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El discreto encanto 

Burgueses imperfectos. Heterodoxia y disidencia literaria en Cataluña: de Josep Pla a Pere Gimferrer

Jordi Gracia

Madrid, Fórcola, 2015

240 páginas, 22,50 €

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El 8 de diciembre de 1976, Televisión Española emitió una larga entrevista a Josep Pla, una de las pocas que este concedió en este medio. Formaba parte de una serie muy ambiciosa que, bajo el título A fondo, el medio público consagró a personajes relevantes del mundo de la cultura hispanoamericana: Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Julio Cortázar, Camilo José Cela, Salvador Dalí, etc. Tras media hora de conversación, llegó el momento de hablar de la afición del maestro gerundense a viajar y, más en concreto, de su predilección por hacerlo en barco. El entrevistador, el conocido periodista murciano Joaquín Soler Serrano, le preguntó por qué solía elegir para sus desplazamientos las embarcaciones modestas y no los barcos de lujo. Pla respondió que había viajado mucho en petroleros porque en ese tipo de transporte podía fumar y escribir tranquilo, con la única compañía de la tripulación, y porque viajar con la burguesía no le gustaba nada. «¿Pero si usted es un burgués?», le replicó en tono amable Soler Serrano. «Sí, sí, pero…», balbuceó Pla. «No ejerce», interrumpió sonriente el presentador. «No ejerzo, exacto», respondió el escritor negando con la cabeza. «No tengo manera de… Pero tampoco ejercería si tuviera maneras. No, ya se lo he dicho: si me regalara usted un coche, se lo volvería a regalar en el acto. No, no, no, no me sirve para nada a mí esto. No, no, a mí no me prive usted de los libros, de ver el cielo ni de hablar con la gente; a mí me gusta esto, me gusta… me gustan las víctimas, diríamos»Joaquín Soler Serrano, Conversaciones con Josep Pla, Barcelona, Destino, 1997, pp. 234-235..

Si cito esta curiosa anécdota es porque la lectura del último libro del catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona y crítico literario, Jordi Gracia, me ha hecho recordarla y porque, pese a no ser más que un breve pasaje dentro de una entrevista memorable en su totalidad, sintetiza a la perfección la forma de ser –de ser burgués y no ejercer como tal– de quien, en opinión de Gracia, representó «el paradigma de la más feliz y prolífica heterodoxia intraburguesa». En este sentido, el autor de El cuaderno gris fue, seguramente, el ejemplo más claro de un tipo de disidencia ética y estética profesada por el grupo de escritores analizados en Burgueses imperfectos, un ensayo que en su momento pudimos leer en catalán y que ahora se publica por primera vez en castellano, en una versión adaptada y mejorada que no sólo revisa y actualiza el texto original (se ha reescrito el primero y más extenso de los capítulos, se han eliminado dos y se ha abreviado el epílogo), sino que añade un prólogo nuevo, escrito ex professo para esta edición, además de una bibliografía final comentada que, como el resto del libro, también ha sido puesta al día.

Como se nos explica en el prólogo, el objetivo de esta monografía sobre un conjunto de nombres que forman parte del canon y, con ello, de lo que se supone que es la ortodoxia de la literatura catalana contemporánea, no es otro que el de «restituir a sus autores el valor heterodoxo que tuvieron en su momento, como voces disidentes fuera de control e imprevisibles». Esto es, buscar y encontrar lo que hay de original o genuino en la obra de unos escritores hoy convertidos en iconos por el «protocolo de beatificación cultural», fijándose en lo que todos ellos fueron antes de que las manías, los gustos o los prejuicios de lectores y críticos de la academia les hayan desfigurado y simplificado. En otras palabras, releer algunos de sus títulos más significativos desde una perspectiva nueva que sea capaz de explicar «sus salidas de tono y sus irreverencias calculadas, su capacidad para mantenerse lejos de los prejuicios de la tribu o para asumirlos sólo fingidamente».

Con este propósito inequívoco, lo que aquí nos ofrece Gracia es una especie de historia de la intelectualidad burguesa catalana a través de su disidencia; no de la más ruidosa y por todos conocida, sino de esa otra que nos atrapa con el discreto encanto que irradia aquel que se sale de la norma y la senda marcada para tomar su propio camino. No estamos, pues, ante el retrato de unos escritores subversivos que con sus ideas revolucionarias intentaron romper con el orden sociocultural de su tiempo: nada más lejos de la realidad. Nuestros protagonistas son, efectivamente, «burgueses imperfectos»: miembros heterodoxos e inconformistas de una burguesía a la que pertenecen y a la que, sin embargo, critican con ironía ácida y la dosis justa de rebeldía, en una evidente paradoja que convierte su discrepancia en una tentación irresistible y en un signo de distinción que tiene en la forma de su rechazo –más que en el fondo, pues la suya es una transgresión muy moderada– su principal atractivo. Son burgueses atípicos que denuncian los valores dominantes en el seno de una clase social a la que se lo deben todo. La suya es, pues, una disidencia moderna, quizá menos efectista que la de los intelectuales vanguardistas de los años veinte y treinta, más agresivos y deliberadamente provocadores en su intento de épater le bourgeois.

Exceptuando el largo capítulo introductorio, en el que se analiza de forma panorámica –pero muy bien documentada– lo que el autor llama «tradición desprotegida», en alusión a la herencia de las dos lenguas literarias –catalán y castellano– que han convivido sin mayores problemas en el campo cultural catalán durante todo el período contemporáneo, el resto de capítulos son aproximaciones más o menos monográficas a las figuras capitales de esa burguesía imperfecta. No estamos, como se nos advierte desde el principio, ante un inventario de disidentes del siglo XX, pero sí que encontramos aquí a un buen puñado de continuadores de esa heterodoxia que tiene en Joan Maragall a su único y más directo precedente, ya en los inicios del siglo pasado. Por las páginas de Burgueses imperfectos pasan figuras tan preeminentes como las de Josep Pla, «Gaziel» (Agustí Calvet), Joan Oliver, José Ferrater Mora o Joan Ferraté; y otras, más recientes e incluso coetáneas, como Josep Maria Castellet, Pere Gimferrer o Joan Margarit. Pero también nombres menos familiares para el gran público, como lo pueda ser el del periodista, traductor y escritor de vanguardia menorquín, Mario Verdaguer. Alrededor de todos ellos gira una obra que, no obstante su innegable erudición (el corpus textual empleado es abundante y las referencias bibliográficas constantes y muy variadas, sin resultar en ningún caso empalagosas), no es ni mucho menos un trabajo académico pensado para el público universitario o especializado, sino más bien un ensayo de interpretación, en el sentido más abierto y auténtico de la palabra. Como ya había hecho en algunos de sus trabajos anteriores (La vida rescatada de Dionisio Ridruejo, Barcelona, Anagrama, 2008, o A la intemperie. Exilio y cultura en España, Barcelona, Anagrama, 2009), lo que Gracia propone es la necesidad de revisar –y, si es necesario, desactivar– los tópicos establecidos alrededor de unos autores que fueron personas antes que personajes, por más que, en ocasiones, interpretaron un papel o adoptaron una «pose» concreta; hombres que no siguieron una trayectoria unívoca y monolítica, como la que nos transmiten manuales y enciclopedias, sino que vivieron su relación con la sociedad que les rodeaba como una permanente tensión entre la realidad de lo que eran y el deseo de ser algo distinto.

Capítulo aparte en este comentario merece el breve epílogo con que se cierra el libro. Y digo que hay que tratar por separado estas páginas porque, a pesar de ser las que –sólo en apariencia– menos relación guardan con el objeto de estudio de la obra, son las más personales y, por eso mismo, las que –imagino– más polémica o desacuerdo pueden generar, por cuanto afectan a un tema tan actual (y, a la vez, tan antiguo) como el del nacionalismo catalán y sus posibilidades de materializarse en un proyecto político. A los que hemos seguido las discutibles u opinables –pero siempre razonadas– tribunas publicadas por Gracia durante los últimos años el diario El País a propósito del independentismo catalán, no nos sorprende nada su toma de posición en contra del nacionalismo exacerbado y en favor de un diálogo entre España y Cataluña que él considera más enriquecedor que perjudicial para ambas partes. Por ello, y sin entrar a valorar ni a juzgar lo que son opiniones personales perfectamente legítimas y respetables, sí me gustaría hacer hincapié en el hecho mismo de manifestarse en torno a cuestiones que se salen de la esfera estrictamente académica y que, al menos desde mi punto de vista, demandan el juicio de personas valientes que se expresen sin complejos, cosa que, por desgracia, no es muy habitual dentro de un gremio universitario en el que encontrar un intelectual comprometido y digno de ese apelativo es cada vez más complicado.

En este sentido, y al margen del valor –unánimemente reconocido– de sus trabajos académicos, rigurosos y fundamentados, o de sus ensayos, siempre originales y arriesgados, lo que no se le puede negar a Jordi Gracia es su voluntad de participar activamente en el debate público sobre asuntos de tanto calado como el del papel que deberían desempeñar los intelectuales en nuestra sociedad, analizado en su ensayo El intelectual melancólico. Un panfleto (Barcelona, Anagrama, 2011), o este de la hipotética independencia de Cataluña y sus posibles consecuencias, donde ha decidido adoptar –siguiendo el ejemplo de sus «burgueses imperfectos»– la incómoda postura del disidente que mira con recelo lo que todo el mundo parece aceptar como válido. Sólo por esto, y por demostrar en estas más de doscientas páginas (por no remontarme a anteriores trabajos) que la dedicación académica y profesional a las letras españolas no es incompatible con la capacidad para entender y hacer entender la literatura catalana, me atrevo a recomendarles un libro que les descubrirá varias joyas ocultas y les obligará a volver sobre otras ya conocidas que ahora leerán, si les apetece, bajo un nuevo prisma.

Francisco Fuster es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Valencia e Investigador Contratado en el Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (CCHS-CSIC). Su principal línea de investigación se centra en la historia de la cultura española de la Edad de Plata (1900-1939), con especial interés en las obras de Pío Baroja, Azorín, Julio Camba y Rubén Darío, a las que ha dedicado distintos trabajos. Es autor del ensayo de historia cultural Baroja y España. Un amor imposible (Madrid, Fórcola, 2014) y de varias ediciones de textos de los autores citados, la última de las cuales –recientemente publicada– es La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2015). Es autor del blog El malestar en la (in)cultura.

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