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Del Holocausto y de (una vez más) Faulkner

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Tras la conmoción producida por las revelaciones de Daniel Goldhagen en su ensayo Hitler's Willing Executioners (subtitutlado Ordinary Germans and the Holocaust), en el que se ponía en cuestión el desconocimiento que muchos alemanes habrían tenido del Holocausto, se anuncia para mediados de octubre la publicación en Estados Unidos de otro trabajo académico en el que se lleva a sus últimas consecuencias la tesis de la culpabilidad de buena parte de la sociedad alemana en el exterminio de los judíos. James Glass, profesor de teoría política en la Universidad de Maryland, explica en «Life unworthy of life»: Racial Phobia and Mass Murder in Hitler's Germany que, mucho antes de la victoria de los nazis, las teorías de higiene racial, muy difundidas en las escuelas, fueron explotadas por las élites políticas, científicas y médicas para demonizar a los judíos, lo que en su opinión habría preparado el ambiente y explicaría la participación «entusiasta», en una especie de orgía de odio, de muchos alemanes en los posteriores pogromos. Glass cuantifica lo que llama «burocracia del Holocausto» en decenas de millares de personas, entre las que incluye a los trabajadores y empleados de los trenes de la muerte, los enfermeros y auxiliares médicos, los funcionarios encargados de redistribuir la propiedad confiscada a millones de judíos, la red de burócratas de los ministerios afectados, los obreros de las poblaciones cercanas a los campos de exterminio: una multitud asalariada compuesta por millares de familias alemanas que, de uno u otro modo, habrían trabajado en el proyecto de exterminio de masas mejor planificado de la Historia. Para llevarlo a cabo se necesitó el trabajo de tantos, viene a decir Glass en su polémico trabajo, que la respuesta de no sabíamos nada se revela imposible de creer.

Lo más curioso de todo es que, pese a lo que podría parecer a primera vista, los mayores detractores de la tesis de los «verdugos voluntarios» y de la «amplia responsabilidad» han surgido de las filas de la izquierda marxista europea. En un extenso ensayo publicado en el último número de la histórica New Left Review, Norman Filkenstein acusa a Goldhagen, a quien reprocha el empleo de un punto de vista «ultrasionista», de haber armado su libro a partir de una «grosera desfiguración» de fuentes secundarias, y de acercarse en su tesis a las de los que, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, atribuyeron el exterminio de los judíos a una siniestra particularidad del «carácter» alemán. Por otro lado, y extrayendo conclusiones de orden político inmediato, para Filkenstein, Goldhagen y sus seguidores utilizan, en su «exorbitante pretensión» de reducir el Holocausto al exterminio de los judíos, un paradigma maniqueo y suprahistórico en el que, en último término, los gentiles serían siempre los culpables y los judíos serían para siempre víctimas desprovistas de cualquier responsabilidad moral. Incluso la de exterminar a otros pueblos.

En cualquier caso, el libro de Goldhagen, del que se publicará la traducción española en las próximas semanas, ha tenido la virtud de prolongar a modo de apéndice el agrio debate suscitado en Alemania a mediados de los ochenta en torno a la verdadera naturaleza del nazismo. Aquel debate, conocido como «la disputa de los historiadores» (Historikerstreit) sirvió para mostrar al mundo la amplia influencia que los «revisionistas» (el término es de Habermas), partidarios de reescribir la historia del nazismo exonerando parcial o totalmente a muchos de sus protagonistas, habían logrado en el establishment académico de Alemania.

Recibido con entusiasmo inusitado en los Estados Unidos (la revista Time lo consideró «el libro del que más se había hablado» en 1996), Hitler's Willing Executioners se mantuvo durante varios meses en los primeros puestos de las listas de venta, provocando apasionados debates (hubo quien dijo que se trataba de pura «pornografía del horror») que tuvieron una enorme repercusión a través de los foros de discusión de la web. En Alemania, y a pesar de una primera recepción francamente indignada y hostil, el libro de Goldhagen se convirtió en un inusitado éxito de ventas y –como señala Jochen Köhler en el trabajo que se publica en este mismo número–, en el libro «con más resonancia pública» desde 1945. Quizás, como afirma el historiador del Holocausto Raul Hilberg, porque, curiosamente, para su autor las cámaras de gas y los campos de exterminio –cuya mera mención ha funcionado desde el final de la guerra como auténtico revulsivo de la «buena conciencia» de toda una generación– son meros epifenómenos, simples telones de fondo de la masacre perpetrada de modo brutal a la luz del día.

En cuanto a Francia, siempre muy sensible a todo lo relacionado con el nazismo, el libro de Goldhagen ha reavivado en algunos ambientes minoritarios la tradicional hostilidad antigermana, resucitando antiguos fantasmas acerca del «carácter alemán». Para algunos, los análisis más interesantes del libro se han recogido en un monográfico de Les Temps Modernes, la revista fundada por Sartre y Beauvoir, cuyo actual responsable, Claude Lanzmann, es el autor de la impresionante película Shoah, que, según afirma el historiador Pierre Vidal-Naquet, constituye «la única gran obra histórica francesa acerca de la masacre de los judíos».

Nadie sabe muy bien para qué sirve la conmemoración del centenario de un escritor. Pero, sin duda, todos ustedes se habrán sentido un poco sorprendidos por el despliegue mediático de las últimas semanas en torno a William Faulkner, nacido en New Albany, Mississippi, el 25 de septiembre de 1897. En España, la salud editorial de Faulkner, a quien han leído en primer lugar los propios escritores, fue siempre aceptable. Compruébenlo, si así lo desean, acudiendo al magnífico trabajo de María Elena Bravo Faulkner en España, uno de esos libros que, a pesar de su escasa difusión (se publicó en 1985), se revelan fundamentales a la hora de trazar la historia de la novela española de la segunda mitad del siglo XX .

En Oxford, Mississippi, la ciudad en la que Faulkner creció y en la que vivió la mayor parte de su vida, transformándola literariamente en el centro de uno de los más poderosos universos de la novela contemporánea, muy pocos eran los que se acordaban de él hasta hace unos años, cuando alguien se percató de que el Premio Nobel local podría convertirse en un icono turístico. Faulkner siempre fue un personaje problemático: demasiado independiente, demasiado borracho, demasiado excéntrico. Demasiado crítico con los blancos para que lo consideraran del todo uno de los suyos; demasiado partidario del gradualismo en la integración de los negros para que éstos lo miraran como verdadero amigo. Hasta el pasado año, cuando empezaron a preparar los fastos del centenario, la ciudad sólo le había dedicado un pequeño callejón –«William Faulkner Alley»– no mucho más largo que el pasillo del piso donde tiene su redacción la revista que está usted leyendo. En una encuesta publicada en el semanario local Oxford News acerca del significado del término «Yoknapatawpha», el territorio mítico en el que se desarrollan la mayoría de las novelas de Faulkner, hubo quien respondió que se trataba de la enfermedad de las vacas locas, o de una especia que se utilizaba para dar sabor a las croquetas de pollo.

Ahora el viejo Bill tiene su propia estatua frente al Ayuntamiento, una página entera en la web financiada por la Universidad de Mississippi, y, quizás, una fotografía en el McDonald's local.

Claro que esto de los aniversarios no deja de ser una lotería. El 26 de septiembre de 1962, al día siguiente del cumpleaños de Faulkner, y tan sólo dos meses y medio después de su muerte, la ciudad de Oxford, Mississippi, se convirtió en uno de los centros de atención mundial por razones nada literarias. Ese día más de quinientos guardias nacionales armados hasta los dientes escoltaron a James Meredith, el primer negro matriculado en la «Ole Miss», la Universidad del Estado, hasta las escaleras del edificio donde estaba su aula. El motín fue tremendo, y John Kennedy, el presidente de la «nueva frontera», y su hermano Bob, Attorney General, llegaron a pensar que su política de integración se les iba de las manos cuando la enfurecida multitud irrumpió en el campus tras un enorme bulldozer. Muy pocos se acuerdan hoy en el país de la corrección política de que, unos días antes, el gobernador racista del Estado había encendido los ánimos de la población blanca con un terrible estribillo que todavía resuena ignominiosamente en algunos pueblos del Sur: Never, never, never, never.

REFERENCIAS DANIEL J. GOLDHAGEN, Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto. Madrid. Taurus, 754 págs. JAMES M. GLASS, «Life unworthy of life»: RacialPhobia and Mass Murder in Hitler's Germany. Basic. 272 págs. New Left Review, «The politics of the Holocaust», n.º 224, julio/agosto, 1997, Londres. Les Temps Modernes, n.º 592, febrero/marzo, 1997. París. MARÍA-ELENA BRAVO, Faulkner en España. Perspectivas de la narrativa de postguerra. Barcelona, Península, 1985. 336 págs.

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