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El arte del absurdo

Kassel no invita a la lógica

Enrique Vila-Matas

Barcelona, Seix Barral, 2014

304 pp. 19,50 €

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El escritor Enrique Vila-Matas fue invitado a participar en la dOCUMENTA (13) de Kassel, celebrada en el verano de 2012. Su colaboración consistió en sentarse a trabajar por las mañanas en el restaurante chino Dschingis Khan a la vista de cualquiera con el objetivo de «explorar las posibilidades de la privacidad en un espacio público». En un principio, la idea no le gustó demasiado por razones fácilmente comprensibles, pero acabó aceptando, tal vez porque en él seguía pesando un recuerdo de juventud: algunos de sus amigos habían vuelto «trastornados», allá por los años setenta, de su periplo por Kassel. Tampoco hay que descartar que ya contemplase la idea de escribir Kassel no invita a la lógica. No hay que olvidar que la Documenta siempre ha tenido una función catártica, casi religiosa, en el arte contemporáneo y que Joseph Beuys, actuando como sumo sacerdote, resumió en una idea: «Un hombre, un artista». De cumplirse esta máxima, el riesgo es que todo lo que haga un artista –y sobra recordar que el más íntimo de los objetos personales también sirve– sea arte.

Así que no es extraño que un escritor de larga obra narrativa como Vila-Matas sea invitado a un certamen de arte contemporáneo. Después de todo, Ferran Adrià, el gran gurú de la nueva cocina, también participó en la documenta 12 cinco años antes, e incluso lo han hecho científicos, biólogos, sociólogos, físicos cuánticos y, por supuesto, filósofos, personas que, en definitiva, buscan el conocimiento, un saber objetivo. El hecho de que acudan a una exposición de arte contemporáneo representantes de disciplinas tan diversas parte de la creencia de que el arte es, ante todo, pensamiento, un proceso productor de ideas y, por lo tanto, el artista deviene en un intelectual, alguien que ejerce la crítica pero que no posee ninguna habilidad manual o, como dice el propio Vila-Matas, una nueva clase. Jean Clair, del todo sospechoso en este debate, sostiene que los más activos en esta nueva religión (para él, el arte contemporáneo lo es, incluso con el primitivismo de una secta), «tras haber renunciado a la práctica de su arte, se encontraban aún más dispuesto a difundir la teoría».

Finalmente, Vila-Matas aceptó acudir a la dOCUMENTA (13), no sin antes poner unas condiciones (dudo que hubiese rechazado la oferta de no haberlas conseguido), tal vez para aliviar lo que era evidente: dejarse contemplar cómo trabajaba en un restaurante chino no dejaba de ser una simulación cómica, una prueba más del artificio en que consistía el arte contemporáneo, sea en Kassel, Estambul o São Paulo, por citar alguna de sus franquicias globales. Propuso el escritor ser incluido en un ciclo de conferencias organizado por Critical Art Ensemble, ya que una de las comisarias (aunque ella reclama ser llamada «agente») le aseguró que «probablemente no acudiría nadie y no serían oídas dada la lejanía del lugar» de dichos encuentros. Vila-Matas ya tenía el título en la cabeza de su ponencia: «La conferencia sin nadie». Quien conozca su obra, sabe de sobra que toda ella gira en torno a su desaparición, ni siquiera a no aspirar a ser nada, sino ser nadie. Ser invisible. Estar y no estar. Un paseante, la imagen de una huida hacia ningún lugar en concreto. De esta manera, empieza un relato sobre su experiencia en un lugar que él sigue considerando «vanguardista y duchampiano». Sin duda, sigue pesando la imagen juvenil de un Marcel Duchamp instalado en Cadaqués jugando al ajedrez en una mañana soleada que nada tendría que ver con el ready-made infinito en que ha devenido todo. Es decir, cuando hablábamos de arte, no de creencias.

Había algo más que le movía a aceptar el reto, y era una la curiosidad (o decepción) provocada por el hecho de que, en literatura, la vanguardia había desaparecido –cree que en poesía todavía se mantiene– y quería comprobar si había sucedido lo mismo en arte. Y es aquí donde realiza una confesión malévolamente ingenua: «Documenta tenía fama de no estar demasiado contagiada por las leyes del mercado». Este sería otro tema, pero el precio de una obra es la verdadera teoría que sustenta el arte contemporáneo. De otra, manera, ¿por qué pagar noventa mil euros por una pirámide de rollos de papel higiénico de Martin Creed?

Quien haya estado en la Documenta, en la Bienal de Venecia o en cualquier otra exposición internacional, es fácil que sienta algo de extrañeza por lo que está viendo, por su artificiosidad algo pueril, por una evidente voluntad de comunicar un mensaje que cualquier persona mínimamente informada y con los pies en el suelo entendería por sí misma y sin mediación del comisario, agente o crítico, pero, sobre todo, por construir una ficción teórica alejada de la vida, no porque no se inspire en ella, sino porque precisamente quiere ser más verdadera que la propia vida. Y es fácil que el espectador sienta entonces un feliz deseo de reconciliarse con ella, con lo que sucede realmente una vez que vuelve a la calle. Incluso aunque aceptemos algo que dice Vila-Mata, que nuestra verdadera vida «no es la que llevamos, sino la que inventamos con nuestra imaginación». El arte contemporáneo actúa como un artefacto teórico, denso y críptico, del que no se libra ni el propio Vila-Matas. El arte de vanguardia, nos dice el escritor, necesita de «una fracción visual y otra de tipo discursivo que la reforzara y tratara de explicar lo que se veía». Incluso, admite, que en la Documenta quedaría muy anticuado separar obra y teoría.

Repasados los comentarios periodísticos, incluso firmados por críticos, de la dOCUMENTA (13) se constata algo: la mala literatura que desarrolla el arte contemporáneo, la cita constante de autores de una manera parcial (que no falten ni Wittgenstein ni Benjamin…), la imposibilidad de hilvanar un relato atractivo y la negación de la experiencia estética, que vendrá siempre dada por un intermediario de correoso estilo literario. La complicidad de la crítica con comisarios, curators o agentes es de tal fidelidad que la escritura de arte se ha convertido en un apéndice de las estrategias del mercado. Vila-Matas, aunque arrastrado en algunos momentos en sus paseos por los excesos del vanguardismo, y víctima él mismo de divagar sin sentido, consigue mantener el tono de un relato en el que se zafa bajo personajes inventados o literarios: desde un tal Autre, del que llega a redactar una nota autobiográfica, pero que uno sospecha que es la suya propia, hasta los muchos autores que son hoy referentes del «escritor centroeuropeo». No faltan su admirado Robert Walser, Raymond Roussel o W. G. Sebald.

Vila-Matas, el autor de Bartleby y compañía, Doctor Pasavento y Dublinesca, cree, como Piniowsky, el personaje de Joseph Roth que también recrea, que cuando ya no queda nada, cuando el mundo está devastado, podemos agarrarnos al arte. Si, como nos cuenta, es verdad que un día se quedó dormido en el restaurante chino Dschingis Khan, éste acabará siendo el acto más verdadero de cuanto le pasó en su divagación por Kassel. Como siempre, nos conduce a través de una escritura que parece que va a quebrarse, que no llegará al final de la frase por la imposibilidad de saber si es cierto todo lo que está pasando. Kassel no invita a la lógica es un paseo por el absurdo universo del arte contemporáneo narrado por alguien cuyo sentido de lo absurdo es proverbial.

Manuel Calderón es periodista.

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Ficha técnica

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