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El periodista que era un siglo

GENTES DEL SIGLO

Indro Montanelli

Espasa Calpe, Madrid

Trad. de Domingo Pruna

80 pp.

29,90 €

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No es fácil explicar con rapidez quién fue Indro Montanelli. Quizá sirva contar que, en una entrevista en profundidad, y a lo largo de varias noches, realizada al periodista por una televisión italiana poco antes de su muerte, en 1999 a los noventa y dos años, no se sabía si se trataba de una entrevista al personaje o un repaso de la historia italiana del siglo XX de la mano de uno de sus testigos con mayor experiencia, y sin duda uno de los que mejor sabía contarlo. Como se alcanza a apreciar en la antología Gentes del siglo, que toma textos de dos obras, Gente qualunque (Gente cualquiera) y Gli incontri (Personajes), pocas cosas importantes sucedieron con los italianos sin que él las contara, desde, digamos, la marcha sobre Roma y el ascenso del fascismo, en el que Montanelli participó hasta desconectarse en 1937, tras haber combatido en Abisinia. En 1943 fue condenado a muerte por los nazis a causa de un artículo sobre Mussolini, y consiguió escapar a Suiza. En fin de cuentas, que es un periodista al que un Papa (Juan Pablo II) llama para cenar en petit comité, como contaba él en la entrevista televisiva: en realidad (aunque eso él no lo decía), estaba pidiéndosele una opinión confidencial, una asesoría. O que es un periodista al que las Brigadas Rojas dispararon cuatro veces en 1977: un protagonista.

Con una silueta de aristócrata muerto de hambre y sus modales, también en la escritura, Montanelli, que marcó el periodismo italiano hasta el final del siglo (pocos años antes había cerrado su periódico, Il Giornale Nuovo, porque su editor, Berlusconi, había entrado en política), es toda una época del periodismo que quién sabe si volveremos a ver. La de, por un lado, periodistas que sitúan la independencia por encima de todo (Montanelli rechazó ser senador vitalicio porque eso ponía en peligro la suya), y la de los periodistas, digamos, escritores, distintos de los escritores invitados en los periódicos –aunque Montanelli firmó sesenta libros, sobre todo de historia–, que marcaban sus crónicas con un sello personal: al fin y al cabo, Montanelli escribió la mejor prosa italiana del siglo, a juicio de Malaparte. No es tanto la crónica de cierto acontecimiento o personaje lo que se lee sino la visión que sobre él da cierto gran periodista. Y el personaje podía muy bien ser Dino Buzzatti (El desierto de los tártaros), compañero en la mejor época de Il Corriere della Sera, periódico de siempre de Montanelli, del que dimitió y al que volvió justo antes de morir. Por cierto, que ni en ese retrato de Buzzatti ni en los demás queda claro quién es en verdad el retratado.

La otra gran periodista italiana de dimensión internacional que sucedió a Montanelli fue la recientemente fallecida Oriana Fallaci. Pues bien: Montanelli era todo lo contrario. Fallaci hacía temblar a los políticos que entrevistaba –uno de los peores errores que cometió Henry Kissinger fue concederle una entrevista, según dijo el propio secretario de Estado de Nixon–, hasta el punto de influir en un par de generaciones de reporteros europeos incapaces de comprender que la estrategia de un entrevistador puede no ser lanzarse a la yugular de su entrevistado. Ésa, entre otras muchas, era la lección de Montanelli, un florentino (un estereotipo que en este caso se cumplía) que rara vez realiza un ataque directo y en el que parece primar el deseo de comprender. Como dice él del novelista Carlo Levi, «no busca lo picante ni lo sensacional, al revés, lo evita cuidadosamente por considerarlo, como es, material para narradores groseros». Y así son estas crónicas seleccionadas y prologadas por el periodista Arcadi Espada, las que de alguna forma superan lo contingente y pueden leerse muchos años después.

Casi todas son retratos (de ahí los títulos de los dos libros aquí refundidos), y a la vez relatos. Es decir, la construcción de un relato en torno a un personaje, no siempre con interés público, según la idea de que lo periodístico gira en torno al ser humano y a un conflicto: en el retrato de un viejo fascista vendedor de papagayos de preciosos colores (falsos), lo que Montanelli intenta mostrar no es el conflicto ideológico, o las tretas del hombre para sobrevivir con engaños, sino la lealtad a sus ideas.

Periodista, es decir, obligado a escribir rápido y breve –aunque hoy esas crónicas serían extensas–, los recursos de Montanelli tienden a condensarse en un único talento para la brevedad. Y no la del ritmo, sino la que se obtiene mediante la supresión de lo significativo del relato: cuenta, por ejemplo, cómo cierta audiencia de protestantes severos reaccionan ante una historia, pero no narra ésta. Así, los elementos elegidos cobran una importancia casi simbólica: en plena Guerra Fría, Montanelli realiza un análisis de kremlinología (el arte de averiguar qué ocurría en los pasillos del poder en Moscú) a través de la descripción de un traje ajado y un cuello de camisa.

Cierto: el ejercicio resulta divertido y con frecuencia ingenioso. Eso es lo que se espera de un Montanelli, ¿no? Ingenio, estilo, esprit. Se trataría de saber si un ejercicio semejante sería posible hoy. Se precisarían periodistas florentinos… y también cierto modo de leer.

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Ficha técnica

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