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La teoría del lenguaje de Rafael Sanchez Ferlosio

Altos Estudios Eclesiásticos. Gramática, narración, diversiones

Rafael Sánchez Ferlosio

Madrid, Debate, 2015

920 pp. 34,90 €

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Rafael Sánchez Ferlosio es uno de los pocos escritores españoles a los que cuadra la calificación de «intelectual», en el sentido francés de la palabra. Su obra literaria, concentrada en tres novelas (Industrias y andanzas de Alfanhuí, 1951; El Jarama, 1955; y El testimonio de Yarfoz, 1986) lo han consagrado como uno de los prosistas más destacados de la literatura en español del siglo XX. Todavía recuerdo cómo, a principios de los años setenta, en Salamanca, se recomendaba a los alumnos de Letras la lectura de El Jarama, al tiempo que se aludía a arcanas investigaciones lingüísticas que el autor llevaba años desarrollando en soledad. En efecto, desde 1955, Ferlosio se ha entregado con pasión a indagar la materia con que trabaja el narrador: el lenguaje. Así dice la cubierta del libro: «Tras escribir El Jarama, agarré la Teoría del Lenguaje de Karl Bühler y me sumergí en la gramática y en la anfetamina». Este caso recuerda al de Jean-Paul Sartre en el trance de escribir El idiota de la familia. Karl Bühler, detonante de la vocación lingüística de Ferlosio, había publicado en 1934 una impresionante teoría funcional del lenguaje, o más precisamente, de la acción verbal.

La Teoría del lenguaje de Karl Bühler (1879-1963), psicólogo alemán y profesor en Viena, fue traducida al español en 1950. Que en la España de 1950, donde apenas habían desaparecido las cartillas de racionamiento y la actividad científica era precaria, se tradujera un libro como el de Bühler, desafia a la imaginación. Pero todo tiene su razón. Según cuenta Jordi Gracia, Ortega, en Lisboa, decidió fundar en 1943 una editorial, Azar, en la que figuraban autores como Johan Huizinga, Wilhelm Dilthey y Karl Bühler. Sólo apareció el libro de Huizinga. El de Bühler se daría a conocer en español más tarde, a través de una espléndida traducción de Julián Marías patrocinada por Revista de Occidente. En ese mismo año, esta editorial publicaría también otra obra de Bühler, Teoría de la expresión, esta vez con prólogo de Ortega.

Para un escritor, un prosista sobre todo, la relación con el lenguaje –en particular el escrito? puede ser desconcertante: ¿cómo logra transmitir su pensamiento el narrador, si las palabras son convenciones sin relación directa con las cosas? ¿Cómo es posible llegar a comunicarse con un lector cuando la comunicación es un circuito entre hablante y oyente que requiere la voz viva de ambos? ¿Cómo es posible que las palabras formen locuciones que parecen verdaderas y creen mundos posibles? ¿Cómo las palabras, los nombres propios, por ejemplo, se refieren al individuo al que apunta el hablante? La escritura contiene, en fin, paradojas de difícil solución que autores como Ferlosio no han eludido, sino que han abordado con valentía.

Ferlosio –como su amigo Víctor Sánchez de Zavala? se empapó enteramente del funcionalismo de Bühler, también seguramente de las Investigaciones lógicas de Edmund Husserl, que fueron pulcramente traducidas al español por José Gaos en los años treinta. La presencia de Bühler ha sido una constante en la lingüística del siglo XX hasta la llegada de Noam Chomsky. El lingüista ruso Roman Jakobson (1896-1982), uno de los fundadores de la lingüística contemporánea, sostenía en 1967 que «la teoría del lenguaje de Bühler es todavía para la lingüística la contribución que más ha inspirado, de entre todas, a la psicología del lenguaje». Creo que la expresión «psicología del lenguaje» podría sustituirse por «teoría lingüística», sin másDe la importancia de la teoría de Bühler da prueba el hecho de que se haya traducido al inglés en 1988.. La Fonología española de Emilio Alarcos Llorach no se comprende sin Bühler, al que Victor Sánchez Zavala rinde homenaje en su prólogo a Indagaciones praxiológicas. Y el alemán ha influido igualmente en Karl Popper (Conjeturas y refutaciones, 1963), quien asistió a sus clases en Viena. Conviene, en una palabra, valorar la aportación de Bühler a la teoría del lenguaje para entender a Ferlosio cabalmente.

Bühler entiende que el lenguaje va más allá de una gramática donde los signos lingüísticos, fosilizados en palabras, se agrupan en ciertas clases y formas, las clases y formas de que se ocupan los gramáticos (del siglo XIX). Esta visión estática requiere completarse con una teoría de la situación que insufle a la palabra una significación funcional. El lenguaje es, en fin, un organum, un instrumento del que nos valemos en el proceso de comunicarnos unos con otros (Karl Bühler, Teoría del lenguaje, 1934, §2). Las palabras forman locuciones con sentido en una situación donde participan un hablante y un oyente. Los signos están, pues, personalizados en organismos parlantes que actúan verbalmente con cierta intención comunicativa. Distingue así Bühler las tres funciones esenciales del lenguaje: la expresiva, orientada a dar cuenta del estado del locutor; la apelativa, que atiende al efecto de la acción verbal en el oyente; y la representativa, donde los signos empleados representan simbólicamente objetos y relaciones entre objetos. De la situación, o del contexto situacional, pueden extraerse significados que no están codificados en los diccionarios y gramáticas. De ahí la aportación extraordinaria de Bühler a la teoría del lenguaje. Bühler, además, escribe con una espontaneidad y naturalidad infrecuentes entre los científicos alemanes.

Ferlosio es prosista, no poeta, en el sentido habitual de esta palabra. Creo que para un poeta las palabras están situadas en la poesía misma. Se parecen en esto los poetas a los pintores, para los que la situación fuera del cuadro no tiene sentido. Un novelista, por el contrario, construye una narración donde las palabras están en una situación y se anclan en un tiempo y un espacio. Es decir, el prosista emplea las palabras más en su función representativa que en su función expresiva, como hace el poeta.

En este volumen se recogen todos los ensayos en que Ferlosio se ocupa del lenguaje desde este punto de vista funcional. Los dos fundamentales son Las semanas del jardín y «Guapo» y sus isótopos, que constituyen la primera parte del libro. La segunda parte, bajo la rúbrica Diversiones, reúne artículos sobre temas gramaticales publicados en periódicos, o bien bebe de la miscelánea de El alma y la vergüenza (2000). Cierra la obra un anexo con la traducción del francés del informe sobre el niño salvaje (o bravío) del Aveyron escrito por Jean Itard, el médico francés del siglo XIX. Este texto conoció una primera edición española en 1973, enriquecida por unos interesantísimos comentarios que Ferlosio comprimió en doscientas páginas de letra apretada y espaciado sencillo. En 1997, Ferlosio consideraba esos comentarios «como mi mejor producto» (p. 742 del texto). En 1982 apareció una nueva edición, muy reelaborada, de los comentarios de 1973. En este volumen de ensayos que comento aparecen los comentarios de 1982, tal como se dice al final del libro.

Los dos volúmenes de Las semanas del jardín se publicaron en Madrid en 1974. La reedición es idéntica, salvo alguna nota al pie de 1991. La primera edición de Las semanas del jardín titulaba cada uno de los párrafos en que dividía el texto el autor. En esta edición se han suprimido los epígrafes, lo que es una lástima, pues los títulos de los párrafos eran indicadores útiles al lector para comprender su contenido. Ahora aparecen al final (pp. 743-758), dificultando harto la lectura. El título alude a un libro perdido de Cervantes que éste menciona en el prólogo a las Novelas ejemplares (1613) y en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de 1617. Se trata de una obra narrativa, compuesta probablemente de novelas cortas y llamada, precisamente, Semanas del jardín. Ese título, como ha señalado la crítica, recuerda al Decamerón de Boccaccio. Cervantes, y por este hilo podemos sacar el ovillo de una tácita complicidad ferlosiana, veía en el cultivo de los jardines una actividad de recreación: «Horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse. Para este efecto se plantan las alamedas […] y se cultivan con curiosidadInterés, cuidado. los jardines» (Novelas ejemplares, Prólogo al lector).

El hablante que interesa a Ferlosio es el narrador en el curso de elaborar su narración. Reconstruyendo el procedimiento de Ferlosio –hasta donde es posible?, nos encontramos, por un lado, con el sistema de la lengua (que, en lo esencial, es un acervo léxicoEl término y concepto de acervo aparece en la lingüística estructuralista alemana de Walter Porzig y Eugenio Coseriu en los años cincuenta.) y, por el otro, con la voluntad significativa y comunicativa del hablante, quien hace uso de ese sistema en una situación determinada. La narración, viene a decirnos, es una función del lenguaje o, si se quiere, un acto verbal en el que un hablante adopta una actitud narrativa que aparentemente pasa inadvertida en la comunicación habitual. Pero la función narrativa del lenguaje «pertenece a los dispositivos funcionales de la lengua común», aunque el sistema narrativo tenga sus propios mecanismos gramaticales. Creo que esta función, distinta de la meramente informativa o notificadora, está bien fundamentada y debería añadirse a las funciones que ya conocen los especialistasEdmund Husserl, Investigaciones lógicas, Investigación Primera, 6.. Comparése la locución «Está lloviendo» con el conocido microrrelato de Augusto Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». La locución «Está lloviendo» es una aseveración hecha por un hablante referida a un tiempo y espacio presentes, y puede ser verdadera o falsa, mientras que en el microrrelato de Monterroso el hablante-escritor adopta un rol o papel –el de narrador? que crea una situación desplazada en el tiempo y en el espacio. Y precisamente porque la función narrativa tiene sus propios mecanismos gramaticales es la que más significado tiene para caracterizar la naturaleza (o la condición) humana. A esta función del lenguaje se deben los mitos y las teorías científicas, como afirma Karl Popper en Objective Knowledge (1972). Cuando un robot adquiera la función narrativa, entonces ya habrá poca o ninguna diferencia entre la naturaleza-condición humana y la máquina.

En la Semana Segunda se exploran los procedimientos lingüísticos de la narración para explicar los usos de las formas verbales según la situación. La comparación de dos situaciones distintas, como el circo y los toros, permite identificar distintos significados de las formas verbales del español. La originalidad de Ferlosio radica en la deducción de esos significados en dos situaciones que clasifica como evento (los toros) y no evento (el circo). Todo ello constituye un alarde de imaginación fenomenológica que, discurriendo por senderos insospechados a través de una prosa abstracta y conceptista, deja al lector exhausto.

Si los textos anteriores se enraízan en Bühler y la fenomenología, «Guapo» y sus isótopos, escrito en los años setenta y publicado en 2009, estudia el tipo de relación entre palabras que Ferlosio aloja en la categoría «isótopo». Este es un término de la química que significa «variantes de un elemento químico». El estructuralista francés Algirdas Julius Greimas lo adoptó en 1970 para definir recurrencias de sonidos, palabras y frases que se repiten en un texto. Ferlosio lo emplea en un sentido distinto para identificar la relación de incompatibilidad entre dos o más palabras. Por ejemplo, los adjetivos en la frase «El niño es guapo y bonito». La frase se nos antoja anómala o absurda. Según Ferlosio, el efecto negativo, resultante de combinar linealmente adjetivos relacionados, deriva del sistema de la lengua (es un «hecho de lengua»), no de la incompatibilidad conceptual. Esta es la tesis de este libro, que se repite como un basso ostinato.

El problema de los isótopos es importante para la lingüística porque está relacionado con uno de los ejes de la teoría de la gramática: la determinación de la «buena formación», o gramaticalidad, de una frase, algo que ocupó también a filósofos como Edmund Husserl y Anton Marty hace más de un siglo. Volvamos a la tesis ferlosiana: la combinación «guapo y bonito» no infringe ninguna regla gramatical, o «puramente sintáctica». De hecho, la considera plenamente gramatical. Se trata de una coordinación que satisface la regla de que sólo pueden coordinarse idénticas categorías gramaticales. Restringiendo la gramaticalidad a lo puramente sintáctico, y haciendo abstracción de su lado conceptual, sólo queda el sistema de la lengua, particularmente el acervo léxico. Es ahí donde Ferlosio ubica la solución.

La isotopía es, en suma, una restricción inducida por la organización de las palabras en el acervo léxico. Las palabras, dice Ferlosio siguiendo la teoría del campo léxico del estructuralismo lingüístico, están organizadas en una «gran página arbórea, pluridimensional y poliarticulada», que es el acervo. En ese espacio, las palabras ocuparían posiciones que mutuamente se repelen.

Finalmente, el volumen concluye con la traducción del informe de Jean Itard sobre los niños selváticos. Itard fue un médico francés (1774-1838) que tuvo a su cargo el estudio y formación del niño selvático Víctor de l’Aveyron, el cual, en 1803, fue llevado al instituto de sordomudos de la rue Saint-Jacques en Paris. Esta institución estaba dirigida en aquel momento por Itard, que se hizo cargo de la educación o inserción del salvaje en la condición humana. El informe Itard formaba parte del libro Los niños selváticos (Les enfants sauvages. Mythe et réalité, París, Union Générale d’Éditions, 1964), del especialista francés Lucien Malson, publicado en español por Alianza en 1973, como he señalado antes, con unos amplísimos comentarios de Ferlosio.

La pertinencia del tema de los niños selváticos para conocer la naturaleza humana (expresión que algunos especialistas evitan, prefiriendo hablar de condición humana) y, en particular, para el estudio del lenguaje, es evidente, pues esos niños representan un experimento crítico para comprobar cómo se adquiere el lenguaje y cuál es el papel de este en la condición psicológica y biológica de la especie humana. Victor, el niño educado por Itard, no sabía hablar cuando llegó a la Institución Imperial de Sordomudos en 1803. Itard trató de iniciarle al habla con métodos propios y siguiendo ideas de Condillac. Ferlosio concentra todos sus esfuerzos en triturar la concepción analítica del conocimiento propuesta por Étienne Bonnot de Condillac y adoptada por Itard. Para Ferlosio, como no podía ser por menos, de acuerdo con lo que ya hemos comentado, el lenguaje ostenta el carácter de signo que postuló Ferdinand de Saussure: el sistema lingüístico adquiere realidad en la praxis o dentro de una situación, es decir, es funcional en el sentido de Bühler. La palabra adquiere sentido en la acción humana, es paralela a ella y se caracteriza por sus funciones. Aristóteles asentiría totalmente. Pero no se trata de la actuación verbal chomskiana contrapuesta a la competencia o saber gramatical. La acción verbal es acción en situación comunicativa, algo ajeno al lingüista estadounidense.

Ferlosio aprovecha la ocasión del informe Itard para afirmar que no hay naturaleza humana. La condición humana, dice, se adquiere. El hombre tiene existencia, historia, pero no esencia. Supongo que todos recordamos el origen existencialista de esta afirmación. Las ideas innatas no aparecen en estos comentarios como fundamento del lenguaje. Pero esto no impide al autor afirmar la existencia en el hombre de una facultad lingüística, de un sentido para el lenguaje. El lector percibe una teoría original del signo lingüístico sin duda interesante, pero que no sería oportuno analizar ahora. También se observa un desarrollo de la teoría estructuralista del campo semántico. La teoría del signo de Ferlosio incluye una crítica de la conocida tipología de los signos del filósofo Charles Sanders Peirce (1839-1914) en la versión del filósofo Hans ReichenbachHans Reichenbach, en su texto de lógica de 1947, sigue a Peirce en la tipología de signos, aunque no satisfactoriamente. De ahí la crítica.. Peirce divide los signos en tres grandes tipos: índice, icono y símbolo. Ferlosio combate en particular la definición del signo indicativo, tal como aparece en Reichenbach. Termina así el asalto de Ferlosio al lenguaje, cercándolo primero con el funcionalismo de Bühler y luego con el estructuralismo europeo salido de Saussure. De este asalto sale la lengua española iluminada y revitalizada.

No son estos ensayos horas de recreación, como diría Cervantes, para el lector que sea cervantinamente curioso, sino de profunda reflexión y esfuerzo. Pero su lectura recompensa. Estos ensayos, en fin, representan una apoteosis de imaginación, ingenio y creatividad poco usuales en los estudios que suele prodigar la lingüística.

Ángel Alonso-Cortés es catedrático de Lingüística General en la Universidad Complutense. Sus últimos libros son El fantasma de la máquina del lenguaje. Por qué el lenguaje no es un autómata (Madrid, Biblioteca Nueva, 2005) y la tercera edición, revisada y ampliada, de Lingüística (Madrid, Cátedra, 2015).
 

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