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Por el mar corren las liebres

El impostor

Javier Cercas

Barcelona, Random House, 2014

428 pp. 22,90 €

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Un personaje real protagoniza El impostor, de Javier Cercas: Enric Marco, celebrado una vez como luchador antifranquista y víctima de los nazis, resultó ser finalmente un falsificador de sus experiencias heroicas. Durante treinta años, Marco se fingió deportado a un campo de concentración alemán en tiempos de Hitler. Había dirigido el sindicato CNT y presidió tres años la Amical de Mauthausen, asociación española de supervivientes de los campos. Hombre público, dio conferencias y discursos, recibió distinciones y condecoraciones, y mereció la honra de dirigirse al Parlamento español en nombre de las víctimas de los crímenes nacionalsocialistas. Lo desenmascaró un historiador, Benito Bermejo, que se tomó el trabajo de estudiar las listas de deportados españoles en los campos de concentración alemanes.

«El 11 de mayo de 2005 se descubrió la verdad: Enric Marco era un impostor», escribe Javier Cercas, que considera El impostor una novela sin ficción. Ya Anatomía de un instante (2009), su anterior libro, prescindía de la ficción para ofrecerse como una crónica o una reconstrucción histórica del golpe de Estado en Madrid el 23 de febrero de 1981. Sin verlo como un libro de historia ni como una novela, el autor no renunciaba a que Anatomía de un instante se leyera como novela o como historia. Se trataba de «un relato rigurosamente real» y, aunque Javier Cercas no deseaba repetir la experiencia (porque «la realidad mata, la ficción salva»), cuenta que pronto se descubrió escribiendo otro «relato absolutamente real», un libro que no quería escribir, El impostor. «La realidad mata, la ficción salva», reitera como un estribillo.

El personaje, Enric Marco, era una tentación: «¡Marco es un personaje tuyo! ¡Tienes que escribir sobre él!», le dijo Mario Vargas Llosa a Javier Cercas una noche, cenando. Y su hijo, Raül Cercas, insistió. Marco era un buen tema: «No se puede ser tan mentiroso sin ser interesante». A Javier Cercas el sujeto Marco no le gustaba: «sinvergüenza integral […] monstruo de vanidad y de egotismo […]. Decidí que por nada del mundo escribiría un libro sobre él […]. No era una ficción sino una realidad espantosa». Pero siempre los monstruos fueron grandes atracciones de barraca ferial, y este tipo de «realidades espantosas» proponen buenos temas de reportaje periodístico a la manera de lo que hace más de cuarenta años se llamó nuevo periodismo, «una nueva forma que liquidaría la distinción entre hechos y ficción», según resumió Dorrit Cohn (The Distinction of Fiction, Baltimore y Londres, The Johns Hopkins University Press, 1999). Los nuevos periodistas, siempre según Cohn, se especializaron en la «creación de subtítulos oximorónicos», híbridos, como non fiction-novel, por ejemplo, o «novela sin ficción». Cohn cita a Tom Wolfe, quien a principios de los años setenta del siglo pasado hallaba en el reportaje un medio para adivinar las intenciones de un tercero mediante los recursos de la entrevista: «un medio privilegiado de representación de la vida».

La etiqueta «novela sin ficción» conciliaría dos términos antagónicos (sería uno de esos «subtítulos oximorónicos» a los que se refería Dorrit Cohn), si nos atenemos al concepto de novela que Javier Cercas maneja en El impostor (pp. 202-207). El novelista Cercas parece acogerse al criterio de David Hume, para quien los poetas eran «embusteros profesionales». La novelas mienten por definición, dice Javier Cercas: «En las novelas no sólo es legítimo mentir; es obligatorio: esa mentira factual es el modo de llegar a la verdad literaria». A través de mentiras, la novela desvelaría la verdad profunda de lo real y nos permitiría «conocernos y reconocernos a nosotros mismos».

¿Cómo escribir entonces una novela (es decir, una trama de mentiras obligatorias, si es acertada la teoría de Cercas, tan temeraria y tan extendida) desde la obligación de decir la verdad sobre el individuo real Enric Marco? Javier Cercas cita dos posibles modelos para su empresa: In cold blood (1965), de Truman Capote, y L’Adversaire (2000), de Emmanuel Carrère. Muy distintas una de la otra, las novelas de Capote y Carrère trataban de lo mismo: de asesinos múltiples. Marco ni siquiera fue un estafador, no le causó con sus embustes daño patrimonial a nadie, y considerarlo un defraudador supondría aceptar que, mintiendo sobre su vida, perjudicó a algunas personas: por ejemplo, a los verdaderos resistentes y mártires de los fascismos. ¿Qué mal hizo Marco? ¿Vale la pena ocuparse de las hazañas de semejante individuo?

De estos dos nudos parte El impostor, novela-reportaje, o reportaje novelizado mediante un procedimiento eficaz: la intervención en primera persona del novelista Javier Cercas como investigador de la verdadera existencia de Marco. El narrador protagoniza la búsqueda e interpretación de fuentes y documentos históricos, revelador final de las incógnitas del caso: despliega ante el público lector lo que ha podido conocer a propósito de su personaje, cuenta cómo ha llegado a saber lo que sabe sobre el falso héroe, y dramatiza sus encuentros con Marco, registrados por una videocámara, y con gente que trató a Marco, de quien traza un retrato físico y psicológico que, si en un principio parece horrible, poco a poco se vuelve patético, lamentable, cómico, conmovedor en algún momento. Lo disonante en esta veta novelística, lo menos convincente, lo ponen los excursos doméstico-familiares en que el novelista irrumpe como personaje central, casi a lo Woody Allen, con psicoanalista disparatado y madre invasora incluidos.

Quizás esas inserciones ayudaran a Javier Cercas a entender su narración como una novela y no como un ensayo sobre un caso moral. A mi juicio, sin embargo, debilitan más la tensión narrativa de El impostor (la ilusión de novela, podríamos decir) que la cita o reproducción en el relato de artículos periodísticos propios y ajenos. Como ensayo (un género que no rehúye la primera persona, sino todo lo contrario), El impostor se ocupa de investigar y juzgar los hechos del sujeto histórico Enric Marco. Ensayo y procedimientos novelísticos colaboran en la operación de despiece del falsificador, antes de armarlo y montarlo de nuevo, reconstruido como un personaje antagónico del héroe del antifascismo que dijo ser. El héroe se metamorfosea en pícaro, en pequeño delincuente y pequeño empresario, vividor bajo la dictadura de Franco, uno más entre muchos súbditos acobardados: «Marco es un símbolo de ese momento de la historia de su país; pero no es verdad que sea un símbolo de la decencia y el honor de la derrota, sino de su indecencia y su deshonor comunes […]. Marco no pertenecía a la minoría, sino a la mayoría», dictamina Javier Cercas. Y concluye: «Es un hombre corriente».

El problema central que plantea El impostor es éste: ¿vale la pena ocuparse de un individuo como Marco e intentar comprender su conducta? ¿Es útil detenerse a comprender el mal? Javier Cercas recurre a la autoridad de Primo Levi, que escribió Si esto es un hombre, a propósito de su experiencia en Auschwitz: «Tal vez lo que ocurrió no deba ser comprendido, en la medida que comprender es casi justificar». El autor de El impostor sigue interrogándose: «¿Me equivocaba yo y no hay que tratar de entender el mal extremo, y mucho menos a alguien que, como Marco, engaña con el mal extremo?» Le contesta Teresa Sala, hija de un deportado en Mauthausen: «No creo que tengamos que entender la impostura del señor Marco […]. Detenernos a buscar justificaciones a su comportamiento es no entender y menospreciar el legado de los deportados». Javier Cercas responde con las palabras de otro, Tzvetan Todorov (Memoria del mal, tentación del bien, trad. de Manuel Serrat Crespo, Barcelona, Península, 2002): «Comprender el mal no significa justificarlo, sino darse los medios para impedir su regreso».

Todorov mostraba en un artículo, «Comprender el mal», una vía de acercamiento a casos peores que los de Marco: «Para juzgar y condenar a los individuos, la empatía no es indispensable y puede ser incluso molesta. Pero no podemos prescindir de ella si el objetivo de nuestra investigación es comprender las razones oscuras de nuestros actos, por odiosos que sean». Javier Cercas, que invoca a Todorov, llega a sentir simpatía hacia su objeto de estudio, el señor Marco («el comprender acontece por mímesis y simpatía», resumía Maurizio Ferraris en su historia de la hermenéutica): va de la abstracción a la empatía, en recorridos de ida y vuelta, siempre a través de los hechos que logra ir elucidando dentro de la confusa existencia de su personaje, y logra encontrar por fin un camino para dignificar o redimir hasta cierto punto a su impostor: la literatura. Enric Marco se salvaría porque en realidad es un novelista o, más misericordiosamente aún, un personaje de novela, es decir, mítico.

«Marco posee en grado sumo las cualidades que debe poseer un novelista: fuerza, fantasía, imaginación, memoria y, antes que nada, amor por la palabra», dice Javier Cercas, y está enumerando de paso las virtudes imprescindibles en un timador o un seductor. Mario Vargas Llosa, en su artículo «Espantoso y genial», admite que Marco le produce «repugnancia moral y política», pero también admiración, visto con ojos de novelista. Lo pone «a la altura de los más grandes fantaseadores de la literatura», los autores del Quijote, Moby Dick o Los hermanos Karamazov. Y concluye: «Señor Enric Marco, contrabandista de realidades, bienvenido a la mentirosa patria de los novelistas». Claudio Magris, en el diario milanés Corriere della Sera, publicaba el 21 de enero de 2007 «Il bugiardo che dice la verità» («El mentiroso que dice la verdad»): Marco ya no aparece como autor de ficciones, sino como personaje de novela. Podría ser una invención de Borges, una de las criaturas de Historia universal de la infamia. Javier Cercas cita a Vargas y a Magris. Ve a Marco novelista y héroe novelístico: «Se parece a don Quijote o a Emma Bovary, otros dos grandes mentirosos que, como Marco, no se conformaron con la grisura de su vida real y se inventaron y vivieron una vida heroica y ficticia».

La verdad es que Enric Marco ni es novelista ni personaje de novela, por lo menos antes de El impostor. Y no soy de los que creen que la novela se hace con mentiras. Los enunciados de una novela no faltan a la verdad, no son contrarios a los hechos del orden de lo real. Pertenecen a otro orden de cosas, a mundos imaginarios, posibles en su universo ficticio, imaginado, con sus propios criterios de verdad y mentira. Obedecen a su propia verdad. Era lo que decía John Searle en un viejo artículo de 1975 («The Logical Status of Fictional Discourse»): «Cuando un novelista escribe en una novela que está lloviendo, no sostiene realmente que esté lloviendo en el momento de escribir». Y aquí recuerdo el final de Molloy (1951), de Samuel Beckett, traducido por Pere Gimferrer, cuando el personaje Moran dice: «Entonces entré en casa y escribí, es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía». (Su relato había empezado: «Es medianoche. La lluvia azota los cristales».). Cuando Enric Marco decía que había estado preso en el campo de concentración de Flossenbürg no novelaba. Faltaba a la verdad. Su intención era mentir en el mundo real, no encantar con un cuento a gente que sabe que le cuentan un cuento.

Esta sentimentalización literaria del personaje Enric Marco es lo más débil de El impostor. Contradice la lógica de una obra que tiene como virtud fundamental la crítica de la sentimentalización histórica, lo que Javier Cercas llama el kitsch, «versión novelera y ornamental de la historia […] narraciones plagadas de emoción y golpes de efecto y énfasis melodramáticos, generosas en cursilería pero inmunes a las complejidades y ambigüedades de la realidad, protagonizadas por un héroe de cartón piedra», como las patrañas de Enric Marco. El novelista Cercas piensa en las malversaciones de la llamada memoria histórica, y yo comparto sus ideas. Una de las líneas de defensa del embustero Marco sostiene que, con sus recuerdos falsos, «había impulsado la recuperación de la memoria histórica», y Magris, piadosamente, lo considera un embustero que decía la verdad, un benefactor de la humanidad, si hacemos caso de Voltaire: «Una mentira es un vicio sólo cuando hace el mal; es una gran virtud cuando hace el bien». Pero, ¿eran necesarias las mentiras de Marco para revelar las barbaridades de nazismo? No. Las invenciones de Marco pertenecen a la cultura popular, a la industria de Hollywood. Los embustes de Marco eran necesarios para el bien de Marco, por mucho que el mentiroso diga que mentía por una buena causa, para difundir en primera persona las barbaridades nazis y fascistas, porque la historia es fría y la memoria (historia en primera persona: memoria histórica) es caliente como la sangre viva.

La crítica de Javier Cercas a este aspecto de las aventuras del falsificador Enric Marco se atreve incluso a discutir la obra del propio novelista: Cercas se enfrenta a Marco en un diálogo imaginario (pp. 353-368) a la manera del encuentro del Unamuno de Niebla (1914) con Augusto, su personaje principal, que interpela al autor: «¡También usted se morirá, también usted, y volverá a la nada de que ha salido». Marco (es decir, el personaje de Cercas) acusa a su creador a propósito de su éxito Soldados de Salamina (2001): «Usted se benefició tanto como yo de eso que llama la industria de la memoria».

Junto a la crítica de la trivialización sentimental de la historia, El impostor acierta al contemplar el caso particular (la impostura de Marco) a la luz de lo general: el momento histórico. La excepción aparece como cumplimiento de la regla, y Marco funciona como tipo ejemplar de su tiempo. La historia común se vislumbra a través del individuo único, y viceversa: lo uno se entiende a través de lo otro. La abyección de Marco es lo común en tiempos abyectos, los peores años del franquismo, cuando el instinto de conservación se transforma en cobardía cotidiana de la mayoría, aunque la mayoría no se viera obligada a caer en la delincuencia común y a cultivar una proximidad a la policía y a las comisarías, sin llegar nunca, al parecer, a una condena ante un tribunal, ni en Alemania ni en España, circunstancias que concurren en el personaje Marco y lo hacen aún más inquietante. Y «Marco reinventó su vida en un momento en que el país entero estaba reinventándose» después de Franco, construyéndose un pasado a la altura democrática de los nuevos tiempos: políticos, intelectuales, periodistas, de derechas y de izquierdas, «todo el mundo […] sin desazón moral», dice Javier Cercas. Es verdad: muchos se reinventaron como resistentes al franquismo o liberales de toda la vida, pero no todo el mundo, no todo el mundo. Javier Cercas, que critica con razón la retórica enfática como una manera de velar lo incierto o lo directamente falso, practica en estos casos el énfasis. Siendo un fruto de su época, Marco no hizo lo que todo el mundo: es excepcional. Y por eso Javier Cercas le ha dedicado un libro.

Justo Navarro ha traducido a autores como Paul Auster, Jorge Luis Borges, T. S. Eliot, F. Scott Fitzgerald, Michael Ondatjee, Ben Rice, Virginia Woolf, Pere Gimferrer y Joan Perucho. Sus últimos libros son Finalmusik (Barcelona, Anagrama, 2007), El espía (Barcelona, Anagrama, 2011), El país perdido. La Alpujarra en la guerra morisca (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2013) y Gran Granada (Barcelona, Anagrama, 2015).

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