
Alfonso Guerra y los dos Partidos Socialistas
Cientos de miles de españoles podrían acreditar idéntica experiencia: en su círculo más cercano de amigos y familiares –aquel en el que uno tiene confianza para hablar con los demás sobre el sentido de su voto–, muchas personas que antes votaban al PSOE han dejado de hacerlo en la actualidad. Estoy hablando de quienes José Ignacio Torreblanca ha denominado, con razón, votantes fantasma del PSOE, o, también votantes huérfanos, «los de toda la vida, los de centroizquierda moderado, los progresistas sin estridencias y los pragmáticos que abjuran de los radicalismos y las exageraciones ideológicas, los que prefieren que su partido haga mucho y diga poco a que diga mucho y haga poco. [Los que] no tienen problemas con la Constitución de 1978 y se sienten moderadamente patriotas, más por orgullo por lo logrado por este país en los últimos cuarenta años que por un fervor identitario y esencialista», aquellos a los que, entre otras cosas, les provoca escalofríos que el PSOE recurra a «silencios, omisiones y sobreentendidos» para «ganarse los votos de los independentistas». Aquellos, en fin, que no entienden ni pueden aceptar que «partidos autocalificados de izquierdas encuentren razonable la compañía de partidos que apelan a la identidad para justificar desigualdades».