El aura del tiempo
El historiador del arte Alois Riegl ya lo supo ver hace cien años: el culto a los monumentos es un rasgo moderno, y quizás el más paradójico. Alimentado en la fascinación por el futuro, el siglo xx no ha sabido sustraerse al ensalmo del pasado, y la consecuencia es la actitud esquizofrénica de nuestro tiempo, que, por un lado, se entrega a la devoción de los fetiches tecnológicos y, por el otro, venera, quizá como ninguna otra época, la memoria. Esta esquizofrenia afecta también al modo en que nos enfrentamos al propio pasado: la conservación respetuosa, a veces supersticiosa, de los objetos, los edificios y las ciudades legados por el tiempo no parece tener empacho en convivir con la destrucción de aquella parte de la historia que resulta indecorosa en términos ideológicos, como si la historia pudiera ser unas veces madre y otras madrastra.