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Sara elige la India

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Esta es una narración por entregas. El hemisferio doliente es aquel en el que habitan los más desfavorecidos de este planeta. El narrador cuenta como conoció a Sara en Madrid y  quedó prendado de ella, justo antes de que esta se adentrara en el mencionado hemisferio y él se marchara a una universidad americana. En sucesivos episodios el uno y la otra se irán enfrentando a distintos aspectos de la difícil relación de los afortunados con los que no lo son.

En los capítulos anteriores. He relatado la incorporación de Sara en la clínica callejera del Dr. K. en Calcuta y mi llegada a la Universidad de Minnesota en Saint Paul, así como mi primera experiencia en los campos experimentales de dicha universidad. Me alojo en el apartamento de dos compañeros africanos que se convertirán en mis mentores. Sus biografías y sus personalidades no pueden ser más dispares. Rosa pide a Sara que le ayude un día donde la Madre Teresa. Cárcel y litigios del Dr. K. Conozco a Norman Borlaug y concibo enrolarme en alguno de sus proyectos africanos con la esperanza de que Sara se reúna conmigo. Kaboré pone en entredicho mis planes y me insta a que investigue los antecedentes de Sasakawa, financiador de Borlaug. A pesar de que averiguo que Sasakawa es un gánster, le he propuesto a Sara que unamos nuestros destinos en África.

La contestación de Sara no tardaría más de un par de semanas en llegar. La tengo delante para glosarla.

Mi respuesta no debe ser menos clara por mucho que en otras circunstancias hubiera podido ser distinta. Los días de nuestro encuentro en Madrid fueron felices pero breves y podrían haber sido el punto de partida de una historia con otro desenlace. Si yo hubiera vuelto a Madrid y tú no te hubieras ido a Norteamérica, tal vez nuestras vidas hubieran tomado rumbos compatibles, pero yo no te he tenido en mis pensamientos, en el sentido que tú usas esos términos, entre otras razones porque una corriente irreversible me ha empujado hacia una órbita que no me parece que pueda coincidir con la tuya en algún momento futuro. Tengo un vivo recuerdo de aquellos días felices, pero una fuerza superior a la atracción que pudiera haber sentido hacia ti me requería ya sin que yo lo supiera.

En una de las cartas que te envié llamé «hemisferio doliente» a este mundo en el que hasta cierto punto me he integrado y respecto al cual fui cambiando de perspectiva rápidamente hasta convencerme de que, salvo alguna excepción, en general no puede ser ayudado desde el «hemisferio iluminado». Nadie desde fuera puede entender los resortes de ese mundo desfavorecido lo suficiente como para hacerlo prosperar. Sería posible la completa eliminación de las injusticias y trabas que lo perjudican en el concierto internacional, pero aun eso está demostrándose imposible en la práctica. Todos los intentos fracasan, sean tímidos o ambiciosos.

Como podrás apreciar, no eres tú el único escéptico con respecto a esta cuestión. Si yo he decidido quemar las naves e integrarme para siempre en este hemisferio es porque creo que ésta es la única opción real para no perjudicarlo, no porque crea que pueda ayudarlo. Si sigo colaborando en la clínica del Dr. K., es porque representa una tarea noble que alivia mi conciencia y contribuye a paliar el dolor de un cierto número de mis congéneres, aunque este número no sea relevante en la escala del problema global.

No voy a contarte en esta carta cuánto tuve que pagar por alcanzar mi paz actual, ni qué desagradables incidentes concretos hicieron que mi elección fuera irreversible. Aquí me gano la vida como enfermera en la consulta del Dr. Gauri Das y dedico unas horas al día a la organización del Dr. K. Estoy de acuerdo contigo también respecto a que África es el continente más oscuro del hemisferio maldito, pero no me veo volviendo a empezar allí el doloroso proceso de la integración. Tampoco te veo a ti vinculándote a esta opción que yo he tomado.

Fueron mis compañeros africanos los que se afanaron en mantenerme a flote durante las semanas que transcurrieron entre la carta de Sara y la defensa de mi tesis de máster. Sin los ensayos a que me forzaron, que yo realicé como un autómata, y sin su cariñoso estímulo, jamás hubiera superado el trámite. Mi vuelta a España fue casi simultánea con la de Kaboré a Ghana y con la incorporación de Selassie a su nuevo puesto posdoctoral de la Universidad de California en Berkeley.

Envié mi currículo a Borlaug junto a una carta de presentación de Davies, y me contestó muy amablemente que tal vez más adelante podría ofrecerme algo, pero que de momento necesitaban candidatos con un perfil más próximo al trabajo de campo. Volví a Madrid sin una idea clara de lo que quería hacer, pero casi enseguida acepté un puesto a prueba en una empresa de software que me ofrecieron a través de un amigo.

Decidí buscar a Silvia, quien estaba sorprendentemente al tanto de mis cuitas a través de la propia Sara. Eludió desde el primer momento hablar de ellas conmigo y eventualmente me conminó a escribir esta historia que ahora acabo, insistiendo en que esa era la mejor terapia para mi desasosiego. Cuando le he dado a leer el escrito, le he dicho que esperaba sus consejos, me ha dicho que lo leería, pero ha negado que fuera a dármelos. La terapia consiste en el propio proceso de escritura: «Es tu propia reacción la que importa», ha insistido.

Sin embargo, a los dos días me ha mandado una escueta nota para añadir una información que, según ella, tal vez sea importante para mí:

Tras alguna duda inicial, he concluido que debo aportarte un elemento esencial de tu historia. Sara y el intérprete Tanweer llegaron a enamorarse e iniciaron una relación carnal en los días en que les tocaba rematar la recogida de los enseres de la consulta para guardarlos en el templete que flanqueaba la entrada del presbiterio de Santo Tomás. Sara esperaba ya el hijo con el que ahora vive y volvía de Nimtallah Ghat junto a Tanweer cuando fueron asaltados por varios hombres y ella fue violada. Parece que Tanweer identificó entre los asaltantes a uno de sus parientes. Poco después Tanweer abandonó a Sara y desapareció de la consulta.

Por mucho que le insistí a Silvia en que me diera más información sobre el contenido de su nota, ésta se enrocó en la afirmación de que lo que me había dado por escrito era todo lo que faltaba en mi narración y sólo añadió en algún momento que Sara había recibido gran apoyo de los compañeros de la consulta y que eventualmente había decidido criar a su hijo en su lugar de nacimiento, en Calcuta.

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Ficha técnica

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