El libro objeto de esta reseña presenta la traducción española de la segunda edición, publicada en 2003 y reimpresa en 2017, de una obra cuya primera edición data de 1991. Su autor, Edward Schiappa, publicó en el entretanto una obra titulada The Beginnings of Rhetorical Theory in Classical Greece (New Haven y Londres, Yale University Press, 1999), que puede verse como un desarrollo ulterior, y revolucionario en sus principales resultados, de algunas de las tesis más generales del autor sobre el origen y el desarrollo de la retórica griega, que aparecen esbozadas ya en la primera edición de la obra que aquí comento. Por su parte, la segunda edición de esta última no presenta grandes cambios, más allá de ciertas formulaciones modificadas y de correcciones de algunas de las traducciones de los textos griegos ofrecidas en la primera edición, pero añade un interesante epílogo en el que Schiappa recoge algunos de los avances del estudio de la historia de la retórica griega que se produjeron en los tiempos que siguieron a la publicación de la primera edición (pp. 335-353).
Puede decirse que el objetivo principal de la obra consiste en ofrecer una interpretación del pensamiento de Protágoras que lo presenta como una figura clave de transición, dentro de un proceso evolutivo mucho más amplio. Se trata de lo que, siguiendo a Eric A. Havelock, Schiappa caracteriza como el tránsito de una cultura mitopoiética y teocéntrica, basada en la oralidad, a una cultura literaria de corte racionalista e ilustrado, en la cual, de la mano de la escritura, pudieron florecer la argumentación racional, en sus diversas formas, y la filosofía. A juicio de Schiappa, que sigue en este punto la línea de interpretación propia de autores como George Grote y George B. Kerferd, los sofistas desempeñaron un importantísimo papel positivo, dentro de tal proceso evolutivo, al punto de poder ser considerados, de hecho, como aliados de Platón, en quien, paradójicamente, ha de buscarse el lugar de origen de la imagen fuertemente negativa que predominó en la investigación hasta bien entrado el siglo XX. Por su parte, Protágoras debe desempeñar un papel clave, piensa Schiappa, dentro de una narración de conjunto que apunte a reivindicar la aportación positiva de la sofística. Poner de relieve ese papel clave es, precisamente, el objetivo fundamental de la obra. Su desarrollo queda dividido en tres grandes partes, que pueden verse como momentos dentro de una argumentación unitaria y que comentaré a continuación de modo sucinto.
La primera parte (capítulos I-IV) presenta los prolegómenos para el estudio del desarrollo temprano de la retórica griega. En el primer capítulo, además de reseñar los problemas que presenta la definición de la noción de «sofista» y la evolución semántica del término, marcada fuertemente por la interpretación de Platón (pp. 24 y ss.), Schiappa defiende la importancia central de Protágoras (p. 40 y ss.). Dado que Schiappa adopta una caracterización general de los sofistas como educadores profesionales que destacan especialmente en el ámbito de la destreza técnica que permite construir el discurso en prosa (p. 40), Protágoras aparece presentado, en principio, en esos mismos términos. Sin embargo, su figura adquiere una singular importancia ya por el simple hecho de haber sido el primero y el más influyente de los sofistas, como lo muestra, sobre todo, el impacto de su pensamiento sobre la poesía trágica y la filosofía (p. 42 y ss.). El segundo capítulo posee una especial importancia, porque fija las premisas metódicas a las que se atiene el intento de reconstrucción llevado a cabo por Schiappa. Frente al problema planteado por el carácter fragmentario de los textos conservados, al que se une el problema de su escasez, Schiappa opta por una lectura que privilegia la literalidad de los textos, los ipsissima verba, y la referencia a su contexto histórico de origen, por encima del recurso tanto a la tradición indirecta como a la interpretación filosófica por medio de categorías modernas (p. 49 y ss.). Esta fijación metódica parece responder al mero sentido común, pero no deja de ser problemática en alguna medida, si se tiene en cuenta, por una parte, que la literalidad de los textos fragmentarios de los pensadores anteriores a Sócrates plantea ella misma frecuentemente serios problemas (véase la respuesta de Schiappa a los argumentos escépticos de Catherine Osborne en la página 73 y ss.) y, por otra, que el propio Schiappa introduce una serie de presupuestos interpretativos vinculados con una concepción de conjunto relativa a la evolución de la cultura griega y al papel que en ella desempeña el pensamiento filosófico. Tales presupuestos derivan, en su mayor parte, del modo en el que Havelock caracteriza la transición desde la oralidad a la escritura (p. 61 y ss.). En todo caso, lo positivo aquí es, sobre todo, el hecho de que tales presupuestos se hacen explícitos desde un comienzo.
En el tercer capítulo, Schiappa presenta una primera hipótesis central dentro de su reconstrucción evolutiva, a saber: el término «retórica» (rh?torik?), ausente en los sofistas y los escritores del siglo V, habría sido invención de Platón, quien lo habría acuñado hacia 385 a. C., cuando componía el Gorgias (p. 81 y ss.). Pero el alcance de esta hipótesis, basada en buena parte en argumentos ex silentio, no queda reducido al mero plano lingüístico, ya que Schiappa la conecta expresamente con una tesis referida al carácter sesgado de la interpretación más tradicional del desarrollo de la retórica griega: la tesis según la cual la trasposición del término «retórica» a los textos del siglo V traería consigo una decisiva malinterpretación de su alcance, al superponer la noción platónica de retórica –vinculada con la destreza propia de quien presenta mociones en los tribunales o las asambleas– a lo que en esos textos más antiguos se designa simplemente como lógos. En consecuencia, quedó fuertemente desperfilada la idea originaria del siglo V, que es simplemente la de un «arte del lógos» (p. 92 y ss.). En los posteriores mitos sobre la invención de la retórica, de origen aristotélico, se asume ya como obvia la noción reductiva de rh?torik?, de origen platónico, a la que Aristóteles dio, a su vez, un nuevo sentido técnico, a través de la conexión con la noción de «verosimilitud» o «probabilidad» (eikós) (p. 99 y ss.). Todo ello agrava el malentendido, puesto que el sentido del término lógos, tal como era empleado en el siglo V, resulta ser, para Schiappa, mucho más amplio. En el caso de los sofistas, remitía simplemente al pensamiento abstracto, tal como podía adquirir desarrollo y expresión en la escritura prosaica, por oposición al discurso poético tradicional (p. 111 y ss.). Sobre esta base, Schiappa sostiene que recuperar el sentido original de las concepciones elaboradas por los sofistas supone releerlas en la clave que proporciona la idea de un «arte del lógos», en sus diversas posibles variantes, evitando los anacronismos y atendiendo, además, al carácter individual y diferenciado de cada una de las figuras estudiadas (p. 117 y ss.).
La segunda parte (capítulos V-IX) contiene una discusión detallada de los problemas interpretativos de cinco textos principales que traen doctrinas atribuidas a Protágoras y ofrece, sobre esa base, una traducción propia de cada uno de ellos. Así, el quinto capítulo discute el «fragmento» referido a la existencia de dos discursos o argumentos opuestos sobre cada asunto (véase 80B6a DK). He colocado comillas al hablar aquí de un fragmento, porque el caso es que, a pesar de haber sido colocado por Diels y Kranz bajo la rúbrica correspondiente a los fragmentos considerados textuales, «B», el texto, conservado por Diógenes Laercio, tiene todo el aspecto de ser una paráfrasis. De hecho, el propio Schiappa da crédito en este caso a las dudas escépticas sobre la literalidad del texto expresadas por Catherine Osborne. Por su parte, en su reseña de la primera edición (American Journal of Philology, vol. 114, núm. 4, 1993, pp. 623-628), William W. Fortenbaugh llamó la atención sobre el hecho sorprendente (striking) de que Schiappa, tras haber defendido el principio de atenerse a los ipsissima verba, coloque en lugar privilegiado de su propia reconstrucción interpretativa precisamente un texto que despierta fundadas sospechas en materia de literalidad. En la segunda edición, Schiappa menciona la crítica de Fortenbaugh, pero mantiene que, al menos, las palabras centrales del texto (lógoi, antikeímenoi y pâs prâgma) deben considerarse textuales (p. 156).
Sobre esta base, Schiappa clasifica las interpretaciones del texto en dos grupos: interpretaciones subjetivas, que apuntan a una mera oposición de argumentos sobre un determinado asunto, e interpretaciones heraclíteas, que enfatizan el lado objetivo, en la medida en que remiten a las «cosas», y no meramente a los «asuntos» o «cuestiones» debatidas (p. 158 y ss.). Toda la argumentación se basa aquí en la asunción de que el término prâgma en tiempos de Protágoras significa siempre «cosa», pero esto es claramente erróneo (véase la evidencia textual aportada por Fortenbaugh). En todo caso, la cuestión de fondo de Schiappa es que el texto de Protágoras no se refiere exclusivamente a la capacidad argumentativa humana, sino que constituye una declaración sobre el mundo mismo, tal como se concibe en perspectiva heraclítea (p. 160 y ss.). La traducción ofrecida se atiene, pues, a la interpretación heraclítea de corte objetivista (p. 175). El objetivo es mostrar sobre esta base que Protágoras es, efectivamente, un pensador transicional, en la medida en que, partiendo de la doctrina heraclítea de los contrarios, enfatizó el lado lógico y semántico del problema, pero sin perder de vista su fundamento ontológico (pp. 173–174).
En el sexto capítulo, Schiappa discute el fragmento referido a la habilidad de convertir en más fuerte el argumento más débil (80B6b DK). Su estrategia consiste en rechazar la interpretación peyorativa del fragmento, derivada de la trasposición de supuestos derivados de la presentación platónica y aristotélica (p. 178 ss.), y defender, en cambio, una interpretación positiva, en términos de la habilidad para fortalecer un argumento más débil que se tiene por preferido o mejor con el fin de hacer frente a un argumento que se tiene por peor, pero que por el momento resulta dominante (p. 184 y ss.). El séptimo capítulo es de central importancia, porque discute el fragmento que presenta el famoso principio del homo mensura, esto es, el principio del ser humano como medida de todas las cosas (chr?mata) (80B1 DK). Siguiendo la línea fijada para la interpretación de los dos fragmentos anteriores, Schiappa defiende una interpretación no subjetivista del término chr?ma, entendido como «cosa» en el mismo sentido que prâgma, a la que añade, siguiendo a Theodor Gomperz, una interpretación no particularista de la referencia al ser humano, de tal modo que, en contra de lo que sostiene Platón, no se trata aquí de la referencia a cada individuo particular, sino a la humanidad. Por último, la referencia a la función de medida del ser humano tampoco debe verse limitada al plano de la percepción, como pretende Platón, sino que alude a la función de juez del ser humano a la hora de juzgar sobre todas las cosas (p. 200 y ss.). Así leído, el fragmento constituiría una respuesta heraclítea contra la posición de Parménides: al «aut aut» parmenídeo referido a la oposición entre «ser» y «no ser», Protágoras responde, puede decirse, con un «non solum sed etiam» de corte compatibilista (p. 208 y ss.), y su reivindicación de la relatividad, fundada en la visión heraclítea y objetivista de la contrariedad, no apunta, en modo alguno, a un subjetivismo radical (p. 215 y ss.).
Por su parte, el octavo capítulo discute la tesis protagorea referida a la imposibilidad de contradecir (antilégein), documentada sólo a través de testimonios indirectos (80A1 y 80A19 DK), cuyo alcance Schiappa propone interpretar en términos de la tesis de relatividad reconstruida a partir del principio del homo mensura y descartando, por tanto, la atribución a Protágoras de una forma radical de relativismo subjetivista (p. 232 y ss.) Schiappa va aquí tan lejos como para sugerir que, lejos de formar parte de quienes niegan la validez del Principio de No Contradicción, como afirma Aristóteles, Protágoras habría incluso anticipado de algún modo su formulación. Como señala Lee, esto parece altamente implausible. Véase Mi-Kyoung Lee, Epistemology after Protagoras. Responses to Relativism in Plato, Aristotle and Democritus, Oxford, Clarendon Press, 2005, p. 25.. Por último, el noveno capítulo presenta la discusión referida al fragmento sobre la existencia de los dioses (80B4 DK). Schiappa pone de relieve la debilidad de las interpretaciones en clave agnóstica, que aparecen conectadas con la versión referida a un supuesto juicio por impiedad (p. 241 y ss.). Siguiendo una línea de interpretación inaugurada ya por Werner Jaeger, Schiappa sugiere que, en su tratado sobre los dioses, Protágoras apuntaba centralmente a un objetivo práctico-antropológico, vinculado con la necesidad de regular la práctica religiosa entre los hombres, relegando a segundo plano la cuestión teórico-filosófica relativa a la existencia de los dioses (p. 245 y ss.).
Finalmente, la tercera parte (capítulos X-XIII) elabora una serie de importantes corolarios relativos al modo en que Protágoras concibe la educación, la virtud cívica y la comunidad política (polis) (capítulos X-XI), así como a la oposición entre Protágoras, por un lado, y Platón y Aristóteles, por otro (capítulo XII). En el primer caso, Schiappa enfatiza los principales motivos que permiten situar a Protágoras en el origen mismo de la corriente racionalista del siglo V, en la que se inscribe también el pensamiento socrático (p. 270 y ss.). La nueva concepción de la virtud, de carácter eminentemente cívico, propia de la sofística, queda caracterizada a través del contraste con la concepción tradicional documentada por Homero (p. 280 y ss.). Tal concepción de la virtud aparece inmediatamente vinculada con la correspondiente concepción de la función del lógos en la comunidad política, estrechamente asociada al espíritu de la democracia periclea (p. 289 y ss.). En el segundo caso, a pesar del contraste entre democratismo y antidemocratismo, a partir del cual se orienta su presentación de conjunto, a la hora de discutir la recepción de Protágoras por parte de Platón y Aristóteles, Schiappa se esfuerza por enfatizar no sólo los momentos de oposición (como el debate sobre el relativismo), sino también aquellos que dan cuenta de determinadas formas de continuidad y asimilación (la cuestión relativa a la enseñabilidad de la virtud) (p. 313 y ss.).
A modo de conclusión, puede decirse, a mi juicio, que la reconstrucción de conjunto ofrecida por Schiappa resulta convincente en no pocos de sus aspectos más significativos, en particular los que se refieren al verdadero alcance del principio del homo mensura, sus presuposiciones ontológicas y su estrecha vinculación con una concepción del lógos que no puede ser divorciada del ideal ético-político de la democracia del siglo V. Más endebles resultan, a mi modo de ver, los aspectos de la interpretación que poseen un alcance más propiamente filológico, en general, y lingüístico, en particular. La argumentación revela, en ocasiones, algunas deficiencias concernientes a la evaluación del uso y la semántica de algunos términos griegos fundamentales, a lo que se añade un recurso excesivo, por momentos, al argumento ex silentio. Hay también una dependencia muy marcada de la discusión de detalle respecto de un cuadro interpretativo de conjunto que parece estar concebido de antemano, algo que contrasta notoriamente con la declarada adhesión al principio hermenéutico que da prioridad a los ipsissima verba. Por momentos, se tiene la impresión de que el recurso a este principio, dado el carácter escaso y fragmentario del material textual conservado, cumple la función de descartar la visión que proporcionan las interpretaciones tradicionales más que la de indicar el modo en el que está construida la propia. Nada de esto impide, desde luego, reconocer la consistencia y la relevancia de la reconstrucción ofrecida por Schiappa, que justamente por ello ha podido contribuir decisivamente a reavivar el debate sobre la figura del sofista más famoso e influyenteAdemás de la obra de Lee ya citada an la nota anterior, véase, por ejemplo, Michael Mendelson, Many Sides. A Protagorean Approach to the Theory, Practice and Pedagogy of Argument, Dordrecht, Springer, 2002, quien sigue una línea cercana a Schiappa, y Ugo Zilioli, Protagoras and the Challenge of Relativism. Plato’s Subtlest Enemy, Aldershot, Ashgate, 2007, quien reconstruye el relativismo protagoreo en términos más afines a la presentación de Platón y dentro de una línea más próxima a la interpretación de Lee. Véanse también los trabajos contenidos en Johannes M. van Ophuijsen, Marlein van Raalte y Peter Stork (eds.), Protagoras of Abdera. The Man, His Measure, Leiden y Boston, Brill, 2013..
Alejandro G. Vigo es profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra. Sus últimos libros son Estudios aristotélicos (Barañaín, Eunsa, 2006; 2º ed. corr., 2011) y Juicio, experiencia, verdad. De la lógica de la validez a la fenomenología (Barañaín, Eunsa, 2013).