
El sexo, entre el cielo y la tierra
Hace algún tiempo me senté en una cena al lado de una joven noruega. Se había mudado a Londres y su padre estaba horrorizado con la elección de su nuevo lugar de residencia. «¿Cómo puedes soportar vivir –le preguntó antes de trasladarse– en un país tan fascista que hay clubes en los que no se admite la entrada de mujeres como socias?» «¿Y cómo puede tu padre soportar vivir –repliqué yo– en un país tan fascista que no se permite a los hombres formar clubes en los que no se admite la entrada de mujeres como socias?»