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Después de Cleopatra

Cleopatra. La mujer, la reina, la leyenda

Lucy Hughes-Hallett

Madrid, Fórcola, 2017

Trad. de Amelia Pérez de Villar

520 pp. 29,50 €

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Hagamos clara una advertencia desde el principio para no llamarnos a engaño: Lucy Hughes-Hallett no nos ofrece una biografía sobre Cleopatra, como pudiera deducirse del título del libro. No era ese, al parecer, el objetivo de la autora al escribir esta obra, pulcramente editada en español por Fórcola a partir de una primera edición inglesa de hace veintiocho años, revisada después en 2006 con motivo de su aparición en una nueva editorial.

Quizás el título de la primera edición inglesa, la de 1990, hace más honor a la verdad del contenido: Cleopatra, Histories, Dreams and Distortions. Por tanto, todo aquel que adquiera el ejemplar pensando que tiene en sus manos una biografía académica, o destinada al lector culto, sobre la última monarca de la dinastía de reyes de origen macedonio que reinó sobre el país del Nilo, quedará decepcionado. No estamos ante un libro de historia al uso, ni mucho menos ante una biografía. Lo que la autora del más reciente The Pike hace con este volumen es abordar el estudio de la leyenda de Cleopatra en los siglos posteriores y hasta la actualidad, diseccionar la imagen que ha quedado de la reina para la posteridad en la literatura, el arte, la música, el teatro o el cine. Estamos, por tanto, ante una muestra, bastante erudita, de eso que los anglosajones llaman con cierta pomposidad «classical reception studies». Hughes-Hallett analiza muy bien cómo la imagen de la Lágida se distorsionó, mutó, cambió o falsificó a lo largo de los más de veinte siglos que median entre su óbito y nuestro tiempo a lo largo de distintas expresiones artísticas y culturales, si bien se centra en buena parte en autores anglosajones. Eso lo hace de maravilla.

Pero, y quizá sea mi deformación profesional, por lo que entono a priori un mea culpa, nos quedamos con ganas de saber más sobre la fascinante mujer que reinó a mediados del siglo I a. C., en concreto en tres etapas distintas de esa centuria, sobre un país que tenía prácticamente la misma extensión que Egipto en la actualidad, si bien con algunos añadidos en la actual zona de Oriente Próximo. Una mujer, Cleopatra VII, que se desenvolvió a la perfección en sus relaciones políticas y de otros matices con dos personajes, sin duda larger than life: Julio César, primero, y su jefe de caballería, Antonio, después. Hughes-Hallett apenas dedica ciento veinticinco páginas de su obra a un muy somero y, en algunos aspectos, inexacto análisis del personaje histórico en un volumen de casi quinientas páginas en su edición en castellano.

Lo apasionante del «affaire Cleopatra», como indica la autora al comienzo de su texto, es que «la noción de Cleopatra que hemos heredado la identifica fundamentalmente como el adversario, “el otro”. Su otredad es doble: pertenece a Oriente y es mujer» (p. 16). Y continúa: «Es una seductora, una femme fatale, y una extranjera» (p. 17). La verdad más palmaria, a poco que se haga balance de la investigación actual más seria, es que, lejos de ese mencionado papel de «mujer fatal», de «vampiresa» que la historiografía al uso ha venido adjudicándole de manera tradicional, un concienzudo análisis de los textos revela la enorme capacidad política de la última de los tolomeos, cuyo propósito no es subyugar o dominar a Antonio, como tantas veces se ha asegurado, sino convertirse más bien en su compañera, siendo la «eminencia gris» de un proyecto político a gran escala de reforzamiento del poder de ambos en Oriente. Este proyecto es el que el triunviro se ve en la tesitura de apoyar, al principio de forma tímida y, luego, obligado por la fuerza centrípeta de los propios acontecimientos, muchos de los cuales escaparon progresivamente a su control.

Es cierto que Cleopatra influyó seguramente más de lo deseable en determinadas decisiones tomadas por Antonio, algunas de ellas de forma negativa. Un ejemplo claro es la peculiar «ceremonia» que se celebró en Alejandría hacia otoño de 34 a. C. (pp. 136 y ss.) tras el regreso de Antonio de su victoriosa campaña armenia. La exactitud de los hechos y detalles de lo que quiera que haya ocurrido en la capital egipcia en ese fatídico año es hoy en día irrecuperable. Sin duda, la literatura augustea ha exagerado los detalles hasta el absurdo. Pero, más allá de toda duda razonable, parece obvio que Antonio cometió, en esta coyuntura, uno de los errores más garrafales de su carrera política y también que Cleopatra tuvo mucho que ver en la comisión de ese error. A la vuelta de un par de años, esa gran equivocación fue uno de los factores que más peso tuvo en la alineación de Italia con el bando de OctavianoLa ceremonia, organizada en el gimnasio de Alejandría, consistió en un «triunfo» de claras resonancias dionisíacas en el que Antonio –un nuevo Dioniso? se presentó ante los alejandrinos ataviado con los atributos de Dioniso-Liber Pater. La ceremonia, preparada para ser disfrutada y comprendida por los súbditos de Cleopatra, ofendía a la mentalidad romana, con el agravante de que un triunfo sólo puede celebrarse en la urbs..

La nefasta influencia de la «propaganda» literaria proaugustea ha hecho que olvidáramos también, hasta hace relativamente poco, el hecho de que ambos formaban una pareja con un potencial político formidable y que el desenlace de Accio en el año 31 a. C. pudo haber sido muy distinto. Si Antonio y su socia hubieran resultado vencedores en la confusa batalla que se libró junto al golfo de Ambracia (Grecia), ¿cuál hubiera sido la urdimbre política del Estado romano surgido después de casi un siglo ininterrumpido de guerras civiles? Probablemente, la revolución romana subsiguiente hubiera deparado una forma monárquica más orientalizante, más próxima quizás al modelo de los reyes helenísticos. La cultura romana habría adquirido, en general, un tono más «asiático», más oriental.

Estos no son planteamientos ociosos, puesto que, a pesar del programa de back to basics, de regreso a los orígenes, a aquel orgulloso y rudo pueblo de pastores a orillas del Tíber, propiciado por Augusto tras la sanción oficial de su nuevo régimen en enero de 27 a. C., los reinados posteriores de un Calígula o un Nerón vuelven a situar en primerísimo plano la perspectiva de una esencia helenística u orientalizante, una visión a la que muchos romanos nunca quisieron dar la espalda por completo. Teniendo en mente un pensamiento parecido al de la famosa frase que dice que «somos enanos a hombros de gigantes», lo cierto es que en algunos de sus postulados, en alguna de sus formas, la esencia del proyecto de Cleopatra y Antonio no desapareció tras la muerte de ambos en 30 a. C..

La otra cara de la moneda, Octavia por supuesto, la hermana favorita de César, la esposa legítima de Antonio, su mulier hasta aproximadamente mediados de 32 a. C., a la que Hughes-Hallett se refiere en distintas partes de su libro, no era esa perfecta matrona casta e inocente que representa el conocido lema ancestral: «Casta fuit, domum servavit, lanam fecit». Pensar así sería demasiado sencillo, y catastróficamente erróneo. Octavia fue mucho más que eso, muchísimo más sin duda. No sólo «una gran dama y una patrona inteligente», como apunta nuestra autora (p. 236), sino una gran señora política romana que sirve como refrendo de pactos y acuerdos de carácter político durante esos turbulentos años. Por ejemplo, el tratado de Brindisi del año 40 a. C. y su posterior reválida en Tarento tres años después. Siendo capaz, además, de tomar decisiones que, incluso en ocasiones, se contraponen a las directrices sugeridas por su propio hermano, el jefe del clan y futuro emperador.

Lucy Hughes-Hallett ha escrito un libro denso y erudito. Con capítulos magistrales, como el undécimo, donde explora pormenorizadamente la fortuna cinematográfica del personaje de la reina egipcia, haciendo un especial y saludable análisis de la espectacular adaptación de Joseph L. Mankiewicz filmada en 1963. A la vez que realiza una perspicaz comparación con Elizabeth Taylor y la huella del personaje real al que da vida la actriz británica junto a su compleja relación con Richard Burton-Antonio. Este capítulo es claramente de lo mejor del volumen.

Concluyendo, y como hemos tratado de explicar de manera sucinta, la historiografía actual defiende una visión distinta de la tradicional que venía dándose tanto de Antonio como de Cleopatra y, por ende, de la propaganda política del período histórico en que vivieron. Los sucesos más relevantes del llamado por los especialistas «período triunviral» pueden explicarse ahora desde ángulos y perspectivas novedosas y más sugerentes. Con cierta distancia sobre la bibliografía que hasta ahora venía aceptándose como dogma de fe. Es una verdadera pena que nada de esto se refleje en el libro que analizamos.

Por contradictorio que parezca, el de Hughes-Hallett es un libro que frustrará a aquellos lectores que deseen saber más sobre la mujer, la reina y la persona. Pero sin duda hará las delicias de quien desee explorar la fortuna y los matices de la imagen posterior de la reina en las diversas manifestaciones culturales producidas por el ser humano.

Gustavo Alberto Vivas García es profesor de Historia Antigua en la Universidad de La Laguna. Es autor de Octavia contra Cleopatra. El papel de la mujer en la propaganda política del Triunvirato (44-30 a.C.) (Madrid, Liceus, 2013) y Ronald Syme. El camino hasta «La Revolución Romana» (1928-1939) (Barcelona, Universitat de Barcelona, 2016).

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Ficha técnica

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