El candidato
Pacho había convertido la caza en una pasión que absorbía casi todo su tiempo libre. Salía al campo muy temprano y no dejaba de disparar hasta que mataba más conejos y perdices de las que podía acarrear. Le gustaba colgar las piezas abatidas en el cinturón para poder alardear de su talento como matarife. Ahora se preguntaba cómo podía haber sido vegano. Matar y comer lo cazado le producía una satisfacción que jamás habría podido imaginar. Ya no era un hombre de ciudad, tímido y pusilánime, incapaz de soportar la crudeza del mundo real.