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¿Qué es el lenguaje?

El reino del lenguaje

Tom Wolfe

Barcelona, Anagrama, 2018

Trad. de Benito Gómez Ibáñez

184 pp.

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El título de este libro de Tom Wolfe, El reino del lenguaje, se debe al que fue célebre sanscritista y lingüista alemán –que ejerció en la Universidad de Oxford?, Max Müller (1823-1900). En sus Lectures on the Science of Language de 1861, pronunciadas en esa universidad, afirmó que el estudio del lenguaje ofrece la misma amplitud que cualquier otro campo de la ciencia, a pesar de que «se ha perdido mucho de lo que podríamos llamar el reino del lenguaje», a saber, gran parte de las lenguas pasadas y también de las presentes, que nos son desconocidas (Lectures, p. 35). Podemos añadir que la descripción de muchas de las siete mil actuales (punto arriba, punto abajo) es más bien somera.

Tom Wolfe, el novelista y periodista estadounidense recientemente fallecido, es autor de una obra singular y extensa que abarca infinidad de temas, desde la vida norteamericana posterior a la Segunda Guerra Mundial a la arquitectura y la política. Como escritor, ha experimentado con un estilo novedoso para representar los rasgos de los personajes que retrata en sus novelas. Así, ha empleado la onomatopeya, las interjecciones y los signos ortográficos de manera inhabitual. En este libro se vale también de diversos procedimientos: puntos suspensivos dejando un amplio blanco entre líneas, así como palabras imitativas, dentro de un mar de expresiones coloquiales. No es de extrañar que Wolfe se haya fijado en el reino del lenguaje para abordarlo a su manera.

Para alcanzar su objetivo, que es el de determinar qué es el lenguaje, Wolfe, en este sorprendente y atractivo ensayo, se fija en dos inteligencias maestras: Charles Darwin (1809-1882) y Noam Chomsky (1928). En efecto, Darwin publica en 1859 Sobre el origen de las especies mediante la selección natural, donde «natural» significa «hecha por la Naturaleza frente a la selección artificial hecha por el Hombre». Mediante la selección natural explicaba Darwin la formación de órganos biológicos e incluso los comportamientos de los animales. Pronto se convertiría, como dice Wolfe, en una Teoría de Todo. Pronto, Max Müller, sin mencionar a Darwin, en sus Lectures arriba mencionadas (pp. 354 y ss), lanzaría un torpedo a la teoría de la selección natural: el lenguaje, dice Müller, es la gran barrera entre el animal y el hombre, y es el Rubicón que ningún animal se ha atrevido a cruzar. Además, remacha el sanscritista, ningún proceso de selección natural producirá jamás palabras a partir de las notas de los pájaros o de los gritos de las bestias.

Una vez hecho este introito, Wolfe dedica los tres primeros capítulos a historiar novelescamente la génesis de la selección natural en Darwin y en Alfred Russel Wallace (1823-1913), el otro naturalista británico que, junto con Darwin, llegó a la misma idea. La historia de la convergencia entre Wallace y Darwin es bien conocida, aunque no es significativa para el objetivo de Wolfe, que es el de derribar, como hizo Müller, la posibilidad de que el lenguaje humano pueda tener un origen natural. Y, además, insiste Wolfe a lo largo del libro, el origen del lenguaje no puede estar en la selección natural.

Cuenta Wolfe cómo el texto de Wallace de 1870, Contributions to the Theory of Natural Selection, aporta fenómenos que la selección natural no podría explicar, como es el pensamiento abstracto y generalizador, las matemáticas o los conceptos abstractos presentes en las lenguas (Wallace, pp. 333 y ss). En general, dice Wallace, el cerebro humano tiene una capacidad que excede con mucho su empleo en el pasado y en el presente, algo que no se deduce de la selección natural.

Darwin, consciente de que la inteligencia humana y el lenguaje suponían una dificultad para su teoría, escribió en 1871 El origen del hombre, donde trató de resolver los problemas surgidos y de responder, tanto a Müller como a Wallace, mediante un nuevo tipo de selección: la selección sexual (Darwin, 1871: «ventaja de algunos individuos sobre otros del mismo sexo y especie en relación con la reproducción»). En cuanto al lenguaje articulado humano, Darwin desarrolló la teoría de su origen en el canto vinculado a la expresión de emociones para «seducir» a la pareja en el cortejo sexual. Una idea de Wilhelm von Humboldt (1836), quitando el cortejo sexual. Después, sigue Darwin, vendrían los sonidos articulados (sonidos segmentables en unidades discretas o completas y recombinables de forma infinita, como las letras) para la expresión de las emociones. El pensamiento, dice Darwin, se apoyaría en las palabras como elementos vehiculares, pero el pensamiento sería independiente de las palabras.

A Wolfe (y a otros especialistas), esta idea le parece insostenible, un cuento como los del Rudyard Kipling de las Just So Stories, o Historias precisamente así: una hipótesis ad hoc incontrastable. Sin piedad, Wolfe ataca la teoría de la evolución como «pastosa, inflada, esponjosa» y, por tanto, inservible para el lenguaje. En suma, buscar el origen evolutivo del lenguaje sería una empresa vana que no lleva a nada. Idea, por cierto, que comparten Chomsky y los chomskianosEstudios recientes sugieren que no es descabellado explicarse la génesis del lenguaje relacionándola con la capacidad intelectual, la cual constituye un atractivo en la selección sexual. En animales como las urracas y los periquitos, la inteligencia sí parece proporcionar ventajas reproductivas. En los humanos es más difícil probarlo. Más abajo preciso estas ideas..

La segunda mente maestra es Noam Chomsky, que ocupa los tres últimos capítulos del libro. Chomsky es un personaje en sí mismo. Su larga vida como científico, publicando incansablemente desde 1950, así como su anarquismo radical y su activismo político hacen de él una leyenda en vida. Por eso, titula Wolfe el cuarto capítulo «Noam carisma». Wolfe expone en la misma forma narrativa de los tres primeros capítulos las distintas tesis chomskianas sobre el lenguaje. La tesis de que el lenguaje es un órgano intelectivo con base biológica presente en el cerebro de cada hablante y genéticamente determinada fue propuesta por Chomsky hace más de medio siglo y sigue manteniéndola todavía hoy. Los argumentos que dio son aparentemente imbatibles. Un primer argumento es que el niño no aprende su lenguaje, sino que lo adquiere sin aprendizaje ni esfuerzo porque dispone de ese órgano (o «Gramática Universal») que le permite construir expresiones sin error. Esa Gramática Universal es como una máquina que computa (combina) óptimamente expresiones a partir de palabras, cada una de las cuales es una correspondencia de sonidos articulados con significado. La computación de las expresiones es lo propio del lenguaje. Otro argumento es que el estímulo verbal que recibe el niño es insuficiente, es decir, las expresiones verbales no contienen indicios suficientes para que pueda llegar a constituirse su gramática.

Wolfe señala otra vez, como hicieron Max Müller y Wallace, el callejón sin salida de considerar el lenguaje (ahora entendido como «Gramática Universal») como resultado de la evolución por selección natural. Si es un órgano biológico, como afirman Chomsky y sus colaboradores, ha tenido que ser resultado de la evolución. Pero resulta que los mismos que proponen su necesidad evolutiva reconocen que la forma en que se ha llegado a ella es un enigma.

Wolfe no deja escapar la menor oportunidad para abatir su pieza. Así, en los dos últimos capítulos cuenta la historia de la propiedad del lenguaje que más destacó Chomsky desde 2002: la recursiónReglas que se reaplican para producir un conjunto ilimitado de oraciones, explicando así la propiedad de productividad ilimitada del lenguaje humano.. Esta es una propiedad de las reglas gramaticales que se reaplican un número indeterminado de veces. Por ejemplo, en la oración «Pedro dice que María cree que Luis opina que el Madrid ganará». Esta oración se crea incrustando «que María cree» después de «dice»; a continuación, incrustando «que Luis opina» después de «cree» y, finalmente, incrustando «que el Madrid ganará» después de «opina». Podría seguirse así un número indefinido de veces.

En este momento interviene en el libro de Wolf un lingüista estadounidense llamado Daniel Everett (1951), que ha vivido durante años en el Estado brasileño de Amazonas con los pirahã, un pueblo de cazadores-recolectores. Everett aprendió y estudió su lengua y observó que una oración, como la de arriba, con sucesivas incrustaciones, no podría construirse porque no existe el mecanismo de la incrustación. En consecuencia, tampoco existen reglas recursivas, que se suponen constitutivas de la gramática universal biológicamente fijada. Desde que en 2005 Everett afirmó la inexistencia de recursión en la lengua pirahã, sonaron las alarmas en los cuarteles chomskianosDaniel Everett, A lingua pirahã e a teoría da sintaxe, Campinas, Unicamp, 1991, pp. 126 y ss.. La Gramática Universal adolecía de una excepción intolerable. Se produjo así una controversia amarga entre Everett y los chomskianos, en la que tanto Chomsky como sus seguidores no dejaron de menospreciar a Everett acusándolo de «charlatán, mentiroso, impostor» (Wolfe, p. 143). Un documental en YouTube, The Grammar of Happiness, relata la historia admirablemente. El final, de momento, ha dado la razón a Everett, para quien la lengua pirahã no tiene la complejidad sintáctica de otras lenguas, como el inglés, por ejemploEsta es la conclusión del informe de Richard Futrell, Laura Stearns, Daniel L. Everett, Steven T. Piantadosi y Edward Gibson, «A Corpus Investigation of Syntactic Embedding in Pirahã».. Esto supondría la muerte de la Gramática UniversalLa «muerte» de la Gramática Universal ha sido tema de discusión en los últimos años; véase Paul Ibbotson y Michael Tomasello «Hacia una nueva visión del lenguaje», Investigación y Ciencia, núm. 484 (enero de 2017), pp. 75-79; también discute esta «muerte» José-Luis Mendívil-Giró, «Is Universal Grammar ready for retirement? A short review of a longstanding misinterpretation», Journal of Linguistics, vol. 54, núm. 4 (2018), pp. 859-888..

La conclusión de este pleito entre especialistas le lleva a Wolfe a adoptar la tesis más inquietante para los chomskianos, a saber: el lenguaje es un artefacto cultural, es decir, proviene de la experiencia humana sin una base biológica necesaria. El lenguaje constituye el Cuarto Reino.

La tesis de El reino del lenguaje no resuelve el problema de su génesis. Si, como mantienen bastantes especialistas, el lenguaje tuvo en su prehistoria eficiencia biológica en el sentido darwinista, sea éxito reproductivoHace casi dos décadas, Geoffrey Miller insistía en que el lenguaje era resultado de la selección sexual, al hacer visible el pensamiento, el cual formaría parte de los atractivos (o de los rechazos) visibles de los hablantes (Geoffrey Miller, The Mating Mind, Nueva York, Anchor, 2001). Esta conjetura no ha tenido, que yo sepa, una confirmación empírica, aunque desde hace un siglo se sabe que existe el apareamiento selectivo en humanos, donde los factores intelectuales y culturales ?entre otros? inciden en la elección de pareja., sea éxito en la supervivencia, como sucede ahora con el canto de las aves, el lenguaje moderno actual permite la mentira, la desinformación y los mitos, que son invenciones humanas, como destacó Karl PopperThe Philosophy of Karl Popper, 2 vols., La Salle, Open Court, 1967, p. 1113; también Ángel Alonso-Cortés, Los fundamentos comunicativos de la gramática . Al establecer el lenguaje como cultura, vuelve Wolfe a una vieja corriente de la filología y la filosofia del siglo XIX representadas por Karl Vossler y Benedetto Croce.. Son prácticas, o empleos, del lenguaje sin relación con la eficiencia biológicaLa razón de que el lenguaje actual no tenga eficiencia biológica es la siguiente: las funciones del lenguaje moderno están vinculadas a la comunicación, tal como lo han afirmado tanto los lingüistas funcionalistas Roman Jakobson y Michael Halliday, como los filósofos del lenguaje, en particular los que se ocupan de la teoría de los actos de lenguaje (John Austin y John Searle) y de la lógica de la conversación (Paul Grice). La teoría de los actos de lenguaje muestra que los hablantes practican su lenguaje con objeto de llevar a cabo acciones que coordinan a un hablante con otro con el fin de cooperar y llegar a un entendimiento mutuo. Este fin sería el caso normal en una conversación. Así, al conversar, un hablante describe, declara, promete, pide, narra, comenta, cotillea algo y muchas cosas más, que no tienen que ver con el éxito reproductivo del organismo hablante, sino con la obtención de algún beneficio. Y aunque la cooperación es frecuente en otras especies, la cooperación por el lenguaje la hacen los humanos sin tener en cuenta si se lleva a cabo con parientes o con extraños, a diferencia de los animales, que cooperan generalmente en grupos emparentados. ¿Cuántas veces respondemos en la calle a un peatón desorientado y desconocido? En suma, los actos de lenguaje no van encaminados a demostrar una ventaja reproductiva. Además, los actos de lenguaje están regulados por varios criterios: entre otros, el de la verdad. Regulados quiere decir que el hablante puede o no practicar los actos de lenguaje ajustándose a la correspondencia de lo que dice con los eventos, situaciones o procesos que describe, declara, etc. Es decir, el hablante puede mentir. En este caso, se satisface la propiedad que Charles F. Hockett (1963) llamó «prevaricación», y que es privativa del lenguaje. En la comunicación humana ha predominado la honradez; de otra manera, el significado de las palabras se haría inestable y no permitiría una comunicación eficiente entre generaciones, como de hecho sucede. No se ve claramente qué relación tiene la honradez con la eficiencia reproductiva..

En suma, Wolfe concluye respondiendo a la preguntaLa pregunta «qué es» se refiere al estatuto del objeto en el mundo. Es una pregunta filosófica, que en la respuesta quiere saber a qué división de las cosas (Reino) pertenece. ¿Qué es el lenguaje? con la afirmación de que pertenece a un Cuarto Reino, el Reino del Lenguaje, un objeto cultural creado por el hombre. Es el Regnum loquax habitado por el Homo loquax. En este Reino estamos tan solos como lo estamos (de momento) en el Universo.

Ángel Alonso-Cortés es catedrático de Lingüística General en la Universidad Complutense. Sus últimos libros son El fantasma de la máquina del lenguaje. Por qué el lenguaje no es un autómata (Madrid, Biblioteca Nueva, 2005) y la tercera edición, revisada y ampliada, de Lingüística (Madrid, Cátedra, 2015).

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