Roberto Rossellini: Francisco, juglar de Dios
«¿Sólo hay olvido, ni niebla de memoria / bajo las hierbas rústicas?», se pregunta José Jiménez Lozano. Francisco de Asís respondería que no. El amor imprime a la vida una dimensión última y profunda. La alegría y la fraternidad siempre perduran. Son la semilla del porvenir y no una niebla que se disipa lentamente en la memoria. Francisco de Asís no es un santo más, sino un modelo de humanidad que ha inspirado a creyentes y no creyentes. Su amor a la naturaleza constituye un ideal de armonía entre el hombre y el resto de los seres vivos. Unas flores silvestres son suficientes para experimentar la dicha y la plenitud que nos proporciona el sentimiento de comunión con las cosas. Comunión significa amor y el amor nunca puede ser tibio. Francisco amó ardientemente la vida, comprendiendo que nada es insignificante. Una bandada de golondrinas, ruidosa, alegre y aparentemente pueril, nos adentra en la eternidad, sin que apenas lo advirtamos.