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La mirada del narrador

Estrómboli

Jon Bilbao

Madrid, Impedimenta, 2016

272 pp. 20,95 €

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El cuento es un género incomprensiblemente menospreciado, en particular en España, pero eso no impide que aparezcan de vez en cuando libros de relatos de indudable mérito, como Estrómboli, de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972), con una fecunda trayectoria en un formato con el encanto de los antiguos singles, pequeños vinilos de dieciocho centímetros que podían pulverizar la rutina, mostrando que lo asombroso no necesita grandes alardes, sino un ingenio certero y preciso, capaz de producir chispazos.

Los ocho cuentos de Jon Bilbao son auténticos chispazos, que desmontan las expectativas de la lógica y la razón, introduciendo elementos fantásticos en lo real, pero sin alumbrar un mundo alternativo. Creo que Bilbao no pretende extraviarse en los vericuetos de lo estrictamente imaginario, sino profundizar en lo cotidiano, señalando que lo extraordinario anida en lo más próximo y cercano, muchas veces de un modo silencioso, inadvertido, si bien esconde una carga subversiva que sólo se libera en circunstancias atípicas. Una araña, un pórtico o una isla volcánica no son nada fuera de lo común, pero sólo hace falta alterar un poco nuestra rutina para descubrir que pueden encerrar secretos, misterios y paradojas. El mundo es una caja con doble y triple fondo, una sucesión de compartimientos que sólo se abren por medio de la intuición o la escucha. Si tuviera que definir el orbe literario de Bilbao, aventuraría que es una cuerda esperando ser pulsada para exhalar un inesperado abanico de sonidos.

A veces, lo insólito se manifiesta a partir de un revés particularmente traumático o una simple contrariedad. En «Crónica distanciada de mi último verano», la irrupción de una pandilla de moteros exhuma la violencia reprimida de los protagonistas, una joven pareja que soporta la presión de una exigente tesis doctoral sobre el papel de los simios en la literatura contemporánea. Bilbao llama «D» a la muchacha que ha renunciado al mundo para cumplir con su meta académica. Su tenacidad es tan grotesca como el tema de su tesis. Su novio, temporalmente en paro, secunda tibiamente sus esfuerzos, alentando un creciente escepticismo. Al final, se pondrá de manifiesto que su relación sólo es una débil telaraña concebida para sostener el peso de sus frustraciones. Como era previsible, el vínculo se desgarra cuando un grupo de delincuentes altera su rutina mediante amenazas y un hostigamiento creciente, que incluye sustraer y exhibir la ropa interior de la joven doctoranda. En «El peso de tu hijo en oro», la muerte accidental de un niño durante una estrambótica excursión saca a la luz el vacío existencial de los personajes. Bilbao elude las reflexiones explícitas, limitándose a mostrar las aristas de unas vidas sin objeto. Con finales abiertos y deliberadamente inconclusos, los dos relatos podrían interpretarse como una exploración fenomenológica del tedio y la mediocridad. No son historias perfectas, con todos los cabos atados, sino pasajes de la peripecia de vivir, que empiezan y discurren de forma errática. El narrador no es omnisciente, sino un testigo algo amorfo que presta sus ojos a unos acontecimientos difusos y nada ejemplares.

Lo inaudito no siempre transita por lo anómalo. A veces escoge como cauce una relación trivial con un desconocido, como sucede en «Siempre hay algo peor». El protagonista del relato se interna en una turbia y demencial trama a partir de sus charlas ocasionales con un portero que utiliza su puesto como tapadera de sus negocios ilegales. El hilo narrativo se tensa con la aterradora imagen de una cabeza rodando por el asfalto, amenazando con romper en mil pedazos la percepción ordinaria de lo real. El mal no es fruto de una mente diabólica, sino de la estupidez y la mezquindad. «Una boda en invierno» elige un pórtico abandonado como umbral de lo sobrenatural. Es quizás uno de los mejores cuentos de un conjunto de narraciones que nunca incurre en el tópico o en lo predecible. Bilbao no apunta hacia un hipotético más allá. Dios sólo es una clamorosa ausencia en su literatura. El pórtico escondido en un entresuelo no es una teofanía, sino una objeción contra la vida. Es la «única posesión de valor» de dos mendigos que se refugian a sus pies, conscientes de que su hallazgo es lo único notable de unas vidas sin rumbo, dos ruedas que giran hacia ninguna parte sobre un eje descentrado. El pórtico evidencia que nada, ni siquiera la materia, se salvará del no ser, de esa nada que ocupa un lugar privilegiado en nuestra imaginación, pese a carecer de una forma o un rostro: «El silencio del entresuelo me hacía sentir en un sitio muerto, donde la vida no podía refugiarse ni en la escala microscópica. […] Se diría que la muerte había alcanzado incluso lo inanimado y lo había llevado a un nivel inferior, alejándolo todavía más de lo que respira y se reproduce y es efímero. La única explicación era yo, pero yo, en aquel momento, no era vida, sino mirada». El narrador nunca es un ser todopoderoso, que contempla el mundo desde una perspectiva exenta de limitaciones. El narrador sólo es una mirada, un punto de vista, un testimonio, muchas veces borroso, incompleto y potencialmente falso. No es una voz que esclarece, sino una capa más en esa compleja estratificación que denominamos realidad.

«Como en un idioma desconocido» se interna en la progresiva deshumanización desencadenada por el progreso tecnológico. Una central nuclear no es un simple centro de trabajo, sino un espacio de «deshominización» que revela las incongruencias de abordar la naturaleza desde una óptica puramente científica y mercantil. La ciencia es un «idioma desconocido», un lenguaje que interpreta y clasifica, pero que raramente reflexiona en términos morales o emocionales. El reactor nuclear es un corazón mecánico. Funciona, pero no late. «Avicularia avicularia» despeja cualquier duda sobre la bondad del ser humano. Un degradante concurso televisivo airea los afectos perversos de unos personajes aparentemente apacibles. La araña que sirve de centro magnético al relato parece el símbolo ubicuo de un mal cuya circunferencia está en todas partes y su centro en ninguna. En «El castigo más deseado», la cabeza de un atún expresa el horror de una sociedad que propicia el antagonismo y no la concordia. «Estrómboli», el cuento más ambicioso, sondea los abismos de un triángulo amoroso. El volcán, con sus explosiones de fuego y lava que se repiten cada veinte minutos, recuerda la inestabilidad permanente de los afectos. La pasión no sobrevive a la rutina, que despoja de misterio a los amantes, y los compromisos se rompen por culpa de la inmadurez, el egoísmo o la inseguridad. El ser humano es una isla con un volcán en su interior, pero su cráter no despide fuego, sino ceniza. Detrás de cada rostro aguarda su oportunidad la muerte, con su máscara helada.

Estrómboli es un excelente libro de cuentos, con una prosa solvente, unos personajes creíbles en su confusión y desamparo, y unas tramas bien delineadas, que rehúyen el artificio del final perfecto, cerrado. Bilbao no se limita a narrar. Sus relatos muestran el conflicto entre el lenguaje y la realidad. Lejos de actuar como un espejo, las palabras muestran que el ser y la conciencia dirimen sus diferencias mediante una traumática colisión, donde el tiempo y el espacio se deforman, conforme a la perspectiva o la peculiaridad de la situación. La existencia no es una posición, sino una interminable sucesión sin finalidad ni propósito. Bilbao no es un moralista, sino un fenomenólogo, que desconfía de la razón y no cree en principios inmutables. Su estilo se parece a una taladradora que avanza por una materia ciega e informe. Sólo hay una certeza: la naturaleza nos contempla con indiferencia. Para ella, sólo somos extranjeros, como la exiliada lituana de la película homónima de Roberto Rossellini. Estrómboli no es la «tierra de Dios», sino la tierra del hombre, y el hombre no tiene patria, pues vive en un exilio perpetuo.

Rafael Narbona es escritor y crítico literario. Es autor de Miedo de ser dos (Madrid, Minobitia, 2013) y El sueño de Ares (Madrid, Minobitia, 2015).

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