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La aventura poética de Eduardo Milán

Alegrial

EDUARDO MILLÁN

Ave del Paraíso, Madrid, 1997

160 págs.

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El poeta y crítico uruguayo afincado en México, Eduardo Milán (1952), ha afirmado en varias ocasiones que los poetas actuales se dividen en dos grupos, los que aceptan el legado de Mallarmé leído por las vanguardias, y los que ignoran esta herencia y viven de otros presupuestos poéticos. Sin duda, la división es tajante y reduce a los no mallarmeanos a un lugar secundario. Del lado difícil de la poesía, Milán ha tomado de los trovadores a los que pertenecen al «trovar oscuro» frente a los claros, a Góngora frente a Lope, atraído sin duda por un afán de llevar el lenguaje a consecuencias inéditas, a momentos alejados de la claridad semántica y cercanos a la claridad poética final, es decir, al lugar donde la poesía se apoye lo menos posible en la sintaxis racional del discurso. En otras palabras, no la lógica sino el salto de la analogía. Milán inició su aventura poética con Estación de estaciones (1975) y Nervadura (1985), libro este último marcado por el rigor estético del grupo brasileño de Noigandre. Durante muchos años, desde las páginas de la revista mexicana Vuelta, ha respondido a las novedades de la poesía hispanoamericana, y en ocasiones a la de España, desde esta actitud crítica que aquí me veo obligado a reducir sin poder matizar. Su visión, parcial y no pocas veces confusa, ha sido siempre, sin embargo pasional: no ha sido nunca una postura distante ni profesoral sino la del lector y la del escritor comprometido estética y moralmente con sus juicios.

En 1991 publicó Errar (El tucán de Virginia, México), un libro de poemas en el que surge una voz distinta, como si Milán hubiera querido escribir sin ataduras estéticas, fiel sólo al futuro poema, y consigue así uno de sus mejores libros. En él aparecieron los tics y autores, nociones críticas y filosóficas que le son propias, pero transformadas –dramatizadas diría– gracias a la ironía y el pastiche. Posteriormente publicó La vida mantis, 1993, profundización y amplificación del libro anterior. En 1994, Ave del Paraíso edita Nivelmedio de las aguas que se besan, donde se recogen los dos libros anteriores y el que da título al volumen. Alegrial alude a la alegría y al Grial, convirtiendo lo sagrado o su busqueda en un estado de ánimo, o al revés: el estado de ánimo, la alegría –que Espinoza consideraba la mayor afirmación del ser-como una dimensión de lo sagrado, cuya cruzada lleva a cabo Milán no contra herejes e infieles sino a través del contagio del poema. Alegrial comprende tres libros, Circa 1994, Son de mipadre y el que da título al volumen. Creo que los mejores poemas se encuentran en los dos primeros, aunque en el último haya momentos de rara intensidad. Milán afirma que «el poema es una arbitrariedad necesaria», y esta frase quizás podría servir de divisa para enfocar un aspecto de su poesía: asistimos a una concepción del poema, de su historia y modo, arbitraria, y por lo tanto alejada de una búsqueda de consenso. Milán escribe con fidelidad no sólo a la mitología de su mundo sino a su orden arbitrario. Ésa es su fuerza, que le otorga una voz singular, y también su limitación al olvidarse en ocasiones del lector. No me refiero al lector como receptor objetivo del poema, sino como cualidad misma del autor. El poeta se define no sólo por escribir sino también por saber oír lo que escribe, desde el otro lado. Alegrial es una exploración y una exaltación poética del amor y de la poesía misma como respuestas a las múltiples escisiones de la realidad. Con un lenguaje lleno de ecos y en ocasiones de alteraciones lógicas, que recuerdan a cierto Vallejo y a Xavier Villaurrutia, Eduardo Milán bucea en su memoria y en el presente, lejos del lugar común pero proponiendo la poesía como lugar de la comunidad: fiel en este sentido a los ideales románticos que los surrealistas, y con ellos muchos poetas actuales, han defendido frente a la visión ascética y académica de la poesía.

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