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Summa Gelman

LA VOZ DE JUAN GELMAN

Juan Gelman

Residencia de Estudiantes, Madrid

58 pp. + CD.

15 €

MUNDAR

Juan Gelman

Visor, Madrid

138 pp.

18 €

OTROMUNDO. ANTOLOGÍA 1956-2007

Juan Gelman

Fondo de Cultura Económica/Universidad de Alcalá, Madrid/Alcalá de Henares

304 pp.

22 €

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Como era de esperar, una serie de publicaciones vienen a acompañar a la concesión del Premio Cervantes a Juan Gelman. La pequeña muestra antológica que edita la Residencia de Estudiantes es en realidad el apoyo textual del CD que recoge la lectura de poemas que hizo el autor en septiembre de 2004 y que continúa la valiosa serie de documentos sonoros que va editando la Residencia bajo el marbete: La voz de… Resulta especialmente interesante escuchar a Gelman recitando sus propios versos por lo que ello nos enseña sobre el sentido de los particulares signos gráficos que utiliza.

Una antología más amplia, preparada por el poeta mexicano Eduardo Hurtado e introducida por Carlos Monsiváis, es la que nos presenta (como es habitual desde 1993) la Biblioteca Premios Cervantes, acertadamente titulada con un neologismo muy gelmaniano: Otromundo. Pero es, sin duda, la publicación del nuevo libro de poemas del propio Gelman, Mundar, la aportación principal que cabe destacar de este manojillo de novedades gelmanianas.

Antes de entrar de lleno en él, y al calor de la muestra antológica que acabo de citar, conviene situar la creación de Gelman en el marco más amplio de la poesía del siglo XX. Ésta ha llevado a cabo el esfuerzo, puede decirse que giganteo, de crear un lenguaje nuevo para una realidad inédita, no sólo por más compleja e impracticable, sino principalmente por más consciente de sus propias limitaciones, manipulaciones y agrietamientos. Quizá nos venga a la cabeza el antecedente de Góngora, pero no nos vale del todo. Góngora quiso inventar un lenguaje que se pareciera a otro: el latín culto de los tiempos áureos. Tampoco coincide exactamente con el ideal de Mallarmé de «dar un sentido más puro a las palabras de la tribu», cuando la purificación del vocablo se mostraba de día en día menos hacedera: las adherencias que lo herrumbraban habían pasado a formar parte del lenguaje mismo. Quizás el ejemplo paradigmático (y discúlpeme el lector que insista en ello) es el de Paul Celan, que tuvo la lucidez de dar por imposible toda tarea depuradora e inició la forja de un código inexistente, cuando el idioma, desfigurado por el horror, había dejado de ser de curso legal. Dicho reto era enorme, pero mayor se presentaba el de hacer comprensible y participable ese lenguaje inaudito, de manera que el lector supiera perderse y encontrarse en él. Había que ponerle balizas y lanzar alguna bengala orientadora; en definitiva, trabajar en un hermetismo que fuera en alguna medida permeable a lo humano conocido.

Cada verdadero poeta ha buscado un modo propio de hacerlo. Los hay que optan por las aristas y la voz erizada de las heridas, como Celan o Gamoneda; los que se deslizan por los resquicios que deja el silencio, como Valente; y los que ponen una llamita de ternura en medio del naufragio de las voces, jugándoselo todo al contraste. De estos últimos, es Juan Gelman y su nuevo libro es un buen ejemplo de ello, al constituir un a modo de resumen (más que epílogo) de su larga y prolífica carrera creativa, carácter de summa que podíamos apreciar ya en su libro inmediatamente anterior, País que fue será. En efecto, en Mundar acuden a nosotros los símbolos y los temas básicos que han ido constituyendo el mundo creativo de Gelman: el árbol, el pájaro, el amor, la madre, los hijos, la amistad, la muerte, el horror de la opresión, el canto a la libertad. Es por ello por lo que el libro no sigue una estructura determinada ni agrupa los poemas por secciones. El poeta prefiere realizar un vagabundeo por sus obsesiones fundamentales y sus representaciones radicales. No obstante, se han reservado zonas del volumen para agrupar poemas con cierta afinidad temática: hay, por ejemplo, toda una serie que tiene que ver con el mundo de Buenos Aires y el tango a partir de la página 68. O los poemas que se agrupan en torno a la memoria de los muertos y desaparecidos, a partir del poema «El barranco» (p. 48).

El poemario está constituido, también en su nivel formal, por procedimientos poéticos ya habituales en el autor, como el uso de diversas estrategias gráficas: minúsculas, inclusión de barras gráficas, aunque alternadas aquí con las convenciones gráficas normativas.

Mundar recoge en sus páginas una reflexión general sobre el «estar en el mundo». De ahí su título, un neologismo que ya había aparecido en varias ocasiones en la producción de Gelman, tanto con sentidos positivos como negativos. En Carta abierta (1980) se lee: «niñísimo que munda / o trista / o cómo» (poema XXIV); y en «Aquí», de Hacia el Sur «y la pasión mundaba como loca en tu voz».

Todo lo relacionado con el campo semántico de «mundo» nos remite casi de inmediato a la filosofía de Heidegger; de hecho, el libro insiste varias veces en la reflexión sobre el ser, en un intento, me parece a mí, de renovar un pensamiento y un lenguaje (los del existencialismo) que nunca han dejado de estar presentes en la obra de Gelman, pero que en general tienden a desaparecer paulatinamente del imaginario cultural. Significativos son títulos como «No ser sabe» (p. 123), o el planteamiento de la relación entre lenguaje y mundo con afirmaciones como: «Cuántas comillas para / decir que el mundo existe» (p. 112), o «Al fondo, / el ser que es haber sido lee / lo que el tiempo escribió» (p. 103). Cuando Gelman afirma «¿Qué hago aquí al pie de una palabra / que no se deja decir? / Inútil perseguirla, ella sabe / que su única casa es ella misma» (p. 133), está dando una vuelta de tuerca al pensamiento heideggeriano: el lenguaje ya no es la casa del ser, sino su propia morada en una autorreflexión sin escape alguno.

La petrificación del lenguaje y del ser, esa inercia de lo meramente existente (uno de los orígenes del mal), encuentra a la vez su réplica en la propia palabra «mundar», que introduce una dimensión dinámica y que sobre todo forma paronomasia (otro procedimiento habitual en el poeta) con «mudar»: pasar por experiencias que no sólo nos cambian a nosotros, sino que cambian también al mundo. Entre estos dos momentos de lo estático y lo mudable se debate el libro, como toda la poesía de Gelman, demostrando que hay una salida posible al callejón obstruido del existencialismo en una apuesta por la fe y la rebeldía que supone el acto poético en sí.

De ahí que las experiencias del libro recorran todo el espectro imaginable: de la esperanza al dolor, sin descartar, como siempre, la sátira, especialmente contra aquellos que devalúan la palabra, los poetas que «pisan la / poesía, su fuego / por un puestito» (p. 87). Y es que el poeta es un ser prometeico cuya misión es alumbrar con el fuego de su palabra todo aquello que, por extremo (horrible o hermoso), no puede ser nombrado.

Por ello detectemos en todo el libro una tendencia decidida hacia la concentración del lenguaje y hacia el hablar mínimo que ha caracterizado algunas etapas de Gelman y que venía siendo insistente en su poesía última. Se trata del rescate de la mística para un tiempo sin dioses. La influencia de san Juan de la Cruz (además de los compañeros habituales: Quevedo y Vallejo) es la más presente en este libro y encuentra en el poema «Qué» (p. 45) su más alta expresión, con esa interrogación insistente, también habitual en el poeta, para mostrar cómo es la palabra la única capaz de alegrar «la noche oscura».

No es de extrañar, pues, que uno de los hilos conductores del libro vuelva a ser el término sanjuanista por excelencia: «alma». Los anagramas y paronomasias practicados sobre esta palabra son constantes: «el álamo del amo» (p. 43) o el insistente juego con los sonidos de la palabra «ala» (p. 33); procedimiento que el poeta había llevado a su extenuación en el poema «Alrededor del cual», del libro Eso, donde, diccionario en mano, Gelman lista: almiar, almea, almarada, almatrero, almanta, almez, almadraba, almagre, almiflor, etc. Con la curiosa proliferación de este término en una poesía de cuño fundamentalmente laico, Gelman quiere retrotraernos a su etimología esencial: el ánima, la respiración, en una clara estrategia para arrebatar la exclusiva de la palabra a un determinado estamento e ideología y refundarla en su sentido prístino.

Un libro, en definitiva, que tiene como valor, más que el de la novedad, el de ser una honda reflexión y construir un reflejo de toda una carrera poética, acompañada por los principales premios que pueda alcanzar un poeta en lengua castellana: el Reina Sofía, y el reciente Cervantes. Constituye un gran acierto, sin duda, abrir con un poeta maior de la talla de Gelman esta nueva colección de poesía de la editorial Visor, una colección de etiqueta y lujo en un grado al que ciertamente no está acostumbrado el verso.

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Ficha técnica

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