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El zorro camaleónico

El zorro rojo. La vida de Santiago Carrillo

Paul Preston

Barcelona, Debate, 2013

Trad. de Efrén del Valle

416 pp. 23,90 €

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Los libros de mayor éxito y más influyentes de Paul Preston han sido biografías de grandes hombres (y mujeres) de la política española del siglo XX. Normalmente, estas obras sustanciosas han alternado entre los dos polos de los villanos irredimibles (Francisco Franco) y los héroes virtuosos (Juan Carlos). Su reciente aproximación a la vida de Santiago Carrillo no constituye ninguna excepción y retrata al dirigente comunista como una especie de caudillo izquierdista, cuya ciega ambición se imponía por encima de cualesquiera escrúpulos morales y servía para compensar su pereza intelectual.  

Al igual que en el resto de sus trabajos, el método de Preston es la historia desde arriba tradicional. Los militantes y las masas siguen a sus supuestos líderes, como Santiago Carrillo, que con frecuencia les traicionan. Los dirigentes del PSOE y la UGT en los años treinta –especialmente su padre, Wenceslao Carrillo, y Francisco Largo Caballero– educaron al joven revolucionario, que rompió de manera decisiva con sus mentores durante la Guerra Civil al afiliarse al Partido Comunista. Preston se muestra adecuadamente escéptico sobre las versiones contradictorias de los hechos ofrecidas por el propio Carrillo y justamente crítico con el control del comunismo español por parte de Moscú: «Como todos los posibles líderes de la Comintern, Carrillo se había visto obligado a convencer [en 1936, durante el Frente Popular] a sus jefes de Moscú de que colaboraría plenamente con el Servicio Secreto soviético» (p. 66). Preston admite la complicidad de Carrillo, si es que no tuvo realmente un papel esencial, en las masacres de Paracuellos. Como buen marxista-leninista, Carrillo defendía el modelo revolucionario soviético, que incluía el terror como uno de sus elementos fundamentales.

Dada la perspectiva político/diplomática convencional que adopta Preston, el destino de la República española se vio determinado no por las decisiones de los propios republicanos, sino más bien por los políticos extranjeros en las capitales europeas: «Negrín esperaba [en 1938] que las democracias occidentales vieran por fin los peligros que acechaban desde el Eje. Antes de que eso pudiera suceder, la República se vio condenada a muerte por la reacción británica ante la crisis checoslovaca. Múnich destruyó la última esperanza de salvación de la Republica en la guerra europea» (p. 96). Preston afirma asimismo que el golpe de Casado «en el plano internacional […] había inclinado la balanza a favor de Hitler». Podría sostenerse, por el contrario, que el final del conflicto español –aun con la victoria de los nacionalistas contrarrevolucionarios– acabó con un asunto que dividía a los antifascistas de derechas y de izquierdas y permitió, por tanto, que los antifascistas conservadores –Winston Churchill, Charles de Gaulle e incluso, hasta cierto punto, Franklin Roosevelt– prepararan una amplia alianza que acabaría por derrotar al Eje.

Como sucede en sus anteriores libros, el autor es pródigo en juicios sumarios pero cuestionables, especialmente en relación con la Segunda República. Repite de manera acrítica el argumento socialista de que la «principal ambición [del Partido Radical de Alejandro Lerroux] era simplemente disfrutar de las ventajas del poder» (p. 18). El autor ignora por completo trabajos recientes –por ejemplo, los de Nigel Townson, Manuel Álvarez Tardío, Fernando del Rey Reguillo y Roberto Villa García– que muestran la naturaleza moderadamente reformista de los radicales y de cuán decidido estaba su ministro de Gobernación, Manuel Rico Avello, a que se celebraran unas elecciones limpiasManuel Álvarez Tardío y Fernando del Rey Reguillo, The Spanish Second Republic Revisited: From Democratic Hopes to Civil War (1931-1936), Brighton, Sussex Academic Press, 2012.. Preston atribuye, en cambio, la victoria de la derecha en las elecciones de 1933 a un «fraude electoral» (p. 32) en el contexto de «las poderosas cadenas de prensa y radio de la derecha» (p. 20), que lanzaron «una enorme campaña propagandística» (p. 21) que distanció a los católicos y a los pequeños agricultores de la República. Dado su método de la historia desde arriba, no parece ser consciente de que muchos campesinos pusieron objeciones bien a las reformas agrícolas y laborales de la República, bien al modo en que se implementaron. En cambio, Rafael Salazar Alonso, el ministro de Gobernación, del Partido Radical, «provocó varias [huelgas] en primavera y verano de 1934” y “empujó todavía más a los socialistas a cumplir sus amenazas revolucionarias» (p. 41). Los trabajadores y las «masas» de Preston son simplemente un telón de fondo para lo que él considera que es verdaderamente importante: sus dirigentes. En un gesto que resulta extraño para un historiador a menudo identificado con la izquierda, Preston ignora en gran medida la autonomía de los trabajadores y sus luchas de clase en favor de la omnipotencia de la derecha. Sostiene, por tanto, que los conservadores manipularon con éxito a las «masas» revolucionarias y a sus presuntos dirigentes, que supuestamente no mostraron ningún entusiasmo por desencadenar la revolución de octubre de 1934.

La participación de Wenceslao en el golpe de Casado –que fue, en palabras de su hijo Santiago, «[un] golpe contrarrevolucionario […] [una] traición por la espalda […] al heroico pueblo español»– precipitó una desagradable ruptura con su hijo. Esto demostró al PCE y a los dirigentes del Comintern que Santiago estaba deseando sacrificar a su propia familia en aras de la causa estalinista. Carrillo volvió a demostrar su ciega lealtad al Partido cuando apoyó sin reservas el pacto Mólotov-Ribbentrop de agosto de 1939. Al igual que su biógrafo, Carrillo argumentó que las democracias «traicionadas» y «vendidas» eran las responsables de la derrota de la República. Luego saboreó una suerte de Schadenfreude cuando Alemania las atacó. Este leal estalinista y sus camaradas –como Dolores Ibárruri– no tuvieron, por supuesto, ningún reparo a la hora de cambiar su postura «antiimperialista» después de que Alemania invadiera la Unión Soviética en 1941. Tras la Segunda Guerra Mundial, como fue el caso de otros dirigentes comunistas en las repúblicas populares, Carrillo no dudó en perseguir y purgar de manera brutal a los militantes leales que hubieran violado supuestamente alguna ortodoxia estalinista en el cercano o distante pasado.

Preston critica con frecuencia las pretensiones triunfalistas de Carrillo, como su afirmación de que la guerrilla comunista en España durante la Segunda Guerra Mundial impidió que Franco entrara en el conflicto del lado del Eje porque necesitaba sus fuerzas para combatir a la izquierda armada. El autor podría haber analizado, sin embargo, en más profundidad la invasión del Valle de Arán en octubre de 1944. La incursión fracasó no sólo debido a las decisiones equivocadas de sus cabecillas, como subraya Preston, sino también debido a que su coalición antifascista era demasiado revolucionaria y, como tal, demasiado restrictiva para atraer a ese tipo de conservadores, como de Gaulle, que habían entrado a formar parte, cuando no a crearla, de la resistencia antifascista. El régimen acabaría siendo sólo derribado por una amplia coalición a mediados de los años setenta, cuando una parte importante de la base conservadora franquista accedió a que se implantara una monarquía constitucional democrática.

Carrillo no parecía comprender mucho de lo que estaba pasando en los años cincuenta y sesenta, cuando el crecimiento económico español estaba creando nuevos tipos de lealtades al régimen tanto activas como pasivas. También se mostró reacio a aceptar innovaciones tácticas, como trabajar dentro de los sindicatos verticales. El hecho de que Carrillo fuera consciente de la limitación de sus propias capacidades intelectuales y analíticas fomentó quizás unas estrechas relaciones con asesores más sofisticados, como Fernando Claudín y Jorge Semprún, cuyos consejos antiestalinistas se vieron, sin embargo, frecuentemente rechazados. Carrillo apoyó la invasión soviética de Hungría en 1956 y ensalzó al PCUS como «el guía más autorizado del comunismo mundial» (p. 195), una postura que mantuvo hasta 1967-1968, cuando empezó a articular lo que pasó a conocerse como el «eurocomunismo», que demostró ser durante un breve período de tiempo una maniobra políticamente astuta para distanciarse del modelo soviético, cada vez más impopular. El dirigente comunista cayó poco a poco en la cuenta de que la revolución económica de finales de los años cincuenta y de los sesenta había modernizado la España semifeudal de los años treinta y había hecho que en España resultara improbable, si es que no imposible, una revolución al estilo bolchevique basada en el modelo de 1917 o 1945. La aceptación de la necesidad de una amplia alianza de todos los antifranquistas alejó a los jóvenes revolucionarios, que formaron sus propios grupúsculos estalinistas, maoístas, trotskistas y terroristas más puros en los años sesenta. Durante la Transición, el supuesto partido revolucionario bajo el liderazgo de Carrillo estabilizó una democracia burguesa que mantenía una estrecha alianza con los adversarios de una Unión Soviética en declive. Al final de su vida, y no cabe sorprenderse de ello, «Carrillo se había convertido en un tesoro nacional, ensalzado por destacadas figuras de la derecha» (p. 329). Preston observa astutamente: «Pueden establecerse paralelismos entre la colaboración de la UGT de Largo Caballero con la dictadura del general Primo de Rivera en la década de 1920 y la adopción de la bandera monárquica por parte de Santiago Carrillo en 1977» (p. 15).

A pesar de su tradicionalismo metodológico, y de su análisis a menudo cuestionable de lo acontecido en los años treinta, Preston nos ha ofrecido una biografía amena y justificadamente crítica de un líder político al que califica de un «zorro rojo», pero que bien podría tenerse asimismo por un camaleón.

Michael Seidman es Catedrático de Historia en la Universidad de Carolina del Norte. Su último libro publicado es The Victorious Counterrevolution. The Nationalist Effort in the Spanish Civil War (Madison, The University of Wisconsin Press, 2011), publicado en 2012 por Alianza Editorial como La victoria nacional. La eficacia contrarrevolucionaria en la Guerra Civil .

        Traducción de Luis Gago

Este artículo ha sido escrito por Michael Seidman especialmente para Revista de Libros

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Ficha técnica

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