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Como aportación al sexagésimo aniversario de la liberación de los campos de concentración, trabajo esclavo y exterminio nazis, la editorial El Aleph reúne en un solo volumen las tres obras que el escritor Primo Levi dedicó entre 1947 y 1986 a narrar su vida como esclavo en, y superviviente, de Auschwitz, y a reflexionar sobre aquellos sucesos. Antonio Muñoz Molina, que lo prologa, afirma que nadie para quien la historia, la política o la literatura signifiquen algo debe dejar de leer la Trilogía; y debería añadir la sociología a las disciplinas entre cuyos estudiantes y estudiosos debería ser una obra más apreciada. Levi mismo subraya el valor experimental del «fenómeno Lager» para la ciencia social. En cada Lager se encerró
El diario personal, como género o subgénero de la memorialística, comporta siempre la recreación del personaje que lo escribe, pero, dependiendo de la actitud de su autor, puede oscilar entre la casi novela y el texto historiográfico. En esta última dirección se orienta la Crónica del gueto de Varsovia , concebida desde el inicio como una tarea de reconstrucción minuciosa de un episodio terrible por parte de alguien que participa en él como víctima, pero también como protagonista activo. La serenidad y escrúpulo científico de ese narrador-protagonista llega a estremecernos tanto como el horror que describe. (Pasajes como «El gueto baila» o párrafos del estilo de: «El tifus, y después la deportación, fueron los enemigos más temibles de Oneg Shabat»,
Robert Browning, un poeta que hoy en día se le considera de una claridad meridiana, fue en su tiempo considerado como oscuro. Tanto que se creó una Browning Society dedicada a interpretar sus poemas. El propio Browning asistía, a veces, a estas reuniones y permanecía en absoluto silencio. Nunca afirmaba o desmentía alguno de los significados o sentidos allí expuestos por sus más fieles lectores. Un día, insistiéndole tanto por el simbolismo de unos versos, salió de su habitual mutismo e hizo el siguiente comentario: «Los escribí hace tiempo. Cuando lo hice, Dios y yo sabíamos lo que significaba. Ahora, sólo Dios lo sabe». Juan Escoto Erígena al referirse al significado de las Sagradas escrituras, afirma que éstas eran capaces
La investigación acerca del Holocausto progresó enormemente en las dos últimas décadas del siglo XX, cuando, tras el derrumbe de la Unión Soviética, los historiadores pudieron acceder a archivos y documentos hasta el momento prohibidos por la censura estalinista. Sabemos, por tanto, casi todo sobre el dónde, el cuándo y, particularmente, el cómo de la Shoah, pero todavía poco acerca del porqué, una pregunta de respuesta especialmente compleja porque indaga en algo que, además de no tener precedentes, supone tal puesta en cuestión de los valores civilizatorios comúnmente aceptados, que excede la mera consideración histórica o sociológica para adentrarse en territorios mucho más conjeturables y sujetos a controversia. Un excelente libro de Philippe Burrin (Ressentiment et apocalypse: Essai surl'antisémitisme nazi),
Hijo de un rabino, Victor Klemperer (1881-1960) consiguió en 1920 la cátedra de filología románica en la Escuela Superior Técnica de Dresde. Su contacto con Karl Vossler influiría de forma determinante en su vocación de romanista. Excombatiente de la Gran Guerra, se casó con la pianista Eva Schlemmer y se convirtió al protestantismo, no sin cierto escepticismo. Se trataba, pues, de un judío asimilado, casado con una gentil y que no experimentaba ninguna simpatía hacia el sionismo. Nada de eso evitará que las leyes raciales de la Alemania nazi le despojen de su cátedra y lo obliguen a trabajar como simple operario de una fábrica. Expulsado de su domicilio, estigmatizado por la estrella amarilla, privado de su biblioteca y sin
Lugar, tiempo, acción: una villa junto al lago Wannsee de Berlín, 20 de enero de 1942, preparación de un genocidio, concretamente la «solución final a la cuestión de los judíos europeos». En este lugar y en ese día se reunieron quince dirigentes del régimen nazi. Los había invitado Reinhard Heydrich, jefe de la policía y del servicio de seguridad. El mundo no sabría nada de esta conferencia si durante el proceso de Núremberg, en marzo de 1947, no se hubiera encontrado casualmente un acta que el fiscal americano, general Telford Taylor, consideró «quizá el documento más vergonzoso de la Historia moderna». Se trataba de la única acta conservada de una sesión –de treinta originales–, y de la única prueba, indirecta,
En los años setenta, el antropólogo francés Pierre Clastres escribió un bello libro titulado La société contre l'état. En uno de sus capítulos, dedicado a la tortura en las sociedades primitivas, Clastres defendía que el dolor físico, las automutilaciones, los tatuajes sangrantes, eran, en las sociedades primitivas, un signo indeleble por el que cada individuo reconocía la libertad radical de la vida comunitaria, que se oponía desde su mismo fundamento a la dominación representada por las estructuras de poder de tipo estatal. Argumentando que todo poder es coacción, defendía que el Estado no es la consecuencia necesaria y lógica de la evolución de todas las sociedades. Simplificando mucho, se podría decir que la interpretación de Clastres derivaba de sus propias
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