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Oficio y artificio

Enviada especial

Jean Echenoz

Barcelona, Anagrama, 2017

Trad. de Javier Albiñana

256 pp. 19,90 €

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Jean Echenoz es un viejo conocido, de quien ya comenté en su día novelas como Rubias peligrosas, Me voy y Al piano, Ravel. Estamos ante un sólido narrador que se caracteriza por su versatilidad y su desapego hacia el «tema» que tiene entre manos. Es interesante comparar su escritura con la de un autor de su generación como Patrick Modiano. Parecido en algunas cosas a Echenoz, como si lo parisiense dejase una marca de fábrica, Modiano es muy diferente tanto en lo que respecta al punto de partida que constituye el motor de la narración (siempre emocional y especulativo en su caso) como al puerto al que arriba. La obsesión en la propia memoria ensimismada y lo inefable permean en el Nobel galo todo lo que escribe. Las obsesiones de Echenoz son más bien formales que de fondo. Le gusta la pirueta argumental y el tono desenfadado que arropa el humor con que intenta, no siempre con el mejor resultado, envolver sus novelas. Uno diría que en cada nuevo libro parece estar al borde del colapso como novelista y la única forma de evitarlo es seguir escribiendo historias que se aguantan gracias a su plausible absurdidad. El escritor de Orange es un buen constructor, un arquitecto de episodios y escenas, aunque algunos de sus personajes adolezcan de apariencia robótica, de cierto acartonamiento.

En esta última entrega, Enviada especial, el autor francés ahonda en su esquema narrativo favorito: la parodia de género. Aquí nos encontramos con una versión de la llamada «novela de espías». Dos militares, el general Bourgeaud y su ayudante, Objat, traman en París el secuestro de un alto dignatario norcoreano. El objetivo parece ser conseguir información de aquel régimen sólo en apariencia delirante, pues, como ya sabemos, las locuras del tirano de Pyongyang complacen tanto a las potencias occidentales como a las orientales. Una canción de éxito de un músico parisiense que hizo furor en Corea del Norte, «Excessif», les sirve para tender un lazo a través de la vocalista de la canción, la mujer del músico. Tal entramado necesita un tono especial para no caer en la novela «antigua». Echenoz adopta el de un cronista que va desgranando hechos y personajes como un prestidigitador que necesita el concurso de su público. De vez en cuando hace referencia a los lectores con un «si no les importa» o «dejémoslo así de momento». No oculta para nada que se trata de un juego de magia y sólo son reales sus manos y su voz. Pero el verdadero mago es siempre serio y disciplinado, por mucho que guiñe el ojo mientras agita su varita mágica. La diversión está garantizada, sobre todo si, como es el caso, el público apenas cree que haya nada de veras fascinante tras los trucos.

Habrá quizás algún lector que preferiría un verdadero misterio y no el simple misterio de la incredulidad novelística posmoderna. El ayudante del general, Objat, secuestra a Constance, la mujer de Lou Tausk, el compositor en declive. Este no se inmuta y no denuncia su desaparición. Parece que le viene al pelo, pues se hallaban ya en una situación de indiferencia matrimonial. Una pareja de fontaneros reclutados por Objat se ocupa de Constance, lo que provoca situaciones interesantes. La secuestrada va haciéndose a sus captores y va entrando en su propio síndrome de Estocolmo, de modo que en la segunda parte la trama ya empieza a estar a punto para la aventura coreana. Otros personajes aparecen en escena para enredar la trama con atmósfera mórbida: el letrista Pélestor y el expresidiario Pognel, que había conocido a Tausk en tiempos pasados, cuando los dos se dedicaban al atraco de bancos. Un asesinato doméstico y la liberación controlada de Constance conducen a la novela a su tramo final, que es la verdadera historia de espías. «Va usted a desestabilizar Corea del Norte», le dice el general Bourgeaud a su enviada especial cuando la pone en antecedentes de su misión. Y va a hacerlos gracias a su versión de la canción «Excessif», que tras varias décadas sigue haciendo furor en aquel país tan montañoso y excesivo. «Hasta el líder está colado por usted», le asegura el general.

Esta tercera parte es la más lograda. Las calles y santuarios de Pyongyang, sus habitantes con el pelo cortado igual que su timonel y esa atmósfera absurda y casi onírica, a la vez que igual que en todas partes, parecen hechos a medida para el despliegue irónico-perplejo de Echenoz. Constance llega acompañada de la pareja de fontaneros que la tenían cautiva en una granja lejos de París. Enseguida es llevada a la lujosa residencia del camarada Gang Un-ok, que cae sin demora rendido a los encantos de la Mata Hari parisiense. Ella se queda sola la mayor parte del día leyendo, mientras que su apuesto amante se dedica a cuestiones de Estado, las cuales ella intenta airear cuando llega exhausto y de mal humor de palacio. Gang sigue los pasos de otros muchos favoritos del tirano y cae en desgracia. Entonces entra en juego Objat con un operativo que tiene por objeto sacar del país a Gang, Constance y los dos fontaneros. La huida a través de la zona desmilitarizada que separa a los dos países hermanos que se odian a muerte, acaba con bajas, entre ellas las del pobre Gang. A todo esto, seguimos intermitentemente las andanzas de Tausk en París con sus nuevas parejas, la última proporcionada por su abogado.

Las peripecias de esta novela que pretende ser humorística, pero que escasas veces llega a hacernos esbozar una sonrisa, están muy bien orquestadas. Todo encaja a la perfección como un plan bien bosquejado, un plan que no depara sorpresas. Ahora bien, al terminar las doscientas cincuenta páginas, uno se pregunta: à quoi bon? A pesar del tono sostenido a fuerza de voluntad y obstinación, de los personajes que entran y salen de escena con ritmo, de algunas referencias sociológicas bien atinadas, la novela resulta a la postre intrascendente, incluso un punto aburrida. El modelo posmoderno de Echenoz parece estar tocando fondo. Su impacto emocional es casi nulo. En cuanto al efecto «intelectual», digamos que deja un poso muy ligero. De esta variopinta galería de personajes, sólo nos ha tocado un poco Constance y quizás el cojo Pagnol. Por mucho que se trate, sin duda, de un trabajo «impecable», uno se pregunta para qué tanto artificio. El retrato del «absurdo», presente en París o en Pyongyang, no es la respuesta. Si, en el lejano Stendhal, la novela pretendía ser el espejo en el camino –se supone que de la vida–, aquí parece que se ha convertido en su propio empañado reflejo.

José Luis de Juan es escritor. Sus últimos libros son Campos de Flandes (Barcelona, Alba, 2004), Sobre ascuas (Barcelona, Destino, 2007) y La llama danzante (Barcelona, Minúscula, 2013).

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Ficha técnica

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