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Política al por menor

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Me dejo caer por un mercado de abastos del centro de Madrid, en el que acostumbro a vivaquear una vez por semana. Queda entre la Latina y la Puerta de Toledo. De hecho, hay todavía placeras que se llaman «Paloma», por la Virgen de la Paloma, la de la zarzuela. Pero la alegría y el folclore se quedan ahí, en los nombres. Hace más de dos años que se ha reducido el movimiento. Un pescadero maragato de mucho peso en el ramo estima la caída de las ventas en cerca del cuarenta por ciento, o más. La oferta también se ha reducido, y los mostradores sólo se aproximan a su esplendor pretérito los sábados por la mañana. La mayor parte de los dependientes se tira las horas muertas mirando al tendido, con los brazos cruzados. Alguno se exalta. Se exalta, creo yo, para combatir el aburrimiento. Yo he visto a un mandadero de un puesto de frutas y verduras salir al pasillo y lanzar una soflama medio política o medio no sé qué, dirigida al vacío. De pronto frena en seco, asume una expresión taciturna, y se refugia mohíno detrás de su mercancía.

El día que pasé por ahí, andaba el personal alborotado con las movidas frente al Congreso. Se juzgaba el asunto desde un punto de vista, por así llamarlo, profesional. Los comerciantes al por menor forman una casta y, al revés que los periódicos, no hablan del derecho constitucional a manifestarse, o de las limitaciones que deben restringir ese derecho. No, el único punto sensible, para los comerciantes al detall, es que no te venga a fastidiar el negocio un señor que anda dando voces por ahí, ya sea en nombre de la democracia, ya en defensa del lince ibérico. «¡Adónde vamos a parar!», me dice el dueño de uno de los puestos de carne. Otro, propietario de un establecimiento de encurtidos, entra un poco más en materia, aunque sin concretar demasiado. «Estamos todos de acuerdo en que los políticos se quiten», afirma. La forma pronominal –que diría un gramático– me intriga. ¿Qué significa que se quiten los políticos? ¿Será cuestión de que se vayan todos a la vez y de modo espontáneo, dejando una especie de vacío apolítico? ¿Estaba el placero de acuerdo con los manifestantes, los cuales, en efecto, piden que los políticos se quiten, y abran hueco a una eucaristía anarquista? Pronto salgo de dudas. El del puesto de encurtidos reclama orden, compostura, y formalidad. «Es hora de que venga alguien y reparta palos», comenta mientras vuelca en el cucurucho de papel el cazo con las aceitunas.

La cosa no suena especialmente tranquilizadora, máxime si se pone en conexión con los datos del CIS y el crédito a la baja de los partidos. Y señala una concurrencia engañosa de actitudes. Lo mismo los placeros que los manifestantes, desean que los políticos se quiten. Pero unos lo desean por una razón, y los otros, exactamente por la contraria.
 

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