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De la naturaleza de los libros

El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno

Stephen Greenblatt

Barcelona, Crítica, 2012

Trad. de Joan Rabasseda y Teófilo de Lozoya

328 pp. 19,90 €

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El giro es la historia de un libro (de un solo libro) o más bien, la historia de un antiguo poema en latín. Se trata de De rerum natura, o De la naturaleza de las cosas, la única obra que ha sobrevivido del poeta latino Tito Lucrecio Caro. La historia que construye Stephen Greenblatt parte del momento en el que el texto de Lucrecio fue redescubierto en el Renacimiento italiano, y de quiénes lo encontraron, lo copiaron y lo hicieron circular, de quiénes se interesaron por él, lo leyeron y lo comprendieron, dándole otra nueva vida y una nueva dimensión. De cuáles fueron las consecuencias de que entonces, tantos siglos después de haber sido escrito, se leyera. Es una historia de la recepción del poema a partir del momento en que se puso en circulación y de las circunstancias que hicieron que el más pagano de los poetas llegara a encontrar un lugar preeminente en la Biblioteca Apostólica Vaticana, donde fue ampliamente consultado. Y de cómo, en fin, según el autor, su lectura y su recepción abrieron unas compuertas intelectuales que dieron origen a la Modernidad. Lucrecio –mantiene Greenblatt– ofreció a los lectores cristianos una visión del mundo tan radicalmente diferente a la suya que obligó necesariamente al cuestionamiento de casi todos sus presupuestos. El libro del estadounidense nos ilustra continuamente acerca de cómo una obra de arte o de creación literaria está a la vez profundamente imbricada en un tiempo y unos lugares precisos y, al tiempo, se desgaja y trasciende ese contexto con una capacidad insólita de hablar a gentes de otra época, de hablarnos también a nosotros e interpelarnos directamente como si fuera un producto de nuestra época contemporánea. Ambos aspectos están magistralmente expresados en El giro, que transmite vívidamente la creencia de su autor de que un libro puede transformar el mundo. O, más bien, que pudo transformar aquellos mundos pasados en los que habitaban gentes para las cuales las respuestas a las preguntas acuciantes que se planteaban en torno a la existencia y composición del universo, o al origen de la vida, se encontraban en los libros.

El hecho de que una sola obra pueda causar un cambio profundo necesita una buena batería de explicaciones, que Greenblatt proporciona con habilidad y viveza, recreando el retrato pormenorizado de los distintos ámbitos por los que circuló De rerum natura. El giro lo hace de manera magistral, moviéndose con igual capacidad evocadora en el mundo antiguo, los monasterios medievales o la corte de los Medici. Stephen Greenblatt es un historiador de la literatura y de la teoría literaria muy reputado en medios académicos, profesor en Berkeley y en Harvard, miembro permanente del Wissenschaftskolleg de Berlín. Se trata probablemente del máximo exponente de una tendencia de la historia cultural denominada por él mismo como «nuevo historicismo». Esta manera de hacer historia literaria explora los caminos y maneras por los que puede alcanzarse una comprensión más profunda y amplia de la obra literaria estudiándola en su contexto histórico, al tiempo que se considera a la historia como algo contingente, una historia construida en el período en que se produce. El historiador se mueve, pues, entre contingencias y continuidades dentro de una concepción de la historia que es también creación literaria. El giro es un buen exponente de estos presupuestos.

Especialista en Shakespeare y en el Renacimiento, la lista de obras de Greenblatt es variada e impresionante. En castellano puede encontrarse su Maravillosas posesiones: el asombro ante el Nuevo Mundo (Barcelona, Marbot, 2008). Greenblatt pertenece a la raza de historiadores cuyo trabajo encuentra, por lo general, un eco muy limitado fuera de los ámbitos académicos. Sin embargo, no es ese su caso, o no lo ha sido en los últimos años de su larga trayectoria. Su biografía de Shakespeare, Will in the world, de 2005, estuvo varias semanas en la lista de libros más vendidos de The New York Review of Books. Y en la portada de la traducción española se hace constar que El giro ha sido galardonado con el National Book Award de 2011 y el Pulitzer de 2012. El asombro crece con el placer de la lectura: ¿cómo puede hacerse un libro de historia profundo, erudito, que es producto de una reflexión de largo aliento, que no simplifica ni los problemas ni la narración, que está basado en una investigación de primera mano y que es, al mismo tiempo, un libro de lectura accesible, apasionante, en la que el lector puede deleitarse aprendiendo y entendiendo o, simplemente, disfrutar? El giro es un ejemplo de que tal cosa, aunque rara, es posible. Y es que Greenblatt es, además, un magnífico escritor.

Comencemos con el poema que Greenblatt elige como su objeto de estudio: Lucrecio fue un poeta seguidor del filósofo griego Epicuro. Como su maestro, creía que el universo estaba formado por partículas diminutas e invisibles, los átomos, que vagaban por el vacío hasta que alguna «giraba» y se pegaba a otra. Los planetas, la tierra, los animales y los seres todos que habitaban la Tierra procedían de esta colisión azarosa entre átomos. Los dioses estaban en otro orden de existencia, no se ocupaban ni interesaban por los humanos y, por tanto, era inútil rogarles o intentar complacerles. Ni pedir su ayuda ni tenerles temor. El hombre que aspirara a la verdadera sabiduría no debía dedicarse al servicio de la divinidad sino a perseguir el verdadero placer, cuyo último exponente es la ataraxia o el estado de carencia de toda alteración, preocupación o problema, pero también de cualquier deseo. Como nos muestra Greenblatt, esta equiparación de la sabiduría con el decidir dejar atrás todo temor y disfrutar sólo de la belleza del mundo era imposible de reconciliar con las ideas cristianas acerca de Dios y su relación con el cosmos y con el hombre. Y esta es la obra que cayó casi como una bomba en el siglo XV en la cristiandad latina, según explica el estadounidense. Desde luego, fue una lectura poderosa que fascinó a infinidad de lectores y que asustó también a muchos otros.

El libro comienza con la Antigüedad y la manera en que se escribían, se difundían, se almacenaban y se discutían los libros. Los manuscritos de la inmensa biblioteca de la famosa Villa de los Papiros en Herculano, destruida por la erupción del Vesubio y luego penosamente reconstruida por los arqueólogos modernos, que incluía obras y cuadernos de notas de otros poetas epicúreos, le sirven a Greenblatt para evocar un mundo intelectual crítico y sofisticado en el cual era posible justificar un escepticismo radical hacia la existencia de los dioses, que eran los pilares del mundo romano.

La obra de Lucrecio cayó en el olvido con el final del mundo en que se había producido. El responsable de proyectarla de nuevo al espacio, como un átomo flotando en el vacío y propenso a adherirse a cosas muy diferentes, fue un humanista llamado Poggio Bracciolini, que estaba empleado como secretario del papa Juan XXIII. En 1414 acompañó a éste a Constanza, donde se celebraba entonces un concilio fraguado de problemas. No era el menor que el concilio tenía que enfrentarse al espinoso asunto de que hubiera tres papas, además de los rebeldes heréticos de Bohemia, los husitas. Cuando el principal de ellos fue ejecutado en Constanza, donde había entrado con un salvocunducto, Juan XXIII tuvo que huir de la ciudad, y más tarde fue arrestado y depuesto. Poggio se encontró sin trabajo y decidió dedicarse a viajar en busca de tesoros escondidos en librerías, para los cuales había un buen mercado en las cortes italianas. En aquellos tiempos, podían aún hallarse en los monasterios de Alemania verdaderas joyas, copiadas en tiempos carolingios o traídas de Bizancio. En 1417, Poggio encontró en Fulda el manuscrito de Lucrecio que se creía perdido y lo hizo copiar para llevárselo de vuelta a Roma.

Greenblatt nos lleva ahora al tiempo del humanismo italiano y también de los nobles, que rivalizaban en coleccionar y atesorar manuscritos de la Antigüedad clásica que se hacían traer de distintas partes del mundo, convirtiendo estas bibliotecas en símbolos de su dominio y de su estatus social. Soldados de fortuna como Federico de Montefeltro o Cosimo de Medici legitimaban también de este modo su poder. En su entorno, los eruditos luchaban entre sí por conseguir briznas de favor y puestos vitalicios como bibliotecarios y copistas. Los papas, miembros a su vez de las familias aristocráticas italianas, que se comportaban como lo que eran, príncipes del Renacimiento, fundaron y expandieron (entre Nicolas V y Sixto VI) la maravillosa Biblioteca Apostólica Vaticana, llena de códices latinos recién descubiertos, o ejemplares griegos recién traídos desde Bizancio. Greenblatt se detiene en estos manuscritos copiados, prestados y vueltos a copiar y a ilustrar, y los pondera como objetos: nos habla, por ejemplo, de la caligrafía y de su enorme importancia. Poggio tenía una caligrafía maravillosa, clara, no semejante a la que usaban los antiguos romanos, sino a la que había sido puesta en uso en tiempos carolingios. Su caligrafía sería copiada para fabricar los tipos de imprenta móviles. Sus manuscritos servirían de modelo a los libros impresos. Todo este mundo que gira en torno a lo escrito cobra una extraordinaria vida en las páginas de Greenblatt, que además se sirve de los ejemplares manuscritos, anotados y glosados por sus diversos lectores, para enseñarnos quién los tuvo, cómo circularon, con qué atención eran leídos y cómo eran comprendidos.

Entre las intrigas y rivalidades de estas cortes italianas se movían también pensadores de primera importancia. La obra de Lucrecio se convirtió para muchos de ellos en una especie de dinamizador intelectual. Así fue para los pensadores del siglo XV, pero otro tanto sucedió durante los dos siglos siguientes. Y, así, en los siguientes capítulos se nos presentan pensadores como el neoplatónico Marsilio Ficino, tan interesado al principio por Lucrecio y del que luego se aparó con prevención, o como Bartolomeo Scala, quien lo leía todo el tiempo. Pero también a Girolamo Savonarola, profeta y reformador, que utilizó a Lucrecio para intentar convencer a sus conciudadanos florentinos de que debían construir una república nueva. O Giordano Bruno: ambos pagaron caro su interés por sus ideas transgresoras, entre las que se contaban las de Lucrecio. Los dos acabaron su vida, como es bien sabido, en la hoguera. Galileo Galilei, lector de Lucrecio, la evitó por poco. Pero también fue un lector atento Niccolò Machiavelli, quien anotó cuidadosamente de su mano un ejemplar de Lucrecio que se conserva en la Vaticana, lo mismo que Montaigne, el cual tenía un ejemplar de De rerum natura profusamente anotado de propia mano. Thomas More y Thomas Hobbes –nos muestra Greenblatt– se inspiraron asimismo en Lucrecio. El florentino Amerigo Vespucci, lector de Lucrecio, busca un adjetivo para describir a los habitantes del nuevo mundo, que van casi desnudos y comparten propiedad y mujeres: y los llama «epicúreos». Isaac Newton fue lector de Lucrecio y las ideas de sus propuestas de física deben mucho al poeta de la Antigüedad. La trayectoria es fascinante y se pone muy convincentemente de manifiesto la influencia de Lucrecio en los diversos medios en que fue leído.

Lo que no le queda al lector demasiado claro es cómo se creó el mundo moderno, tal como anuncia el título ni, desde luego, que Lucrecio fuera un factor tan determinante. Pero, al final de la lectura, esto no es verdaderamente relevante. Queda la experiencia epicúrea de contemplar la belleza contenida en este libro: un relato extraordinariamente vívido y convincente, no sólo de la obra de Lucrecio y su impacto, sino, también, de cómo se producían los libros manuscritos, se guardaban y se leían en el mundo antiguo y durante la Edad Media. Y, sobre todo, de cómo sentían, pensaban y argumentaban los habitantes de mundos para los que los libros encerraban el valor de la verdad y la respuesta a las más acuciantes preguntas que se plantea el ser humano.

Mercedes García-Arenal es Profesora de Investigación en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC). Sus últimos libros son, coeditado con Manuel Barrios, Los plomos del Sacromonte: invención y tesoro (Valencia, Granada y Zaragoza, Universitat de València, Universidad de Granada y Prensas Universitarias de Zaragoza, 2006), con Fernando Rodríguez Mediano como coautor, Un Oriente español. Los moriscos y el Sacromonte en tiempos de Contrarreforma (Madrid, Marcial Pons, 2010) y, coeditado con Gerard Wiegers, Los moriscos: expulsión y diáspora; una perspectiva internacional (Valencia, Granada y Zaragoza, Universitat de València, Universidad de Granada y Prensas Universitarias de Zaragoza, 2013).

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