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Saint Paul, Minnesota

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Esta es una narración por entregas. El hemisferio doliente es aquel en el que habitan los más desfavorecidos de este planeta. El narrador cuenta como conoció a Sara en Madrid y  quedó prendado de ella, justo antes de que esta se adentrara en el mencionado hemisferio y él se marchara a una universidad americana. En sucesivos episodios el uno y la otra se irán enfrentando a distintos aspectos de la difícil relación de los afortunados con los que no lo son.

En los capítulos anteriores. He relatado el choque inicial de Sara con el hemisferio doliente, su llegada a Calcuta, su instalación en un albergue de Middleton Road y su primer día en la clínica callejera del Dr. K.

Asoma el sol por el horizonte cuando empezamos a cuadricular el campo con hilos rojos y estaquillas amarillas. Nos hemos puesto a la par los dos africanos, Selassie y Kaboré, el profesor Davies y yo, para ir sembrando grano a grano, a la distancia convenida, la descendencia de cada híbrido de maíz. Enseguida me dejan atrás. Sembrar, entresacar o escardar son tareas que requieren doblarse y mi mullida educación urbana no me ha preparado para ello, mientras que Selassie y Kaboré las realizan con facilidad y gracia, como nacidos en esa arte, y Davies lleva décadas asumiendo que el jefe debe encabezar su tropa en la batalla.

El sol empieza ya a quemarme el cogote cuando Selassie me aconseja que me ponga la visera de la gorra hacia atrás para protegerlo. Mi mente se disocia del trabajo físico y pienso en Sara mientras me afano por no descolgarme demasiado en una carrera tan no convocada como ineludible. He optado por la mejora genética vegetal para completar mi formación como biólogo, ha primado mi inclinación por lo práctico y lo aplicado frente a lo básico y lo teórico, pero han bastado las primeras horas de trabajo de campo para ver mi error. Como caballo al que se obliga a saltar el obstáculo que acaba de rehusar, en los meses que siguen lograré mantener el tipo sabiendo en mi fuero interno que estoy descalificado; superaré las materias con distinción e incluso adquiriré la formación necesaria, pero no lograré verme desempeñando en el futuro la profesión elegida.

Davies dispone de campos en el frío de Minnesota y en la bonanza de Hawái, lo que le permite obtener dos cosechas por año y acelerar la obtención de las nuevas variedades de maíz. En uno y otro sitio proseguiré con ahínco mi proyecto experimental, siempre consciente de que dejaré esa tarea tan pronto como obtenga el grado académico. La figura de Sara, que mi imaginación irá elaborando a partir de apenas unas semanas de convivencia, será el principal paliativo para mi mal, ocupando una fracción creciente de mis pensamientos durante las largas horas del anodino trabajo manual y durante mis soledades.

Había tomado el avión a Saint Paul, vía Nueva York, unos días después de la marcha de Sara y creo que fue poco después de despegar cuando empezó mi obsesión por ella. Ya sobre la alfombra de nubes, con el sol poniéndose, empecé a recrear nuestra convivencia de las últimas semanas. Hoy ya sé que esos días no significaron lo mismo para ella que para mí, ahora ya no tengo más remedio que admitir su ambigüedad ?no su doblez, sino su inocente ambigüedad?, pero debo decir en mi descargo que nada en las palabras o en el comportamiento de ella durante nuestros encuentros podría indicar que mi gloriosa rememoración de ellos se sustentara sobre una base falsa.

Nos empezamos a ver con frecuencia creciente y, en la última semana, casi a diario. Hicimos juntos las compras de última hora, acopiando multitud de cosas que luego no necesitaríamos en nuestros respectivos destinos, y me sentí feliz mientras lo hacíamos. Nuestra relación creció de una forma fresca y espontánea que a mí hasta me pareció vertiginosa. Es cierto que ella se mostró físicamente recatada y que no se anudó ninguna alianza entre nosotros, pero ante mí se abrió un horizonte sin límites, radiante y sin nubes, en el que cabían hasta los más exaltados de mis deseos. Nuestra despedida fue un cálido beso y una mera promesa de escribirnos, una promesa que, por cierto, ambos tardaríamos en cumplir. Nada me hacía presagiar entonces que mi lugar junto a Sara sería pronto reclamado por un insidioso rival con el que establecería una desigual competencia, que ese lugar sería ocupado por un ente informe, difuso y terrible, surgido de otro hemisferio situado más allá del que hasta ese momento habíamos habitado ella y yo. Esta es la historia de un rescate fallido, de mis vanos intentos por hacerla volver a un ámbito compartido.

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Ficha técnica

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