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Los dioses aún no han terminado con nosotros

Las enseñanzas de don B.

Donald Barthelme

Madrid, Automática, 2013

Trad. de Enrique Maldonado Roldán

288 pp. 20 €

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Uno de los mejores relatos de Donald Barthelme se titula «El globo», fue publicado en 1968 y tiene por tema el tipo de reacciones que suscita en diferentes personas y colectivos la aparición en Manhattan de un inmenso globo: los niños juegan con él, las autoridades intentan destruirlo, los adultos quieren otorgarle un significado; el globo, sin embargo, cambia de forma para adecuarse a su entorno y es indestructible: ha sido hinchado por el narrador en un momento de tristeza, es (dice) «una revelación autobiográfica espontánea» (p. 39) que carece de función una vez que la tristeza ha concluido.

«El globo» es considerado a menudo un cuento acerca de la escasa vinculación entre las interpretaciones y los usos de la ficción y las motivaciones que llevan a su escritura (en cuyo caso, por supuesto, sería un texto sobre la imposibilidad de interpretar, o al menos de interpretar «correctamente»), pero también puede ser visto, pienso, como un texto acerca del régimen de existencia de Barthelme en la literatura norteamericana, que (como el globo) el escritor estadounidense ha colonizado sin explicación, de forma indestructible y lúdica, desde sus comienzos.

Barthelme nació en Filadelfia en 1931 y murió en Houston en 1989, de modo que vivió sólo cincuenta y ocho años; fueron suficientes, sin embargo, para que produjera decenas de (absolutamente extraordinarios) ensayos, un libro infantil en colaboración con una de sus hijas, cuatro novelas (El padre muerto, Paraíso, El rey y la todavía inédita en español Snow White) y varios cientos de historias breves incluidas en una docena de libros, tres de los cuales fueron publicados en español por Anagrama en la primera mitad de la década de 1970: Vuelve, Dr. Caligari, City life y (la excepcionalmente titulada) Prácticas indecibles, actos antinaturales.

La recepción de la obra de un autor fuera de su país de origen siempre es extraña (también lo es en ese país, por supuesto) y la de Donald Barthelme desapareció prácticamente de las librerías hispanohablantes en el período en que su importancia y popularidad crecían sin cesar en Estados Unidos. (Lo que, por cierto, se puede decir también de Richard Brautigan y Kurt Vonnegut, con los que Barthelme comparte la libertad formal y un sentido del humor escurridizo.) En su país de origen, Barthelme es considerado uno de los escritores norteamericanos más importantes del siglo XX, el tipo de defensor de la experimentación y de una literatura escrita a espaldas de la realidad al que escritores posteriores como David Foster Wallace, George Saunders, Rick Moody o Jonathan Lethem podían acudir en busca de inspiración y (posiblemente) consuelo en una época dominada por el realismo y en un país obsesionado con su gran novela.

En ese sentido, es una magnífica noticia que una editorial española relativamente nueva (y con un catálogo que incluye ya títulos magníficos, como El viajero sobre la tierra de Julien Green, Me llaman Capuchino de Daniil Jarms y Boston. Sonata para violín de seis cuerdas de Todd McEwen) recupere a Barthelme para los lectores hispanohablantes. A estos posiblemente les sorprenda la forma en que el escritor estadounidense evita las estructuras narrativas tradicionales y presenta sus historias como la sucesión de hechos aparentemente inconexos: la sorpresa debe de haber sido mayor entre quienes leyeron estos relatos en un marco cultural bastante más diferente y conservador que el actual, en un período en el que los seguidores y discípulos de Barthelme no habían naturalizado aún estas prácticas ni las habían convertido todavía en parte de la ortodoxia (aunque, por supuesto, estas todavía son consideradas rompedoras en un país literariamente conservador como España). Barthelme practicó una poética del fragmento y del collage caracterizada por la autoconsciencia narrativa (a menudo sus narradores explican por qué han escrito un texto u otro o interpelan al lector) y el uso extensivo de formas narrativas estandarizadas (a menudo procedentes de la prensa escrita: Barthelme fue periodista en su juventud, principalmente en The Houston Post) que le dio magníficos resultados a lo largo de su carrera, por ejemplo en relatos como «Enero», una entrevista técnicamente perfecta en el transcurso de la cual un teólogo lamenta no haber hecho algo más útil que escribir libros (por ejemplo, contribuir al aumento de la producción de la soja), «Las enseñanzas de don B. Una forma de conocimiento yanqui», una parodia del famoso libro de Carlos Castaneda Las enseñanzas de don Juan, «Tres grandes platos» y «Las selectas sopas caseras de Donald Barthelme», que ridiculizan a su autor por su impericia en la cocina, al tiempo que demuestran lo buen escritor que fue y la convicción adquirida de que el experimentalismo formal y la inteligencia no están reñidos con el humor sino que, por el contrario, pueden potenciarlo.

La mayor parte de los cuentos de Barthelme parece tener como tema, sin embargo, la idea de que la literatura posee algún tipo de función en las vidas de todos nosotros, a pesar de que seamos incapaces de acceder a un consenso acerca de su interpretación y de su sentido. Así, al final del cuento «La esmeralda», ante la pregunta de cuál es el «significado» de la existencia de la joya resultado del acoplamiento de una mujer que se dice bruja y un extraterrestre, la bruja afirma: «Significa, uno: que los dioses aún no han terminado con nosotros. […] Los dioses todavía trafican con nosotros y hacen intervenciones de este tipo y del otro y no están dormidos o muertos como han proclamado a menudo algunos estúpidos. […] Dos, [que] el mundo puede celebrar que el deseo aún crezca en los dormidos corazones de los ciudadanos ante el rumor de una esmeralda. […] Tres: no sé qué presagia esta Piedra, si augura lo mejor o lo peor o sencillamente augura un burbujeo entre lo uno y lo otro, pero, sea como sea, nos rescata de la enfermedad de lo monótono […]».

A su manera, y a pesar del humor desesperanzado de muchos de sus relatos, Barthelme siempre confió en el hecho de que la literatura podía «curar» de esa peculiar enfermedad que llamamos la existencia humana, las ilusiones de grandeza que la sostienen, su decepción. «¿Y ahora qué?», se pregunta la esmeralda al final del relato mencionado, y la bruja responde: «Volvemos a la lucha por la existencia […]. Volvemos a la lucha por la existencia, en el dulzor del aquí y el ahora» (p. 140).

Patricio Pron es escritor argentino. Sus últimos libros son El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (Barcelona, Random House, 2011), La vida interior de las plantas de interior (Barcelona, Random House, 2013), Nosotros caminamos en sueños (Barcelona, Random House, 2014) y El libro tachado (Madrid, Turner, 2014).

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