Maldito Mayo del 68
El Mayo del 68 constituyó una verdadera revolución. Dejó una huella perdurable en la política, la moral y el arte. No aportó nada esencial. Más bien destruyó muchas cosas. En una época de bienestar y libertades, planteó la liquidación de la democracia burguesa, apuntando como alternativa la China de Mao. El Libro Rojo del Gran Timonel se convirtió en la biblia de los estudiantes amotinados. «Seamos realistas –se chillaba en las manifestaciones–. Pidamos lo imposible». Lo imposible, lo utópico, consistía en instaurar una «dictadura democrática» que acabara con el imperialismo y sus lacayos. No era una cuestión que debiera dirimirse en las urnas, con debates, programas y elecciones, sino en las calles y en las plazas, con barricadas y adoquines: «No vamos a reivindicar nada, no vamos a pedir nada. Tomaremos, ocuparemos».