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El universo de Yasar Kemal

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Los mitos interpretaron el origen del mundo, convirtieron lo huraño y ajeno de los espacios naturales en escenarios inteligibles para la experiencia de los seres vivos, y establecieron modelos de conducta significativos, únicos, inmutables, que pudiesen servir de referencia para los sucesivos comportamientos humanos. Sagrados, intemporales, los mitos daban sentido al misterio de la existencia.

Aparentemente, la ficción novelesca ha sido, desde su nacimiento, el género demoledor de los mitos. Pues la novela nace profana, secular, su ámbito natural es el tiempo que pasa, no un tiempo circular o inmóvil, las conductas de sus personajes responden a las pautas culturales de cada sociedad y de cada momento, y sus escenarios, como la vida de los seres humanos, son provisionales, están condenados a desaparecer. Del mismo modo, frente al cuento popular, procedente de una cultura sin alfabeto, girando siempre en una oralidad que transmite la fijeza de los modelos originales, y señalado por las conductas arquetípicas y la referencia a un tiempo anterior al tiempo, o frente a la leyenda, en que los lugares, los tiempos y las conductas parecen determinados por un destino que corresponde a un misterioso fatalismo, el cuento literario, producto de la letra impresa multiplicada por la imprenta, está también marcado por la temporalidad de la historia y las actitudes cambiantes de las gentes de cada sociedad y de cada momento.

Sin embargo, en su más hondo sentido, la elaboración de una ficción literaria no está muy lejos de la que debió plantearse al formular los mitos iniciales. La ficción literaria intenta, como lo intentaron los mitos, los cuentos orales y las leyendas, estructurar una historia que pueda dar sentido al caos de los sucesos y a lo inescrutable y hasta absurdo de la realidad, establecer un cierto modelo que haga inteligible el mundo, utilizando para ello el hilo conductor de la narración que desarrolla. En esto, no hay duda de que mito y novela pertenecen a la misma estirpe.

Por otra parte, ha resultado que las grandes novelas, los grandes relatos literarios, superan el tiempo concreto en que fueron imaginados, escritos e impresos, para comunicar unos signos que siguen ofreciendo pautas de entendimiento sobre el desorden del mundo a quienes ya no son sus contemporáneos. Y no es necesario citar el Quijote, Moby Dick, La metamorfosis o la trilogía de los Snopes, entre tantas otras ficciones narrativas, para señalar hasta qué punto la novela puede constituir mitos y arquetipos que conservan muchos aspectos de los que estuvieron en el origen.

Además, hay ficciones novelescas que llevan en sí mismas ese propósito, ese aliento que recuerda la pretensión mítica de construir un espacio inicial y unas conductas que iluminen el tejido primario de las relaciones de los humanos con el mundo y de los humanos entre sí. A ese género pertenecen las ficciones de Yasar Kemal.

La aparición simultánea de tres libros de Yasar Kemal, uno que es la tercera parte de la tetralogía sobre el bandolero Memed el Flaco, otro que reúne sus cuentos o relatos breves y un tercero que podría adscribirse claramente a lo legendario, son ocasión oportuna para hablar nuevamente de este escritor de inusitada potencia, sin duda inaugural de una de las literaturas de este tiempo nuestro, en que parecía que la novela ya había dado de sí todo lo posible.

La sombra del Halcón sucede a El Halcón y a El regreso del Halcón. En la primera novela se nos presentaba el territorio de Çukurova, al pie del monte Tauro, con su naturaleza áspera e inclemente y sus gentes obligadas a una vida de privaciones y trabajos, explotadas por terratenientes capaces de las mayores atrocidades. En ese mundo de déspotas y siervos inermes se nos cuenta desde su niñez la historia de Memed, llamado el Flaco, hijo de pobres braceros, la de su rebelión, la de la justicia que se toma en algunos de los explotadores por su mano, y la de su conversión en bandido. Aquella novela establecía con rigor un espacio que integraba todos los elementos naturales, desde la nube al ser humano, pasando por la brizna de hierba, la sabandija, la alimaña o el ave migratoria, con una pretensión de integrar en el espacio de las contradicciones sociales los propios factores físicos del entorno.

La segunda novela de la serie, El regreso del Halcón, supone un avance estilístico y narrativo de considerables proporciones. Presidida por los extremos de la miseria y de la crueldad, por un tratamiento del espacio y de las conductas que, sin dejar de hablar de asuntos cotidianos, siempre se mueve entre la elegía y la epopeya, en esa novela se presenta el nacimiento de la leyenda del bandolero Memed, que mientras permanece sumido en una terrible confusión sobre el sentido de su conducta, se transforma en la imaginación de los campesinos y de sus explotadores en una figura simbólica de enorme poder. La lucha consigo mismo, por ocultar su júbilo, de un anciano que conoce el paradero de Memed y lo protege, es uno de los puntos centrales de la novela.

Del mismo modo, la nueva entrega de la serie, La sombra del Halcón, en su médula y dentro de la perspectiva coral del conjunto, es la historia del miedo de uno de los crueles terratenientes y su búsqueda de apoyos y defensas para acabar con el peligro del bandolero. Por otra parte, éste ha llegado ya a adquirir tal dimensión simbólica que, en la imaginación de la gente, hasta sus características físicas son fabulosas, con lo que la persona real resulta inidentificable.

El comportamiento de los personajes y, sobre todo, el temor del tiránico terrateniente, que espera ser víctima de la implacable venganza del bandolero, responde a la manera de tratar las conductas en los anteriores libros de la tetralogía: lejos de la introspección psicológica, se presenta la actitud exterior de un personaje a través de cuyo proceder obsesivo y tortuoso podemos ir conociendo, no sólo su condición moral, sino las causas de su comportamiento. Mantener con certeza, eficacia y capacidad de emoción un modo de describir personajes que está en Homero, sin que la novela pierda nada de su sentido histórico y de su latido moderno, es muestra de la maestría de un narrador que sabe escribir de su época desde una perspectiva plenamente mítica.

Con todo, La sombra del Halcón, en cuanto a su pureza narrativa, es inferior a El regreso del Halcón, acaso porque, en aquella segunda parte de la saga de Memed el Flaco, alcanzó Yasar Kemal una cúspide estética de su proyecto difícilmente superable. Frente a la anterior novela de la serie, en La sombra… aparece, como novedad narrativa, la interpolación de fragmentos francamente fabulosos, que ofrecen una especie de duplicación inventada, o soñada, de la irreductible realidad, pero este libro carece de la estilizada perfección de aquél, de su unidad de escenario y tiempo y de su intensidad. Sin embargo, la descripción de un territorio que parece dado como un castigo para los pobres desde la creación hasta el fin de los tiempos, y de unos enfrentamientos vitales en la rueda de los ciclos agrícolas, con eco intemporal, hacen que el sentido mítico de la serie novelesca no pierda nada de su fulgor, e incluso lo incrementan con las aludidas interpolaciones fabulosas, aunque nunca dejemos de conocer que las historias que se nos cuentan tienen lugar en los tiempos de Kemal Ataturk y sus reformas políticas.

La aparición de los cuentos de Yasar Kemal permite ampliar extraordinariamente el conocimiento de su universo creador. Si las novelas de la serie de El Halcón son grandes frisos donde los personajes concretos están rodeados de un personaje colectivo, y las acciones ordinarias del mundo rural aparecen como el telón de fondo de ciertas aventuras y peripecias extraordinarias que adquieren el primer plano del protagonismo, en los cuentos hay una mirada a la vida molecular de esa colectividad, la visión parcial de algunos casos de ese personaje coral que habita en las pequeñas aldeas y villorrios, el ejemplo pormenorizado de los efectos del despotismo y el expolio de los grandes terratenientes.

Bajo el sol de los agotadores esfuerzos agrícolas, ese calor amarillo que da nombre a la recopilación, se nos ofrece el relato de las desventuras de los campesinos con una concisión de gran fuerza trágica. Los niños que empiezan a trabajar, los huérfanos que no encuentran quien los alimente, las viudas desamparadas, las familias en las terribles dificultades de la supervivencia de cada día dentro de un sistema de comerciantes sin escrúpulos, implacable explotación caciquil e impermeables estamentos sociales, componen un microcosmos que completa y da profundidad al macrocosmos de la saga del bandolero.

Muchos cuentos presentan un desarrollo narrativo tradicional, exponen y desarrollan una trama, pero otros plantean una situación dramática que el autor se limita a intensificar. Hay algunos que transcurren en la costa, o en Estambul, aunque la mayoría tienen como espacio dramático la misma Çukurova, al pie del monte Tauro, en que transcurren las aventuras del bandolero Memed. Dotados de mayor o menor movimiento narrativo, todos los cuentos amplían las dimensiones del imaginario de Yasar Kemal desde la idea de un poderoso mundo natural cuyo desequilibrio social e injusticia económica son la principal fuente de desdicha.

Siempre presente en la obra de Kemal, el tema del sentido de la dignidad, y por lo tanto del honor, será motivo de un cuento especialmente memorable en el conjunto, que tiene como referencia los lapiceros que un basurero recoge en su trabajo y le lleva a su hijita para que los utilice en sus tareas escolares y que, por ocultar la vergüenza de su procedencia, causarán la desventura de la niña y de la familia.

El tema de la dignidad es uno de los asuntos centrales de La furia del monte Ararat, novela escrita con vigoroso tono legendario, en un tiempo impreciso, pero que no pierde nada del verismo que es nota permanente en las ficciones del autor kurdo. Un caballo hermosísimo llega ante la puerta de un joven montañés sin que éste consiga que se aleje, hasta que se ve obligado a quedarse con él, para cumplir una costumbre ancestral. El dueño del caballo, un poderoso y despótico señor, de origen montañés pero hecho a las costumbres otomanas, reclamará más tarde el caballo, pero el honor del joven montañés le impedirá devolvérselo. A partir de aquí se desarrollará una trágica historia.

Frente a los aspectos sociales que tienen tanta importancia en la tetralogía de Memed el Flaco o en los cuentos de Calor amarillo, se da en La furia del monte Ararat mayor relevancia al juego del poder despótico y la sumisión de los súbditos, más estricta en las mujeres, a la imposible conjugación de libertad y destino. Cierto concepto del honor como tradición agobiante en la que se enmarañan, hasta ser imposibles de separar, los factores culturales vitalizadores y los aniquiladores, será el motor de todo el desarrollo narrativo. La leyenda, con el motivo recurrente de los cientos de flautistas que celebran cada primavera la potencia del monte Ararat, nos mostrará que el amor y el sentido de la solidaridad humana, siempre presentes en las ficciones de Kemal como inagotable fuente de esperanza, pueden irrumpir en la fatalidad de las conductas para modificar su sentido. Pero el propio amor está amenazado por las irrenunciables tradiciones del honor y de la dignidad, y Yasar Kemal no es un autor complaciente.

Bien conocido en el resto de Europa y en los Estados Unidos, este autor kurdo ha tenido que esperar muchos años hasta que sus ficciones han empezado a ser traducidas en España. Es de lamentar este retraso, pero por otro lado nos ofrece una obra que el tiempo no ha carcomido, sino que tiene seguramente un aura todavía más sólida y mítica que cuando fue escrita.

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