subjetivas, que apuntan a una mera oposición de argumentos sobre un determinado asun­to, e interpretaciones heraclíteas, que enfatizan el lado objetivo, en la medida en que remi­ten a las «cosas», y no meramente a los «asuntos» o «cuestiones» de­batidas (p. 158 y ss.). Toda la argumentación se basa aquí en la asunción de que el término prâgma en tiempos de Pro­tá­goras significa siempre «cosa», pero esto es claramen­te erróneo (véase la evidencia textual apor­­tada por Fortenbaugh). En todo caso, la cuestión de fondo de Schiappa es que el texto de Protágoras no se refiere exclusivamente a la capacidad argumentativa hu­mana, sino que constituye una declaración sobre el mun­do mismo, tal como se concibe en perspectiva he­raclítea (p. 160 y ss.). La traducción ofreci­da se atiene, pues, a la in­ter­pre­ta­ción he­ra­clí­tea de corte objetivista (p. 175). El objetivo es mostrar sobre esta base que Protágoras es, efectivamente, un pensador transicional, en la medida en que, partiendo de la doctrina he­ra­clí­tea de los contrarios, enfatizó el lado lógico y semántico del problema, pero sin perder de vista su fundamento ontológico (pp. 173–174).

En el sexto capítulo, Schiappa dis­cute el fragmento referido a la habilidad de convertir en más fuerte el argumento más dé­bil (80B6b DK). Su estrategia consiste en rechazar la interpretación peyorativa del fragmento, derivada de la trasposición de supuestos derivados de la presentación platóni­ca y aristotélica (p. 178 ss.), y defender, en cambio, una in­­terpretación positiva, en tér­mi­nos de la habilidad para for­ta­lecer un argumento más dé­bil que se tiene por preferido o me­jor con el fin de hacer frente a un argumento que se tiene por peor, pero que por el mo­mento resulta dominante (p. 184 y ss.). El séptimo capítulo es de cen­tral importancia, porque dis­cute el fragmento que presen­ta el famoso principio del ho­mo mensura, esto es, el prin­cipio del ser humano como me­di­­da de todas las cosas (chr?­ma­ta) (80B1 DK). Siguiendo la línea fijada para la in­ter­pre­ta­ción de los dos fragmentos an­teriores, Schiappa defiende una interpretación no sub­je­tivista del término chr?ma, en­ten­dido como «cosa» en el mis­mo sentido que prâgma, a la que añade, siguiendo a Theodor Gom­perz, una interpretación no par­ticularista de la referencia al ser humano, de tal modo que, en contra de lo que sostiene Pla­tón, no se trata aquí de la referen­cia a cada individuo par­ti­cular, sino a la humanidad. Por úl­timo, la referencia a la fun­ción de medida del ser hu­mano tampoco debe verse limitada al plano de la percepción, como pretende Platón, sino que alude a la función de juez del ser humano a la hora de juzgar sobre todas las cosas (p. 200 y ss.). Así leído, el fragmento cons­tituiría una respuesta heraclítea contra la posición de Parménides: al «aut aut» par­me­ní­deo referido a la oposi­ción en­tre «ser» y «no ser», Pro­tágoras responde, puede decirse, con un «non solum sed etiam» de corte com­pa­ti­­bilista (p. 208 y ss.), y su reivindicación de la relatividad, fundada en la visión heraclítea y ob­je­t­i­vista de la contrariedad, no apunta, en modo alguno, a un subjetivismo radical (p. 215 y ss.).

Por su parte, el octavo capítulo discute la tesis protagorea re­­­ferida a la imposibilidad de con­­­tra­decir (antilégein), documentada sólo a través de tes­ti­­monios indirectos (80A1 y 80A19 DK), cuyo alcance Schiappa propone interpretar en términos de la tesis de relatividad reconstruida a partir del principio del homo mensura y descartando, por tanto, la atri­bución a Protágoras de una forma radical de relativismo sub­­jetivista (p. 232 y ss.) Schiappa va aquí tan lejos como para sugerir que, lejos de formar parte de quienes niegan la validez del Principio de No Contradicción, como afirma Aristóteles, Protágoras habría incluso anticipado de algún mo­do su formulación. Como señala Lee, esto parece altamente implausible. Véase Mi-Kyoung Lee, Epistemology after Protagoras. Responses to Relativism in Plato, Aristotle and Democritus, Oxford, Clarendon Press, 2005, p. 25.. Por úl­timo, el noveno capítulo presenta la discusión referida al fragmento sobre la existencia de los dioses (80B4 DK). Schiappa pone de relieve la debilidad de las interpretaciones en clave agnóstica, que aparecen conectadas con la versión referida a un supuesto juicio por im­piedad (p. 241 y ss.). Siguiendo una línea de interpretación inaugura­da ya por Werner Jaeger, Schiappa sugiere que, en su tratado sobre los dioses, Protágoras apun­ta­ba centralmente a un objetivo práctico-antropológico, vinculado con la necesidad de re­gular la prácti­ca re­li­giosa entre los hombres, relegando a segundo plano la cuestión teórico-fi­losófica rela­ti­va a la existencia de los dioses (p. 245 y ss.).

Finalmente, la tercera parte (capítulos X-XIII) elabora una serie de importantes corolarios re­la­tivos al modo en que Protágoras concibe la educación, la virtud cívica y la comunidad política (polis) (capítulos X-XI), así como a la oposición entre Protágoras, por un lado, y Pla­tón y Aris­­tóteles, por otro (capítulo XII). En el primer caso, Schiappa enfatiza los principa­les motivos que permiten situar a Protágoras en el origen mismo de la corriente raciona­lis­ta del siglo V, en la que se inscribe también el pensamiento socrático (p. 270 y ss.). La nue­va concepción de la virtud, de carácter eminentemente cívico, propia de la sofística, queda caracterizada a través del contraste con la concepción tradicional documentada por Ho­mero (p. 280 y ss.). Tal concepción de la virtud aparece inmediatamente vinculada con la correspondiente concepción de la función del lógos en la comunidad política, estre­cha­mente asociada al espíritu de la democracia periclea (p. 289 y ss.). En el segundo caso, a pesar del contraste entre democratismo y antidemocratismo, a partir del cual se orienta su presentación de conjunto, a la hora de discutir la recepción de Protágoras por parte de Platón y Aristóteles, Schiappa se esfuerza por enfatizar no sólo los momentos de oposi­ción (como el debate sobre el relativismo), sino también aquellos que dan cuenta de deter­mi­nadas formas de continuidad y asimilación (la cuestión relativa a la enseñabilidad de la virtud) (p. 313 y ss.).

A modo de conclusión, puede decirse, a mi juicio, que la reconstrucción de conjunto ofrecida por Schiappa resulta convincente en no pocos de sus aspectos más significativos, en particular los que se refieren al verdadero alcance del principio del homo mensura, sus pre­su­po­siciones ontológicas y su estrecha vinculación con una concepción del lógos que no puede ser divorciada del ideal ético-político de la democracia del siglo V. Más en­­debles resultan, a mi modo de ver, los aspectos de la interpretación que poseen un al­can­ce más propiamente filológico, en general, y lingüístico, en particular. La argumenta­ción revela, en ocasiones, algunas deficiencias concernientes a la evaluación del uso y la se­mán­ti­ca de algunos términos griegos fundamentales, a lo que se añade un re­cur­so ex­ce­sivo, por momentos, al argumento ex silentio. Hay también una dependencia muy mar­cada de la discusión de detalle respecto de un cuadro interpretativo de conjunto que parece estar concebido de antemano, algo que contrasta notoriamente con la declarada adhesión al principio hermenéutico que da prioridad a los ipsissima verba. Por momentos, se tiene la impresión de que el recurso a este principio, dado el carácter escaso y frag­men­tario del ma­terial textual conservado, cumple la función de descartar la vi­sión que pro­por­cionan las interpretaciones tradicionales más que la de indicar el modo en el que está construida la propia. Nada de esto impide, desde luego, reconocer la consistencia y la relevancia de la re­­construcción ofrecida por Schiappa, que justamente por ello ha podido contribuir decisivamen­te a reavivar el debate sobre la figura del sofista más famoso e influyenteAdemás de la obra de Lee ya citada an la nota anterior, véase, por ejemplo, Michael Mendelson, Many Sides. A Prota­go­rean Approach to the Theory, Practice and Pedagogy of Argument, Dordrecht, Springer, 2002, quien sigue una línea cercana a Schiappa, y Ugo Zilioli, Protagoras and the Challenge of Relativism. Plato’s Subt­lest Enemy, Aldershot, Ashgate, 2007, quien reconstruye el relativismo protagoreo en términos más afines a la presentación de Platón y dentro de una línea más próxima a la interpretación de Lee. Véanse también los trabajos contenidos en Johannes M. van Ophuijsen, Marlein van Raalte y Peter Stork (eds.), Protagoras of Abdera. The Man, His Measure, Leiden y Boston, Brill, 2013..

Alejandro G. Vigo es profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra. Sus últimos libros son Estudios aristotélicos (Barañaín, Eunsa, 2006; 2º ed. corr., 2011) y Juicio, experiencia, verdad. De la lógica de la validez a la fenomenología (Barañaín, Eunsa, 2013).

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