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Retóricas de la reactividad: Podemos en el discurso público

La Nueva Izquierda. Perfiles Identitarios

Gaspar Ariño Ortiz

Nuevo Baztán, Noesis, 2015

220 pp. 15,60 €

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Podemos despierta pasiones encontradas, filias y fobias, simpatías incondicionales y animadversiones viscerales. En este pequeño trabajo cartografiaremos las fobias, utilizando como pretexto un breve ensayo del profesor Gaspar Ariño donde se recogen buena parte de los argumentos esgrimidos contra el partido de Iglesias. Podemos se ha convertido en uno de los objetos políticos más vilipendiados en el debate político, sobre la base de un elenco muy amplío de críticas y reproches. El propio partido se ha vanagloriado de estas reacciones, convirtiéndolas en evidencia ante su electorado de su nuevo protagonismo en el escenario político español. «Vuestro odio, nuestra sonrisa» ha sido uno de los eslóganes podemitas más exitosos en las redes sociales y más jaleado en mítines y asambleas. Muchos analistas han especulado sobre la utilidad para Podemos de las críticas recibidas, que lo han situado en una centralidad de un debate público que, de otro modo, difícilmente hubieran logrado. Aupado a la posición de enemigo a batir, o al menos a frenar, Podemos ha conseguido presentarse ante sus afiliados y simpatizantes como un partido demonizado y asediado por un entorno hostil. Un entorno que ha sido cómplice de los atropellos que durante el período de crisis se habrían cometido contra su electorado, compuesto mayoritariamente (al menos en su relato) por colectivos agraviados y despojados de derechos y seguridades que habían disfrutado en el pasado.

A la hora de catalogar invectivas contra Podemos es difícil ser exhaustivo, pero hemos creído de utilidad agrupar en grandes bloques argumentales las retóricas reactivas a Podemos. Muchos lectores encontrarán familiar esta agrupación.

Retórica del riesgo

En el relato reactivo, Podemos es, ante todo, una amenaza que acecha principios y valores fundacionales de nuestra sociedad y reglas básicas de las que nos hemos dotado para convivir y asegurar ciertos niveles de bienestar. Podemos es un riesgo, un riesgo que pone en jaque logros alcanzados sufridamente. Los autores que abrazan la tesis del riesgo arguyen que los costos de las iniciativas que propone Podemos son demasiado altos y ponen en peligro formas de vida y organización social que hemos construido laboriosamente.

La principal línea argumental contra Podemos, muy presente en el libro de Gaspar Ariño, es que Podemos tiene una agenda oculta que, de ponerse en práctica, acarrearía graves consecuencias para el país. Esa agenda viene marcada por los orígenes de Podemos y sus dirigentes. Los dirigentes de Podemos «llevan en sus entrañas el marxismo-leninismo en el que se han criado y admiran» (p. 40). Ariño repasa la trayectoria política, las vinculaciones organizativas y sus fuentes de inspiración intelectual para argumentar que su proyecto es articular un nuevo modelo de Estado, «nacional-social-popular». Descarta los propósitos reformistas que Podemos declara a veces abrigar. Su objetivo real, en consonancia con el de las doctrinas y movimientos que inspiran sus acciones, es la ruptura tras un proceso constituyente. Aunque esa ruptura no puede ser «revolucionaria», en sentido clásico, el resultado final del proceso sería el mismo: «un Estado total, es decir, totalitario, muy poco de fiar, en el que el Derecho se somete por principio a la razón de Estado, que es la razón de la revolución» (p. 22).

Podemos no se muestra como realmente es y no persigue las cosas que proclama perseguir: más bien lo contrario. Detrás de la fachada hay un mundo tenebroso de inclinaciones radicales, estrategias diabólicas y complicidades inconfesables: el retrato de Dorian Gray. Lo resume muy bien Felipe González cuando alerta sobre las consecuencias de un posible pacto del PSOE con Podemos: «quieren liquidar, no reformar, el marco democrático de convivencia, y de paso a los socialistas, desde posiciones parecidas a las que han practicado en Venezuela sus aliados. Pero lo ocultan de manera oportunista».

A juicio de Ariño, Pablo Iglesias es muy consciente de las limitaciones de una izquierda comunista en la Europa actual para alcanzar el poder, lo que le lleva a ensayar nuevos métodos para «ganar». A este fin van encaminadas todas las energías. En diversas declaraciones, o incluso en la expresión de sus aficiones (es célebre que es un seguidor incondicional de la serie televisiva Juego de tronos), Pablo Iglesias hace gala de una pasión desaforada por el poder y por las maniobras para conquistarlo. La explicita desde etapas muy tempranas de su trayectoria, en que parece abrazar la movilización violenta y la lucha callejera como forma de perseguir sus metas ideológicas. En la actualidad, según Ariño, basándose en diversas fuentes escritas por el propio Iglesias, ha comprendido la futilidad de las estrategias violentas. Ha cobrado conciencia de la fortaleza de los Estados y ha optado por un método gradual, «ajedrecístico». Se trata de apostar por una nueva forma de guerra, de posiciones, exponiendo los vicios y las contradicciones de sus adversarios, politizando las situaciones de agravio social experimentadas por amplias capas de la ciudadanía en la crisis, construyendo nuevas formas de «sentido común». La cultura es el terreno crucial de la lucha política. Triunfar es alcanzar la hegemonía social, llegar a las masas a través de mensajes transversales que permitan que muchos y diversos (la gente) puedan identificarse con la lucha para ganar. Ocupar «la centralidad del tablero» es extender la lucha allí donde aparecen nuevos colectivos dispuestos a movilizarse, en lugar de confiar en la vigencia del espíritu revolucionario en una apaciguada clase obrera. Pablo Iglesias articula un proyecto político fundamentalmente dirigido a la clase media. La clave para ganar es apoyarse en la frustración de clases medias despojadas de las certidumbres y comodidades que habían disfrutado en épocas de bonanza, que protagonizan las grandes movilizaciones que se producen en el período de crisis.
Pablo Iglesias es consciente de que la ventana de oportunidad que se abre ahora probablemente no se mantenga así mucho tiempo: ahora o nunca. Lo explica el secretario general de Podemos diáfanamente en una entrevista de Carles A. Foguet y Jorge Galindo en Jot Down: «La crisis económica se manifiesta en la destrucción de las expectativas de estos nuevos sectores medios, “mi hijo tiene carrera y está en el paro”, se acabaron las vacaciones, se acabó el coche o se produce un desahucio. Eso genera lo que Gramsci llama una crisis orgánica, un alejamiento o un cuestionamiento de los valores hegemónicos […]. Y esas son las condiciones estructurales de posibilidad de Podemos. Si nosotros hemos hecho algo bien ha sido el tener la capacidad de leer esto y saber que la única manera de actuar eran los medios de comunicación». Hay prisa, el «asalto al poder» no puede aplazarse sine die: «Todavía hoy, en los análisis que hacemos, los sectores medios-bajos siguen siendo los más fieles a Podemos respecto a las viejas clases medias y a sectores medios que sí empiezan a asumir la narrativa de la recuperación económica. Es decir, los sectores que nunca han estado mal, mal, mal, sí asumen esa nueva narrativa. Por eso, cuando llevo meses repitiendo que somos el partido de las clases populares, es por no perder de vista cuál es el sector social clave, un sector que se puede estrechar. Lo que quiero decir es que si hay sectores medios que podían identificarnos como un elemento regenerador, pero que, de repente, entran en otra lógica, pues a lo mejor el eje regeneración ya no es el más cómodo para nosotros y Ciudadanos pelea mejor ahí».

Alcanzar el poder figura en el primer lugar de la lista de prioridades, a toda costa, sin reparar demasiado en la observancia de procedimientos o reglas de etiqueta: «Todo es admisible para ganar el poder y consolidarse en él», llega a decir Ariño, interpretando textos de Iglesias. Podemos se aparta de la pulcritud y estrechez de miras del comunismo clásico para hacer una apuesta decidida por nuevas estrategias de lucha, a través del marketing, la presencia continua en los medios de comunicación, la hegemonía en las redes sociales. Lo hace de manera insolente, faltona, agresiva. Y está dispuesto a conseguir su propósito aunque para ello tenga que pactar con el mismo diablo. Lo describe fabulosamente Rafael Latorre en El Español recurriendo a una analogía del propio Pablo Iglesias en una charla a las Juventudes Comunistas que puede encontrarse en las redes sociales: «A los alemanes les interesaba poner un tren a Lenin para que desestabilizara Rusia, a los iraníes les interesa que se difunda en América Latina y en España un discurso de izquierdas porque afecta a sus adversarios. ¿Lo aprovechamos o no lo aprovechamos?»

El poder es la vía para implementar una profunda agenda transformadora. El poder da amplia cancha para hacer y deshacer. Iglesias se abona a una concepción schmittiana del ejercicio del poder, que preocupa a Ariño, según la cual las cortapisas institucionales son relativamente irrelevantes y deben ser sorteadas por el gobernante que representa a la mayoría. El imperio de la ley es un condicionante menor si se posee la fuerza y la determinación de ejercerla invocando la legitimidad que da el apoyo popular. En palabras de Antonio Elorza en un artículo publicado en El País: «la de Iglesias es una Machtpolitik donde el Estado de derecho consiste en “la voluntad política racionalizada de los vencedores”».

La retórica de la perversión

La tesis de la perversión pone el acento en las consecuencias imprevistas de las acciones humanas, que muchas veces conducen a resultados contrarios a los que se desean y persiguen. Aunque los objetivos puedan parecer legítimos y, aparentemente, dignifican a quien pelea por ellos, el mundo no es enteramente controlable, y la probabilidad de que los buenos deseos acaben en frustración, o alumbren incluso escenarios catastróficos, es elevada, sobre todo cuando quiere avanzarse a grandes pasos.
Esta es un crítica clásica del liberalismo contra proyectos de ingeniería social progresistas, bienintencionados e incluso dictados desde una cierta racionalidad, pero que ni saben ni, muchas veces, pueden anticipar las consecuencias de sus acciones En la versión más blanda de esta retórica reactiva, los dirigentes de Podemos pretenden ponerse al mando de una nave que no están preparados para pilotar. En su versión más demoledora, se considera a los dirigentes unos irresponsables que pueden desencadenar procesos perversos que ponen en juego la estabilidad institucional y económica.

Una de las preocupaciones más recurrentes en el relato reactivo a Podemos son las consecuencias económicas y, de rebote, sociales de sus propuestas. Podemos abriga grandes aspiraciones a dar la vuelta a la política económica de austeridad con el fin de corregir sus dolorosos efectos sociales. Pero habita lo que José Carlos Díez llama «el país de Nunca Jamás». Es incapaz de entender las consecuencias de sus acciones, de aprender lecciones elementales de historia económica y de comprender las reglas básicas del ciclo de negocio, sobrevalorando la autonomía en política económica del Estado español y su capacidad para ejercer presión sobre nuestros socios europeos. Algunos analistas (Luis Garicano y Antonio Roldán Monés) señalan que «el diagnóstico, aunque simplista, esconde algo de verdad. Pero de un diagnóstico simplista surgen soluciones que terminan empeorando los problemas». La pretensión de poner en marcha una banca pública encierra demasiados riesgos a la luz de la experiencia española con las cajas de ahorros, la auditoría política de la deuda dispararía la desconfianza de los inversores y provocaría la huida de capitales, las políticas de expansión del gasto terminarían en recortes masivos cuando no podamos seguir financiándola, amén de provocar previsiblemente un doloroso rescate, etc. Los líderes de Podemos no son capaces de calibrar los efectos de sus propuestas y exhiben una autoconfianza desmedida, irresponsable y peligrosa.

En muchos de los diagnósticos, e incluso de las propuestas, Podemos comulga con otras fuerzas progresistas que también hablan de subir impuestos, reestructurar la deuda, regular la actividad de los oligopolios o garantizar ingresos mínimos. Pero, a diferencia de otros grupos políticos, Podemos parece poco dispuesto a hacer transacciones. No pretende negociar, ni introducir sus medidas cautelosa y gradualmente, para evitar levantar recelos. Bien al contrario, Podemos proclama su voluntad de retar a quien se interponga en su camino y llegar hasta el final si la causa lo merece, cueste lo que cueste: «Prefieren la retórica de la confrontación, de transformaciones totales y abruptas, de grandes soluciones inmediatas y sencillas a los problemas complejos» (Luis Garicano y Antonio Roldán Monés). Esta determinación dispara muchas alertas. Podemos plantea batallas en las que hay que torcer el brazo de tu rival (en juegos de suma cero), pero sin medir la fuerza de éste, su capacidad de oponer resistencia y desbaratar los planes iniciales. Podemos antepone la ética de la convicción a la ética de la responsabilidad.

Podemos juega con las expectativas de la gente, alimenta grandes ilusiones colectivas, sueños utópicos de cambio. «Sí se puede» es el grito de guerra que invita a «luchar», a «empujar» para que la sociedad se mueva en una nueva dirección. Los dirigentes invitan a «ser radicales», a «ir a la raíz de los problemas sociales» para extirpar sus causas de fondo. En palabras del politólogo Víctor Lapuente, recurren al discurso del chamán, convencido de que la realidad es controlable y los problemas colectivos pueden resolverse simplemente embarcando a la sociedad en grandes proyectos transformadores, aplicados por líderes convencidos y ambiciosos. A la hora de la verdad, «este método no funciona, porque hay que computar parámetros en muchas variables. Las causas, y los responsables, de fondo de los problemas colectivos son múltiples, cambiantes, difíciles de medir” (El retorno de los chamanes, Barcelona, Península, 2015, p. 160).

La crítica más desinhibida a este enfoque de la acción pública abunda en ejemplos históricos de fracaso de estos proyectos. Gaspar Ariño se refiere a los fracasos del socialismo real y de Alexis Tsipras en Grecia. Muchos son los analistas que sacan a colación el fracaso del proyecto bolivariano en Venezuela. Víctor Lapuente se concentra en el fracaso del proyecto «chamánico» en la República española, que condujo al enfrentamiento civil entre miembros de dos bandos atizados por grandes proclamas transformadoras y soflamas radicales.

La retórica de la futilidad

Podemos despierta un tercer tipo de críticas que le reprochan vacuidad, inanidad e ineficacia. La retórica de la futilidad presenta varias versiones. En una de ellas, las iniciativas de Podemos son poco más que una operación de marketing sin ningún fundamento sólido que pueda sostenerlas. Se trata de persuadir al electorado, no de conducir a una verdadera transformación social. Desde esta óptica, Podemos es un bluf, sus propuestas son insustanciales, pura pirotecnia retórica para «seducir». «Mucha frase, ningún discurso», titula Santos Juliá un artículo crítico en El País: «Frases, sólo frases, escritas de antemano y leídas de corrido, una detrás de otra, con el único propósito de cosechar el aplauso, suprema manifestación de una ciudadanía participativa. Frases cortas, que son las únicas que soportan telespectadores y tuiteros; frases contundentes, que ponen de los nervios a los contrincantes de las tertulias; frases a modo de consignas, muy eficaces para entusiasmar a un público que toma por agudeza de ingenio o por receta infalible lo que no es más que fuego de artificio; frases, en fin, que suministran titulares a mansalva para los diarios digitales de esa misma tarde. Estragos producidos en el discurso político por la televisión y los tuits». Desde este punto de vista, la retórica política de Podemos está teniendo un efecto narcotizante, que impide que entendamos los verdaderos desafíos que tenemos por delante y discutamos racionalmente como afrontarlos.

Podemos y sus alianzas estarían abusando, asimismo, de la pirotecnia simbólica en sus iniciativas políticas, encaminadas a atraer la atención mediática a fuerza de golpes de efecto. Trascurridos varios meses de mandato de los gobiernos municipales, escasean las políticas de calado y abundan gestos vacuos, poco trascendentes para el bienestar de la ciudadanía: la retirada del busto del rey del salón de plenos, o de un monumento franquista, el cambio de nombre un pabellón deportivo, conmemoraciones, homenajes. Algunos de estos gestos levantan suspicacias desde una óptica ideológicamente afín, suscitando incluso críticas progresistas, como el de Carmena convocando a pobres «sin techo» a un banquete navideño en la sede municipal, o el de la propia Carolina Bescansa «conciliando» en el Congreso de los Diputados.

Como resume Aurora Nacarino-Brabo en un perspicaz artículo, refiriéndose a las políticas de Manuela Carmena al frente del Ayuntamiento de Madrid: «Todo iba a cambiar, y no cambió nada». En la confrontación con la realidad, termina imponiéndose la lógica de lo posible. Podemos encuentra las mismas dificultades que otros para sortear barreras infranqueables, pero, tras alimentar grandes expectativas, debe dedicar especial empeño a ocultar esa impotencia con un manto de performances.

Pablo Iglesias se revela como un maestro de la escenificación. Tras las elecciones generales escenifica una voluntad de acuerdo con el PSOE que, en realidad, probablemente intenta evitar, haciéndola pública en un momento inadecuado, humillando al líder al que supuestamente quiere hacer presidente, menospreciando a dirigentes del partido con que quiere gobernar, cortejando a sus bases, exigiendo que las negociaciones se transmitan por streaming. Todo parece preparado para malograr lo que proclama perseguir. Se trata de que la escenificación resulte convincente para los espectadores que desde su casa evalúan su habilidad en la contorsión escenográfica y se pueda con ello alcanzar la hegemonía política, en una estrategia de campaña permanente que, en realidad, nunca se detiene a posibilitar que las propuestas políticas que se anuncian a bombo y platillo terminen materializándose, se concreten en medidas que cambien la vida de la gente. Lo describe acertadamente Manuel Arias Maldonado en una brillante pieza publicada en su blog de Revista de Libros: «lo que cuenta es el efecto sobre el público –creado con el auxilio de técnicas escenográficas y medios de comunicación– antes que la calidad de los resultados o la construcción del consenso».

Detrás de las palabras grandilocuentes y de las contorsiones simbólicas, hay pocos principios y compromisos que sean realmente sólidos. Las diatribas contra Podemos que se inscriben en esta línea retórica recuerdan que las propuestas, incluso la identidad ideológica de Podemos, han sido extremadamente volátiles. En apenas dos años de vida, Podemos transita por diversas posturas programáticas en asuntos cruciales de su ideario: de reclamar el impago de la deuda a propugnar la negociación para reestructurarla, de contemplar la nacionalización de la banca y sectores estratégicos de la economía a descartarla, de manifestar una clara voluntad de desconcentrar la propiedad de los medios de comunicación a dejar de pronunciarse en ese sentido, de defender un proceso constituyente rupturista a abogar por una reforma constitucional, de apostar por la Renta Básica Universal a reivindicar una renta garantizada, de pedir la jubilación a los sesenta años a querer fijarla en los sesenta y cinco, de exigir la prohibición de los desahucios a reclamar «alternativas habitacionales» para los desahuciados. Podemos pasa de reivindicarse como un partido trasversal, «ni de izquierda ni de derechas», servidor de una amplia mayoría social, a reivindicar la tradición socialdemócrata, pervertida por la cercanía de sus dirigentes actuales a las elites económicas.

Las grandes palabras y gestos terminan acompañadas de escasos cambios reales. Un ejemplo de esta retórica reactiva son las críticas que se lanzan a Podemos por no confirmar las expectativas lanzadas inicialmente sobre la democratización de la vida interna del partido. A pesar de que los líderes del núcleo fundador anuncian una nueva forma de hacer y organizar la política –abierta, participativa y plural–, terminan recurriendo a viejas metodologías para asegurarse el control de la organización y acallar a su oposición. Gracias a esas metodologías, las voces discordantes no consiguen representación en los órganos de dirección ni en las candidaturas a convocatorias electorales, y terminan siendo cooptadas o abandonando el partido. Medios de comunicación hostiles a Podemos acogen dichosos a las víctimas de estos procesos, deseosas de relatar las ignominias de que han sido objeto.

Hay quien, más allá, cree que Podemos es, en realidad, un instrumento para frenar cambios. En una lógica lampedusiana, Podemos estaría proponiendo cambiarlo todo para que todo quede igual. Desde este punto de vista, Podemos es una traba para que se acometan las grandes reformas que necesita nuestro país: en el mercado de trabajo, profundizando procesos de liberalización en distintos ámbitos, introduciendo lógicas de nueva gestión pública en la administración, aplicando los ajustes que requiere el Estado de bienestar en un nuevo escenario globalizado, etc. Frente a los discursos que ven en Podemos un agente de cambio, los autores abonados a esta línea crítica lo consideran un factor de bloqueo, un actor alineado con sectores inmovilistas que comprometen una posibilidad auténticamente transformadora que necesita nuestro país.

* * *

A muchos de los amables lectores que me han acompañado hasta aquí no se les habrá escapado que, en realidad, mi descripción de las retóricas de la reactividad son variaciones de una partitura conocida, la que radiografía fabulosamente Albert Hirschman en Las Retóricas de la Intransigencia. La traducción de esta obra al español a partir del título original en inglés (The Rhetorics of Reaction) induce una cierta confusión, que a veces impide sacar pleno partido a las posibilidades analíticas de sus argumentos. En la obra, Hirschman advierte que esas retóricas son comunes en la reacción conservadora a iniciativas progresistas, pero no son propiedad exclusiva de una «marca» ideológica. Los argumentos que he examinado aquí son bastante trasversales en el discurso de rivales políticos de Podemos, provengan de donde provengan. Es más, con cautela y respeto, me atrevería a decir incluso que, en función del peso de cada una de las líneas retóricas en sus trabajos, es posible reconocer casi siempre a un intelectual conservador (predominio de la retórica del riesgo), liberal o socioliberal (de la retórica de la perversión), o socialdemócrata (de la retórica de la futilidad). En el libro de Gaspar Ariño, que ha motivado este ensayo, el lector encontrará una lúcida y bien documentada crítica conservadora al fenómeno de Podemos. Si usted no calza esa orientación ideológica, prefiere no ser expuesto descarnadamente a este tipo de argumentos, o bien ya los encuentra profusamente en otros lados, pruebe otro de los numerosos ensayos críticos con Podemos que encontrará en los anaqueles de las librerías: tendrá sobradas opciones entre las que elegir.

Pau Marí-Klose es profesor de Sociología en la Universidad de Zaragoza. Sus últimos libros son The Mediterranean Welfare Regime and the Economic Crisis (Londres, Routledge 2014) e  Infancia y futuro. Nuevas realidades nuevos retos (Barcelona, Fundació “la Caixa”, 2010).

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Ficha técnica

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