El mito de Europa es, en su origen mismo, una parábola de partición y alienación. Zeus, camuflado como un dócil toro blanco, secuestra a la doncella Europa de su tierra natal en Fenicia y se la lleva a Creta, donde le ofrece regalos y auxilio. Europa entra en la leyenda, y luego en la historia, al dar la espalda a sus orígenes levantinos. Se convierte en la amada de Zeus sólo en virtud del exilio. De manera más abstracta, el mito de Europa sugiere que los vestigios de «diferencia» –otros lugares, otros pasados– constituyen una parte esencial de la identidad misma de Europa en cuanto continente. No puede sorprendernos, por tanto, que Europa haya tenido que enfrentarse constante y ambivalentemente a cuestiones de identidad y diferencia. Como continente y como «civilización», Europa ha conseguido de forma persistente la definición en relación con aquello que ha repudiado y mantenido a distancia.