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Aristóteles detective y los nuevos géneros poéticos

ARISTÓTELES Y LA JUSTICIA POÉTICA

Margaret Doody

Edhasa, Barcelona

Trad. de Ignacio Alonso Blanco

630 pp.

24 €

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A primera vista tenemos aquí una novela policíaca más, con la curiosa peculiaridad de que los crímenes son en la Grecia clásica, en el año 330 a.C., y que el detective protagonista es nada menos que Aristóteles, el ilustre y famoso filósofo del Liceo. Actúa en sus pesquisas acompañado por un discípulo, Estéfano, que es luego el narrador de su estupenda y exitosa investigación. El esquema básico en cuanto a la intriga policíaca y su relato se ajusta al modelo de Conan Doyle y la pareja Holmes-Watson, aunque en esta ocasión, lejos de la atmósfera británica y decimonónica, la trama se enmarca en ese escenario antiguo y sus actores desfilan con túnicas griegas. Margaret Doody ha escrito ya cinco novelas con sus dos pintorescos «detectives filósofos» (la primera, Aristóteles detective, ya traducida en la misma editorial y formato en 2005) y es muy buena reconstructora de los decorados y tipos de esa época. No es, por otra parte, ninguna novedad la novela policíaca situada en un tiempo lejano y un escenario de otra época, ya sea el mundo griego o romano, o el medieval, o la época de la Ilustración, o la victoriana (de esa curiosa mezcla de trama policíaca y excursión histórica pueden encontrarse fácilmente muchos ejemplos echando un simple vistazo al catálogo de Edhasa).

Pero, como quisiera subrayar, esta narración no es una novela policíaca del montón, sino un intento literario mucho más original, porque incluye en el marco tópico de la intriga criminal un ingrediente mucho más novedoso y propone un sutil juego literario con algunos géneros de la tradición clásica helénica. Conviene recordar, a este respecto, que Margaret Doody es una profesora norteamericana de Literatura Comparada de muy sólido prestigio académico. No sólo es una excelente investigadora en la literatura del siglo XVIII, sino que ha escrito una interesantísima historia de la novela desde su invención en la Grecia helenística hasta ese siglo con el astuto título de The True Story of the Novel. De modo que cabe una doble lectura de esta trama novelesca: una lectura ingenua, atenta a las peripecias narradas, a la intriga de crímenes y solución final de todos los enigmas y disfraces, y otra lectura que detecte y aprecie los diversos ingredientes y alusiones que se integran en su entramado narrativo. Los lectores que se detengan en el primer nivel la degustarán como un buen relato de aventuras y crímenes en unos decorados pintorescos y bastante turísticos (de Atenas a Delfos), con muchos diálogos y algunos trazos y cuadros costumbristas de la Grecia antigua. Pero es algo más: una narración salpicada de guiños eruditos y evocaciones literarias que los lectores de formación humanista, es decir, los que conocen la literatura antigua, no tardarán en advertir. Es, podríamos decir, algo así como un thriller para pepaideuménoi.

Voy a explicarlo. En su entramado, la novela alberga como episodios menores, enlazados sutilmente al desarrollo de la acción central, muestras de otros géneros en forma de ágiles pastiches: una comedia nueva (El misántropo de Menandro), un canto bucólico (en forma de certamen poético entre pastores, más o menos paralelo al Idilio VIII de Teócrito), una novela de amor y aventuras (como las de Caritón y Jenofonte de Éfeso), una referencia trágica (al mito de Orestes y Electra) y, de propina, una curiosa parodia del desenlace cómico (la boda de Estéfano con la hija del misántropo). Las alusiones a esos géneros son muy claras, e incluso se detectan en los nombres de los personajes. En cierto modo, este proceder puede recordar la antigua técnica de los relatos intercalados, presente ya en las novelas griegas, pero también en las de época cervantina. Es decir, que, para amenizar la narración general, se le introducen algunas historias menores, novelle o novelas cortas (como las que encontramos, por ejemplo, en la primera parte del Quijote). El recurso está aquí reutilizado con singular frescura, y sólo el episodio del certamen bucólico resulta un tanto artificial.

Así, en su caminata desde Atenas a Delfos, Aristóteles y Estéfano acuden a pedir agua a un huraño campesino, que los rechaza con muy malos modos pero, a escondidas de su padre, su encantadora joven hija les ofrece agua y unos bollos de cebada. En tanto que están con ella, el iracundo labriego se cae en el pozo de su finca, y entonces ellos acuden en su auxilio. Estéfano baja al pozo y salva al viejo gruñón, quien luego debe avergonzarse de su mal carácter y agradecer su auxilio a los extranjeros.Toda la escena la contempla un niño que luego sabemos que se llama Menandro (quien muchos años después la evocará en su famosa comedia); el viejo misántropo Esmícrines lleva el nombre de un personaje de otra comedia menandrea.

Más allá, ambos viajeros asisten a la competición poética de los cantos de dos pastores (un cabrero y un pastor de ovejas). Este tiene el nombre de Lícidas, de clara resonancia bucólica. El certamen de las canciones al son de la flauta y los silbos rústicos concluye cuando Aristóteles, elegido juez, declara vencedor al amable Lícidas sobre el tosco Anaxágoras (nombre mucho menos apropiado para un pastor, dicho sea de paso).

Al acercarse a Delfos se les une el bello Coridón, que cuenta su historia novelesca. Fue esclavizado después de que su ciudad, Éfeso, cayera en manos de las tropas de Alejandro, y allí, en el incendio final, el joven había visto desaparecer a su bella amada Calírroe, hija de Habrócomes. Luego supo que esta bellísma joven había sido vendida como esclava y como tal fue raptada con su ama, la ateniense Antía. Esa es justamente la joven cuyo rapto ha movido la pesquisa de Aristóteles y Estéfano que, siguiendo el rastro de los raptores, se encaminan hacia Delfos (encontrando algunos cadáveres por el camino). La historia de Coridón y Calírroe está calcada de la trama de las primeras novelas griegas, y así lo recuerdan los nombres de las muchachas: Calírroe se llama la protagonista de la novela de Caritón de Afrodisias, y Antía la de Jenofonte de Éfeso (Caritón y Jenofonte de Éfeso son los primeros novelistas de la literatura occidental, y vivieron cuatro o cinco siglos después de Aristóteles). Luego encontraremos, por fin, a Calírroe defendiendo su virginidad en un burdel cerca de Delfos, en un episodio que tiene un claro modelo en la novela de Jenofonte. El hecho de que luego aparezca un rico protector de los jóvenes amantes injustamente esclavizados es, asimismo, un lance repetido en esas novelas, que son los primeros melodramas y el alba del folletín.

En Delfos la visita de ambos investigadores, con la escena de la consulta a la pitonisa, tiene mucho de visita turística bien aprovechada.Allí Aristóteles puede mostrar a Estéfano su famoso poema «A la virtud», compuesto en honor de su suegro Hermias, el sátrapa de Atarneo, crucificado por los persas (la mediocre traducción aquí no hace justicia, desde luego, al texto clásico).

No quiero referir, en fin, el desarrollo de la intriga policíaca, que es enrevesada, y que Aristóteles soluciona y explica –como Poirot en las novelas de Agatha Christie– ante todos los actores reunidos. Pero hay una reiterada y precisa alusión a un tema trágico: el regreso de Orestes, recibido por la sufrida Electra, y su venganza. Con ello vemos –pasando por alto las alusiones a mitos varios– que prácticamente todos los géneros de la poética clásica están representados en esta sutil trama de crímenes y peripecias: el final feliz es de rigor en la policíaca y el folletín.

Ya en las últimas páginas, el reflexivo Aristóteles, el gran teórico literario de la Poética, se pregunta a qué género literario pertenecería una historia como ésta, si llegara a contarse alguna vez.Y se ve en apuros para asignarla a uno. «En efecto, ¿qué tipo de drama sería este embrollo que hemos vivido?». Desde luego, ni tragedia (ya que tiene final feliz y sus héroes no son míticos), ni una comedia (pues no se ajusta al esquema, aunque tenga algo de cómico). Incluso para la narración de las aventuras de los jóvenes amantes carece de etiqueta. Recojo sus palabras: «Y esa extraña historia de Calírroe y Coridón, que a buen seguro no es una comedia, pero para ellos tampoco acabó en tragedia […]. ¿Qué autor épico o dramático de renombre podría alguna vez ocuparse en narrar los amores de dos insignificantes jóvenes, aunque atractivos, eso sí, que atravesasen tantas y tan absurdas vicisitudes?». En fin, a lo largo de varias páginas sigue Aristóteles preguntándose cómo podría clasificar según la Poética todas esas historias, dada la inadecuación de los modelos clásicos.

Pero habría necesitado un extraordinario talento profético para dar con la solución. Los relatos de aventuras protagonizados por bellos y jóvenes amantes empezaron a circular en la literatura helenística algo más de tres siglos después de su muerte.Y ninguna preceptiva literaria les dio un nombre propio. Nosotros las llamamos «novelas» (un término que claramente no viene del griego, aunque los griegos inventaran el género).

Pero no quisiera tampoco dar la impresión de que se necesita cierta cultura literaria para apreciar este entramado novelesco. El lector que no sepa nada del mundo antiguo se sentirá atraído por su dramatismo y su colorido. Los ambientes están bien dibujados, ya sea el de Atenas en las fiestas de Dioniso como el del santuario de Delfos con sus peregrinos y sus monumentos y la consulta a la Pitia. La novela tiene mucha acción, personajes curiosos, una buena evocación del mundo de las mujeres y los matrimonios en la sociedad griega, buen ritmo y abundantes y sueltos diálogos. En ese sentido, me parece mejor, más compleja y con más figurantes que Aristóteles detective, que tampoco estaba mal. Ésa era la primera de la serie (se publicó en 1978), mientras que ésta es mucho más reciente (de 2001) y se ve que la técnica de Doody ha madurado.

De modo que todas estas alusiones a la literatura antigua, reflejos y ecos que he destacado, son un aliciente más destinado al lector «educado» o, como decían los griegos, pepaideuménos. No puedo por menos de recordar unas líneas del estupendo prólogo novelesco de Luciano en sus Relatos verídicos: «No sólo les resultará atractivo lo extraño del argumento y lo sugestivo de su tema, y los pintorescos embustes ensamblados, sino además que cada uno de los episodios narrados está compuesto irónicamente a la manera de algunos de los antiguos poetas, historiadores y filósofos, a los que habría citado por sus nombres de no ser porque a ti mismo, en la lectura, te resultarán evidentes».

Tampoco Margaret Doody ha puesto notas para advertir esas alusiones, pero sí deja pistas (como los nombres señalados). Con sus novelas ha conseguido en toda Europa mucho más éxito que con sus estudios más académicos. No sé en qué porcentaje sus lectores conocen la literatura o son filólogos (tipos poco adeptos a esas lecturas frívolas, en general) y si captarán muchos de ellos ese juego de alusiones de sabor humanista. Pero, en los tiempos que corren, es una apuesta original y ofrece un envite divertido.

 

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