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¿Una nueva revolución larvada?

The Egyptians. A Radical Story

Jack Shenker

Milton Keynes, Allen Lane, 2016

544 pp. £15.99

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La revolución de 2011 en Egipto se resume a menudo en una narración simple y cerrada: inspirados por la Primavera Árabe en Túnez, los egipcios se lanzaron a la calle para deshacerse de su propio dictador, Hosni Mubarak, que se vio obligado a dejar el poder. Las primeras elecciones democráticas del país resultaron en la victoria de la fuerza política mejor organizada y más conocida entre la población, los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, el presidente Mohammed Morsi resultó ser tanto incompetente como despótico, lo cual provocó nuevas manifestaciones multitudinarias exigiendo su dimisión. El ejército aprovechó la ocasión para erigirse en defensor de la voluntad popular y retomar el control, en un golpe de Estado apoyado por muchos egipcios que temían que su país siguiera a Libia y Siria en el descenso hacia la guerra civil. Cientos de islamistas fueron masacrados y, desde entonces, decenas de miles de opositores han sido arrestados. La lección parece clara: Egipto no está preparada para la democracia.

El periodista británico Jack Shenker refuta esta narración en The Egyptians. A Radical Story. Para ello, explica el contexto en el que se produjo la revolución y los factores que condicionaron su desarrollo. Su obra se divide en tres partes: «Mubarak Country», que repasa la aparición y consolidación del aparato de Estado contra el que se alzaron los revolucionarios; «Resistance Country», que documenta la trayectoria de la oposición a dicho Estado a lo largo de los años; y «Revolutionary Country», que se concentra en los sucesos que se han producido desde la Revolución. Por otra parte, el autor sitúa los acontecimientos en Egipto en un contexto internacional en el que la imposición de la ortodoxia neoliberal amenaza el bienestar de los ciudadanos en muchas regiones del mundo, mientras que la creciente disociación de las esferas económica y política mengua su capacidad para tener un impacto en los procesos que afectan a su vida. Desde esta perspectiva, la revolución egipcia sería parte de un movimiento global para revitalizar la democracia.

«Mubarak Country» se remonta a la época de Gamal Abdel Nasser. Este tenía como divisas el anticolonialismo y la justicia social, y tuvo un éxito notable en ambos frentes. Sin embargo, el sistema político que instauró se caracterizaba por el paternalismo: los altos mandos del ejército gobernaban en beneficio de los ciudadanos, cuya participación en la vida política se reducía a movilizaciones organizadas de apoyo al régimen; la oposición, o incluso la discrepancia, no estaban toleradas. El sucesor de Nasser, Anwar el-Sadat, orientó ese Estado autoritario hacia la liberalización económica a fin de generar riqueza. Su infitah (apertura) fue enormemente lucrativa para los altos cargos del régimen y los hombres de negocios que supieron aprovechar las nuevas oportunidades en detrimento de la inmensa mayoría de la población. Las desigualdades sociales se exacerbaron durante la época de Hosni Mubarak, quien invitó a las instituciones financieras internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo) a convertir Egipto en un paraíso neoliberal, alimentando niveles de corrupción y amiguismo sin precedentes.

«Resistance Country» hace referencia a la resistencia contra ese Estado autoritario por parte de ciudadanos que se sentían excluidos. Shenker identifica tres frentes de resistencia que se desarrollaron durante la década anterior a la revolución: en primer lugar, las comunidades locales que se oponían a proyectos que amenazaban su supervivencia, como los habitantes de la isla cairota de Qursaya, que se organizaron para evitar ser desahuciados para favorecer a los especuladores. En segundo lugar, el movimiento prodemocracia que comenzó con movilizaciones para protestar sobre cuestiones regionales (en particular, la Segunda Intifada palestina y la invasión de Irak), pero que gradualmente desplazó su foco de atención hacia la situación dentro de Egipto y que daría lugar al colectivo Kifaya (Basta ya). El tercer frente, que el autor considera el más importante, fue el movimiento obrero, que multiplicó las huelgas y desafió al régimen con el establecimiento de los primeros sindicatos independientes en más de medio siglo.

Así, pues, la revolución de 2011 en Egipto no fue un mero contagio de los sucesos en Túnez, aunque los opositores egipcios sí que los siguieran con gran interés. La Primavera Árabe fue la chispa que vino a prender una hoguera que se había formado mientras nadie prestaba demasiada atención. Menos de un año antes, el Fondo Monetario Internacional había publicado un informe sobre Egipto alabando los resultados de dos décadas de ajuste estructural. Durante ese período, los egipcios habían visto cómo el desempleo aumentaba, la pobreza se extendía, los servicios públicos empeoraban y los subsidios de productos de primera necesidad se reducían. La represión era la suerte del que protestaba, y la impunidad de las fuerzas de seguridad fomentaba los abusos. Pero, al mismo tiempo, las filas de quienes desafiaban al régimen habían ido creciendo, creando grietas en su fachada que mostraban que quizá no fuera tan inexpugnable como parecía. Aun así, pocos se atrevían a esperar que la manifestación convocada para el 25 de enero, día nacional de la policía, contra la brutalidad policial, se convirtiese en un movimiento de masas.

La tercera parte de la obra, «Revolutionary Country», sigue la evolución de los acontecimientos tras la dimisión de Hosni Mubarak. Jack Shenker explica cómo la Junta Militar que tomó las riendas de la transición conspiró para contener la revolución y, llegado el momento, neutralizarla. Para ello, los militares contaron con la colaboración de los Hermanos Musulmanes –con quienes comparten el entusiasmo por jerarquías y neoliberalismo– hasta que pudieron deshacerse de ellos y recuperar el poder. Sin embargo, Shenker cree que esta situación es transitoria y dedica muchas páginas a intentar convencernos de ello, sin demasiado éxito. Ofrece como ejemplos de fervor revolucionario a los beduinos de Dabaa, desposeídos de sus tierras para construir una central nuclear, o los habitantes de Damietta, movilizados contra una fábrica de fertilizantes que contamina sus caladeros, aunque reconoce que en ambos casos se ha llegado a un compromiso con el Estado. Más convincente parece su análisis de la brecha generacional y la crisis de credibilidad de las instituciones tradicionales, desde el patriarcado hasta Al-Azhar y la Iglesia copta.

La principal limitación de The Egyptians es, pues, que Shenker realiza una lectura de la realidad dictada por su particular postura ideológica. Para ser justo, desde un principio nos advierte que no pretende ser objetivo, y la pasión con que relata su propia participación en la revolución enriquece su relato. Sin embargo, su subjetividad lo conduce a realizar afirmaciones que no se corresponden con la realidad. Así, rechaza la «falsa elección» entre el autoritarismo militar y el extremismo religioso, a pesar de que la Junta Militar ha sabido promoverla con notable éxito: su candidato, Abdelfatah al-Sisi, obtuvo una aplastante victoria frente al candidato de la izquierda en las elecciones de 2014, y continúa gozando de considerable popularidad a pesar de la profunda crisis económica que vive el país. Por otra parte, afirma que la gran división en Egipto no es entre secularistas e islamistas, sino entre los que apoyan el statu quo y los que desean otro modelo de Estado, ignorando no sólo a la oposición islamista, sino también el preocupante aumento del terrorismo islámico en el país, incluida la insurgencia de beduinos afiliados al Estado Islámico en la península del Sinaí.

En cualquier caso, The Egyptians es una obra muy recomendable que ofrece un fascinante repaso de la historia política y social del Egipto moderno y rechaza lecturas reduccionistas de realidades complejas. Rompe, además, con la tónica de denunciar la Primavera Árabe como un sueño utópico debido a que sus frutos no han acabado estando a la altura de las expectativas; de hecho, la situación de los derechos humanos y las libertades con Sisi es considerablemente peor que con Mubarak. Shenker insiste en que la feroz represión constituye una prueba fehaciente de la fragilidad del régimen, y quizá tenga razón. La participación en la revolución transformó a muchos egipcios, sobre todo a los jóvenes, haciéndoles cuestionar las estructuras de poder existentes y mostrándoles su capacidad de provocar el cambio, y eso no es algo que se olvide fácilmente. Aunque en la actualidad el régimen haya conseguido imponerse, aprovechando la desilusión y el miedo, otra revolución podría estar a la vuelta de la esquina. Al fin y al cabo, tampoco nos esperábamos la anterior.

Ana Soage ha vivido en varios países europeos y árabes, y tiene un doctorado europeo en Estudios Semíticos. Enseña Ciencias Políticas en la Universidad de Suffolk, coedita varias publicaciones académicas y colabora como analista senior en la consultoría estratégica internacional Wikistrat.

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