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La meritocracia contra el populismo 

Gobernanza inteligente para el siglo XXI. Una vía intermedia entre Occidente y Oriente

Nicolas Berggruen, Nathan Gardels

Madrid, Taurus, 2013

Trad.: Federico Corriente Basús y Miquel Izquierdo Ramón

280 pp. 18 €

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Según transcurren los meses y seguimos instalados en esta multiforme crisis global, se multiplican las propuestas para salir de donde estamos, sin que tengamos muy claro dónde estamos ni por qué, menos aún cuál es posición relativa de cada uno frente a un fenómeno cuya denominación omnicomprensiva –la crisis– esconde realidades muy distintas. No es lo mismo ser Estados Unidos que China, Alemania que España, Malasia que Perú. Esta aparente perogrullada es dejada un lado cuando tratamos de identificar los rasgos comunes en detrimento de los particulares, por ejemplo centrándonos en una burbuja crediticia que bien puede ser el síntoma que revela tendencias subterráneas de más hondo calado. Y esas tendencias –entre las que se cuentan la dualización de los mercados de trabajo, el impacto de las nuevas tecnologías, la declinante demografía europea, la incorporación a la competencia económica global de naciones antes postergadas, la fragmentación del público y de los relatos comunes por el impacto de las redes sociales, o la tendencia a las megaurbes– apuntarían a un metaproblema, a saber, cómo gobernar sociedades complejas e interdependientes donde los parámetros de la legitimidad y la eficacia parecieran chocar irremediablemente. Porque la ausencia de rendimientos del sistema socava su legitimidad, pero una mayor legitimidad no implica necesariamente mejores rendimientos: las decisiones más eficaces a largo plazo bien pueden ser rechazadas popularmente. Y sin legitimidad, no hay democracia; pero sin unos mínimos rendimientos no hay orden político sostenible.

Es en esta encrucijada entre democracia, populismo y tecnocracia donde podemos situar las propuestas de Niccolas Berggruen y Nathan Gardels. Se trata de un libro significativo, más que por la solidez de lo que se dice, por el hecho mismo de que se diga, máxime si tenemos en cuenta la incesante actividad de asesoría reformista global desempeñada por el Nicolas Berggruen Institute. En esencia, lo que sostienen los autores es que el regreso del mundo al pluralismo geopolítico que ha dominado su historia está poniendo en cuestión la presunta superioridad del modelo occidental. Ante el empuje del modelo chino, que combina el autoritarismo con la meritocracia, sugieren la necesidad de reexaminar la democracia tal como la conocemos y avanzar hacia un sistema constitucional mixto que combine lo mejor de ambos mundos: esto es, que la gobernanza del nuevo siglo habría de ser un híbrido de democracia y meritocracia.

Para Berggruen y Gardels, las democracias occidentales han entrado en el marasmo. Se han convertido en «vetocracias» incapaces de reformarse a sí mismas debido a la fuerza de los intereses creados, la pobre capacitación de los votantes, una cultura cortoplacista del consumo y la creciente polarización ideológica (magnificada por los viejos medios de comunicación e intensificada de facto por las redes sociales). Las sociedades occidentales, en suma, estarían volviéndose ingobernables a la misma velocidad a la que un liderazgo unificado y meritocrático –el chino– sería capaz de tomar las decisiones que su país necesita para continuar por la senda del crecimiento. ¿No ha tenido la democracia estadounidense una vida más corta que la más corta de las dinastías chinas? A su juicio, China representa un gobierno esencialmente meritocrático antes que tecnocrático, donde elites pragmáticas y competentes gobiernan mediante la ley antes que someterse al imperio de la ley. Eso no quiere decir que China carezca de serios problemas, relacionados con la emergencia de la clase media y la distribución de la riqueza, sino que su modelo de gobierno debe ser tenido en cuenta a la hora de diseñar la nueva gobernanza. Y ello pese a unas obvias desventajas que fueron señaladas por Francis Fukuyama en su debate con Zhang Weiwei, principalmente la ausencia de rendición de cuentas y el «problema del mal emperador», o imposibilidad de poner fin a un liderazgo que resulte desastroso.

¿Cuál es la solución para Estados Unidos y China, así como, de paso, para los demás? Tomar lo mejor de ambos sistemas para diseñar un orden de gobierno que sea a la vez democrático y meritocrático, es decir, que limite la influencia del populismo sobre el proceso de toma de decisiones, sin convertir a éste es un compartimento estanco impermeable al refrendo ciudadano. Para Berggruen y Gardels, esto no es ningún disparate: Jefferson sentía simpatía por los argumentos confucianos y la concepción originaria de la representación política contemplaba, a la republicana manera, el gobierno de los mejores. De ahí la importancia que conceden a las instituciones antimayoritarias, como los Bancos Centrales, las Oficinas Presupuestarias o los Tribunales Constitucionales. Ante la incompetencia técnica de los ciudadanos, serían «espacios despolitizados», donde «la opacidad proporciona un margen para la deliberación razonada no sujeta a opinión popular» (p. 99). Algo así como la pesadilla de cualquier demócrata participativo.

Aunque la hibridación de meritocracia y democracia admitiría más de una variante, la propuesta aquí detallada consiste en combinar la elección directa e indirecta de las cámaras legislativas con la fuerte presencia de organismos antimayoritarios y una selección rigurosa del personal administrativo. Paradójicamente, los autores contemplan también consultar a los ciudadanos en referendos periódicos sobre las políticas gubernamentales. Y aplican esta plantilla general a los casos de California, la Unión Europea y el G-20. Se trata de huir del populismo sin caer en la tecnocracia; una pirueta de difícil ejecución. Es verdad que basta echar un vistazo a la parálisis reinante en Italia tras las últimas elecciones para comprender que la combinación de una clase política obsesionada con su reelección y una ciudadanía poco informada que rechaza aquellas políticas que serían más beneficiosas a largo plazo para su bienestar es difícil de solucionar. Pero idealizar un modelo como el chino y pensar que su cultura política puede trasplantarse alegremente a otras latitudes no deja de ser una muestra de wishful thinking, además de que ignora alegremente que las democracias liberales son también sociedades liberales en las que el ejercicio de la libertad produce innovaciones morales y tecnológicas que una cultura autoritaria difícilmente puede replicar. No sólo cuentan los resultados: también los principios. Pese a todo lo cual los autores han puesto sobre la mesa un argumento digno de discusión, por incidir en aquello que ahora nos preocupa, a saber: la decisión sobre quién toma las decisiones.

Manuel Arias Maldonado es profesor titular de Ciencia Política de la Universidad de Málaga. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Berkeley y completado estudios en Keele, Oxford, Siena y Múnich. Es autor de Sueño y mentira del ecologismo (Siglo XXI, Madrid, 2008) y de Wikipedia: un estudio comparado  (Documentos del Colegio Libre de Eméritos, núm. 5, Madrid, 2010). Su último libro es Real Green. Sustainability after the End of Nature (Londres, Ashgate, 2012).

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